Al encontrarse en la confitería Eleuterio había besado la mano de Loly, en el gesto más romántico que ella recordara. Después, ya en el restorán, había comprado rosas para regalarle... Y al llegar el momento de ordenar, lo había hecho por ella, y la comida había estado increíble. Charlaron, (en realidad había hablado él, y ella lo había escuchado atentamente), y habían reído. Los dos sabían que aquello era apenas el preámbulo para lo que vendría después, y estaban muy nerviosos. Cada uno tenía miedo de defraudar al otro. Cuando terminaron de comer, él la invitó a conocer su departamento, y ella aceptó.
El lugar era maravilloso y, al verlo, Loly supo de inmediato que estaba haciendo lo correcto. Se sentaron. La música, (boleros, para horror de ella),surgió de la nada, y las luces se apagaron. Quedaron iluminados apenas por un rayo tenue que salía de algún sitio que Loly no podía identificar. Elu comenzó a besarla con lentitud. Al principio su tacto resultaba extraño para ella. La piel de él era áspera y arrugada, y su boca no era como la de los chicos que la habían besado antes. También sus tiempos eran distintos: era dueño de una calma sorprendente. Cada beso duraba varios minutos, y no dejaba ningún lugar de su boca sin explorar. Su lengua la recorría entera, y en algunos momentos ella no podía evitar estremecerse brevemente con algo de asco. Luego comenzó a desabrocharle la camisa, y con la misma lentitud comenzó a acariciar y besar sus pechos incipientes. Tomó un par de horas que la desnudara, (a veces Loly perdía algo de la concentración), pero por fin él se sacó el calzoncillo y comenzó a poseerla.
Le resultaba bastante más difícil de lo que en un principio hubiera imaginado. ¡Y eso que no estaba usando preservativo! El roce era áspero y le hacía perder parte de su erección. Por fin Eleuterio se concentró en acariciar el culo tenso y perfecto de aquella nena maravillosa, y lo logró. Sintió algo mojado, y pensó que había habido un pequeño “desborde”, pero cuando sacó su miembro pudo ver la sábana manchada de sangre.
—¿Eras virgen? —preguntó, incrédulo y conmovido.
—Sí —respondió ella con timidez.
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En el pasillo de la facultad estaban discutiendo animadamente acerca del último partido de la selección nacional. Era el grupo de los que ya estaban a punto de recibirse. Se los distinguía de los demás porque llevaban trajes elegantes y corbatas caras, eran bastante mayores que el resto, y se movían por aquel pasillo como si fueran sus dueños. En el grupo estaban Dante, Ricardo, Ignacio, Fran y Esteban.
Cuando la discusión ya estaba promediando, de la nada, apareció Pedro.
—¡Miren quién está acá! —anunció, dirigiéndose a Esteban, en voz fuerte y clara—. Mi amigo Esteban Franchinotti —continuó, mientras lo palmeaba con cierta violencia. No tardó en pasar su brazo por el cuello del otro y comenzar a cerrarlo, dejando atrapada la cabeza de su rival.
Los demás los miraban atónitos. Esteban era mucho más alto y corpulento que su oponente, pero quedaba claro que uno estaba furioso, mientras que el otro, aterrorizado.
—¡Este Esteban! ¡Que boludo es mi amigo Esteban! ¡Un pelotudo de mierda! —repetía Pedro en tono pretendidamente amable, pero sin aflojar, a pesar de los ruegos del otro—. Parece que nadie le enseñó a distinguir entre una puta y una buena piba... Como Mariana Esposito, por ejemplo... —Y remarcando las palabras, agregó—: Yo nunca me acosté con Mariana Esposito... ¿Y sabes por qué, Esteban?
El pobre no contestaba, y Pedro, que ya casi tenía su cabeza a la altura de la cintura, apretó el cerco un poco más.
—¿Por qué, Esteban? —insistió.
—No sé... —respondió el otro con dificultad.—Porque ella no quiso... Porque es una buena piba...¿Entonces qué te hizo pensar que se iba a acostar con una rata miserable como vos?
—Pará, largalo, lo vas a matar... —terció Dante, preocupado. Pero Pedro no aflojó.
—¿Sabés lo que te va a pasar si te acercás de nuevo a Mariana? ¿No?... ¡Esto!
Y le propinó con la mano libre un puñetazo en medio dela cara que dejó a Esteban tendido en el piso.
—¿Alguna duda? —preguntó dirigiéndose a los demás en tono amenazador. Pero nadie dijo nada.
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Mariana llegó a la facultad con mucha anticipación. Ya cuando subía las escaleras tuvo la sensación de que una muchacha la miraba raro. Luego, al caminar por los pasillos, se sentía el centro de la atención, y por un segundo hasta le pareció ver que alguien la señalaba. En su mente repasó cada detalle que podía estar mal o fuera de lugar:¿tendría el cierre de la pollera abierto?; ¿se le habría desabrochado la camisa?; ¿alguna costura se habría descosido? Trató de taparse con la cartera y sus libros, y fue con paso rápido hasta el baño. Allí se encerró en uno delos cubículos para revisar toda su ropa. Sin querer, escuchó parte de la conversación que estaban manteniendo unas chicas que acababan de entrar
—Sabés que no la ubico para nada...
—Es una petiza... No vale gran cosa... ¡Él es mucho mejor!
Pero lo más extraño fue que, cuando Mariana abrió la puerta para lavarse las manos, las otras se callaron de inmediato. Al salir del baño pudo escuchar las risas ahogadas de las muchachas a sus espaldas.¿Qué estaría pasando?
Le bastó pisar el aula para que todo el mundo hiciera un repentino silencio. Sólo Pedro la saludó con un amplio movimiento de cabeza y una gran sonrisa.¿Qué estaría pasando?
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Eleuterio llevaba un día completo sin dormir. Sentía una culpa terrible por lo que había hecho. Pensaba todo el tiempo en el pobre padre de Loly, que había mandado a su hija a Buenos Aires con la ilusión de que estudiara, sólo para que uno más viejo que él se la terminara arruinando.¡Pobre tipo! Sabía de qué se trataba: él mismo ya había pasado por eso...¡Si lo hubiera sabido antes! Inocentemente había creído en las palabras de Constanza y había confundido el encandilamiento que la pobre chiquilina tenía con él, con el hecho de que fuera una puta.¿Qué podía hacer ahora para arreglarlo? Tenía que pensar algo.
Por de pronto decidió mudar a Loly a su departamento de la Av. Libertador, lejos de la curiosidad de su hija. Allí podría tenerla como una reina, y aprovecharía para pasar esos dos meses en que no podía usar preservativos... Ahora que se sentía joven y sano otra vez, no quería contagiarse nada, y la chica era un certificado de salud ambulante....
Por otro lado, ella podía beneficiarse con su experiencia en la cama.“Bueno”, se consoló, “después de todo, y culpas aparte, la cosa bien podía convertirse en un negocio redondo”
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—¡Eh! ¡Despertate!
Mariana abrió un ojo y observó a su amiga Agustina parada frente a ella. Luego, instintivamente, miró el despertador y vio que aún faltaba media hora para que sonara.
—¿Qué pasa? —preguntó sólo por cortesía, mientras intentaba volver a dormir. Sabía que Agustina era bastante desconsiderada si tenía que irse para el hospital, y se le perdía algo.
—¡Sos una cerda! ¡No me contás nada! ¿Así que Lanzani quiso acostarse con vos?
Mariana se sentó en la cama de un salto. Ya no tenía sueño.
—¿Quién te dijo eso? —preguntó entre sorprendida y enojada.
—Toda tu facultad lo comenta —contestó sin darle mayor importancia, sólo para volver a preguntar con curiosidad—. Y Esteban Franchinotti... ¿qué te hizo?
La pobre Mariana creyó estar viviendo una pesadilla. Ella, que durante tantos años se había cuidado de pasar inadvertida para todos, ahora era la comidilla de sus compañeros.
—¡Lo mato!... ¡A Pedro lo mato! —protestó, realmente enojada.
—Sin embargo Ricardo me contó que estuvo increíble...¡Miralo vos a Lanzani!... Terminó siendo un caballero—le salió al paso Agustina de inmediato, defendiéndolo.
—¿De qué hablás?
—¿Cómo de qué hablo? ¡De lo que paso ayer en tu facultad!
Mariana tenía miedo de preguntar.
—¿Qué pasó?
—¿De verdad no lo sabés? ¡Sos una dormida! ¡Pedro le pegó a Esteban! Lo dejó tirado en el piso. Le dijo que nunca más se te volviera a acercar... Y también dijo que, a pesar de que estaba muerto con vos, no lo habías dejado tocarte, porque eras una buena piba. Y que si alguien te volvía a molestar, lo mataba... ¡Un caballero con todo y armadura! ¡¿Qué me decís?!
Mariana volvió a meterse en la cama y se tapó la cabeza con las frazadas. No tenía ni la menor idea de qué decir. Y lo que era peor: también ignoraba qué sentir.
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Recién cuando Loly golpeó por accidente el espejo de pie, con la valija que llevaba, Constanza se despertó. Mil pedazos se regaron por el piso, y Loly quedó en medio de las astillas, petrificada.
—¿Qué pasa? ¿Adónde vas? —preguntó Constanza, todavía dormida.
Loly comenzó a sentirse miserable. Se había cambiado en absoluto silencio, y ahora, estúpidamente, armaba aquel escándalo con su torpeza.
—Me voy... Tengo que irme... El espejo te lo pagodespués... En tal caso, te mando un cheque... —balbuceó.
Contanza la escuchó, incrédula. ¡¿Un cheque?! Aquella pendeja ni debía saber qué era eso. ¿De qué mierda estaba hablando?
—¿Adónde te vas? —volvió a preguntar Constanza, pero esta vez con autoridad.
—A mi casa —mintió la otra—. Como largué la facultad, tengo que volverme.
—¿Y no pensabas despedirte? ¿No me ibas a dar tu dirección, o un teléfono?
—Es que todavía no sé la dirección justa.
—¿De tu casa? ¿No sabés la dirección de tu casa?
Loly se había estado preparando para aquel interrogatorio durante toda la noche, pero ahora las ideas se le mezclaban.
—Es que... mis viejos se mudaron... No hay plata ¿viste?... ¡Pero ni bien la tenga, te llamo y te la doy! —se justificó mientras, caminando sobre los vidrios rotos, se apuraba a salir del cuarto.
“¿Qué le pasa a esta idiota?”, preguntó Cony al cuarto vacío. Y se volvió a dormir.
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Mariana se sentó en el banco helado de una plaza desierta. Tenía que pensar antes de ir a la facultad. Tenía que sacar fuerzas para afrontar la vergüenza de lo que había pasado. Su vida no sólo se había puesto patas para arriba desde aquella primera salida con Pedro (o Pit), sino que ahora era de dominio público y estaba a consideración de todos.
Y además estaba lo otro. Esas cosas que le molestaban, pero en las que no quería pensar. Ese sentimiento cálido que la inundaba cada vez que imaginaba a Pedro (o Pit) saliendo en su defensa. Ese sentimiento oscuro cuando recordaba a aquellas chicas en el baño: “no vale gran cosa...., él es mucho mejor”
Decididamente no tenía que sentir. Tenía que pensar.
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Aquella misma tarde Eleuterio acompañó a Loly a un ginecólogo de su confianza. Quería tomar precauciones para evitar futuros dolores de cabeza. Cuando le explicó el caso, el médico le sonrió con complicidad y le recetó anticonceptivos orales. Una pastilla al día, y otra por las dudas, y el asunto quedaba acabado.
Después del doctor, Elu llevó a Loly a la peluquería y de compras. La guió en la elección del peinado, los zapatos y la ropa. Ella no se opuso a nada.
Cuando llegaron de vuelta al departamento, Eleuterio la miró complacido. Había gastado una pequeña fortuna en la muchacha, pero había valido la pena: ya nadie le iba a preguntar si era su hija. Ahora Loly se veía como una mujer de treinta.
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Para cuando Mariana juntó el valor suficiente, la clas ehabía empezado. Su asiento de primera fila ya había sido ocupado, así que tuvo que sentarse atrás. Todo el tiempo mantuvo la mirada fija en el pizarrón. No quería saber si él estaba cerca. No quería saber si él estaba.¡Pero estaba!
—Hola —le susurró Pedro, pegado a su espalda. Se había corrido un lugar para ubicarse detrás de ella.
Volvió a insistir: —Hola.
Pero de nuevo Mariana no contestó.
—¿No me vas a saludar? ¿Estás enojada conmigo? —preguntó con fingida inocencia. Y ante su silencio siguió hablando como si ella le hubiera respondido.—Admito que me extralimité un poco.
—¡Un poco!
—Es que cuando lo vi me puse enfermo. No fue premeditado
El profesor anotó algo en el pizarrón, y ellos lo copiaron en silencio.
Mariana tomó aire. Tenía que encontrar la calma y el balance. Tenía que olvidarse que Pedro estaba ahí.
—¿Me esperás en la parada del colectivo? — le susurró él.
—¡No! —se indignó la otra.
—¿Por qué? ¡Dale! Así podemos hablar más tranquilos y...
El profesor dirigió la vista al fondo del salón
—¿Le pasa algo Sr. Lanzani?
—Sí, profesor. La alumna Esposito no quiere salir conmigo, y estoy tratando de convencerla.
Mariana se puso verde y roja al mismo tiempo. El profesor sonrió. Incluso él estaba al tanto de lo ocurrido.
—A ver, Esposito, por favor dígale que sí a Lanzani así podemos continuar con la clase... Ah, y de paso aproveche para explicarle Impuestos, que buena falta le está haciendo.
Todos festejaron la humorada del profesor. Todos menos Mariana.
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4 comentarios:
quee lindoo cap!! como la defiende mi vida! (L) esperoo que le diga q sii!! jeje
espero el proximo! =)
un besooo!(K);)
Awww maaa tiernooo el capii!!! Lo amee!!!!
jajaja q le pasoo a lanaznii!
se comiooo un camion de dulce de lechee?
jhajaja
amee el cap!
y pagariaa por ver a lali verdee y rojaa! jaja
adoree el cap!
vamosss mikitaa
dos al diaa!
porfiss!
besitossssssssss
Jajjaja muy buenooo me encantooo exelente :D
yoo me mueroo si alguienn hacee lo qe le hizo peter a lali en la partee final preguntandole frente a todo el cursoo yo creoo qe saldria corriendo ..
esperoo otro prontoo besos
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