Rodríguez Melgarejo, uno de los peces gordos del estudio, había encontrado a Pedro a eso de las dos de la mañana.
Para ese momento el pobre muchacho ya daba asco: se había tomado todo. Estaba más borracho que una cuba, y lo único que se le entendía era : “Puta, era una puta, hermano....”.Entonces Rodríguez Melgarejo lo llevó a su propio departamento, lo acostó, y se sentó a esperar con un whisky en la mano a que se hiciera la hora de avisar en el estudio que el Sr. Lanzani estaba indispuesto, y que no lo esperaran aquel día. Luego se iba a bañar, e iba a ir a la oficina sin dormir, como tantos días antes.
Nadie mejor que él sabía lo que era una pena de amor.
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La parte más difícil de aquel mes que faltaba para que terminaran las clases en la facultad, era tener que verse todos los días. Por eso cada uno de ellos hizo lo imposible para evitarlo.
Mariana llegaba en el horario justo, no salía del aula en los recesos, y esperaba a que todos se hubieran ido para retirarse. Había dejado de participar en clase y jamás, por ningún concepto, desviaba la vista del pizarrón. Quien hubiera estado distraído por aquellos días hubiera pensado que ya se había recibido. En cambio Pedro... Pedro llegaba tarde y se retiraba antes. Hablaba sin parar, participaba y, sobre todo había comenzado una verdadera campaña para conquistar a todas las mujeres de la facultad que aún le faltaban. Y si siempre había sido discreto, se volvió exhibicionista y evidente. Donde quiera que uno desviaba la vista estaba él besándose con la candidata de turno. Los hombres lo admiraban, y entendían que era una especie de despedida de sus años de estudiante. Las mujeres, en cambio, cuando hablaban entre si decían que era patético, pero después ninguna lo rechazaba a la hora de ser la elegida.
Aquellos fueron días muy difíciles para los dos.
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Rodríguez Melgarejo no podía creer la resistencia que tenía Pedro. Resistencia en el trabajo, el estudio, la bebida y, por supuesto, las mujeres. Todo lo hacía en exceso y con algo de furia. En especial con las mujeres, le gustaba variar con sus aventuras. Practicaba el sexo de la forma más salvaje, y con las compañeras más promiscuas, tanto que el propio Rodríguez Melgarejo llegó a temer que en sus locas andanzas terminara contagiándose algo grave.
Pero lo que le resultaba más curioso de él era que, no importaba el tipo de mujer que frecuentara, Pedro siempre se refería a ellas con respeto. Sólo a una le decía puta: a la única que no había podido poseer.
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Indudablemente el chico Lanzani había mejorado muchísimo en la materia. Incluso la parte práctica la había hecho sin mayores dificultades...
Pero su examen final, con mucha generosidad, llegaba a un ocho. Un verdadero alivio para sus profesores que ya habían decidido que, fuera el hijo de quién fuera, no pensaban regalarle la materia....Pero ahora, y conquistado legítimamente el aprobado, llegaba la hora de calificarlo. Y el viejo Lanzani se había encargado de avisarles que su hijo tenía que tener un diez para lograr la medalla de oro. Y nadie quería quedar mal con el viejo. Todos los presentes habían trabajado alguna vez en su estudio, y ninguno de ellos podía asegurar que no iba a volver allí algún día. Aquel era un mercado muy chico, y nadie podía darse el lujo de ser demasiado escrupuloso.
Las listas se pegaron en la cartelera. Junto a Pedro esperaba un ejército de amigos, seguidores y curiosos que sabían que aquella era la última materia de esa leyenda de la facultad. Querían estar presentes a la hora del festejo, así que cuando alguien leyó:“Lanzani, ¡diez!” todo fue confusión y algarabía.
Durante unos minutos el pasillo se volvió intransitable, pero luego que subieron a Pedro en andas, la multitud comenzó a desplazarse lentamente hacia la salida.
Cuando ya no quedaba nadie, Mariana se acercó a la cartelera para ver su propia nota.
—¡Esposito! —la voz del profesor la sorprendió—.¿Usted también se recibe con esta materia?
Mariana asintió en silencio.
—¡Felicitaciones, Dra. Eposito!... Tiene un merecido diez.
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Aquella fue una noche de grandes festejos en la casa de los Lanzani, en el barrio de Martínez. Más de doscientos invitados asistieron a felicitar a Pedro. Por lo alto todos aseguraban que la medalla de oro era para él, aunque muchos no ignoraban que había aventajado por muy poco a la chica que tenía el segundo mejor promedio...¿Pero quién recordaba a los segundos?
Cuando ya era de madrugada, Pedro se retiró junto a un grupo de amigos a una fiesta bastante más privada, que acabó con el sol del mediodía, junto con la última botella de Don Perignon.
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Aquella fue una noche solitaria para Mariana.
Había luchado mucho para que llegara aquel día, y aquel día había llegado.
Cuando salió de la facultad tomó el subte, caminó despacio las cuadras que la separaban de la pensión, entró sin molestar a nadie, como hacía siempre, y fue directamente a acostarse.
Al día siguiente tenía que ir temprano a trabajar. Como todos los días.... Como cualquier día.
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Aquel verano Buenos Aires estaba a punto de ebullición. El calor insoportable no hacía más que acentuar el malestar político y social.
Los que podían, huían de la ciudad convulsionada,(aunque no demasiado lejos, por si había que volver de urgencia) Los demás soportaban, al borde del colapso.
No era un buen momento para hacer cambios, pero por mucho que lo hubiera pensado y planeado de otra manera, aquel era el tiempo que le tocaba a Mariana para emprender un nuevo ciclo.
Hacía ya dos meses que se había mudado a su pequeñísimo departamento, comprado con tanto esfuerzo.
No había alcanzado para muchos muebles: apenas una cama, una mesa de vidrio, dos sillones “director” y, por supuesto, una cuna. Sus libros tuvieron que encontrar lugar en el piso del living, junto a la entrada. La biblioteca, la computadora y el escritorio, así como todos los demás objetos de aquel coqueto departamento de tres ambientes en Recoleta con el que tanto había soñado, tuvieron que ubicarse en el olvido, hundidos por las numerosas cuentas que llegaban de Mendoza. Análisis, estudios médicos y comida habían insumido buena parte de sus ahorros, y el resto tenía que ser guardado para el parto.
El trabajo era otro campo de batalla y decepciones. La histeria colectiva apretaba más fuerte en aquellos que se suponía conocían algo más de la economía y negocios. Y todos pedían respuestas que ni los más sabios podían dar, mucho menos un pobre conjunto de contadores, apegados a normas y leyes que ya a nadie parecían interesarle. Y en medio del caos, Mariana decidía abandonar el estudio que la había albergado durante los últimos años. La noticia de su partida no fue precisamente bienvenida, mucho menos su negativa a quedarse a pesar del aumento de sueldo que se le había ofrecido. Nadie podía entender que ella continuara hablando de forjarse un futuro en un país que casi no tenía presente.
Y en cuanto a lo personal....No necesitaba tener un hijo en su vientre para sufrir las angustias de una parturienta. Esa nueva vida de la que iba a hacerse cargo terminaría alterando la suya propia. Y lo que era peor, cada error que Mariana cometiera de allí en más, iba a afectar al bebé para siempre. Una gran responsabilidad para alguien cuyo mayor defecto era tomarlas muy en serio. Por eso no era rara la noche en que no podía dormir. Por eso no era extraño que buscara consuelo en la oración. Por eso era comprensible que encontrara refugio en los recuerdos: que en su corazón volviera a recostarse en aquel sillón, y que él apoyara la cabeza en su regazo.Como antes, cuando era feliz.
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A partir del día en que se mudó, Mariana decidió mantenerse alejada de las pensionistas. Iba a aparecer con un hijo y no quería tener que dar grandes explicaciones. Su ausencia durante aquellos meses iba a responder, por si sola, todos los interrogantes.
La única visita que recibía era la de su amiga Agustina. Pero aquella tarde se sorprendió al verla parada en la puerta. Era un sábado, y desde que se había recibido de médica, todos los sábados a la tarde solía acompañar a Ricardo a sus sesiones de baile en el club escocés.
No quiso preguntarle nada: cuando Agustina se sintiera cómoda iba a decírselo. Y no tuvo que esperar demasiado: bastó que le mostrara las sabanitas y el oso que había comprado para la cuna de su bebé, para que la muchacha empezara a hablar.
—Tuve un atraso, ¿sabés?... Ahora ya me vino... Se ve que fueron los nervios de recibirme...
—¡Cómo debe haberse puesto Ricardo!
—No... No se puso... No le conté.
Mariana se quedó perpleja.
Agustina continuó.
—No, a él no le interesan esas cosas... Imaginate que en los seis años que estamos juntos nunca, jamás, me preguntó cómo me cuidaba... Piensa que eso es cosa de mujeres.
—¡Que idiotez!... Pero le tendrías que haber contado...Tiene derecho a saber...
Agustina la interrumpió.
—Tuve miedo. Sí, ya sé que es estúpido. Pero tuve miedo. Miedo de que se espantara y se fuera.... Increíble,¿no?... Hace seis años que me acuesto con un tipo, y todavía lo trato como si me estuviera haciendo un favor.
Mariana se acercó a abrazar a su amiga. Ella aceptó su gesto, y continuó con amargura.
—Tengo treinta años, ya estoy recibida y puedo mantenerme sola... Ahora quiero tener mi casa, alguien conmigo todas las noches y, sobretodo, no quiero estar nunca más sentada en el baño sola, esperando a que un estúpido palito cambie de color. ¿Es mucho pedir?
Mariana pensó que no... Que definitivamente no era mucho pedir. Pero no dijo nada... Y escuchó llorar a su amiga en silencio.
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Constanza limpió con asco la silla antes de sentarse. Aquel era el lugar más sucio y repugnante en que había estado en toda su vida. Cuando llegó el mozo pidió un café, segura de que ni siquiera iba a tocarlo.
Los engendros de las mesas vecinas la miraban insistentemente, y la hija de Eleuterio Ríos se sintió indefensa. Ya iba a levantarse y correr hasta el remis que la esperaba en la puerta, cuando llegó.
No necesitaba presentaciones para saber que era él. Su espalda debía medir lo que la de tres hombres normales. Su piel estaba exageradamente tostada y, a pesar de que el sol se había puesto hacía dos horas, todavía llevaba anteojos oscuros. Completaba el horror un traje negro, salido de alguna película barata de gángsters.
Sí, no había dudas. Ese era Charly, el tipo que estaba esperando.
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Desde el elevador, Mariana sintió el teléfono sonar .Corrió por el pasillo, se apuró a abrir la puerta, y, sin cerrar, se abalanzó sobre el aparato. Su cara empalideció. Sus piernas le fallaron y tuvo que sentarse en el piso. Era de Mendoza.
jueves, 22 de abril de 2010
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4 comentarios:
bueno... estan algo tristes todos, pero bueno no pasa nada ya vendran tiempos mejores... =)
quiero mas cap! xD
Un besitoo!! (K)
aaai no tuve ganas de matar a Peter cuando le dijo a Lali "puta" y encima la cachetio ! cuando se dea cuenta de todo se va a querer matarrrrrrr.
QUIERO OTRO CAP :D
sigo sin entender como puede ser tan necio!
la chica es mas flaca q una tabla y el supone q va a tener un bb!?
dios!
al menos hubiese pedido una explicacion o algoo!
esperoo q mejoren las cosass prontoo!
besitossssssssssssss
yo les prometo q las cosas van a mejorar!!!!
y lo bien q van a mejorar!!!! jaja
Besos Chicas!!
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