—¿Estás seguro, Charly?... Porque esto no admite error... No quiero que después ande por ahí hablando demás...
—¡No va a hablar! —replicó él con seguridad— ¡Le voy a romper todos los dientes y no va a poder hablar en un mes! —anunció con orgullo.
—¡¿Qué estás diciendo?! ¡Yo no quiero que la lastimes!... ¡Quiero que la mates!
Charly la obligó a callarse, y miró hacia los costados, visiblemente incómodo. Luego, en un suspiro, le respondió:
—Yo no hago eso... Y mucho menos si es una mujer... Creí que estábamos hablando de asustar a un tipo.
—¡Para asustar a un tipo no te necesito a vos! ¡Me basto sola!
Charly supo de inmediato que aquella niña malcriada le decía la verdad.
—Jodete, piba... Yo no mato a nadie, y mucho menos a una mujer.
“¡Maldita suerte!”, pensó Cony al escucharlo. Justo le habían recomendado el único patovica sensiblero. Y eso que no había mencionado que la mujer que quería borrar del mapa estaba embarazada. ¡Era el colmo! Estas cosas sólo podían pasar en un país bananero y machista como la Argentina. Al final iba a tener que arreglárselas sola. Como siempre.
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El último monitoreo del bebé no había sido nada bueno. Había que hacer una cesárea urgente si se quería tener alguna oportunidad de salvarlo. El problema era que Flavia se negaba terminantemente a entrar en un quirófano. No importaban las garantías que le daba la Hermana Clara. No bastaba que hubiera conseguido que el mejor obstetra de todo Cuyo la atendiera en su clínica, la más moderna de la región, Flavia estaba aterrada. En su práctica como enfermera había visto demasiado dolor, y no quería ser ahora ella quién lo protagonizara.
Para cuando Mariana emprendió el viaje, la situación se había estabilizado levemente. El corazón del bebé había tomado un nuevo ritmo, pero era evidente que se estaba asfixiando por el cordón umbilical. Cada giro que daba podía acercarlo a la muerte. Había sí o sí que operar.
Cuando llegó a Mendoza, Mariana se enfrentó a Flavia dispuesta a librar una nueva batalla en defensa de la vida, pero, para sorpresa de todos, bastó su presencia para que la otra aceptara la cesárea mansamente.
Ahora sí, el hijo de las dos estaba por nacer.
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Como Mariana no había querido convencerla de nada, Agustina más se inclinaba a pensar que, después de todo, quizás su amiga tenía razón en vivir de la forma en que lo hacía. Claro que si al principio hubiera hablado de compromiso y matrimonio, Ricardo hubiera huido despavorido, incluso mucho antes de lo que lo había hecho Lanzani.... Y entonces ella se hubiera perdido de seis años de buen sexo. Pero, por fin, la cama no lo era todo. De haberlo hecho, se hubiera ahorrado el tener que estar ahora como una idiota, rogando por lo que en verdad le pertenecía legítimamente. Había invertido seis años de su vida en aquel hombre: lo había ayudado a estudiar, había escuchado todos sus problemas y, como si fuera poco, le había hecho el amor. Y ella era muy buena en eso.
Estaba harta de preguntarse cada día si él iba a volver a su lado. Necesitaba contar con la seguridad de su presencia. Ya tenía treinta años, y si quería crecer como mujer, como profesional..., como madre, necesitaba un compañero, y no sólo un buen amante. Había llegado el momento de hablar seriamente con Ricardo, se dijo. Y un escalofrío recorrió su cuerpo.
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Aquella mañana Mariana se levantó antes de las seis para reunirse con las hermanas y rezar junto a ellas en la capilla.
Recordaba cómo la aburría hacerlo en su infancia y cómo, con el tiempo, había descubierto un lugar dentro del inmenso confesionario, donde podía dormir sin que nadie lo notara. El único problema lo tuvo la mañana que olvidó despertar, para horror del padre Benito que casi había muerto del infarto al ver salir semejante ánima durante la Misa de diez. Aún hoy Mariana sonreía al recordar la cara del viejo, y de los demás presentes.
Pero aquél día, lejos de resultarle cansadora, la oración de las hermanas era un verdadero bálsamo para sus heridas. Los primeros rayos del sol se colaban por las ventanas entreabiertas, comenzando a calentar la capilla helada por el frío de la noche. Las hermanas cantaban con voz calmada y serena. El tiempo parecía transcurrir con tanta lentitud, que casi rozaba la eternidad. Cada acto, cada palabra, cada gesto, hablaban de lo inmutable, de lo seguro. Y una inmensa paz comenzaba a adueñarse de Marcela. Y esa paz le permitía sentir su alma. Y en el medio de su alma, una inmensa necesidad de Pedro...
O de Pit...
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Luego de que Pedro fue asociado al estudio, los viajes a Milán se multiplicaron. Máxime cuando la conexión italiana descubrió su ascendencia véneta por parte de madre, y lo bien que hablaba el idioma. Y es que cuando un pobre quiere dominar una lengua suele someterse al tedio y la tortura de clases programadas y, tratando de meter la gramática en su cerebro, termina olvidando lo más importante: comunicarse. En cambio los ricos suelen recurrir a sus viajes. Amigos, diversión, necesidad, todos son buenos maestros. Y así había aprendido Pedro el italiano. Yendo a visitar a sus primos para el carnaval veneciano, durante sus años de adolescencia, y, aunque en su mayoría sabía decir insultos, banalidades y palabras de amor, su pronunciación era tan adecuada que permitía olvidar a los milaneses el “Lanzani” de su apellido.
Además estaban encantados con el hecho de que, si bien Pedro manejaba a la perfección los vericuetos de la corrupción, tan propios de los países extracomunitarios, no disfrutaba transitando por ellos e, incluso, a diferencia de su propio padre, tenía una ética muy europea para los negocios.
Todos estaban contentos con el nuevo socio. Sin duda Pedro era una gran elección.
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A pesar de que Agustina era capaz de abrir al medio a otro ser humano sin que le temblara el pulso, el día que decidió enfrentar a Ricardo para exigirle estabilidad, su corazón no dejaba de palpitar. Se sentía miserable. Era como si en su manual de mujer liberada, repleto de consideraciones sobre sexo y trabajo, algunos temas hubieran estado totalmente prohibidos y denostados: amor, compromiso, hijos, (en tanto se quisiera involucrar en ellos al padre)... Y por supuesto, el más vergonzoso de todos: el matrimonio. Algo impensado si se podía acceder, en cambio, al sacrosanto sacramento de “la pareja”.
Cuando Ricardo llegó, Agustina le escupió torpemente todo “de una” y sin parar, ( ¡al mal paso...!)Su novio la observó atónito. Ni imaginaba semejante planteo. Y hasta le hubiera sorprendido menos que ella le reclamara formar una pareja abierta, o establecer un trío...¡Pero aquello!... Si apenas llevaban juntos... ¿cuántos?,¿cuatro, cinco años? ¡¿Seis?!... ¿Seguro que eran seis?...
Ricardo pidió un tiempo para pensarlo, (después de todo, apenas había tenido seis años para hacerlo), y Agustina, que sintió el ruido de su corazón al romperse cuando él lo hizo, se lo concedió.
A los tres días la llamó, (los peores tres días de su vida: ya no sabía si por el miedo de perderlo, o por la bronca deque él lo dudara tanto), la invitó a un restauran caro, le compró flores, y le hizo la gran propuesta: irse a vivir juntos.
No era precisamente lo que Agustina esperaba, pero era todo lo que aquel hombre miserable era capaz de dar. Ella aceptó sin poner condiciones, pero en su corazón algo se cerró: juntos o separados, supo que siempre iba a estar sola.
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Los pies de Mariana parecían haberse vuelto de plomo y sólo el gran cariño y respeto que sentía por la Hermana Clara impedían que saliera corriendo. La directora la había mandado llamar a su oficina, como cuando era chica: como cuando contestaba mal a una maestra, o se escapaba para ira bailar. Al abrir la puerta sintió que su corazón se paralizaba: allí estaba ella, la vista fija en sus papeles. Mariana no la distrajo, y se quedó parada firme junto a su escritorio. La hermana levantó la cabeza y sonrió al verla.
—Ya no sos mi alumna, podés sentarte sin esperar mi permiso.
Mariana la obedeció tímidamente.
Aquella mujer pequeña, envejecida, pero que aún conservaba el carácter y la fuerza de su juventud, la observó con detenimiento.
—Parece increíble... Te convertiste en toda una mujer —se dijo con satisfacción—. Todavía me parece verte, sentada en esa misma silla, llorando por aquel raspón cuando tenías cinco años... ¿Te acordás?.. Y cuando viniste a hablar conmigo y me contaste lo de José Luis, y que te ibas a estudiar a Buenos Aires... ¡Como lloraste aquel día!
Mariana asintió en silencio. La hermana continúo
—Para nosotras fuiste como una verdadera hija. Te enseñamos lo mejor.
La Hermana Clara se puso de pie y se acercó a Mariana, mientras continuaba con su discurso.
—Te enseñamos a ser una buena persona... A obrar de acuerdo a tu Fe... ¿No es cierto?
—Claro que sí, hermana —contestó Mariana, que la veía aproximarse un tanto sorprendida, preguntándose si, después de todos aquellos años, por fin iba a abrazarla.
—¡Y entonces, ¿quién te enseño a mentir?! —le gritó la hermana enfurecida, mientras le pegaba un golpe seco y certero en la cabeza, con una pequeña regla que llevaba en las manos.
—¡Auch! —se quejó Mariana por toda respuesta, mientras se sobaba.
La hermana continuó, enfurecida
—¿Qué es esa estupidez que anda diciendo esa chica Flavia acerca de que vas a poner su bebé a tu nombre?
—Ninguna estupidez, hermana.... Flavia iba a abortar...¡Yo no podía permitirlo!
—Se supone que tenías que ayudarla a encontrar una salida, no que le ibas a dar una escapatoria.
—Intenté hacerlo... Pero estaba como loca... ¡Hasta trajo un arma!... ¿Qué podía hacer yo? Ustedes fueron las que me enseñaron a defender la vida, aunque tuviera que jugármelo todo.
—Defender la vida, sí. Mentir, no... No se trata de que vos críes un hijo que no te pertenece, de que lo prives de su verdadera identidad, de su pasado, de su historia... No es uno de esos perritos que encontrabas por la calle y escondías en tu mochila... ¡Esto es un ser humano!
La hermana la observó con decepción antes de continuar.
—¿Qué dice el padre de todo esto?
—No lo conozco... Pero sé que no lo quiere.
—¡Ahhh! Esto se pone cada vez mejor... Así que si el padre alguna vez busca recuperar a su hijo, vos le cambiás la identidad al chico para que le sea imposible... ¡Muy bien!
El tono de la hermana pasó con rapidez de sarcástico a imperativo... Y esa mujer pequeña sabía cómo hacerse obedecer.
—Ya mismo estás buscando a esa chica y la convencés de...
Mariana no la dejó terminar, y la enfrentó con autoridad.
—¡Vamos hermana! La conozco... Sé que de seguro usted misma ya intentó disuadirla... ¿O me va a negar que la habrá traído mil veces a esta oficina para patotearla, como hace ahora conmigo?
—Yo no “patoteo” a nadie —se defendió la directora con algo de enojo—. Quizás soy algo vehemente cuando hablo con las personas, pero... —volvió a enfurecerse—.¡Caramba! No estamos hablando de mí ahora... Lo que tenés que hacer es buscar ya mismo a esa chica y...
—Le juré por Dios que iba a hacerme cargo de su...
Pero Mariana no había terminado aún la frase cuando la hermana le asestó otro golpe con su famosa reglita.
—¡No se jura! —le gritó con enojo—. ¿No aprendiste nada en este Convento?
—¡No tuve más remedio, hermana! Además, pensé...
—¡Pensaste que ella iba a arrepentirse!... Y en cambio está tan feliz... Y ahora la arrepentida sos vos.
—Yo siempre quise tener una familia... Estoy muy sola y...
—Pero, ¿te das cuenta lo difícil que es ser madre soltera? Vivimos en una sociedad muy hipócrita y a la gente le encanta juzgar... Aquellos que se burlan cuando una mujer decide no tener sexo, son los primeros en apuntar con el dedo si otra queda embaraza. La gente es muy cruel, y no va a hacer excepciones con vos...
La hermana suspiró, y tomó una bocanada de aire antes de continuar
—Toda madre es admirable... Pero una madre soltera lo es doblemente: por darle vida a su hijo, y por aceptar hacerlo en soledad... Una madre soltera es la más admirable y generosa de las mujeres... Pero no para el mundo.
La hermana volvió a hacer una pausa y luego continuó
—¿Y si algún día te enamorás?... ¿Pensaste en eso?
Mariana bajó la cabeza y calló, y aquella mujer que la había criado supo interpretar su silencio. Luego le preguntó
—¿Alguien del trabajo?
—De la facultad..., pero ya se acabó —contestó ella con amargura.
Demasiada amargura, pensó la Hermana Clara. Por un momento acudió a su memoria la imagen de aquel muchacho de Buenos Aires que había venido a visitar el Convento desde Las Leñas. Algo en su mirada le recordaba a la que ahora tenía su antigua alumna... Pero de inmediato volvió a concentrarse en Mariana. (CAP 19)
—Puede haber otros...
—No, hermana... Usted me conoce.
—Entonces, asumo que nunca pensás casarte.
—¿Por qué no? Hay muchas cosas, además del amor, en un matrim...
De nuevo Mariana no pudo terminar la frase sin tener que soportar otro pequeño golpe en la cabeza.
—¡Tonterías! —gritó la hermana— ¿Qué pasa? ¿Le tomaste el gusto a las mentiras?
Pero una vez más su antigua alumna se le enfrentó
—Lo lamento, hermana. No voy a quedarme sola, y ahora tengo un hijo para criar... No tengo la culpa de haberme enamorado de la persona equivocada... Si encuentro un buen hombre...
—Vas a jurarle un amor que no sentís... ¡No importa!¡Total ya estás acostumbrada a jurar!
La hermana tomó distancia y volvió a sentarse detrás de su escritorio. Mariana dio por finalizada su comparecencia ante aquel pequeño tribunal de la Santa Rota, y se puso de pie para irse. Cuando ya casi llegaba a la puerta, escuchó a la directora preguntar
—Aquel hombre del que te enamoraste... ¿sabe algo delo que pensás hacer?
—Sabe que voy a tener un hijo —dijo Mariana, mientras abandonaba el cuarto, justo antes de poder ver como por los ojos de la dulce hermana asomaban las llamas del infierno.
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3 comentarios:
peroo q es lali!? un blancoo facil!?
todo mundo le pegaa ahoraaaaaaaaaaa
enloquescooooooooooooooo
te juroo q eloquescoooooooooooo
esperooo muchoo mass!
kierooo reencuentroooooooooooooooo
besossssss
pobrecitaa! esperoo que esto se solucione rapido porque me muero de la ansiedad!
haber si peter se entera ya de que mariana no ha estado con otro hombre... bueno espero el proximo con impaciencia!!!!
Un besoo mikita!!
poobre lali , todos en contra de ella ! que se solucione rapido lo de ella y peter quiero leer cuando se arrepiente de haberle dicho puta . Un besito; hasta el proximo :)
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