El cuarto día después de que Fernando fuera dado de alta del sanatorio, Mariana se subió al micro y regresó a Buenos Aires. Las religiosas la vieron partir con lágrimas en los ojos. Sólo la Hermana Clara sonreía en su interior. Su pupila era una criatura de Dios, llamada a encontrar la verdadera felicidad de su vocación y destino de mujer. Y las criaturas de Dios debían ser libres.
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Los primeros días del nuevo ciclo de la vida de Mariana no fueron fáciles. Cuidar a un bebé era un trabajo en si mismo, lleno de satisfacciones y sinsabores.
Ahora entendía la admiración que profesaba la Hermana Clara por aquellas desesperadas que llegaban al Convento con un pequeño hijo entre los brazos. Y es que ser madre oltera requería valentía y, sobre todo, mucho amor. Y al menos a ella no le faltaba amor por su pequeño Fernando Pedro.
Cuando llegó a la pensión con su bebé a cuestas nadie pareció muy sorprendido. Al decir su nombre todos preguntaron por qué llamarlo Fernando, pero nadie preguntó por Pedro. Todos asumieron que aquella era la consecuencia lógica de que una chica inocente se mezclara con un hombre rico y de mundo. Pero nadie preguntó nada.
Marana contrató a Normita para que cuidara a su bebé mientras iba a trabajar. Ella aceptó con gusto, segura de contar con la ayuda de su madre. Todo parecía encaminarse, hasta que recibió la llamada de su antiguo jefe desde California, Estados Unidos. Había decidido quedarse a trabajar allí, como consultor de negocios para el Cono Sur, en una de los estudios más prestigiosos.
Mariana tembló.
Contaba con el trabajo de Farrell, Gonzalez y Asoc. para poder sobrevivir y pagar deudas. Pero su jefe no se había olvidado de ella. Su contrato seguía en pie y, aún a pesar de la profunda crisis en que se sumía el país, la esperaban el primero de abril. Sólo faltaban llenar los últimos requisitos, como el examen médico y psicológico.
Prometiéndose seguir en contacto, Mariana cortó con aquel hombre generoso que tan bien la había recomendado. Fuera como fuera su nuevo jefe, estaba segura que iba a extrañar a éste.
¡Y vaya si después lo extrañó!
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Constanza buscó durante meses a su ex- amiga Loly, con una pistola escondida en el bolso. Y no porque pensara matarla, que no había sido criada para acabar en la cárcel, sino porque quería pegarle el susto de su vida. Pero todo fue inútil. Loly nunca apareció. Se la había tragado la tierra. No estaba en su casa, ni en la pensión, y estaba segura que Elu no la ocultaba.
Cony estaba tan frustrada por no poder vengarse, que comenzó a usar la pistola para asustar a todo el mundo, sólo por diversión. Su juego preferido era atar con esposas a su amante de turno y luego fingir que le disparaba a su sexo. Claro que después de la experiencia con el padre de Loly, sólo se lo hacía a los que veía fuertes, y luego de cerciorarse de que no tuvieran problemas cardíacos.
También había usado la pistola con un pobre remisero, porque el tipo había intentado cobrarle por encima de la tarifa regular. Pero incluso lo había hecho en plena calle y a la luz del día, para asustar a unos chicos que la perseguían pidiéndole monedas. Cada día Constanza le encontraba mayor utilidad a aquel artefacto. Comenzó a descubrir que no era en absoluto mala idea andar armada cuando se era rica, sobre todo en un país que todos los días se llenaba de nuevos pobres. Sí, no iba a separarse de su pistola...Incluso iba a tener que considerar ponerle balas.
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Mariana entró a la oficina de personal. Ya todo estaba listo. Faltaba únicamente anotarse en la obra social para tener un seguro de salud.
La empleada parecía amable:
—¿Nombre?
—Mariana Esposito.
—¿ Edad?
—Veintidós años.
—¿Estado civil?
—Soltera.
—¿Hijos?
—Uno.
La empleada empalideció. Se puso de pié y cerró la puerta.
—¿Tenés un hijo? — preguntó susurrando.
—Sí... Un bebé de dos meses ¿Hay algún problema con eso?
—¿Cuando te contrataron, dijiste que tenías un bebé?
—No se dio el caso, pero...
—Mirá, me caíste simpática y voy a ser franca con vos. Acá no quieren mujeres casadas. Mucho menos solteras con un bebé.
—No entiendo...
—La verdad es que con un hijo... ¿viste?... Hay horarios, y todo eso. Además, si al chico le pasa algo... ¡Siempre es una la que corre!... Si se enfermó, si no vino la niñera...
—¡Eso es injusto! —protestó Mariana.
—Claro que es injusto. Pero las cosas son así... Acá hay varias que se casaron y no avisaron nada. No cobraron el subsidio por matrimonio, ni se pidieron los días, porque sabían que ni bien volvieran de la luna de miel iban a estar en la calle... Hacé lo que quieras, pero yo no lo anotaría...Es mejor que le pagues el seguro en forma privada, o lo lleves al hospital... Entonces, ¿que hago?.... ¿Lo anoto?
—No, mejor no —contestó Mariana entre dientes.
Lástima. No le gustaba mentir.
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Normita miró dos veces antes de creer lo que veían sus ojos. ¿Esa era Loly? ¿Loly, como la modelo? ¡Y qué modelo! Debía tener como seis meses de embarazo... ¿Qué pasaba en la pensión? ¿Alguien ponía píldoras para la fertilidad en el agua? Primero había sido Flavia, después Mariana, y ahora Loly.
¿Y ese tipo que la llevaba del hombro?... Aunque mirandolo bien... Sí, de una cosa estaba segura: definitivamente ese no era el padre de la criatura.¿Pero entonces quién?
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Mariana subió al lujoso ascensor de aquel edificio cercano a la Estación Retiro. Ese era su nuevo lugar de trabajo, justo en el piso veintidós.
—¿El doctor Pérez López, por favor?
—¿Quién lo busca?
—La Doctora Esposito. Hoy inicio mis tareas aquí.
La secretaria la observó de cabo a rabo y Mariana se sintió incomoda. Claro que eso no fue ni remotamente tan desagradable como la mirada que le echó su propio jefe ni bien se lo presentaron. El muy desgraciado la tomó de la mano, para poder contemplarla con descaro de frente y por la espalda . Mariana, a su vez, le clavó los ojos en señal de desprecio y desaprobación, pero sin decir nada.
—¿Así que vos sos...?
—La doctora Esposito —le contestó a aquel hombre, vestido con un traje caro que era incapaz de lucir.
—Debes tener un nombre de pila...
—Mariana.
—¡Ah! Mariana... Bueno, Mariana. Este es el Dr. Rivera, el Dr. Alonso, el Dr. Pane y ella es Cristina y Carmen....Todos, esta es Mariana.
—Dra. Esposito —recalcó ella a cada uno de los presentes.
—Bueno, Marianita, aquí tu anterior jefe te recomienda como una maravilla. Vamos a ver qué tal te portás en esto: tenemos que hacer un informe para propiciar la absorción de “Los Tilos”, una fabriquita de quesos valuada en treinta millones, por parte del grupo Tomassini. El viejo Tomassini está representado por el grupo Lavagna, Bianchi, Lanzani y Asoc..., y vos sabés lo que eso significa.
El corazón de Mariana dio un vuelco. Conocía muy bien ese estudio.
—Vos tenés que escribir alguna pavada que convenza a esos idiotas de que es negocio aprobar la absorción por cuarenta millones. Después seguro que el viejo Tomassini termina pagando treinta, que es lo que quiere sacar nuestro cliente... Acá te doy los datos y arreglate como puedas...Tenés dos meses para hacerlo.
Y diciendo esto le entregó una carilla manuscrita.
No era un buen comienzo.
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—¿Saben a quién vi por Cabildo, mirando vidrieras? —preguntó Normita justo en el momento en que entraba Cony al comedor.
Nadie contestó. Así de ocupadas estaban todas, comiendo.
—A Loly, como la modelo —continuó sin esperar más. De inmediato captó la atención de la recién llegada.
La muchacha sonrió con malicia al ver la cara de la otra. Y es que Normita ya había hecho sus propias averiguaciones con su madre, y ya no albergaba duda alguna acerca de la paternidad del hijo de la antigua pensionista.
—¿Y que te dijo Loly? —preguntó Cony, como al descuido.
—No, no me dijo nada, la vi de lejos... —respondió Normita, dispuesta a hacer sufrir a aquella alimaña flaca.
—¿Está igual que siempre? —preguntó una vez más Constanza, sin poder ocultar cierta ansiedad.
—Igualita...,Cony sonrió de satisfacción, y entonces la gorda terminó la frase.
—... excepto por un embarazo de seis meses.
La otra, que había empezado a tomar, se atragantó.
—¿Está embarazada? —corearon las demás al unísono, repentinamente interesadas.
—Parece que sí.
—Pero, escuchame, gorda imbécil, ¿no te acercaste?¿No averiguaste dónde estaba viviendo? —le gritó Cony.
Las otras se sorprendieron por tanto interés. Pero la gorda siguió impertérrita.
—No, no me acerqué —la enfrentó—. Además, ella estaba acompañada...
—¡Un tipo! ¡Lo sabía! La muy puta...
—No... Por un tipo, no... Por una mujer.
—Imposible —insistió Cony—. Si la madre y las tías viven en medio del campo, y por ahí no aporta desde hace rato...
Todas se miraban sorprendidas: ¿desde cuándo Cony se interesaba tanto en alguien?
—¿Se parecía a ella? —volvió a insistir.
—¿Quién? —preguntó Normita con descaro.
—La mujer, la que la acompañaba... —respondió Cony, a punto de perder la paciencia.
—No... Más bien parecía un hombre. Pero era una mujer, seguro.
Cony perdió el interés en Normita, ¡gorda pelotuda!.“Así que está dando vueltas por acá”, pensó. “ ¡Ya la voy a encontrar a esa...!”
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En aquel lujoso estudio del piso veintidós, los hombres eran doctores y las mujeres..., simplemente mujeres. Aquella dura lección, que le habían enseñado a Marina a su llegada, era refrendada cada día. Las mujeres no tenían título ni apellido, tan sólo nombre. Sus tareas incluían, no sólo lidiar con el trabajo propio, sino también con el de los hombres; servir café; cubrir a sus jefes cuando llegaban ose iban a deshora; etc, etc, etc...Todo hombre en la oficina era en alguna medida abusivo. Pero su jefe, Pérez López, era el rey. Mariana necesitaba desesperadamente el sueldo, así que había tenido que aprender con dolor, que por un hijo bien valía sacrificar parte de la dignidad. De haber estado sola...
Pero Fernandito requería mucho dinero para mantenerse: nada más la leche maternizada valía una fortuna, y después estaban los pañales descartables, (había probado con los det ela, pero se paspaba), el pediatra cada mes, las vacunas, las vitaminas y, por supuesto, Normita. Y no podía darle de comer dignidad a su hijo, así que cada vez que Pérez López le decía: “Marianita, nos traés unos cafés a los doctores y a mi”, ahí corría ella, ignorando el hecho de que debía dejar de lado su propio trabajo para que aquel grupo de patanes no tuvieran que interrumpir su charla social o deportiva.
Pero no era el café lo que más la molestaba. Estaba acostumbrada a servir, y eso no hería en absoluto su orgullo. Lo peor eran las miradas de todos aquellos miserables cuando entraba a la sala de conferencias. Los primeros días llevaba una jarra y servía a cada uno en particular, pero después tuvo que optar por cargar con las tazas llenas, y así no tener que desplazarse entre ellos. Y aunque sabía adónde iban sus miradas cuando se iba, al menos evitaba la cercanía y la humillación de que hicieran gestos delante suyo.
Pero eso no era lo único malo. Al principio, Pérez López trató varias veces de humillarla con su trabajo, pero el pobre tipo, que apenas era un licenciado recibido en una universidad ignota, era quién finalmente quedaba en ridículo. Esto le ganó su odio eterno. Y es que a él le preocupaba que alguien lo opacara de esa forma... Por supuesto quería empleados eficientes para poder lucirse, pero nadie demasiado brillante. No era cuestión que...
Mariana, en ese sentido era un peligro. Tenía que deshacerse de ella cuanto antes. Así que un buen día decidió cambiar de estrategia: era evidente que el trabajo de la muchacha era impecable, pero también era evidente que, a diferencia de sus otras empleadas, a ella no le gustaba “la guerra”....
Así que le iba a dar guerra.
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El señor Eleuterio Ríos estaba en quiebra. A diferencia de otros comerciantes que prudentemente habían ido sacando su dinero al exterior, aún a costa de que sus empresas se volvieran obsoletas e ineficientes, él había apostado al país y, sin pactar con la clase política, había levantado una de las mejores plantas de cerámicas del mundo. Después habían venido los altos impuestos para solventar los excesos de otros, y el altísimo costo laboral. Y así, por obra y gracia de la ineficiencia gubernamental de turno, su cerámica había terminado convirtiéndose en una de las más caras del mundo, e inexportable. En cuestión de meses fue perdiendo mercados y dinero. Y para cuando el dólar se devaluó hasta cifras ridículas para beneficiar a unos pocos, y justo cuando operar la planta hubiera sido altamente rentable, ya no había créditos ni dinero para ponerla en movimiento. Y nadie le prestaba a alguien que vivía en un país quebrado.
El señor Ríos hizo un cálculo simple: si vendía todo, e intentaba abonar a su personal las indemnizaciones correspondientes, al estado los impuestos, y a sus proveedores las deudas, no sólo iba a perder lo invertido, sino que también se iba a quedar con una deuda millonaria, imposible de pagar.
Así que él, que hasta allí había sido siempre un honesto empresario argentino, hizo lo único que en aquel momento le pareció honesto para él: comenzó lentamente a vaciar su empresa. Hizo circular por la plaza el rumor de que había conseguido un muy buen préstamo, y de que la planta estaba de nuevo trabajando a full. Convocó al personal suspendido y recontrató a los despedidos.
Los proveedores volvieron a brindarle crédito y tiempo. Él, mientras, iba vendiendo secretamente las máquinas, la mercadería y las materias primas que compraba. En particular había establecido conexiones con la plaza chilena, de forma de no revólver el avispero local. Para cuando habían pasado cinco meses, Rios ya tenía veinticinco millones en la banca suiza, (nada, considerando que al fin del año anterior su activo había sido valuado en más de cien) Pero al menos esto le permitía asegurar su futuro, y la posibilidad de recomenzar en algún país serio, donde sus cualidades de excelente empresario fueran reconocidas.
Cuando subió al avión con destino a New York, dio un último vistazo a aquella tierra que lo había visto nacer en la pobreza. Atrás quedaban un juicio por quiebra fraudulenta y otro por estafas reiteradas; decenas de pequeños empresarios en la ruina, (sus proveedores), y cientos de sus operarios en la calle; una hija de la que prefería no acordarse, y un hijo que nunca iba a llevar su apellido.
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Pérez López decidió iniciar la guerra, así que hizo llamar a Mariana a su oficina y comenzó a analizar los distintos frentes donde librarla: “Buenas tetas..., excelente culo... “¡Lástima que la piba sea tan estrecha!”,pensó mientras la miraba con descaro.
—¿Qué necesita, licenciado? —preguntó ella.
—Doctor —la corrigió él.
—Discúlpeme, pero sólo los médicos, abogados y contadores usamos el título de doctor. En cambio usted es sólo licenciado.
—¿Vos hiciste el doctorado?
—No por ahora, pero...
—¡Entonces yo también soy doctor! —replicó, dando por finalizado el entredicho—. Y ahora cerrá la puerta —ordenó.
—¿Para qué? —preguntó Mariana sin moverse.
—¡Mirá que sos jodida, eh! —se enojó él, levantándose a cerrarla. Luego se sentó sobre el escritorio, enfrentando el lugar en que estaba ella. Sus piernas se tocaron, así que Mariana desplazó su silla, alejándola.
—¿Porqué sos tan arisca conmigo? —le preguntó en tono conciliador.
Pero Mariana no quería conciliar, y a su vez, preguntó:
—¿Estoy aquí por algún motivo de trabajo, o es algo más?
—Algo más —retrucó aquel renacuajo en tono seductor.
Mariana se puso de pie y comenzó a caminar hacia la puerta, sin mirarlo, mientras decía:
—Entonces me voy.
Pero él corrió a detenerla.
—Pará, pará... —le dijo, poniéndole una mano encima.
La muchacha no tuvo tiempo de reaccionar, cuando él ya la estaba desplazando, para así acariciarle el pecho con lujuria. La respuesta de ella fue inmediata, casi un reflejo: le cruzó la cara de un sopapo. Y como buena escaladora de alta montaña, la mano de Mariana era muy pesada.
Entonces aquella basura le gritó:
—¡¿Te vas a poner en difícil?!... ¡Mirá que yo puedo hacerte la vida miserable!
—¿Más? —preguntó ella con sorna—. ¿Qué va a pedirme?
—No tenés ni idea de quién soy yo.
—Y usted no tiene ni idea de lo desesperada que estoy, y de lo perseverante que puedo ser.
Sin esperar respuesta comenzó a irse, pero al llegar a la puerta se dio media vuelta y le hizo una última advertencia:
—¡Ah!, y si me vuelve a poner una mano encima, voy a hacerle un juicio por acoso sexual. Sé que después no voy a poder conseguir trabajo en ninguna parte, ¡pero me voy a asegurar de que usted tampoco!..., licenciado.
lunes, 26 de abril de 2010
"Delicioamente vulnerable" cap 37
Etiquetas:
acoso sexual,
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2 comentarios:
que caracter el de marianita!! jaja
y que peligro cony con una pistola por ahi.. tipo psicopata...
sigo esperando reencuentro! xD
ansiosa por el proximo cap!
Un beso!^^
teff
ansioosimaaa!
nbo puedo creer q todo mundooo crea q esee hijo es de marianaA! peroo si desaparecio solo unoss diass!
y cony la verdad q es un peligrooo!
kieroooo reencuentrooo!
besossssssssssss
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