"Deliciosamente vulnerable" cap 15

—Lo tenés todo calculado. No dás un paso sin pensarlo dos veces... ¡Que aburrida! —replicó, con una mezcla de cansancio y desprecio.

No era la primera vez que a Mariana le decían“aburrida”. Ya no la ofendía. Quizás todas las miserias que había visto en el Convento le habían enseñado que cada día de su vida era un momento único e irrepetible, y que valía la pena disfrutarlos todos. Pero no podía decírselo a Lanzani. Él no iba a entender que una mañana fuera distinta a otra por el olor de un tilo, o por el sol colándose entre los edificios... No, los dos vivían en mundos paralelos, y él no conocía nada sobre el de ella. Se limitó entonces a sonreír y aceptar.

—Si, soy muy aburrida.

Pero Pedro se dio cuenta de inmediato lo mucho que esa respuesta callaba. ¿Qué le ocurría a esa mujer? ¿Se estaba burlando? ¿También ella se creía superior?... Sintió que toda la bronca contenida de aquel día se le escapaba por la boca.

—Sí, claro que lo sos: aburrida y controladora. ¡Todo tiene que ser a tu manera! ¡Parecés mi viejo!

“¡Ah!”..., pensó Mariana, “el problema era con el padre”.

Pedro continuó:

—Nada te viene bien. No importa lo que yo haga... Nada les viene bien... ¿A ver si se creyeron de verdad que no soy nadie? Que no existo... Como cuando ni me miras en la facultad...

—Tu padre no es alguien fácil, pero es tu padre —reflexionó Mariana, escuchando sólo lo que él en verdad quería decirle—. Y sé, por experiencia propia, que es mejor sentir una molestia constante, que una ausencia perfecta.

—No, eso no es cierto... Es mejor estar solo, pero ser fiel a uno mismo, que estar rodeado de gente y no ser nadie. Gente, por otra parte, que ni siquiera sos capaz de odiar, a pesar de todo lo que te dañe... Eso tarde o temprano te hace pelota.

—Pero vos sos fiel a vos mismo.

—No, no lo soy. Soy lo que otros esperan de mí... ¡Si ni nombre tengo yo! ¡Pedro Lanzani! ¡¿No pudieron pensar en otra cosa?!... Hijo de..., nieto de..., Pedrito.

—Pit —dijo Mariana con convencimiento, mirándolo a los ojos.

Y su voz se le metió a él en el corazón.

Por un momento cruzaron miradas y callaron, hasta que ella agachó la cabeza, ruborizada.

—Apenas vi a tu padre un rato, en un examen —rompió el silencio Mariana—. En realidad, le bastó ese rato para torturarme. Acepto que no es un hombre fácil... Mirá, yo no lo conozco mucho y jamás vi a tu abuelo, pero te conozco a vos. Te he escuchado muchas veces en la facultad... Y no porque “portás apellido”, sino porque tu voz sobresale sobre las otras. Sos inteligente, rápido, y tus opiniones valen la pena. Yo he aprendido mucho con tus preguntas...No sé de qué te quejás... Te pusieron un nombre con historia, y tal parece que estás dispuesto a hacer historia con ese nombre... El laburo del que me hablaste la otra vez, por ejemplo... Realmente me dejaste impresionada con eso.

—Un laburo que en este momento lleva la firma de mi padre.

—¡¿Ese es tu problema?!... ¡Bienvenido a la realidad! En el estudio en que estoy, soy la única que trabaja, y no sólo no firmo, lo cual sería un lujo, sino que tengo el sueldo más bajo de todos.

—No, pero no entendés... Yo sé que todavía no me recibí... Pero es que mi abuelo le hizo lo mismo a mi viejo .No importa cuán bueno sea, nadie espera nada de mí. Parece que sólo hay lugar para un Lanzani en cada época. Es como cuando voy a dar un examen: me mato estudiando, por orgullo, pero cuando llego a la mesa me hacen dos preguntas boludas y me despachan con un diez. Así no sirve.... Así no me sirve.

—¿Y si lo hablás con tu viejo?

—¡Ja!

—¿Y si buscás otro laburo?

Pedro empalideció.

—¿Cómo otro laburo? ¿Cómo voy a buscar otro laburo?... Todos se mueren por trabajar en el estudio Lanzani, y justo yo, que soy el dueño...

—Ese es el problema: no sos el dueño. Sos un empleado, asumilo... No te menosprecies. Vos podés brillar con luz propia en cualquier lado. Es cuestión que abandones el ala protectora de papi y te decidas a crecer.

—¡Para vos es fácil!... Estás acostumbrada a ser“pobre”... Yo en cambio, ¿quién me va a pagar lo que gano en el estudio?... No puedo conformarme, de repente, con un sueldo de dos mil....

Mariana lo contempló sorprendida ¿Dos mil le parecía poco? Para un puesto como el que buscaban, el sueldo era de escasos mil quinientos... Y ni mencionar los ochocientos que ella ganaba en la actualidad por diez hora de trabajo, casi insalubre.

—Volvelo a pensar. Hay más cosas aparte de la plata....

Mariana tuvo la certeza de que habían llegado a un punto muerto. Al parecer Lanzani no estaba preparado para ser simplemente... Pit.

—¿Me permitís hacer una llamada? Alguien ya tiene que haber llegado a la pensión...

Pedro la vio alejarse hacia el teléfono, (¡que buena estaba!), y sintió el efecto relajante de haber largado parte del veneno que había acumulado durante ese día.

Curiosamente, a pesar de no haber sido reconocido por su trabajo, se sentía en alguna forma compensado por el hecho de que una mina brillante como Esposito lo considerara “una voz que sobresalía sobre las otras”...¿Cómo había dicho? Si, “alguien que llevaba un nombre con historia, y que estaba dispuesto a hacer historia con su nombre”... Eso estaba muy bien.

De repente se sintió hambriento. Tomó el celular e intentó, vanamente, que sus proveedores habituales le trajeran comida. Todo Retiro estaba cubierto de agua, así que habían quedado aislados.

Y, aunque su estómago comenzaba a quejarse, no estaba nada mal estar aislado con Esposito.


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Constanza obligó a su padre a ir a buscarla a la comisaría. Y si bien él tuvo que atravesar calles inundadas para lograrlo, se sentía satisfecho de que, esta vez, su hija fuera sólo una testigo y no la imputada.

Cuando llegó a la comisaría, a la primera que vio fue a Loly, pero ninguno de los dos se saludó. Incluso cuando Constanza los presentó actuaron como si fueran desconocidos. Eleuterio se sentía en falta con su hija, no le gustaba mentirle más de lo necesario. En cambio Loly parecía excitada con la farsa. De hecho, hacía grandezas pavientos por el honor de conocer en aquel momento al padre de su amiga.

Cuando su hija le pidió que la llevara a comer, Eleuterio se vio en la obligación de invitar también a Loly, que no se les despegaba.

Una vez en el restorán, las muchachas se mostraron alegres y distendidas. Él, en cambio, incómodo. No le gustaba hacerle de padre a hijas ajenas. Ya bastante dolores de cabeza tenía con la propia.

Eleuterio no era un hombre fácil. Sólo Constanza lograba doblegarlo a su antojo. Y es que él no podía evitar sentirse culpable porque la madre de ella los hubiera abandonado. Por eso Cony era tan consentida. Y quizás por eso había pasado por tantas experiencias en su vida...

—Voy al baño —informó Constanza a Loly— ¿Me acompañás?

—No... No tengo ganas, gracias.

Constanza la miró con algo de sorpresa. ¿Desde cuándo las mujeres iban al baño sólo cuando tenían ganas?..., pero al fin se fue sola, sin insistir.

Loly esperó a que su amiga desapareciera por la puerta, para tomar la mano de Eleuterio.

—No comiste nada — le dijo con aire de preocupación.

Él le clavó sus grandes ojos oscuros. ¿Qué buscaba esa mocosa? Más le valía no insistir, porque a él no le gustaba joder a la hija de nadie, pero...todavía era un hombre bien puesto, y no estaba bien provocarlo.

Retiró la mano de la muchacha con algo de enojo.

—No tengo hambre —se limitó a decir.

Ella se quedó observándolo, algo cortada. Pero de inmediato retomó el diálogo.

—Te quería agradecer por la otra vez... No sabés qué valiosas fueron tus palabras.

¿De qué hablaba esa pendeja? ¿Qué palabras? ¿Por qué insistía en comportarse como una puta, cuando todavía era una nena? Pero se había equivocado de hombre... Como buen empresario, Eleuterio sabía que había ciertos negocios que, por más ventajosos que parecieran, había que dejarlos pasar. Y acostarse con una menor era uno de ellos.¡Lástima! La mocosa tenía uno de los mejores culos que hubiera visto en toda su vida.


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—¡Que raro!... Suena, suena, pero nadie contesta.¿Estará andando este teléfono, o se habrá descompuesto por la lluvia?

Era raro que Mariana parloteara, pero de nuevo estaba incómoda en casa de Lanzani. Él no había dejado de mirarla mientras ella trataba de comunicarse, y no precisamente a los ojos. Se sentía desnuda y en peligro en aquel departamento de soltero, y no porque pensara que él fuera a lastimarla. Por el contrario, parecía un buen tipo...No. Lo que la preocupaba eran sus propias reacciones. Temía que se notara su turbación.

—Es muy tarde —insistió—. Mejor me voy.

—Está todo inundado... Estamos aislados.

—Nadie está aislado a dos cuadras de Retiro... Me tomo el tren y listo.

—Te sentás, te calmás, y esperás a que pase la lluvia...Después te llevo —replicó él, con segura suavidad, sacándole el teléfono de las manos.

Mariana no discutió. Más porque su proximidad la hacía estremecer, que porque pensara que tenía razón.