viernes, 30 de abril de 2010

"Tormenta de pasiones" cap. 1 por MarianTosh!~

Gales, marzo de 1814

Le llamaban el conde Demonio, o a veces el Viejo Diablo. En voz baja se murmuraba que había seducido a la joven esposa de su abuelo, rompiéndole el corazón al anciano, y que había llevado a la tumba a su propia esposa.
Se decía que era capaz de hacer cualquier cosa.
Esta última afirmación era lo único que interesaba a Mariana Esposito mientras seguía con su mirada al joven que galopaba veloz por el valle en su purasangre, como perseguido por los fuegos del infierno. Juan Pedro Lanzani, el conde gitano de Aberdare, finalmente había llegado a su casa, después de cuatro largos años. Era posible que se quedara, pero era igualmente posible que volviera a marcharse al día siguiente. Tendría que darse prisa en actuar.
Pero se quedó otro rato más, sabiendo que él no la vería en medio de la arboleda desde donde lo observaba. Él cabalgaba a pelo, alardeando de su pericia con los caballos, vestido de negro; la única nota de color era la bufanda roja escarlata. Estaba demasiado lejos para verle la cara. Mariana se preguntó si él habría cambiado, y después pensó que en realidad lo que importaba no era apoplejía, dondequiera que estuviera en esos momentos el hipócrita y corrupto viejo.
Se giró bruscamente, salió del dormitorio y bajó a la biblioteca. Era demasiado tétrico ponerse a pensar en cómo vivir el resto de su vida, pero ciertamente tenía que hacer algo durante las horas siguientes. Con un poco de esfuerzo y mucho brandy se podrían superar.
Mariana nunca había estado en el interior de la mansión Aberdare. Era tan grandiosa como se la había imaginado, pero lúgubre, con la mayor parte de los muebles tapados con mantas. El haber estado desocupada cuatro años le añadía un aspecto de abandono. Willie, el mayordomo, se veía igualmente triste. Al principio se negó a llevarla hasta el conde sin anunciarla primero, pero se había criado en el pueblo, de modo que ella logró convencerlo. La condujo por un largo corredor y abrió la puerta de la biblioteca.
-La señorita Mariana Esposito desea verle, milord. Ha dicho que se trata de algo urgente.
Armándose de valor. Mariana pasó junto a Willie y entró en la biblioteca, tratando de no darle tiempo al conde para rechazarla. Si le iba mal ese día no tendría otra oportunidad.
El conde estaba junto a una ventana contemplando el valle. Había dejado la chaqueta sobre una silla y su atuendo informal en mangas de camisa le daba un aire gallardo. Era extraño que lo apodaran el Viejo Diablo, pensó Mariana; sólo tenía treinta años.
Cuando Willie se retiró, cerrando la puerta, el conde se volvió y fijó en ella su imponente mirada.
Aunque no era muy alto, irradiaba poder. Mariana recordaba que incluso a una edad cuando la mayoría de los chicos eran desgarbados, él se movía con absoluto dominio físico.
Parecía el mismo. Si había cambiado en algo era en que estaba aún más guapo que hacía cuatro años, cosa que ella no habría imaginado posible. Pero sí había cambiado; lo vio en sus ojos. En otro tiempo sus ojos sonreían e invitaban a los demás a sonreír con él. En esos momentos los veía tan impenetrables como sílex gales pulido. Los duelos, las aventuras amorosas y los escándalos públicos habían dejado su huella. Mientras se preguntaba indecisa si debería hablar ella primero, él le preguntó:
-¿Tiene algún parentesco con el reverendo Carlos Esposito?
-Soy su hija. Soy la maestra de escuela de Penreith.
Él la examinó con mirada aburrida.
-Es verdad, a veces llevaba detrás a una cría desarrapada.
-Yo no andaba ni la mitad de desarrapada que usted -replicó ella.
-Probablemente no -admitió él con un tenue destello de sonrisa en los ojos-. Yo era un desastre. Durante las clases su padre solía ponerla a usted como un modelo de santo decoro. Yo odiaba su estampa sin haberla visto.
No debería haberle dolido pero le dolió. Buscando irritarlo, le contestó dulcemente:
-Y a mí me decía que usted era el chico más inteligente de los que había enseñado, y que tenía buen corazón a pesar de su desfachatez.
-El juicio de su padre deja mucho que desear –dijo el conde, desaparecida su momentánea animación-. En calidad de hija del predicador, supongo que viene a pedir fondos para alguna causa aburrida y digna. En el futuro diríjase a mi mayordomo en lugar de molestarme. Buenos días, señorita Esposito.
Ella se apresuró a decir:
-Lo que deseo decirle no es asunto para su mayordomo.
-Pero desea algo, ¿verdad? -repuso él con una sonrisa torcida-, todo el mundo desea algo. -Fue hasta un armario de licores y llenó la copa que llevaba en la mano-. Sea lo que sea, no lo obtendrá de mí. El nobleza obliga era competencia de mi abuelo. Tenga la amabilidad de marcharse ahora mismo.
Inquieta, ella observó que él ya estaba bien encaminado en una borrachera. Bueno, ya había tenido la experiencia de tratar con borrachos.
-Lord Aberdare, la gente de Penreith está sufriendo y usted es la única persona que puede mejorar las cosas. Le costará muy poco tiempo y dinero...
-No me importa lo poco que se requiera -dijo él enérgicamente-. No quiero tener nada que ver con el pueblo ni con su gente. ¿Está claro eso? Ahora vayase.
Mariana no cejó.
-No le pido ayuda, milord, se la exijo -espetó-. ¿Se lo explico ahora o debo esperar a que esté sobrio?
Él la miró asombrado.
-Si hay alguien borracho aquí parece ser usted. Y si cree que su sexo la va a proteger de la fuerza física, se equivoca. ¿Se va por las buenas o tendré que echarla?
Avanzó hacia ella con largas zancadas, su camisa blanca abierta en el cuello destacando la anchura de sus hombros. Resistiendo el impulso de retroceder. Mariana metió la mano en el bolsillo de la capa y sacó un libro pequeño que era su única esperanza. Lo abrió por la página donde había unas palabras escritas a mano y se la enseñó:
-¿Recuerda esto?
El mensaje era sencillo: «Reverendo Esposito: Espero que algún día pueda pagarle lo que ha hecho por mí. Afectuosamente, Juan Pedro Lanzani.»
Esas palabras de escolar detuvieron en seco al conde. Su glacial mirada pasó del libro a la cara de Mariana.
-Juega a ganar, ¿eh? Pero tiene las cartas equivocadas. Cualquier obligación que pudiera sentir sería hacia su padre. Si desea favores, debería pedirlos él personalmente.
-No puede. Murió hace dos años.
-Lo siento, señorita Esposito -dijo él tras un embarazoso silencio-. Su padre era el único hombre verdaderamente bueno que he conocido.
-Su abuelo también era un hombre bueno. Hizo muchísimo por la gente de Penreith. El fondo para los pobres, la capilla...
-Ahórreme los ejemplos -interrumpió él antes que ella pudiera seguir con la lista de las obras de caridad del difunto conde-. Sé que a mi abuelo le gustaba ser un ejemplo de moralidad para sus inferiores, pero eso no tiene ningún atractivo para mí.
-Por lo menos se tomaba en serio sus responsabilidades -replicó ella-. Usted no ha hecho nada por la propiedad ni por el pueblo desde que heredó.
-Proceder que tengo toda la intención de continuar.
-Apuró la copa y la dejó sobre la mesa-. Ni el buen ejemplo de su padre ni la prédica moralizadora del viejo conde lograron transformarme en un caballero. No me importa un rábano nadie ni nada y prefiero seguir así.
-¿Cómo puede decir eso? -repuso ella horrorizada-. Nadie es tan insensible.
-Ay, señorita Esposito, qué conmovedora es su inocencia. -Se apoyó en el borde de la mesa y cruzó los brazos sobre el pecho, con una expresión tan diabólica como su apodo-. Será mejor que se marche ahora antes que le destroce más sus ilusiones.
-¿No le importa que sus prójimos estén sufriendo?
-Pues no. La Biblia dice que siempre habrá pobres, y si Jesús no pudo cambiar eso, ciertamente yo tampoco podré. -La miró burlón-. Con la posible excepción de su padre, jamás he conocido a ningún hombre caritativo que no tuviera motivos bajos. Las personas hacen gala de generosidad porque desean la gratitud de sus inferiores y las satisfacciones de los fariseos. Pero yo, en mi sincero egoísmo, no soy un hipócrita.
-Un hipócrita puede hacer el bien aunque sus motivos sean indignos, lo que lo hace más valioso que una persona con su clase de sinceridad -contestó ella secamente-. Pero, puesto que no cree en la caridad, ¿qué puede importarle? Si es el dinero lo que le alegra el corazón, puede obtener beneficios en Penreith.
-Lo siento -dijo él negando con la cabeza-. No me importa mucho el dinero. Tengo más de lo que podría gastar en diez vidas.
-Me alegro por usted -murmuró ella en voz baja. Deseó darse media vuelta y marcharse, pero sería admitir la derrota y nunca había sido buena para eso. Pensando que tenía que haber una manera de conmoverlo, le preguntó-: ¿Qué sería necesario para hacerlo cambiar de opinión?
-Mi ayuda no está disponible a ningún precio que usted esté dispuesta o pueda pagar.
-Póngame a prueba.
Él la miró de arriba abajo con insultante franqueza.
-¿Es una proposición?
Si su intención fue escandalizarla, lo consiguió. Ella se ruborizó de humillación, pero no desvió la vista.
-Si digo que sí, ¿lo convencería de ayudar a Penreith?
-¡Dios mío! -exclamó él sorprendido-, ¿de veras se dejaría deshonrar por mí para favorecer sus proyectos?
-Si estuviera segura de que funcionaría, sí –contestó ella temerariamente-. Mi virtud y unos pocos minutos de sufrimiento serían un pequeño precio a pagar si consideramos las familias que se mueren de hambre y las vidas que se perderán cuando explote la mina.
Los ojos de él destellaron y por un instante pareció a punto de pedirle que le explicara más detalles, pero enseguida recuperó su expresión impenetrable.
-Aunque es una oferta interesante, no me atrae la idea de llevar a la cama a una mujer que actuaría como Juana de Arco camino de la hoguera.
-Yo creía que los libertinos disfrutaban seduciendo a inocentes -dijo ella con las cejas enarcadas.
-Personalmente, siempre he encontrado aburrida la inocencia. A mí que me den una mujer con experiencia. Sin hacer caso del comentario, ella dijo pensativa:
-Comprendo que una mujer fea no lo tiente, pero ciertamente la belleza podría vencer su aburrimiento. Hay varias chicas hermosas en el pueblo. Yo podría encargarme de averiguar si alguna de ellas estaría dispuesta a sacrificar su virtud por una buena causa.
Él se acercó y le cogió la cara entre las manos. Su aliento olía a brandy y tenía las manos calientes, y a ella le pareció que le abrasaban la cara. Se acobardó y sintió deseos de retroceder, pero se obligó a mantenerse inmóvil mientras él le escudriñaba el rostro con unos ojos que parecían capaces de leer los oscuros secretos de su alma. Cuando ya no podía seguir soportando ese examen, él le dijo:
-No es tan fea como pretende ser. Dicho eso la soltó y ella quedó estremecida. Él se apartó para ir a rellenar su copa.
-Señorita Esposito, no necesito dinero; puedo encontrar todas las mujeres que quiera sin necesidad de su inepta ayuda, y no tengo el menor deseo de destruir mi reputación, tan arduamente ganada, asociándome con buenas obras. Ahora, ¿se marcha pacíficamente o deberé usar la fuerza?
Ella se obstinó:
-Aún no ha puesto un precio para su ayuda. Tiene que haber algo. Dígamelo y tal vez pueda satisfacerlo.
Suspirando, él se dejó caer en el sofá y la miró. Mariana Esposito era bajita y algo menuda de figura, pero rezumaba energía. Era una formidable joven. Probablemente había afinado sus capacidades organizándole las cosas a su padre, un hombre tan poco realista.
Si bien nadie podría decir que era una beldad, no le faltaba atractivo, a pesar de sus esfuerzos por ser austera. Su ropa sencilla acentuaba la esbeltez de su figura y los cabellos estirados en un severo moño tenían el paradójico efecto de hacer parecer enormes sus ojos negros. Su piel blanca tenía la atractiva lozanía de la seda abrigada por el sol; aún sentía en los dedos el hormigueo producido por el contacto con su pulso en las sienes.
No, no era una belleza, pero sí una mujer peculiar, y no sólo por su tozudez. Hubo de admirarle su valentía al ir allí. Sólo Dios sabía las historias que se contarían de él en el valle, y probablemente los lugareños lo consideraban un hombre peligroso. Sin embargo allí estaba ella, con su apasionado cariño por la gente y sus osadas peticiones. En todo caso, el momento elegido era el peor, puesto que quería interesarlo por un lugar y una gente que él ya había decidido olvidar.
Lástima que no hubiera empezado antes a beber brandy, porque de ese modo podría haber estado inconsciente y a salvo en el momento de la llegada de esa importuna visita. Aunque él la hiciera salir por la fuerza, probablemente ella continuaría intentando obtener su ayuda, dado que al parecer estaba convencida de que él era la única esperanza para Penreith. Comenzó a especular sobre qué sería lo que quería de él, pero desistió al punto. Lo último que quería era involucrarse. Sería mejor poner su cerebro, borroso por el brandy, a pensar en cómo convencerla de que su misión no tenía esperanzas.
Pero ¿qué demonios se podía hacer con una mujer dispuesta a sufrir un destino peor que la muerte por conseguir sus objetivos? ¿Qué podía pedirle que fuera tan horripilante que ella se negara de plano?
La respuesta le llegó con la simplicidad de la perfección. Seguramente ella era metodista, como su padre; formaría parte de una comunidad de creyentes sobrios y virtuosos. Su posición, su identidad, dependería de cómo la consideraban sus compañeros.
Con ademán triunfal, se acomodó en el sofá, reclinándose en el respaldo, preparado para librarse de Mariana Esposito.
-Tengo un precio, pero sé que no lo pagará.
-¿Cuál es? -preguntó ella recelosa.
-No se preocupe, su virtud, ofrecida de tan mala gana, está a salvo. A mí me resultaría odioso quitársela y usted probablemente disfrutaría de convertirse en mártir de mis depravados deseos. Lo que quiero en lugar de eso... -hizo una pausa para beber un trago de brandy- es su reputación.


Epaa! La verdad no se cual de los dos es mas osado al hacer los pedidoss! Peroo sin dudas, el es muy tentador! Jajajaja Quee Pasaraa con estoss doss testarudos, dispuestos a ganar?

5 comentarios:

Mikita dijo...

yo soy capaz de darle mi reputacion.... jaja lo peor es q soy tan tonta que ensima de que tengo en mi poder tus capitulos leo el primero y me quedo con la intriga....

Anónimo dijo...

chan! jajaj dios entre las dos me vais a matar de la intriga!! xD

esperoo el proximo capp!!
besos!! =)

teff

Anónimo dijo...

Me encantó! Quiero más más please!
Me encanta esta Mariana, dispuesta a todo para conseguir lo q quiere.

Espero el próximo!
Besotes!

Maga

Marian Tosh!~ dijo...

chicass!

qq bueno q lesgustaa!

noo saben lo q less esperaa!

besitosss!

me voy a leer la de mikitaa!

jajaja

Yo, mi, me, contigo. dijo...

Me ha encantado el cap!
Y me encanta la personalidad de mariana, dispuesta a todo por el pueblo ;)

la verdad que yo si que le daria mi reputacion!! =)

quiero mas caps! me muero de la intriga!

entre las dos me estais matando!

espero que puedas subir otroo cap pronot!! (:

Un beso