Durante sus dos primeros meses de estancia en el departamento de la Av. Libertador, Loly aprendió a lidiar con muchas cosas, y la vida comenzó a hacérsele más llevadera. El cambio principal fue que pudo obtener la clave que guardaba celosamente Elu para mantenerla alejada de la Internet. Ahora, cada vez que abría la pantalla, comenzaba su verdadera vida. Había trabado amistad con algunas desconocidas. A unas les pedía consejo sobre su situación , pero a otras, la mayoría, sólo las usaba para lucir su estilo de vida actual. Con los hombres, en cambio, la cosa era distinta: se había metido en todos los hot chats de la red, y los visitaba incansablemente. Pero era muy cuidadosa con eso: luego de cada sesión borraba todo rastro de lo que había abierto aquel día. No quería tener problemas con Eleuterio, y de haber llegado a descubrir que usaba las fantasías de él para excitar a sus acompañantes virtuales, la hubiera matado.
También pertenecía a un chat de lesbianas. Le gustaba el que fueran tan consideradas, y la forma en que la protegían. Una de ellas, particularmente, tratando de convencerla de que se conocieran, le había abierto los ojos sobre la precariedad de su situación actual. La mujer la había hecho reflexionar sobre su futuro en el caso, más que probable, de que Elu se aburriera de ella o, simplemente, se muriera. Pero Loly, que para entonces se había vuelto mucho más sabia, ya estaba tomando precauciones al respecto. También se estaba ocupando de su apariencia: le exigió a Elu que instalara un pequeño gimnasio en el que alguna vez había sido el cuarto de Cony, y sólo permitió que al departamento entrara comida de dieta. Recuperó entonces no sólo su figura de tabla, tan a la moda, sino que ganó también algo de flexibilidad a la hora de la cama... ¡Y vaya que la necesitaba! Eleuterio se volvía cada día más antojadizo, pero también más lento e impotente. Ella tenía que hacer verdaderos milagros para ayudarlo a acelerar un poco el proceso y sacárselo de encima con rapidez. Para eso tuvo dos grandes aliados: la internet, y la televisión. La una como fuente inagotable de sabiduría, y la otra como gran entretenimiento a la hora del tedio. En efecto, había convencido a Elu de que hacerlo a la luz del televisor la excitaba, y así había logrado matar dos pájaros de un tiro: evitar que la torturara con esos ridículos boleros, y poder seguir sus programas favoritos cuando la “acción” de su marido se tornaba inaguantablemente lenta y aburrida.
Pero la más valiosa lección que había aprendido durante aquel tiempo había sido cómo manejar a Eleuterio Ríos. Ya sabía, por ejemplo, como controlar sus accesos de tacañería. Cuando ella le pedía algo y él se lo negaba, le empezaba a preguntar de inmediato por la fábrica de cerámicas, y si era cierto lo que había escuchado por la televisión o leído en el diario: que se estaba fundiendo. Aquella sola mención hacía que él abriera su mano con generosidad para demostrar lo contrario.
En cuanto a las salidas a que al principio la obligaba, con viejos milenarios y sus esposas, Loly las evitaba cambiándose cinco minutos antes de la partida y vistiéndose como una nena. Bastaba que ella se presentara sin pintura y al natural para que él abandonara la idea de llevarla a ninguna parte. No le gustaba cuando la confundían con su hija.
Poco a poco se impuso también en cuanto a la moda a seguir. Cada visita a la peluquería, (el único lugar al que podía ir sola, porque quedaba a media cuadra), la muchacha conseguía recuperar un poco más su look anterior. Su cabello no crecía con rapidez, pero al menos los rulos habían desaparecido. Y en cuanto a la ropa, también pudo arreglarse. La esposa de un amigo de Eleuterio le había recomendado una modista que venía a la casa. Para Elu representaba un alivio, porque ya se había hartado de acompañarla en sus extenuantes tours de compras. Así, cuando la mujer la visitaba, traía dos tipos de diseños: uno para que Loly seleccionara junto a su pareja, de modelos serios y discretos, y otro de cuya existencia solo ella sabía. Por cada modelo del primero, se mandaba a hacer dos del segundo. Y, por supuesto, siempre se facturaban en una cuenta única.
Sí, ahora sí, después de haber sobrevivido aquellos dos meses, podía decir que estaba próxima a alcanzarlo todo. Y, en verdad, se lo había ganado.
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Cuando Pedro se encontraba con algún viejo amigo, y éste le reprochaba porque había desaparecido de todas partes, y le preguntaba qué había estado haciendo aquellos últimos dos meses, él le contestaba:
—Nada —y sonreía.
Y es que era imposible decirle la verdad sin escandalizarlo. Y es que en aquellos meses, los mejores de su vida, Pedro, o Pit se había limitado a vivir.
Cada día como novio de Mariana cobraba un significado distinto a los otros de su historia. Una historia no precisamente feliz. Llena de dinero y los abandonos y silencios propios de una familia disfuncional como la suya.
Él, como su novia, no había conocido las caricias de una madre, o el apoyo incondicional de un padre, (aunque éste sí le había aportado el alto nivel de exigencia e inseguridad que aún hoy lo atormentaban) Pedro había aprendido a ser seductor con las mujeres porque esa era la única forma de acercarse a su madre.
Había llegado a ser un buen deportista para satisfacer a su padre, y un maravilloso alumno por respeto a su abuelo, una figura que había cubierto con su sombra los primeros años de su niñez. Había cumplido con todos ellos, pero al mirar atrás, no recordaba haber sido feliz. Quizás por eso el pasado era algo de lo que ni Mariana ni él solían hablar.
Tampoco lo hacían de amores previos. Durante ese tiempo se habían amalgamado en forma tan perfecta que ninguno de los dos quería convocar a otros, aunque fueran fantasmas del pasado.
Vivían aquí y ahora, en la luminosidad de lo cotidiano, en el reposo del silencio. Cada acto que llevaban a cabo juntos se convertía en una experiencia total: pasaba por lo físico, iluminaba los sentimientos y se metía directo al alma. Sus días fueron poblándose de una maravillosa rutina: cuando el trabajo o la facultad terminaban, volvían uno al otro. Se encontraban en el departamento de él, y estudiaban hasta sentirse cansados. Luego iban a comprar, y juntos comenzaban a intuir los sabores y texturas de aquellos elementos que después ella iba a transformar en la cocina.
Le estaba enseñando a cocinar y a gustar de las comidas simples, esas que no figuran en ningún menú. Y además de la comida, muchas otras cosas estaban aprendiendo a disfrutar el uno del otro.
Desde el principio Mariana, convencida de lo que quería, le había impuesto límites concretos a las caricias de él. Y durante aquel tiempo él se había esforzado por respetarlos. Y en el camino de ese esfuerzo había aprendido a disfrutar de una sexualidad distinta, sin sexo como él lo conocía antes, pero lleno de promesas y deseos. Sensaciones que nunca hasta ese momento había tenido tiempo de descubrir, y que ahora lo satisfacían hasta dejarlo exhausto.
Nunca había pensado que el apoyar su cabeza sobre unos pechos generosos, pero que no tenía derecho a tocar, pudiera excitarlo tanto.
Nunca hubiera creído que pudiera demorarse así en una caricia, o que fuera capaz de expresar todo su deseo en un solo beso.
Moría por poseerla, pero al no poder hacerlo estaba empezando a aprender las formas de contagiarle a ella su necesidad, apenas tocándola.
Estaba aprendiendo a gozar no sólo de lo que tenía, sino también de lo que esperaba. No sólo de lo que veía, sino también de lo que imaginaba. Era como desarrollar una sensorialidad y una sensualidad distinta. Con tiempo... Con placer.
Por supuesto a veces tenía que volver a casa y ducharse con agua fría para calmar toda esa sed de ella que tenía entre las piernas... Pero valía la pena.
Y además del deseo estaban los silencios. Los numerosos silencios que habían aprendido a compartir y en que estaban tan cómodos. Cada noche cuando apoyaba su cabeza en el regazo de ella para escuchar música, le gustaba pensarse a si mismo como un guerrero reposando en los brazos de su amada.
Así era su vida por aquellos días. Por eso, simplemente contestaba:
—Nada... No estuve haciendo nada. —Y Pit sonreía enamorado.
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2 comentarios:
epaa!
qq capitulitoo!
cadaa diaa falta un poco menos!
y a su vez, cada vez desespero mas esperandoo q lleguee el momento laliterrr!
besttossss
jaja que bueno el capituloo mikita! que manera de experimentar nuevas sensaciones xD
deseando el momentillo! jajaja
Un besoo! ^^
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