viernes, 16 de abril de 2010

"Deliciosamente vulnerable" cap 27

Aquel domingo fue insoportable para Loly. Primero Eleuterio descubrió la falta de los mil pesos que había apartado para pagarle al servicio. ¡Se puso como loco! Le molestaba que, no sólo la mocosa le hubiera robado, sino que hubiera usado ese dinero para desobedecerlo. Ella no era su hija, como para perdonarle aquellas indiscreciones. Eleuterio no era estúpido. Sabía los peligros de que una boba como Loly circulara sola por ahí, y él no estaba dispuesto a convertirse en ningún cornudo. No se lo había admitido a la madre de Constanza, y mucho menos a ella. Cuando Loly empezó a llorar, (de verdad, y sin que la guiara ninguna clase de cálculo al respecto), Eleuterio se conmovió, y ahí vino lo peor para ella. Se tomó el resto del día en compensarla sexualmente por su dureza.

Aburrido, aburrido, asqueroso.


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Mariana tuvo la sensación de que Pedro la había observado toda la clase, como antes de su acuerdo...Aunque quizás era sólo su imaginación... Quizás eran sólo sus ganas de...Hay días y días para una mujer. Algunos se levanta calma y serena, otros ansiosa... Pero hay días...

Mariana estaba en uno de esos días. Días en que, como aquel, todo su ser entraba en alerta. Cuando descubría que abajo de su cabeza también tenía un cuerpo con necesidades. Cuando se encontraba a si misma mirando más de lo debido a alguna pareja besarse, o en que era más consciente de la presencia de un hombre hermoso en las cercanías.

El viaje a casa de Pedro fue tenso. Él aprovechaba cada semáforo para mirarla con intensidad, y ella no podía evitar que un escalofrío la recorriera cada vez que sus ojos se encontraban.

¡Dios! Le gustaba todo de ese hombre. Su aroma: mezcla de sudor y perfume caro. Sus manos grandes y fuertes, pero cuyo tacto conocía suave y varonil. Su cuerpo musculoso, de antiguo deportista. Su poco pelo negro, que mil veces había sentido la tentación de acariciarlo. Pero lo que más le atraía era su mirada. Mariana podía saber exactamente qué pasaba por la mente de Pedro con sólo asomarse a esos ojos. Pero a la vez se sentía desnuda y vulnerable cada vez que lo hacía. Deliciosamente vulnerable.

Al llegar al departamento de él las cosas no mejoraron. En vez de ubicarse directamente en la mesa para comenzara estudiar, Pedro puso música y se sentó en el sillón de enfrente, mientras la observaba, sin decir palabra. Mariana, en cambio, desplegó sus libros y se sentó donde siempre. Intentaba parecer serena y controlada, a pesar de lo que en verdad sentía.

—Conseguí la resolución del práctico que nos faltaba —anunció con aparente indiferencia.

Él no contestó. Sólo la miraba desde lejos. La tensión era demasiada para ella. Tenía que tomar distancia de alguna forma.

—Voy a hacerme un café. Estoy medio dormida —informó al fin, mientras se escapaba a la cocina para serenarse.

En su interior, miles de alarmas habían empezado asonar. Nada bueno podía salir de todo aquello. Los dos querían cosas distintas, pero con claridad él estaba ganando la partida. De repente Mariana no pudo pensar más. Pedro, Pit estaba parado atrás de ella. Apenas la rozaba... Y todavía la pobre muchacha no lograba reponerse, cuando él se apuró a tomar la cafetera, dejándola así atrapada entre sus brazos.

—Yo también quiero uno —le susurró.

Por un breve instante Mariana cerró los ojos y se perdió en el calor de aquel cuerpo fuerte que la cubría. Luego se recuperó, y con rapidez se hizo a un lado

—¿Me lo traés? —le dijo sin esperar respuesta, soltándose.

Pedro se quedó solo en la cocina. En realidad no tan solo: también estaba su conciencia. La misma que podía ver la fragilidad de ella, (¡maldita conciencia!) La misma que le recordaba lo que Mariana le había dicho aquella vez: “el primero que convenza al otro, sólo va a lograr hacerlo infeliz” Y él no era tan mala persona como para lastimarla. La deseaba terriblemente. Pero sabía que no era capaz de dar el único paso que ella esperaba.

Cuando volvió a la sala con los cafés, su actitud había cambiado. Se sentó a la mesa y empezó a revisar las hojas del práctico que ella le alcanzaba. Comenzaron a estudiar y Mariana pudo volver a tomar parte del control perdido.

Ya estaban por terminar, cuando los sorprendió la puerta del departamento que se abría de un golpe. Era Cristina que entraba con su propia llave, hecha una furia.

—¡Ya sabía yo que me estabas metiendo el perro! ¡Así que estudiando, ¿no?! ¡Estaba segura de que estabas con otra mina!

Pedro tardó en reaccionar. Y todavía trataba de asimilar lo que estaba ocurriendo, cuando escuchó la voz furiosa de Mariana que se dirigía a la otra.

—¡No! ¡Pará! Yo no soy ninguna mina... No tengo nada que ver con este tipo... ¿No te das cuenta que estamos estudiando? ¿O te pensás que me hago el bocho con el Impuesto al Valor Agregado?... Mirá, nena, ¿lo querés? ¡Es todo tuyo, te lo regalo!

Pedro se indignó. Estas palabras lo herían demasiado.

—¡Qué rápida que sos para regalarme, ¿no?!... ¿Qué?¿Soy tan poca cosa para vos y tu moral, que te ofende hasta que alguien pueda creer que tenemos algo?

—¡Justo! ¡Tener algo con vos! ¿Para qué? ¿Para que llegue en cualquier momento una loca con las llaves de tu casa?... ¡Paso!

Cristina, sorprendida por la conmoción que había generado, se dio por aludida:

—Esperá, si decís lo de loca por mí...

Pero nadie la escuchaba. Pedro se defendió como pudo:

—Yo no tengo la culpa de tener un pasado. A mí no me criaron en un Convento...Me gusta hacer el amor, y no tengo que pedirle perdón a nadie por eso.

Mariana le replicó enfurecida:

—Vos no tenés la más mínima idea de lo que es hacer el amor.

—¿Y vos sí? ¿Por qué no me lo mostrás, entonces? ¿O teda miedo tener que confesarle al cura las cosas que te pasan de verdad entre las piernas?

Mariana le devolvió una mirada de desprecio, pero en verdad estaba terriblemente dolida.

—Me voy —anunció mientras empezaba a juntar sus cosas con frenesí—. Te dejo con tu “amiga”

—¡Mejor! —contestó él con soberbia—. Apurate, así te llevo cuanto antes.

—¡Ni muerta me vas a llevar! ¡Me voy sola!

—¡Estás loca! Son las doce de la noche... ¡Te llevo yo!—le ordenó, mientras buscaba su abrigo y las llaves del auto.

—¿Pero vos te creés que te necesito para algo?... ¡Me voy!

Y diciendo esto, Mariana abrió la puerta del departamento. Pedro la siguió con determinación:

—Y yo pienso acompañarte, te guste o no.

Cuando pudo reaccionar, Cristina ya estaba sola en la sala.¡¿Qué había significado todo eso?!


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Al principio Mariana había tratado de tomar distancia de Pedro, pero en las dos cuadras que los separaban de la estación Retiro se le había ido acercando poco a poco. Y no porque hubiera cambiado de opinión, sino que, como la situación del país había ido empeorando, el lugar estaba repleto de pobres miserables que buscaban refugio, y de miserables, a secas. De día se mezclaban con la multitud, pero de madrugada se adueñaban del lugar. Mariana estaba ofendida, pero no estaba loca. Cuando llegaron a la estación, el tren con destino a Belgrano R estaba por partir. Ella subió, y Pedro se sentó a su lado.

No hablaban. Primero también él se había enojado, pero ahora estaba feliz: ¿no había sido acaso la reacción de Mariana provocada por los celos? ¿No le hablaba su furia de lo que en verdad sentía por él? Un ciego pasó pidiendo limosna, (durante el día era un desfile permanente de mendigos, pero a la madrugada sólo había quedado aquel pobre hombre) Pedro lo miraba extrañado: todo era nuevo para él. Exceptuando el Amtraky el Orient Express, era la segunda vez que viajaba en tren en toda su vida.

—Pobre tipo, ¿no? —reflexionó, tratando de iniciar una charla.

Pero Mariana no le contestó, y él no siguió hablando. Cuando llegaron a la estación Carranza la luz del vagón se cortó por unos segundos.

—¿Qué pasó —preguntó, algo sobresaltado.

—Si te bajaras alguna vez de tu auto importado no preguntarías —replicó ella con algo de desprecio—. A veces, cuando el tren llega a la estación, todo se apaga. Pero es apenas un parpadeo.

—Es horrible. Es como quedarse ciego por un rato. Debe ser horrible ser ciego — comentó sin mirarla. Pero igual ella se enojó.

—¡Ves como sos! “...es horrible estar ciego” —dijo, imitándolo—. Siempre criticás lo que no conocés.

—¡Está bien!, entonces: debe ser hermoso estar ciego.

—No digo eso, no te hagás el tonto. Digo que más horrible debe ser no poder ver lo que te rodea, estés ciego o no... Y de eso vos sabés mucho.

—¿Y qué cosa no veo yo? —le dijo mirándola fijamente.

Pero ella pretendió no escucharlo y se paró para bajarse. Pedro se paró también, pero había cerrado sus ojos e intentaba asirse de su hombro.

—¡Ayuda para este pobre ciego...! —gritaba.

Una mujer quiso guiarlo, pero Mariana le dijo:

—Déjelo No está ciego, está borracho.

Él, lejos de ofenderse, le siguió el juego.

—Es cierto. Pero tomo para olvidar las cosas que me hace esta mala mujer.

Bajaron del tren. Pedro... o Pit insistía en tomarla del hombro. Iba con los ojos cerrados y caminando a tientas. Cuando ya acababa el andén se llevó un poste por delante, y Mariana sonrió. Después, viendo su obstinación, tuvo que ceder a su juego, y comenzó a guiarlo como si realmente fuera ciego.

—¡Cuidado!, hay tres escalones —le informó, mientras lo ayudaba a bajarlos. Él tropezó y cayó sobre ella.

Quedaron enfrentados, parados en la estrecha vía arbolada que comunicaba la estación con la calle. Mariana quiso continuar, pero... ¿Ahora si? Pit la retuvo.

—¿Cómo vería tu cara si no la pudiera ver? —le susurró mientras volvía a cerrar los ojos y comenzaba a recorrer cada una de las facciones de ella con sus dedos.

Su contacto la quemaba, y también ella cerró los ojos, expectante.

—Tenés pelo largo, lacio.... muy... largo. Y tus ojos son grandes y... Tu nariz... Está bien tu nariz.... y tu boca...

Incapaz de seguir adelante abrió los ojos. La observó complacido, en aquella actitud entregada, y ya no pudo resistirse. Comenzó a besarla. Ella no lo alejó. No podía pensar. Sólo sentir su boca en la suya y su lengua acariciándola, poseyéndola. Sólo podía oler su aroma, tan propio. No tenía más fuerzas para escapar.

El beso terminó, y por un momento Mariana permaneció contenida en los brazos de él... Pero luego se apartó. Sabía que ¿Pit? tenía un inmenso poder sobre ella, y también sabía que podía llegar a dañarla horriblemente. Se sentía vulnerable e insegura. Por un momento calló a su corazón y buscó en su mente las palabras que pudieran salvarla, pero él se le adelantó.

—Está bien... ¡ganaste!. Las cosas van a ser como a vos te gustan ¡Claro que eso no significa que esté dispuesto a casarme o algo así!... Pero si vos no intentás convencerme, yo me comprometo firmemente a respetarte. A conformarme con lo que me quieras dar. A ser simplemente tu.... “novio”... ¿Queda un poco ridículo eso, no?

Entonces él le tomó la mano, volvió a mirarla y dijo :

—Vos, ¿querés ser mi novia?

Y sin esperar respuesta la besó largamente. Todo el cuerpo de Pit reaccionó a aquel beso. Y entonces tuvo que separarse.

—Va a ser extraño esto de tener sexo sin sexo —reflexionó—. Voy a tener que acostumbrarme. Y vas atener que tenerme paciencia.

QUE TULL????

4 comentarios:

Anónimo dijo...

POR FINN!!!(L)
me encantoo toodo del capitulo!
l
a verdad esque eeste peter la estaba remando jaja y beso laliter (L)
y fue muy lindo que la respete!

buenoo espero con muchas ganas el siguiente cap! =D

Un besoo mikita!

Marian Tosh!~ dijo...

el la remaba y muy bien

peroo me encantaa q seaa ella kien tenga q remarlaa ahoraa!!

kiero mas!

y mass!

jaja

besitossssssssssss

Ainhoa dijo...

Para mi que ahora ella se va a hacer la dificil... jaja espero que no igual
besos

Camila dijo...

Awww lo
ame!! Jajajaja lo lei dos veces tanto q me gusto xD

al fin llego el beso =D *_*

marianita no va a poder resistir con semejante cuerpo al lado de ella! Jajajajja