viernes, 30 de abril de 2010

"Tormenta de pasiones" cap. 1 por MarianTosh!~

Gales, marzo de 1814

Le llamaban el conde Demonio, o a veces el Viejo Diablo. En voz baja se murmuraba que había seducido a la joven esposa de su abuelo, rompiéndole el corazón al anciano, y que había llevado a la tumba a su propia esposa.
Se decía que era capaz de hacer cualquier cosa.
Esta última afirmación era lo único que interesaba a Mariana Esposito mientras seguía con su mirada al joven que galopaba veloz por el valle en su purasangre, como perseguido por los fuegos del infierno. Juan Pedro Lanzani, el conde gitano de Aberdare, finalmente había llegado a su casa, después de cuatro largos años. Era posible que se quedara, pero era igualmente posible que volviera a marcharse al día siguiente. Tendría que darse prisa en actuar.
Pero se quedó otro rato más, sabiendo que él no la vería en medio de la arboleda desde donde lo observaba. Él cabalgaba a pelo, alardeando de su pericia con los caballos, vestido de negro; la única nota de color era la bufanda roja escarlata. Estaba demasiado lejos para verle la cara. Mariana se preguntó si él habría cambiado, y después pensó que en realidad lo que importaba no era apoplejía, dondequiera que estuviera en esos momentos el hipócrita y corrupto viejo.
Se giró bruscamente, salió del dormitorio y bajó a la biblioteca. Era demasiado tétrico ponerse a pensar en cómo vivir el resto de su vida, pero ciertamente tenía que hacer algo durante las horas siguientes. Con un poco de esfuerzo y mucho brandy se podrían superar.
Mariana nunca había estado en el interior de la mansión Aberdare. Era tan grandiosa como se la había imaginado, pero lúgubre, con la mayor parte de los muebles tapados con mantas. El haber estado desocupada cuatro años le añadía un aspecto de abandono. Willie, el mayordomo, se veía igualmente triste. Al principio se negó a llevarla hasta el conde sin anunciarla primero, pero se había criado en el pueblo, de modo que ella logró convencerlo. La condujo por un largo corredor y abrió la puerta de la biblioteca.
-La señorita Mariana Esposito desea verle, milord. Ha dicho que se trata de algo urgente.
Armándose de valor. Mariana pasó junto a Willie y entró en la biblioteca, tratando de no darle tiempo al conde para rechazarla. Si le iba mal ese día no tendría otra oportunidad.
El conde estaba junto a una ventana contemplando el valle. Había dejado la chaqueta sobre una silla y su atuendo informal en mangas de camisa le daba un aire gallardo. Era extraño que lo apodaran el Viejo Diablo, pensó Mariana; sólo tenía treinta años.
Cuando Willie se retiró, cerrando la puerta, el conde se volvió y fijó en ella su imponente mirada.
Aunque no era muy alto, irradiaba poder. Mariana recordaba que incluso a una edad cuando la mayoría de los chicos eran desgarbados, él se movía con absoluto dominio físico.
Parecía el mismo. Si había cambiado en algo era en que estaba aún más guapo que hacía cuatro años, cosa que ella no habría imaginado posible. Pero sí había cambiado; lo vio en sus ojos. En otro tiempo sus ojos sonreían e invitaban a los demás a sonreír con él. En esos momentos los veía tan impenetrables como sílex gales pulido. Los duelos, las aventuras amorosas y los escándalos públicos habían dejado su huella. Mientras se preguntaba indecisa si debería hablar ella primero, él le preguntó:
-¿Tiene algún parentesco con el reverendo Carlos Esposito?
-Soy su hija. Soy la maestra de escuela de Penreith.
Él la examinó con mirada aburrida.
-Es verdad, a veces llevaba detrás a una cría desarrapada.
-Yo no andaba ni la mitad de desarrapada que usted -replicó ella.
-Probablemente no -admitió él con un tenue destello de sonrisa en los ojos-. Yo era un desastre. Durante las clases su padre solía ponerla a usted como un modelo de santo decoro. Yo odiaba su estampa sin haberla visto.
No debería haberle dolido pero le dolió. Buscando irritarlo, le contestó dulcemente:
-Y a mí me decía que usted era el chico más inteligente de los que había enseñado, y que tenía buen corazón a pesar de su desfachatez.
-El juicio de su padre deja mucho que desear –dijo el conde, desaparecida su momentánea animación-. En calidad de hija del predicador, supongo que viene a pedir fondos para alguna causa aburrida y digna. En el futuro diríjase a mi mayordomo en lugar de molestarme. Buenos días, señorita Esposito.
Ella se apresuró a decir:
-Lo que deseo decirle no es asunto para su mayordomo.
-Pero desea algo, ¿verdad? -repuso él con una sonrisa torcida-, todo el mundo desea algo. -Fue hasta un armario de licores y llenó la copa que llevaba en la mano-. Sea lo que sea, no lo obtendrá de mí. El nobleza obliga era competencia de mi abuelo. Tenga la amabilidad de marcharse ahora mismo.
Inquieta, ella observó que él ya estaba bien encaminado en una borrachera. Bueno, ya había tenido la experiencia de tratar con borrachos.
-Lord Aberdare, la gente de Penreith está sufriendo y usted es la única persona que puede mejorar las cosas. Le costará muy poco tiempo y dinero...
-No me importa lo poco que se requiera -dijo él enérgicamente-. No quiero tener nada que ver con el pueblo ni con su gente. ¿Está claro eso? Ahora vayase.
Mariana no cejó.
-No le pido ayuda, milord, se la exijo -espetó-. ¿Se lo explico ahora o debo esperar a que esté sobrio?
Él la miró asombrado.
-Si hay alguien borracho aquí parece ser usted. Y si cree que su sexo la va a proteger de la fuerza física, se equivoca. ¿Se va por las buenas o tendré que echarla?
Avanzó hacia ella con largas zancadas, su camisa blanca abierta en el cuello destacando la anchura de sus hombros. Resistiendo el impulso de retroceder. Mariana metió la mano en el bolsillo de la capa y sacó un libro pequeño que era su única esperanza. Lo abrió por la página donde había unas palabras escritas a mano y se la enseñó:
-¿Recuerda esto?
El mensaje era sencillo: «Reverendo Esposito: Espero que algún día pueda pagarle lo que ha hecho por mí. Afectuosamente, Juan Pedro Lanzani.»
Esas palabras de escolar detuvieron en seco al conde. Su glacial mirada pasó del libro a la cara de Mariana.
-Juega a ganar, ¿eh? Pero tiene las cartas equivocadas. Cualquier obligación que pudiera sentir sería hacia su padre. Si desea favores, debería pedirlos él personalmente.
-No puede. Murió hace dos años.
-Lo siento, señorita Esposito -dijo él tras un embarazoso silencio-. Su padre era el único hombre verdaderamente bueno que he conocido.
-Su abuelo también era un hombre bueno. Hizo muchísimo por la gente de Penreith. El fondo para los pobres, la capilla...
-Ahórreme los ejemplos -interrumpió él antes que ella pudiera seguir con la lista de las obras de caridad del difunto conde-. Sé que a mi abuelo le gustaba ser un ejemplo de moralidad para sus inferiores, pero eso no tiene ningún atractivo para mí.
-Por lo menos se tomaba en serio sus responsabilidades -replicó ella-. Usted no ha hecho nada por la propiedad ni por el pueblo desde que heredó.
-Proceder que tengo toda la intención de continuar.
-Apuró la copa y la dejó sobre la mesa-. Ni el buen ejemplo de su padre ni la prédica moralizadora del viejo conde lograron transformarme en un caballero. No me importa un rábano nadie ni nada y prefiero seguir así.
-¿Cómo puede decir eso? -repuso ella horrorizada-. Nadie es tan insensible.
-Ay, señorita Esposito, qué conmovedora es su inocencia. -Se apoyó en el borde de la mesa y cruzó los brazos sobre el pecho, con una expresión tan diabólica como su apodo-. Será mejor que se marche ahora antes que le destroce más sus ilusiones.
-¿No le importa que sus prójimos estén sufriendo?
-Pues no. La Biblia dice que siempre habrá pobres, y si Jesús no pudo cambiar eso, ciertamente yo tampoco podré. -La miró burlón-. Con la posible excepción de su padre, jamás he conocido a ningún hombre caritativo que no tuviera motivos bajos. Las personas hacen gala de generosidad porque desean la gratitud de sus inferiores y las satisfacciones de los fariseos. Pero yo, en mi sincero egoísmo, no soy un hipócrita.
-Un hipócrita puede hacer el bien aunque sus motivos sean indignos, lo que lo hace más valioso que una persona con su clase de sinceridad -contestó ella secamente-. Pero, puesto que no cree en la caridad, ¿qué puede importarle? Si es el dinero lo que le alegra el corazón, puede obtener beneficios en Penreith.
-Lo siento -dijo él negando con la cabeza-. No me importa mucho el dinero. Tengo más de lo que podría gastar en diez vidas.
-Me alegro por usted -murmuró ella en voz baja. Deseó darse media vuelta y marcharse, pero sería admitir la derrota y nunca había sido buena para eso. Pensando que tenía que haber una manera de conmoverlo, le preguntó-: ¿Qué sería necesario para hacerlo cambiar de opinión?
-Mi ayuda no está disponible a ningún precio que usted esté dispuesta o pueda pagar.
-Póngame a prueba.
Él la miró de arriba abajo con insultante franqueza.
-¿Es una proposición?
Si su intención fue escandalizarla, lo consiguió. Ella se ruborizó de humillación, pero no desvió la vista.
-Si digo que sí, ¿lo convencería de ayudar a Penreith?
-¡Dios mío! -exclamó él sorprendido-, ¿de veras se dejaría deshonrar por mí para favorecer sus proyectos?
-Si estuviera segura de que funcionaría, sí –contestó ella temerariamente-. Mi virtud y unos pocos minutos de sufrimiento serían un pequeño precio a pagar si consideramos las familias que se mueren de hambre y las vidas que se perderán cuando explote la mina.
Los ojos de él destellaron y por un instante pareció a punto de pedirle que le explicara más detalles, pero enseguida recuperó su expresión impenetrable.
-Aunque es una oferta interesante, no me atrae la idea de llevar a la cama a una mujer que actuaría como Juana de Arco camino de la hoguera.
-Yo creía que los libertinos disfrutaban seduciendo a inocentes -dijo ella con las cejas enarcadas.
-Personalmente, siempre he encontrado aburrida la inocencia. A mí que me den una mujer con experiencia. Sin hacer caso del comentario, ella dijo pensativa:
-Comprendo que una mujer fea no lo tiente, pero ciertamente la belleza podría vencer su aburrimiento. Hay varias chicas hermosas en el pueblo. Yo podría encargarme de averiguar si alguna de ellas estaría dispuesta a sacrificar su virtud por una buena causa.
Él se acercó y le cogió la cara entre las manos. Su aliento olía a brandy y tenía las manos calientes, y a ella le pareció que le abrasaban la cara. Se acobardó y sintió deseos de retroceder, pero se obligó a mantenerse inmóvil mientras él le escudriñaba el rostro con unos ojos que parecían capaces de leer los oscuros secretos de su alma. Cuando ya no podía seguir soportando ese examen, él le dijo:
-No es tan fea como pretende ser. Dicho eso la soltó y ella quedó estremecida. Él se apartó para ir a rellenar su copa.
-Señorita Esposito, no necesito dinero; puedo encontrar todas las mujeres que quiera sin necesidad de su inepta ayuda, y no tengo el menor deseo de destruir mi reputación, tan arduamente ganada, asociándome con buenas obras. Ahora, ¿se marcha pacíficamente o deberé usar la fuerza?
Ella se obstinó:
-Aún no ha puesto un precio para su ayuda. Tiene que haber algo. Dígamelo y tal vez pueda satisfacerlo.
Suspirando, él se dejó caer en el sofá y la miró. Mariana Esposito era bajita y algo menuda de figura, pero rezumaba energía. Era una formidable joven. Probablemente había afinado sus capacidades organizándole las cosas a su padre, un hombre tan poco realista.
Si bien nadie podría decir que era una beldad, no le faltaba atractivo, a pesar de sus esfuerzos por ser austera. Su ropa sencilla acentuaba la esbeltez de su figura y los cabellos estirados en un severo moño tenían el paradójico efecto de hacer parecer enormes sus ojos negros. Su piel blanca tenía la atractiva lozanía de la seda abrigada por el sol; aún sentía en los dedos el hormigueo producido por el contacto con su pulso en las sienes.
No, no era una belleza, pero sí una mujer peculiar, y no sólo por su tozudez. Hubo de admirarle su valentía al ir allí. Sólo Dios sabía las historias que se contarían de él en el valle, y probablemente los lugareños lo consideraban un hombre peligroso. Sin embargo allí estaba ella, con su apasionado cariño por la gente y sus osadas peticiones. En todo caso, el momento elegido era el peor, puesto que quería interesarlo por un lugar y una gente que él ya había decidido olvidar.
Lástima que no hubiera empezado antes a beber brandy, porque de ese modo podría haber estado inconsciente y a salvo en el momento de la llegada de esa importuna visita. Aunque él la hiciera salir por la fuerza, probablemente ella continuaría intentando obtener su ayuda, dado que al parecer estaba convencida de que él era la única esperanza para Penreith. Comenzó a especular sobre qué sería lo que quería de él, pero desistió al punto. Lo último que quería era involucrarse. Sería mejor poner su cerebro, borroso por el brandy, a pensar en cómo convencerla de que su misión no tenía esperanzas.
Pero ¿qué demonios se podía hacer con una mujer dispuesta a sufrir un destino peor que la muerte por conseguir sus objetivos? ¿Qué podía pedirle que fuera tan horripilante que ella se negara de plano?
La respuesta le llegó con la simplicidad de la perfección. Seguramente ella era metodista, como su padre; formaría parte de una comunidad de creyentes sobrios y virtuosos. Su posición, su identidad, dependería de cómo la consideraban sus compañeros.
Con ademán triunfal, se acomodó en el sofá, reclinándose en el respaldo, preparado para librarse de Mariana Esposito.
-Tengo un precio, pero sé que no lo pagará.
-¿Cuál es? -preguntó ella recelosa.
-No se preocupe, su virtud, ofrecida de tan mala gana, está a salvo. A mí me resultaría odioso quitársela y usted probablemente disfrutaría de convertirse en mártir de mis depravados deseos. Lo que quiero en lugar de eso... -hizo una pausa para beber un trago de brandy- es su reputación.


Epaa! La verdad no se cual de los dos es mas osado al hacer los pedidoss! Peroo sin dudas, el es muy tentador! Jajajaja Quee Pasaraa con estoss doss testarudos, dispuestos a ganar?

"Deliciosamente vulnerable" cap 41

A todos aquellos del estudio que habían estado en la recepción de la noche anterior, se les había autorizado para llegar a las once del día siguiente. Así que Mariana había aprovechado aquellas horas extras para ahorrarse algo del sueldo de Normita, y para tratar de borrar con maquillaje los estragos que habían hecho en su cara una noche entera vacía de sueño y repleta de llanto.

Pero con la exactitud de un reloj, a las diez y cincuenta, Mariana ya estaba subiendo por ascensor hasta el piso veintidós. Mientras caminaba hasta su oficina tuvo la extraña sensación de que la gente murmuraba a sus espaldas. Otros ignoraban su saludo, como si se hubiera tratado de un fantasma.¿Se habrían enterado lo sucedido la noche anterior?¿Quién podría haberles contado?

Mariana tuvo la respuesta a esas preguntas al llegar a su oficina. Allí, con cara de triunfo, la esperaba su jefe.

Mala señal... El jamás llegaba a horario.

—¿Se logró la absorción? —preguntó la muchacha, a modo de saludo.

—Sí... Por supuesto gracias a mí, que salvé lo de tu ataque... ¿Sabés?, ese es el problema con las minitas como vos... —comenzó a pontificar—. ¡Se creen gran cosa! Estudian un poco y piensan que son genios... Pero las pierde la vanidad... Y es que en el fondo todas son medio putas... Primero “histeriquean”, y después se hacen las ofendidas, cuando reaccionamos.

—No se meta en lo que no entiende, Pérez... Y váyase de mi oficina, que tengo trabajo... Me imagino que ese ya no será su problema, ahora que es socio.

—No —acordó él, sin más aclaraciones, y con la tristeza pintada en el rostro.

—¿No lo van a hacer socio acaso? —preguntó Mariana, aterrada.

—¡No! — volvió a repetir, pero esta vez con alegría—.Yo soy socio, pero esta ya no es más tu oficina... ¡Estás despedida, nena!... Yo te di la oportunidad, pero vos quisiste hacerte la estrecha, y conmigo no se jode.

—¿Pero, por qué? Lo que pasó anoche no tiene nada que ver con el trabajo.

—¿No? ¿Te parece?... Pero, ves que sos pelotuda, ¿o te creés que son todos tan pacientes como yo? El mismo Lanzani me exigió que te echara. Fue una de sus condiciones para la absorción: lo hiciste quedar para la mierda con tu histeriqueo, nenita... ¡Pero ahora ya es tarde! Así que..., desocupando... Rajá de acá. —se ufanaba en decir, mientras la empujaba hacia la salida.

Y no fue hasta que Marana se quedó en el medio del pasillo, aún confundida, que él le cerró la puerta en la cara.

—¿Todavía acá con los pobres, Dr. Pérez López? —le preguntó uno de los asesores al verlo.

—Es que tenía algo pendiente —respondió el otro. Y sonrió.


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Pedro había contraído neumonitis por tercera vez en el año. Quizás por haber estado caminando bajo la lluvia hasta el amanecer, luego de la fiesta de Tomassini. Y es que la cachetada de Mariana le había hecho doler hasta el alma. Y lo que más le había dolido era el hecho de que fuera justa, tanto como, cada vez estaba más seguro, había sido injusta la que él le había dado antes. Además, jamás le había levantado la mano a una mujer, y parecía increíble que Mariana

hubiera sido la primera y la única... No le iba a alcanzar la vida para arrepentirse. Pero aunque ahora ya no pensaba que ella era la más puta de las mujeres, ni siquiera que era puta, todavía era incapaz de perdonar su mentira. No tenía ganas de lastimarla ni vengarse, pero no quería saber más nada con ella. Quizás si hubiera estado sola...¡Pero con un hijo!

En esas cosas había estado pensando aquella noche de la fiesta, y ni se había dado cuenta de la lluvia. Y al día siguiente había empezado con la fiebre.

Cuando fue al doctor, éste se preocupó por lo seguido de sus infecciones, y decidió hacerle una batería de tests. Yesos estudios incluían uno de HIV.

—¿HIV?... Esto es SIDA, ¿no? ¿Para qué me lo hace?

—¿Es sexualmente activo?

—Claro.

—¿Tiene pareja estable?

—No... Pero me cuido con preservativos.

—¿Siempre?

—¡Siempre!

—¿Nunca se le desborda, nunca se le rompe...?

Pedroo calló.

—¿Tiene relaciones homosexuales?

—¡No! —gritó Pedro, al que la sola idea parecía ofenderlo.

—Sin embargo es un grupo que se ha preocupado y ha puesto mucha atención en el asunto, cosa que no se puede decir de los que somos heterosexuales... ¿Ha tenido relaciones con adictas?

Pedro calló.

—He ahí uno de los peores grupos de riesgo.

—Pero no se inyectaba.

—¿Está seguro? Mire que no sólo hay que mirarles los brazos... ¿Tuvo relaciones múltiples?

Pedro calló.

—¿Con prostitutas?

Pedro calló.

—¿En estado de ebriedad, o con poca conciencia de lo que ocurría?

Pedro calló.

—El SIDA no es algo que le pasa solamente a los chicos malos. Tengo el consultorio lleno de buena gente que es positiva.

Su joven paciente lo miró, sorprendido.

El médico siguió por un buen rato escribiendo el nombre de más estudios, mientras Pedro permanecía callado, tomando conciencia.


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La lista de los amigos de su padre ya llegaba a su fin y Cony no había conseguido marido. Algunos no querían más guerra, y otros, los más, tenían amplias referencias de los dolores de cabeza que aquella niña malcriada le había dado al viejo Ríos, y que justificaban, en parte, el hecho de que él hubiera huido sin dejar dirección. Incluso muchos habían aprovechado la oportunidad de su visita para decirle “unas cuantas verdades”, acusándola de ser la causa de la quiebra paterna.¡Ridículo!

Pero Cony no estaba acostumbrada a esperar. Además había suspendido el gimnasio, los masajes y el spa, y había comenzado a engordar.

Por suerte, justo en el preciso momento en que estaba apunto de cometer una locura, la llamada generosa del Dr. Lavalle la detuvo. Tiró entonces el número de aquella boutique en que necesitaban empleada, (¡qué tan bajo se podía llegar para pagar la peluquería!), y escuchó las noticias. Su padre, haciendo uso de su doble nacionalidad, se había instalado en España. Y parte de su pequeña fortuna la había “repatriado” para “aceitar” la justicia argentina. Así había conseguido, en tiempo record, (apenas pocos meses, en un proceso que suele llevar décadas), que lo absolvieran por falta de mérito en el juicio que se le llevaba por estafas reiteradas, y que la carátula de la quiebra dolosa cambiara por la de una quiebra común. Jueces, políticos y sindicalistas, todos los que eran ricos, se volvieron un poco más ricos, y los trabajadores y pequeños empresarios se hundieron apenas un poco más, porque no había mucho que caer cuando ya se estaba en lo más bajo.

Vistas las noticias, Constanza apeló otra vez a viejas amistades y consiguió el tan ansiado dato de la dirección y el teléfono de su miserable padre. Por supuesto que de haber tenido dinero..., pero tuvo que contentarse con un simple llamado telefónico, (¡las cosas ya no eran como antes!) Por desgracia Eleuterio Ríos, por primera vez, fue terminante: no había más dinero para ella. Ninguna ley en el mundo lo obligaba a mantener a una hija mayor de edad. Él se encontraba enfrascado en montar una pequeñísima fábrica de cerámicas en aquel país, famoso por sus cerámicas. Se sentía joven otra vez y no tenía lugar en su agenda para “asuntos sociales”Cuando cortó la llamada, mil venganzas terribles cruzaron por la mente de Cony, (tanto era su odio por aquel hombre), pero ninguna que se pudiera llevar a cabo sin dinero.

Es que incluso para ser mala de verdad necesitaba ser rica. Así de pobre era.


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Como siempre que Pedro pedía ayuda, un millón de mujeres corrían a auxiliarlo.

Tenía fiebre, miedo de que el resultado de su test de SIDA fuera positivo, y preocupación porque no se llevaran a cabo correctamente la tareas a su cargo en el estudio. Todos estos problemas, en igual orden de importancia, (así de mal estaba su vida), lo acuciaban.

Él permanecía metido en la cama, delirante, tiritando, mientras que por su departamento circulaban su madre, su vieja nana, sus tías, su novia oficial Ana Clara, y muchas de sus antiguas amantes, tratando de recuperar algo del terreno perdido.

Incluso Ayelén, a quién no había vuelto a ver desde aquella noche en que se había fugado con Esteban, fue a visitarlo y le contó que estaban planeando casarse. Aún en medio de su enfermedad, o quizás por ella, Pedro lamentó que el idiota de su enemigo fuera capaz de semejantes extremos con tal de dañarlo.

Apenas pudo recuperarse un poco, aquel hombre que había convertido por voluntad propia su casa en un pequeño aquelarre, con tal de lograr algo de compañía, notó que a pesar de las risas y las charlas, todavía se sentía muy solo.


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Aquellos meses fueron terribles para Mariana. En un país que estaba sufriendo la peor crisis de toda su historia, simplemente no había trabajo. Y menos para alguien tan capacitado como ella. Los estudios contables caían a la par que crecían las quiebras de sus clientes, y nadie necesitaba un nuevo contador.

En Rossi y Asoc., el estudio que la había visto crecer, no querían volver a perderla, pero como ya habían tomado a otro profesional, lo único que le ofrecieron fue que se incorporara a tiempo y tareas completas, pero a la mitad del sueldo que había estado ganando antes de irse, que a su vez era la mitad de lo que había ganado en Farrell. Y si bien le era imposible subsistir con aquello, aceptó. Tenía un hijo que mantener, y no había orgullo que lo alimentara.

Por fortuna pudo alquilar con rapidez su amado departamento de Belgrano. El día que tuvo que entregar las llaves de su casa al inquilino, se desgarró por dentro, pero no lloró. No lloraba por tonterías. Necesitaba el dinero para pagar la pensión y la leche de Fer....Además, en su tiempo libre (¿?) comenzó a llevar pequeñas contabilidades. Negocios miserables de gente miserable. En muchos casos, hombres solos para los que una mujer bonita era toda una tentación. Y Mariana, preparada para desempeñarse con soltura en grandes desafíos, era incapaz de lidiar con ellos.

Había vivido su vida planificando el momento en que tuviera su propia casa, su familia, su carrera.... Su libertad.... Y ahora que tenía casi todo eso, seguía atada a horarios, contando monedas, y vendiendo su tiempo de vida por poco.

Se sentía miserable. En su interior veía crecer el odio hacia el hombre que había amado y que la había lastimado de todas las formas posibles. Sentía rencor por él, porque hubiera pedido que la echaran de su trabajo, poniendo en peligro su subsistencia y la de su hijo. Pero lo que en verdad no podía perdonarle era que la hubiera hecho vislumbrar una felicidad que, aunque ahora sabía falsa, añoraba. Que la hacía sentirse ajena aún en los brazos de José Luis, el hombre que casi había sido su marido... Ella necesitaba un padre para su hijo, y él, una buena madre para sus tres dulces niñas. Unas niñas que tenían la mirada de su querida amiga Vanina...¿Por qué seguir entonces sufriendo en Buenos Aires?

Ella sabía la respuesta: era el precio de la libertad.

Y ella había nacido para ser libre, y cumplir su destino.


SI YO DIGO QUE A PARTIR DE AHORA LOS CAPITULOS SON IMPERDIBLES.... ES PORQUE A PARTIR DE AHORA LOS CAPITULOS SON IMPERDIBLES!!!!!

jueves, 29 de abril de 2010

"Tormenta de pasiones" por Marian Tosh~

Hola, soy MarianTosh!~ Y he elegido esta novela para adaptar, xq me fascino, y espero q a ustedes tmb les guste tanto como a mi, acá les dejo una pequeña introducción de ella y el prologo. Si les gusta la continuare… Besitosss!

Introducción


Los habitantes de un pueblo minero son víctimas de la miseria y la opresión.
En Gales, a principios del siglo XlX, la vida es en general difícil, pero la buena o mala disposición de la aristocracia local puede representar una gran diferencia.
Consciente de ello, Mariana Esposito, la maestra del pueblo, decide elevar una súplica al Conde de Aberdare, un noble de sangre gitana y pésima reputación.
El conde accede a sus ruegos, pero pone una condición: Mariana deberá convivir con él durante tres meses. Y ella, dispuesta a todo por salvar a los suyos, acepta el reto.
Debía elegir entre su honra y el bienestar de su pueblo.


PRÓLOGO

Gales, 1791

Envueltos en la niebla de invierno treparon por el muro que cercaba la propiedad. En el fantasmagórico paisaje no había un alma, de modo que nadie vio a los intrusos saltar de la muralla e internarse por los bien cuidados terrenos.
-¿Vamos a robar un pollo, mamá? -preguntó Ikky.
-No -dijo Claudia, moviendo la cabeza-. Hemos venido por algo más importante que los pollos.
El esfuerzo de hablar le provocó un ataque de tos y, estremeciéndose, se dobló por la cintura. Inquieto y preocupado, Ikky le tocó el brazo: dormir bajo los setos había empeorado la tos a su madre; además, habían comido muy poco. Esperaba que pronto volvieran a la kumpania gitana donde tendrían qué comer y disfrutarían del calor del fuego y de todos los demás.
Ella se enderezó, con la cara pálida pero expresión resuelta, y continuaron caminando. El único destello de color en aquel paisaje invernal era su falda púrpura. Finalmente salieron de la arboleda a una extensión de hierba que rodeaba una inmensa mansión de piedra.
-¿Aquí vive un gran lord? -preguntó Ikky, impresionado.
-Sí, mira todo muy bien porque algún día esto será tuyo.
Ikky contempló la casa con una extraña mezcla de emociones: sorpresa, fascinación, duda y finalmente desdén.
-Un gitano no vive en casas de piedra que ocultan el cielo.
-Pero tú eres didikois, tienes la sangre mezclada. Es correcto que vivas en una casa así.
-¡No! -exclamó él, mirándola horrorizado-. Yo soy tacho raí, pura sangre gitana, no payo.
-Tu sangre es romaní y paya -dijo ella con una sombra de tristeza en su hermoso rostro-. Aunque has sido criado como gitano, tu futuro está con los payos.
Ikky comenzó a protestar pero su madre, al oír ruido de cascos de caballo, lo obligó a callar con un rápido gesto de la mano. Retrocedieron a esconderse entre los arbustos y vieron pasar a dos jinetes que se detuvieron delante de la casa. El hombre más alto desmontó al instante y subió por los anchos peldaños de la escalinata, dejando su montura al cuidado de su acompañante.
-Hermosos caballos -suspiró Ikky con envidia.
-Sí, ése debe de ser el conde de Aberdare –susurró Mana-. Es tal como lo describió Pablo.
Esperaron hasta que el hombre alto entró en la casa y el mozo se llevó los caballos. Entonces Claudia hizo un gesto a Ikky y los dos se dirigieron rápidamente a través del césped hacia la entrada de la casa. La brillante aldaba de metal tenía forma de dragón. A él le habría gustado tocarla, pero estaba demasiado alta.
En lugar de llamar, su madre probó el pomo de la puerta. La abrió sin dificultad y entró, con Ikky pisándole los talones. El niño contempló con ojos desorbitados el vestíbulo con suelo de mármol, tan amplio que habría podido acoger a toda una kumpania de gitanos.
Sólo había a la vista un lacayo vestido con una primorosa librea.
-¡Gitanos! -gritó el hombre con una cómica expresión de horror en la cara alargada, y tiró del cordón de una campanilla para pedir ayuda-. ¡Fuera de aquí inmediatamente! Si no salís de la propiedad en menos de cinco minutos os entregaremos al magistrado
-Hemos venido a ver al conde -dijo Claudia cogiendo a Ikky de la mano-. Tengo algo que le pertenece.
-¿Algo que le has robado? -se burló el lacayo-. Nunca has estado cerca de él. Vete.
-¡No! Tengo que verlo.
-Ni hablar -gruñó el hombre mientras corría hacia ella.
Cuando la tuvo prácticamente encima. Claudia saltó hacia un lado. Lanzando una maldición, el lacayo se giró y en vano intentó coger a los intrusos. En ese momento, en respuesta al repique de la campanilla, aparecieron otros tres criados.
Claudia fijó una feroz mirada en los hombres y siseó con practicado tono de amenaza:
-¡Tengo que ver al conde! Caiga mi maldición sobre cualquiera que intente detenerme.
Los criados pararon en seco. Ikky casi se echó a reír al verles la expresión. Aunque sólo era una mujer, Claudia desconcertaba y asustaba a los payos. Él se enorgullecía de ella. ¿Quién sino un gitano podía ejercer tanto poder con sólo palabras?
Su madre le apretó más la mano y se adentraron en la casa. Antes que los criados pudieran sacudirse el miedo, tronó una voz ronca:
-¿Qué demonios pasa aquí? -El alto y arrogante conde apareció en el vestíbulo-. Gitanos -dijo con repugnancia-. ¿Quién ha dejado entrar a estas sucias criaturas?
-Te he traído a tu nieto, lord Aberdare -dijo Claudia-, el único nieto que vas a tener en tu vida.
Se hizo un profundo silencio y la horrorizada mirada del conde pasó a Ikky.
-Si dudas de mí...
-Ah, estoy dispuesto a creer que este asqueroso crío puede ser de Pablo, lleva su paternidad escrita en la cara. -Dirigió a Claudia la lasciva mirada que solían dirigir los hombres a las gitanas-. Es fácil entender por qué mi hijo se acostó contigo, pero un gitano bastardo no me interesa.
Claudia se metió la mano en el corpiño, sacó dos papeles doblados y sucios y se los pasó al conde.
-Mi hijo no es ningún bastardo. Como los payos dais tanta importancia a los papeles, he guardado las pruebas, mi matrimonio y el registro del nacimiento de Ikky.
Lord Aberdare leyó impaciente los documentos y se puso rígido.
-¿Mi hijo se casó contigo?
-Sí -dijo ella con orgullo-, en una iglesia paya y también a la manera de los gitanos. Y tendría que alegrarte que lo hiciera, anciano, porque no tienes ningún heredero. Con tus otros hijos muertos, no tendrás ningún otro.
-Muy bien -dijo el conde con expresión salvaje-. ¿Cuánto quieres por él? ¿Te parece bien cincuenta libras?
Ikky vio un destello de rabia en los ojos de su madre, pero enseguida esa expresión se trocó en una de astucia.
-Cien guineas de oro.
El lord sacó una llave del bolsillo del chaleco y la entregó al criado de más edad.
-Sácalas de mi caja fuerte.
Ikky se echó a reír. Hablando en romaní dijo a su madre:
-Éste es el mejor ardid que he visto en mi vida, mamá. No sólo has convencido a este estúpido payo de que soy de su sangre sino que además te da dinero. Vamos a tener para comer durante todo el año. Cuando me escape esta noche, ¿dónde nos encontraremos? ¿Junto al viejo roble por donde trepamos a la pared?
Claudia negó con la cabeza.
-No debes escaparte, Ikky -le contestó en el mismo idioma, acariciándole los cabellos-. Este payo es de verdad tu abuelo y ésta va a ser tu casa ahora.
Él esperó que dijera algo más, porque no era posible que estuviera hablando en serio.
Volvió el criado y le entregó a Claudia una tintineante bolsa de cuero. Después de contar el contenido, se levantó la falda exterior y se metió la bolsa en un bolsillo del corpiño. A Ikky le sorprendió su acción, ¿no sabían esos payos que los había maldecido al levantarse la falda en su presencia? Pero ellos se quedaron indiferentes ante el insulto.
Claudia dirigió una mirada de fiereza a Ikky.
-Trátalo bien, anciano, porque si no, mi maldición te perseguirá hasta más allá de la tumba. Que caiga muerta esta noche si no es cierto lo que digo.
Dicho eso se giró y caminó hacia la puerta por el pulido suelo meciendo las faldas. Un criado le abrió la puerta. Haciendo una inclinación de la cabeza, como una princesa. Claudia salió.
Repentinamente Ikky comprendió que su madre hablaba en serio, que de veras lo iba a dejar con los payos.
-¡Mamá, mamá! -gritó, corriendo tras ella.
Pero antes de que la alcanzara se cerró la puerta en sus narices, dejándolo atrapado en la casa que ocultaba el cielo. Cuando cogió el pomo, un criado lo sujetó por la cintura. Ikky le dio un rodillazo en el vientre y arañó la blanca cara del payo. El criado aulló de dolor y otro se acercó a ayudarlo.
-¡Soy gitano! -gritó Ikky pataleando y agitando los puños-. No quiero vivir en esta horrible casa.
El conde frunció el entrecejo, asqueado por esa exhibición de emociones. Habría que quitarle ese comportamiento al crío, junto con cualquier otro rastro de su sangre gitana. Pablo también había sido desmandado, mal criado por una madre que lo adoraba. Justamente fue la noticia de la muerte de Pablo la causante del ataque de apoplejía que la convertiría en el cadáver que era en esos momentos.
-Llevadlo al cuarto de los niños y aseadlo –ordenó con dureza-. Quemad esos andrajos y buscadle ropa más apropiada.
Fueron necesarios dos hombres para someter al niño, que continuó llamando a gritos a su madre mientras lo subían pataleando por la escalera.
Su rostro una máscara de resentimiento, el conde volvió a mirar los documentos que probaban que ese moreno pagano era su único descendiente vivo: Juan Pedro Pablo Lanzani, según el certificado de nacimiento. Era imposible dudar de su linaje; si no fuera tan moreno, casi podría haber sido el propio Pablo a esa edad.
Pero, Dios santo, ¡un gitano! Un gitano moreno, ojos verdes y apariencia de extranjero. De siete años y ya tan experto en mentir y robar como ignorante de la vida civilizada. Sin embargo, ese crío andrajoso y sucio era el heredero de Abordare.
En otro tiempo el conde había rogado desesperadamente a Dios por un heredero, pero jamás había soñado que sus oraciones serían escuchadas de esa manera. Aun en el caso de que su inválida condesa muriera dejándolo libre para volverse a casar, el crío gitano tendría más derecho que los hijos de una segunda esposa.
Estrujó los papeles en la mano, pensando. Tal vez si algún día podía volverse a casar y tenía más hijos, podría hacer algo. Pero mientras tanto debía educar lo mejor posible al niño. El reverendo Esposito, el profesor metodista del pueblo, podría enseñarle a leer, buenos modales y los conocimientos básicos para luego enviarlo a un colegio adecuado.
El conde giró sobre los talones y entró en su estudio, cerrando la puerta de un golpe para no oír los angustiados gritos del niño, que resonaban dolorosamente en los corredores de Aberdare.
Bienvenida al blog!!!!

"Deliciosamente vulnerable" cap 40

Mariana ya estaba casi relajada. Según le habían dicho, el informe había impresionado bien, aunque la palabra final posiblemente la diera Rodríguez Melgarejo, un tipo importante del estudio, que iba a llegar cerca de la medianoche.

En cuanto a la fiesta, era increíble. Show, magos,bailarinas. No estaba acostumbrada a aquel tipo de eventos, y se extrañaba de ver muchas caras conocidas, (¿modelos?,¿actores?, ¡políticos!)Pero lo que más le llamaba la atención era la persistencia de aquel muchacho Ignacio en acompañarla. Era el tipo más buen mozo que había visto en su vida: tenía una cara masculina y perfecta. Era un abogado recibido de la Universidad Católica, y parecía provenir de una buena familia. Además del placer que significaba mirarlo, estaba un poco confundida por todas sus atenciones: habían bailado, charlado, reído, y él todavía no se alejaba de su lado, en busca de alguna de las bellezas que pululaban por el lugar.

En algún otro ciclo de su vida Mariana se hubiera sentido halagada, e incluso tocada, por alguien así, tan sencillo, inteligente, y algo tímido. Pero ahora era una madre de familia y no había lugar para “histeriqueos”.Quizás cuando su bebé fuera más grande e independiente iba a ponerse a buscar un compañero... Quizás hasta iba a darle una nueva oportunidad a José Luis, que seguía llamándola. Pero, por ahora, le convenía olvidarse del amor.¿Cómo desalentar a aquel galán, sin ofenderlo? Y entonces recordó que tenía un arma infalible para alejar a los hombres. En efecto, bastó que le mencionara a Ignacio que era madre soltera y tenía un bebé de dos meses, para que él huyera, (literalmente), despavorido.


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Era casi la medianoche cuando Pedro entró al salón. Hubo un cierto revuelo a su alrededor ya que en el ambiente empresario era bastante conocido, y en el de las modelos, demasiado recordado.

Pero él recorría el salón sin detenerse, saludando brevemente a los que le salían al paso. Sólo con el viejo Tomassini hizo una excepción, aunque seguía vigilante, mirando la gente que iba y venía, buscando...Buscando.

Y entonces la vio.

Sintió que se le crispaban las entrañas.

Había esperado verla agotada, gorda.... Cambiada de alguna forma que delatara su maternidad... Pero no. No sólo estaba más hermosa: estaba resplandeciente... Y, para colmo, quedaba claro que todos los hombres a su alrededor la deseaban.

Pensar en eso lo enfurecía más que ninguna otra cosa.

El viejo Tomassini notó hacia donde se dirgía la mirada de Pedro, y su distracción. No podía culparlo. Si él hubiera sido más joven... Así que dejó de retenerlo y permitió que siguiera su camino.

Pedro se dirigió con paso firme al salón adonde estaba Mariana. A medida que se iba aproximando iba sintiendo el odio crecer dentro de él, y unas terribles ganas de lastimar a aquella mujer, que no sólo no lo había amado lo suficiente, sino que lo había olvidado por completo.


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Mariana estaba charlando con los de su propio estudio, cuando vio que alguien se aproximaba, abriéndose paso entre la gente. Era Pérez López. Pero no parecía interesado en ellos, sino que miraba un poco más allá.

—¡Dr. Lanzani! —exclamó su jefe al fin.

Y Mariana tuvo miedo de darse vuelta.

Allí estaba él... Pedro.

—¡Sabía que no nos iba a fallar esta noche!... Le presento a la gente de nuestro estudio: al Dr. Rivera y al Dr. Alonso ya los conoce... Y esta es Mariana.

Pedro saludó con una ligera inclinación de cabeza a los demás, y clavó la mirada en aquella mujer a la que había amado tanto. Pérez López lo notó en seguida.

—¿Se conocían? —preguntó.

Mariana iba a contestar, cuando Pedro se le adelantó, para responder:

—No... Nunca te conocí... ¿O me equivoco?

La pobre muchacha estaba demasiado emocionada para hablar. Ese hombre, como ningún otro, la conmovía. Pero Pérez López no estaba dispuesto a ceder protagonismo. Aquella era su noche, y no pensaba despegarse de Lanzani hasta que se pronunciara a favor de la absorción.

Pedro, en cambio, tenía otros planes.

— Dr. Lanzani, ¿qué le parece nuestro aporte a este pequeño negocio?

El gran doctor Lanzani no dejaba de mirar a Mariana, que se sentía desfallecer. Tantos meses... Tanto dolor... Tantas emociones... Y su amor por aquel hombre, intacto. La embriagaba su sola presencia.

—¡¿Doctor Lanzani?! ¡Pedro!

Pedro reaccionó.

—¡Ah! Sí, disculpen... Hablábamos de la absorción... Yo soy el que va a decidir sobre ese asunto y...

—Pero no hay mucho que decidir... El informe lo dice todo... Me esforcé porque fuera muy completo —ladró el idiota de Pérez López.

Mariana lo observó con cara de reproche, y su jefe le hizo una mueca.

—El informe es excelente —contestó Pedro, hablándole a Mariana.

Y Pérez López comenzó a desesperarse:

—Bueno, básicamente lo he elaborado yo, más allá de alguna pequeñísima colaboración de mis subordinados. Nos gusta pensarnos como un gran equipo de trabajo.

Pedro ya se estaba hartando de ese tipo y de mirar a Mariana de lejos. Ya había mirado demasiado, y tocado demasiado poco, y aquella era su oportunidad de emparejarlas cosas.

—Dr. Pérez López —dijo con intensidad—, el trabajo es excelente pero quisiera que me explique el gráfico que figura en el primer anexo sobre....

Como suponía Pedro, el falso doctor entró en pánico. Apenas había echado un vistazo sobre ese trabajo, y le había parecido demasiado técnico.

—Bueno, el anexo precisamente lo hizo...

Pérez López observó la cara de horror de sus subalternos, que no tenían la más remota idea de lo que se hablaba.

Por fin tuvo que rendirse:

—... el anexo lo hizo Marianita, aquí presente.

—Entonces me lo va a explicar Marianita, mientras bailamos... —respondió Pedro, tomando a Mariana entre sus brazos, y llevándola hasta la pista, sin darle tiempo a nadie para reaccionar.

Por un momento bailaron en silencio. Pérez López los vigilaba a la distancia. La música sonaba y Mariana no podía creer lo que le estaba pasando. Y es que le estaba pasando de todo. No podía pensar. Sólo sentir... Sentir el perfume de Pedro, que le era tan propio; hundirse en el brillo de sus ojos; perderse entre la fuerza de sus brazos... Incluso sentir el calor de su virilidad expectante... Sentir...Pero también Pedro estaba extraviado en medio de los recuerdos. De aquella piel suave; de aquellas formas prohibidas; de ese ligero temblor de mujer joven y entregada al sentimiento... Todo lo que él recordaba estaba ahora allí, entre sus brazos... Aquellos breves momentos de calma, de ternura, se revivían ahora, como si no hubiera pasado tanto tiempo y tanto dolor.

¿Qué extraño poder tenía esta mujer falsa y engañadora sobre él? Esa mujer.... La mujer de otro.

—No engordaste —dijo, aparentando indiferencia.

Mariana no entendió su comentario, hasta que formuló la siguiente pregunta.

—¿Fue nena o varón?

—Varón —informó ella, mientras con desesperación trataba de poner a su inteligencia a cargo otra vez, y destronar por un rato a sus sentimientos.

—¿Cómo se llama?

—Fernando Pe... —se paró en seco—. Fernando.

—Como el padre... —afirmó Pedro con amargura.

—Como mi padre

—¿Y fue muy doloroso el....?

Mariana lo interrumpió. Eso era demasiado para ella.

—Por favor, Pedro... —suplicó, mientras intentaba alejarse.

Pero él logró retenerla y volvieron a bailar en silencio, hasta que Pedro comenzó a susurrarle al oído.

—Pensé que me iba a ser más fácil olvidarme de vos...

Incapaz de responderle nada, Mariana se sentía desfallecer entre sus brazos... Ese hombre la podía.

—Pensé que simplemente te iba a odiar, y a otra cosa...Y es que me lastimaste mucho, ¿sabés?... Pero por algún motivo no puedo sacarte de mi cabeza.

Pérez López hizo un gesto a Mariana que ella no supo o no pudo interpretar. Todo le daba vueltas. Amaba tanto a ese hombre... Pero ahora tenía un hijo... Y estaba Pérez López... Y la absorción... Y José Luis... Y Pedro... Y Fernando... Y Pit.... Estaba Fernando.

—Por favor, Pedro, no me hagas esto.... —y en voz baja agregó—. Sabés perfectamente lo que siento por vos... Pero esta noche estamos aquí para hablar de trabajo. De esta absorción dependen muchas cosas muy importantes para mí.

Pedro la observó sin molestarse en ocultar su desprecio. Por supuesto, trabajo. Por supuesto el cálculo, el orden, las prioridades, las fechas. Esa era otra de las caras de esa mujer, que tenía muchas.

—No, si yo también estoy hablando de trabajo... Vos necesitás una resolución favorable en esta absorción. Y yo soy el encargado de darte una respuesta... Y te la voy a dar: mañana por la mañana..., en mi cama. No me gusta quedarme con cosas pendientes, ¿sabés? Y vos sos una cosa pendiente. ¡Si al final parece que el único idiota en este país que no te ha cogido fui yo!

Por un instante pudo ver en la claridad de los ojos de la muchacha, como su corazón se despedazaba. Y luego, Mariana le cruzó la cara de un sonoro sopapo.

Todos, en aquel salón ruidoso, callaron para observarlos. Pedro la percibió así, destrozada. Con una tristeza tal, que a él mismo le llegó al alma. Supo enseguida que había hecho algo muy malo e injusto, y quiso disculparse.... Pero Mariana ya había huido de su lado.

Como siempre.

—Dr. Lanzani.... —exclamó Pérez López, mientras se acercaba, totalmente desencajado— Usted disculpe...¡Yo sabía que esa chica iba a traer problemas!

—No. De ninguna manera. La culpa es mía. He sido yo, que me he portado como una bestia. Ella hizo lo único que correspondía... Además, no se preocupe. Gracias al excelente trabajo de la Dra. Esposito esa absorción es un hecho. Lo único que falta es ponerse de acuerdo con los números... Le reitero: pida disculpas a la Dra. Esposito por mi comportamiento... Y espero que el estudio sepa aprovechar todo su potencial. Es, sin duda, una gran auditora. Hágale llegar también mis felicitaciones... Y, de nuevo, mis disculpas... Dígale que no me va a alcanzar la vida para arrepentirme de lo que he hecho esta noche...¿Sabe lo que pasa?... Creo que la confundí con alguien más.


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Mariana lloraba sin consuelo. ¿Cómo podía hacer para arrancar de su corazón a aquel hombre que la consideraba sólo una “cosa pendiente”, aquel hombre que, como le había advertido su amiga Agustina, aún podía seguir lastimándola? Porque junto a él quedaba indefensa. Vulnerable... ¿Por qué Dios no le permitía enamorarse de José Luis? ¿Por qué se sentía tan ajena en sus brazos, y tan propia en los de Pedro?

Todavía recordaba con dolor aquel día en que le había jurado que iba a tener un hijo.

Se había mantenido viva durante aquellos meses, gracias a la secreta esperanza de que alguna vez se reencontraran. Y que entonces, las diferencias entre los dos ya no fueran tan importantes. Pero ahora se daba cuenta de su error...Amaba a un hombre imaginario. El Pedro de la vida real no era más que uno dispuesto a esperar con paciencia el momento de gozar de su cuerpo, pero que era incapaz de encontrar el camino de su alma.... De esta mala persona se había enamorado.

Y ahora no podía arrancarlo de su corazón.

miércoles, 28 de abril de 2010

"Deliciosamente vulnerable" cap 39

Los días iban pasando, y Pedro cada vez estaba más infeliz y malhumorado. Ya ni el buen sexo lo alegraba, ni el trabajo lo entretenía.

Por supuesto, siempre había excepciones. A veces, como aquel día, llegaban a sus manos trabajos de cierta excelencia que lograban captar su atención. Y en particular, aquel era muy bueno. Era una presentación del estudio Farrell, informando sobre una oferta de absorción a buen precio. Él mismo había tratado con el viejo Tomassini, uno de sus mejores clientes, y estaba bastante al tanto del asunto. Pero ese informe era particularmente bueno...Aquel Dr. Pérez López sabía lo que hacía. Había hecho análisis de costos y rendimientos que ni a él mismo se le hubieran pasado por la cabeza. Había efectuado los cálculos más complicados, y los había expuesto de la forma más amena y sencilla. Hasta un idiota se convencía de invertir los cuarenta millones con sólo leer aquello. Y como el viejo Tomassini sabía que esa inversión se iba a recuperar en un año, el negocio estaba asegurado. Pero con todo, se sintió algo herido en el orgullo: creía ser el mejor, pero evidentemente había otros... Volvió a leer el nombre de la firma: Pérez López...

Doctor Pérez López.


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—Licenciado Pérez, ¿ya tuvo respuesta?

Mariana estaba muy preocupada. Había invertido no sólo muchas horas de trabajo, sino también las de su sueño, para poder sacarse a ese idiota de encima.

—No... Mis espías me dicen que ahora está en el despacho de Lanzani.

Las mejillas de Mariana comenzaron a arder.

—¿Sabés quién es, no? El hijo del famoso... Pero parece que éste también es difícil, así que..., veremos.

—¿Y cuándo van a informarnos?

—No sé... En principio Tomassini va a hacer una gran recepción por los diez años de su línea de congelados, y el tipo insiste con que vayamos todos... ¡Quiere impresionarnos, el muy estúpido! Se supone que ahí tenemos que encontrarnos con los de su estudio, para que nos den la respuesta. ¿Qué pretenderá con eso? ¿Pagarnos unos mangos menos?

—No... —aclaró Mariana—. En esa reunión sólo se decide si se hace o no la absorción. De dinero se hablaría más tarde... Creo que a quien pretende dar el mensaje es a la gente de su propio equipo... “Hay otros estudios con los que tengo mucho contacto”, eso sería lo que esta invitación significa. Una jugada muy interesante, considerando que el Sr. Tomassini sólo se hizo cliente del estudio Lavagna por indicación de su socio milanés.

Pérez López la miró asombrado, y pensó: “Ya lo decía yo: tan buenas tetas, tan buen culo... Esta piba no existe, es un robot... ¡Sabe de todo!”


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—¡Doctor Lavalle!... Habla Constanza Ríos, ¿se acuerda de mí?

...

— Sí, también yo estoy muy desilusionada. Todavía no me repongo... Me siento tan sola y miserable... Aunque, qué le voy a hablar a usted de soledad, justo a usted, que acaba de perder a su esposa. ¿Cuántos años de casados fueron?

...

— ¡Era tan buena persona, su esposa!... Bueno, pero al menos tiene la compañía de su hijo...

Cony escuchó la respuesta y sonrió.

—Ya ve, hasta los que más queremos nos traicionan...¡Como mi padre!, ¿quién iba a decirlo?... Y yo aquí, esperando durante todos estos años a que apareciera un hombre tan recto como él para casarme... Ya no puedo creer en nadie, doctor Lavalle... A este paso me quedo soltera

....

—Algo más, doctor.... Hay unos papeles sobre la fábrica que un hombre intenta que firme

....

—¿En verdad sería tan amable?... ¿No le molestaría que fuera esta noche a su casa?

...

—Entonces nos vemos esta noche... Además tengo que confesarle algo, una pavada: cuando era chica estaba perdidamente enamorada de usted, y ahora me muero de curiosidad por saber si sigue tan buen mozo

....

—Seguro que no es así.... Los setenta son la mejor edad de un hombre. Y estoy segura que cualquier buena chica sería capaz de enloquecer por alguien tan recto como usted... Bueno, pero no lo entretengo más. Nos vemos a las diez, entonces...

“Tan recto...”, se dijo Cony al cortar. “Vamos a ver si todavía lo tenés tan recto”


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Mariana se probó el vestido de fiesta que Agustina iba aprestarle. ¡Era terrible! Rojo, drapless, con un tajo que subían desde el piso hasta muy por encima de la rodilla, dejando al descubierto prácticamente toda su pierna bien torneada.

—¡Parezco una loca!

—¡Te queda fabuloso, guacha! Ojalá yo pudiera ponerme algo así...

Mariana se miró de perfil. Aquello era peor todavía. El estrecho corsé dejaba claramente a la vista los noventa y cinco centímetros de busto que tanto le desvelaba ocultar.

—¿No tendrá otro tu prima?

—No jodás. Además la fiesta es mañana. Bastante que te conseguí este... Por el tapado no te preocupes: la hermana de Richard me va a prestar un saco de piel... Sí, no me mires con esa cara: de animales muertos... Frío, al menos, no vas a pasar.

Mariana intentó una vez más acomodarse el escote y la falda ¡No había caso!

Resignada a su suerte se sacó el vestido y volvió a ponerse su ropa sencilla. Y bastó que lo hiciera para que, incapaz de ocultar por mas tiempo sus sentimientos, se echara a llorar.

—¿Qué te pasa? —preguntó sorprendida Agustina—.¿Tan horrible te parece el vestido?


—No, no es eso... Yo no quería ir a esa fiesta...

—¡No seas tonta! Además, desde que trajiste a Fer que no salís a ningún lado. Te va a hacer bien un poco de...

Pero Mariana no la dejó terminar.

—Posiblemente ahí esté Pedro.

—¡Tendría que habérmelo imaginado! Las pocas veces que te he visto llorar en mi vida siempre está Pedro en el medio.

—Pero esta vez él no tiene la culpa... En realidad, las otras tampoco.

Agustina disentía, pero no dijo nada y la dejó terminar.

—El informe que yo hice era para su estudio. Y se supone que sea él, quien dé la respuesta.

—Pero estoy segura que Pedro tampoco se muere por verte... Cuando se entere que vas...

—No va a enterarse hasta que me vea.... Yo no soy nadie, ¿entendés? Ni siquiera tendría que estar ahí, pero el idiota de Pérez López tiene miedo de que le hagan alguna pregunta y... Creo que ni leyó el informe antes de firmarlo.

—¡Entonces lo vas a ver a Pedro!

—O quizás no, no sé. Lo que sé es que no estoy preparada para encontrarlo. Todavía me importa demasiado, y no soportaría tener que padecer otra vez su desprecio.... Y mucho menos, su indiferencia.

—¡Increíble!... Creí que como no hablabas más de él...Pero no, vos nunca hablás de nada de lo que en verdad te pasa. Y con Pedro te pasa de todo.

—Soy así.

—Mariana, ese tipo todavía no te dañó todo lo que es capaz de lastimarte... ¡Sacátelo de la cabeza antes que termine su obra!


—Si pudiera, Agustina, si pudiera.

Y diciendo esto, Mariana comenzó de nuevo a llorar.


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—Ya son las siete, ¿no te vas a cambiar?

—No... No pienso ir a esa fiesta... ¡¿Qué se cree el gordo Tomassini?... ¿Qué nos va a asustar con el estudio Farrell y Asoc.? ¡Por favor!... Si fuera el de mi viejo, iría corriendo...¡Pero el de Farrell! Esos no le ganan un cliente a nadie.

—No te creas, Pedro... Yo vi el informe de la absorción...

—Ah, el informe es fabuloso, en eso coincido... Lo hizo un tal Pérez López, ¿lo conocés?

—¿Pérez López? —chilló Ignacio, el más joven de todos—. ¡No me hagas reír! El tipo es un inútil.

—¿Y quién hizo el informe, entonces? —preguntó Rodríguez Melgarejo, que acababa de llegar.

—Creo que la contadora nueva que tienen.

—¿La de buenas tetas?— preguntó Ignacio, interesado.

—Sí —se apuró a decir el otro, con complicidad—. La de las tetas increíbles.

—¿La del culo como una manzanita? —siguió la burla otro de los asociados.

Todos rieron, menos Pedro que no entendía de qué hablaban.

—Es que el pobre Ignacio está muerto por una de las contadoras de Farrell, y hace como una semana que nos viene taladrando con eso.

—¿Una semana? —se unió Pedro a la burla—. En ese tiempo ya te la tendrías que haber llevado a la cama.

—No es fácil, Pedro... La piba parece muy seria.

Pedro se sintió tocado, y respondió con amargura:

—Note creas, hermano. En el fondo, las más serias son las más putas.

—Bueno, yo no sé si tanto. Pero vos andá a la fiesta y apurala un poco, Ignacio.

—¿Seguro que vos no vas? —volvió a preguntarle a Pedro, Rodríguez Melgarejo.

—Seguro... Esta noche escucho un poco de música con los ojos cerrados, para no tener que ver el anaranjado de la pared, y me voy a la cama solito... ¡Estoy muerto!

—Entonces mejor nos vamos.... Son las siete y cuarto y todavía estamos en pelotas.

—¡Más se quisiera este salame tener en pelotas a la contadora esta noche... —se burló uno, señalando al pobre Ignacio.

—Si para mañana no tenés una buena historia para contarme, te voy a perder el respeto... —insistió también Pedro, sin sospechar lo que en realidad estaba diciendo.


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Mariana estaba pendiente de la puerta, y los hombres de la fiesta lo estaban de ella. Su pelo negro, ligeramente ondeado gracias a los buenos oficios de su amiga, caía encascada sobre su espalda, dando marco a una cara y medidas perfectas.

Cuando ya eran las diez, llegó el estudio Lavagna, Bianchi, Lanzani y Asoc., con cuatro representantes..., y por fortuna Pedro no era uno de ellos.

Mariana respiró aliviada.¡Gracias a Dios!


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De repente, Pedro abrió los ojos y miró su reloj: ¡las diez!

Se había olvidado el informe del grupo Piero en el disco duro de su computadora... ¿Habría alguien todavía en la oficina?

Se vistió a los apurones y se dirigió allí con la esperanza de que la gente de limpieza lo dejara pasar. Pero al abrir la puerta de su oficina, se sorprendió de encontrar allí a Rodríguez Melgarejo.

—¿Qué hacés acá a esta hora?

—A veces me quedo a trabajar, cuando no tengo sueño.

—¿Por qué? ¿Alguna vez dormís?

—A veces —respondió el otro, sin mucho convencimiento.

Pedro comenzó a buscar el archivo.

—La verdad es que me hubiera quedado más tranquilo si ibas vos a la fiesta.

—No quería dar el brazo a torcer con el viejo... Lo de esta noche fue un capricho. Hubiera bastado que me reuniera con ese Pérez López...

—De verdad que Pérez López no hizo nada... Lo debe haber hecho la chica... Yo hablé dos palabras con ella y me pareció muy despierta... Además de que tiene unos increíbles ojos negros... tan negros... que... te podrías perder en ellos...

El corazón de Pedro se paralizó.

—¿Cómo dijiste que se llamaba la contadora?



ESTO SE LLAMA CAPITULO DE RELLENO PARA DESESPERAR, AÚN MÁS A LAS LECTORAS!!!!!!! JAJA PERO MAÑANA!!! MAÑANA!!!!! JAJA.... LES DEJO UN ADELANTITO!!!!!!!!

"—¡Dr. Lanzani! —exclamó su jefe al fin.

Y Mariana tuvo miedo de darse vuelta.

Allí estaba él... Pedro."

martes, 27 de abril de 2010

"Deliciosamente vulnerable" cap 38

Cony había contratado un investigador privado para localizar a Loly. Pero como estaba resultando un gasto inútil, al tercer día había decidido suspenderlo. Grande fue entonces su sorpresa cuando al llegar la hora de cobrar la cuenta, otra vez se pusieron en comunicación con ella.

—De Rebagliatti, Investigaciones —anunció una voz nasal, por el celular—. Tenemos una factura de tres milpesos , impaga.

—Ya les dije que se la cobren al señor Eleuterio Ríos...—replicó Cony, impacientándose—. Comuníquese con su secretaria al 4...Pero la voz la interrumpió.

—El señor Ríos está fugado y con pedido de captura de la Interpol. La deuda es al contado, y ya tiene más de una semana de...

Esta vez fue Cony la que no la dejó continuar:

—¡¿Qué estupidez está diciendo?! El señor Ríos es mi padre y...

—Señorita, le advierto que cuando el atraso de la factura es superior a los quince días, es enviada a nuestro sistema de cobranzas. Y, créame, no le va a agradar que nuestros cobradores la visiten.

Cony se negó a seguir escuchando. De hecho, sólo había prestado atención en la parte de que su padre estaba fugado.

Colgó el teléfono y comenzó a discar el número de Rita, la secretaria privada del directorio. Luego el de la planta, el del celular, el del departamento de la calle Libertador... En todos los casos la respuesta fue la misma: “el número solicitado se encuentra fuera de servicio por falta de pago”


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—Así que ésta es la mujer de tu vida... —repitió incrédulo Rodríguez Melgarejo.

Pedro asintió, mientras hacía gestos a la azafata para que le trajera otro whisky.

—Y ahora sos feliz...

—¡Como nunca! ¡No sabés lo que es esta mina en la cama!... Y además no es rompe- pelota como las otras, que hablan todo el día... Es cierto que como decoradora es un poco... La verdad que levantarte y ver esas paredes negras y naranjas te mata. Aunque ella dice que no es naranja, que es ladrillo... Y también está lo del olor... Al principio creí que era patchuli o sándalo... ¡Que idiota!

—¿Y qué era?

—Y... digamos que la chica tiene grandes ASPIRACIONES, y usa los sahumerios para tapar el olor.

—Che, que jodido...

—No, al contrario. Con eso se queda de lo más tranquila. Y lo bueno es que no se inyecta nada...

—¿Pero a vos te gusta una mujer así?

—Es mi mujer ideal: no rompe, no jode... ¡Y no sabés lo que es en la cama!... ¡La mujer de mi vida!


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Mientras Pedro ponía la llave en la puerta de su departamento, de regreso de su viaje a Milán, pensaba en lo que lo estaba esperando: ¡sexo! Pero cuando la puerta se abrió, supo de inmediato que la fiesta había empezado sin él.

Calló por un momento.

Nunca le había pasado algo así..., ¿qué se suponía que tenía que hacer? En el silencio, aquella voz masculina le resultó familiar...

¡Tendría que haberlo imaginado!

Se dirigió con paso firme hacia el dormitorio y abrió la puerta de un golpe.

—Esteban Franchinotti —le reclamó—. ¡Al menos podrías haber pagado un hotel!

De inmediato salió del cuarto, como si aquella imagen lo horrorizara. Ayelén permaneció quieta. No hizo ni el menor gesto de taparse, ni una pizca de rubor surcó sus mejillas. Ella no entendía tanto escándalo por aquella pavada... En cambio, Esteban se había puesto verde. Tenía miedo de Pedro. Mucho miedo. Un miedo irracional que agregaba placer a aquel tipo de cosas: acostarse con su mina, y en su propia cama. Pero ahora tenía que enfrentársele. ¿Qué iba a hacer?...

Se asomó brevemente por la ventana, pero el piso estaba muy lejos. La única salida era la puerta, y tras ella estaba la ira de Pedro. Ayelén, entretanto, se levantó y salió desnuda como si tal cosa, para encerrarse en el baño de la entrada, donde con seguridad tenía escondido otro de sus famosos“sahumerios”.La puerta del dormitorio estaba ahora abierta y Esteban, inmovilizado y medio desnudo, la miraba con terror. Y entonces ocurrió la peor de sus pesadillas: entró Pedro. Parecía cansado y abatido, pero no furioso, y, contrariamente a lo que él esperaba, se sentó en la cama y comenzó a hablarle con calma.

—Mirá Esteban, vos tenés una obsesión con mis mujeres... Nunca me importó demasiado... Pero con ésta... Estoy enamorado de Ayelén. Muy enamorado. Y soy capaz de cualquier cosa por ella... ¿Te querías acostar? ¡Te acostaste! Ya está. Nada serio. Pero para mí ella sí es algo serio... Voy a pedirle que se case conmigo. Y espero que vos nunca más te cruces en nuestro camino...

Esteban lo miró, incrédulo, y Pedro continuó:

—Ahora voy a irme. Vos vestite con tiempo y despedite de ella. Ayelén es un espíritu libre y no quiero que se sienta presionada por mí... Justo esta noche pensaba hacerle la gran proposición. Inclusive había comprado el anillo...Bueno, tendrá que ser mañana...

Pedro comenzó a irse, no sin antes lanzar una última advertencia:

—Mirá que si por tu culpa no me acepta... ¡te mato! Y esta vez va en serio.


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Por primera vez en su vida, Cony estaba sola en el mundo. Su padre la había abandonado de la misma forma cruel en que lo había hecho su madre. Por fortuna, antes de irse el Sr. Ríos había dejado pago seis meses de alojamiento y comida para Loly, que ella no había usado y que, dadas las tristes circunstancias, doña Estela estaba dispuesta a transferirle. Pero comer y dormir no le alcanzaba: tenía que peinarse y vestir adecuadamente. ¿Cómo iba a conseguir un marido, sino?...Cony comenzó a desesperarse.

Cuando su padre le había hecho creer que estaba fundido, ya había intentado quedar embarazada del menor de los Roca Rivarola, pero todo había sido inútil. Incluso se había acostado una o dos veces con el hermano casado, total el ADN era muy parecido, pero tampoco había resultado... ¿Cómo iba a conseguir un marido, sino?... ¡Ya era difícil engancharlos con esa historia del hijo!... Ahora los hombres estaban muy avispados.

Volvió a mirarse al espejo y vio, con horror, que algunas raíces negras asomaban en medio de tantos reflejos dorados...Sus tiempos se estaban agotando.


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Rodríguez Melgarejo ya era un abonado a aquel pequeño pub de Retiro. El lugar tenía sus ventajas: por empezar, no cerraba nunca, cosa que era muy importante para alguien que, como él, incluso luego de un largo viaje desde Milán, era incapaz de conciliar el sueño.

A pesar de que ya hacía tres años que había muerto su esposa, todavía no podía acostumbrarse a volver a su casa y no encontrar a nadie. Quizás iba a tener que hacer como su amigo Pedro y conseguir una mujer que llenara algo de ese inmenso vacío... Pero por ahora iba a tener que conformarse con la única amante que en verdad le era fiel, y que le hacía olvidar que alguna vez había sido feliz: la botella.

Brindó por eso, y al levantar su copa vio a Pedro sentado a la barra.

Miró su reloj: las dos de la mañana. Volvió a mirar a Pedro y notó que tenía una sonrisa en su rostro: ¿estaría acompañado?... Pero el pub era muy pequeño como para albergar dudas: estaba solo.

—¿Qué pasó? ¿Y tu mujer ideal?

—¡No sabés...! —exclamó, divertido—. Llego a casa y me la encuentro muy entretenida con Esteban Franchinotti.

—¿Con Franchinotti? ¡Pero si es un viejo!

—No, no ese Franchinotti: el hijo. Es un pelotudo que me anda siguiendo desde que éramos pendejos. Siempre quiere hacer todo lo que yo hago.... Al principio me resultaba divertido..., cuando crecí, patético. Hasta que un día se pasó de la raya...

La mirada de Pedro se ensombreció, pero luego trató de reponerse para continuar.

—La cuestión es que no lo soporto, y quiero matarlo cada vez que lo veo.

—¿Un día se pasó de la raya? ¡Hoy es ese día! Se acostó con tu mina... ¿Qué puede haber peor que eso?

—Es que una vez le quiso meter mano a... —Y el nombre se le hizo un nudo en la garganta—. Se salió de la raya —concluyó sin dar mayores explicaciones.

Rodríguez Melgarejo entendió de inmediato, y Pedro retomó su buen humor.

—¡Ah, pero ahora sí que voy a vengarme!... Si todo resulta como espero...

—No entiendo.

—Le dije que estoy muerto por Ayelén. Que quiero casarme... Y como el tipo es un reverendo hijo de mil putas, estoy seguro que para cuando llegue al departamento ya se la va a haber llevado al suyo... Así funciona esa lógica chota que tiene.

—¿Pero no era la mujer de tu vida?

Pedro lo miró con incredulidad:

—¿Una puta drogadicta? ¡Vamos!... Ni yo me creí eso cuando te lo dije.

Rodríguez Melgarejo tomó otro trago y volvió a mirarlo.

—No te entiendo, sabés... Encontrás a tu mina con un tipo en la cama y parece no afectarte... Y porque la otra chica quedó embarazada antes de conocerte...

Pedro cambió en un instante de carácter. Su humor era ahora sombrío.

—Al menos Ayelén nunca escondió que era una puta. Nunca se hizo pasar por santa.

Rodríguez Melgarejo pudo atestiguar su amargura, pero igual volvió a preguntar:

—¿Qué es lo que más te enoja de ella, Pedro?... ¿Qué no se acostara con vos?... ¿Qué estando embarazada te hablara de casamiento?... ¿O que hubiera amado a otro tanto como para entregarse, y que no te haya amado a vos de la misma manera?

Pedro no pudo contestar. Cada mujer que había tenido después de Mariana había sido como una capa de tierra que echaba sobre su recuerdo. Pero ahora, tantos meses después, descubría, al asomarse, que el dolor no sólo seguía allí: estaba intacto.


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Cada día en la oficina era más difícil para Mariana. Pérez López acumulaba más y más trabajo en su escritorio pero, para sorpresa de aquel renacuajo, ella lo sacaba no sólo con rapidez, sino también a la perfección.

Tanto, que incluso sus superiores comenzaron a notar la nueva eficiencia del equipo y, por supuesto, el presunto doctor no tardó en convencerlos de que el crédito era todo suyo.

Pero a pesar de todas las ventajas que significaba tener a Mariana, su jefe no veía las horas de librarse de ella. Aquella mujer lo inquietaba con su rectitud. Incluso las demás chicas, quizás por contagio, habían empezado a hacerle cuestionamientos cuando las tocaba, o les daba tareas extras.“¡Que injusto!”, pensaba Pérez López. “Uno se pasa la vida tratando de crear un buen clima de trabajo, para que después venga una recién llegada como esta, a hacerlo pelota”


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Constanza optó por empezar a pedirle dinero a sus amantes ocasionales. En calidad de préstamo, por supuesto. Pero para su sorpresa, advirtió que los hombres no siempre abrían tan fácilmente su bolsillo como su bragueta. Así que antes de ir a la cama con nadie, le pedía el dinero, y si el tipo se negaba, lo mandaba a pasear. Algún idiota, incluso, la confundió con una puta, y le preguntó si le estaba cobrando... ¡Pelotudo!

Por otro lado había hecho una lista con todos aquellos candidatos para el casamiento, pero tampoco ahí había conseguido mucho... No era lo mismo ser la hija del dueño de la Cerámica Ríos, que ser simplemente Cony...¡Daba asco lo interesada que era la gente!


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—Pasá a mi oficina —le ordenó Pérez López a Mariana.

Ella casi no le hablaba, y las pocas veces que lo hacía se refería a él como “licenciado Pérez”, y se las ingeniaba para ponerlo en ridículo, así que él prefería tenerla siempre a distancia.

Por eso aquella llamada a su oficina la extrañó, a pesar de lo cual acató la orden. Tras ella, él cerró la puerta.

—Mirá nena..., vamos a ser francos: yo no te soporto y vos no me bancás. Así que uno de los dos va a tener que irse de esta oficina.

El corazón de Mariana comenzó a latir con fuerza... A la pediatra de Fer le había parecido que tenía una hernia, y había tenido que gastar una fortuna en radiografías. ¡No podía quedarse en la calle justo en ese preciso momento! Pero su jefe no había acabado la frase:

—Uno va a tener que irse... y estoy dispuesto a ser yo. Me ofrecieron asociarme.

Mariana no podía creerlo. Ya era ridículo que ese estúpido ocupara el puesto que tenía en un estudio tan importante, pero ¡¿socio?!Pérez López continuó.

—Claro que eso depende de una única cosa... ¿Te acordás, el día que llegaste, que te encargué algo sobre una absorción?.... La quesería..., ¿te acordás?

—Por supuesto, estoy trabajando en eso.

Su jefe la observó, sorprendido. ¿También estaba trabajando en eso? ¿Pero qué hacía esa mujer? ¿No dormía?

—Bueno, si la absorción se da, yo quedo como socio. Parece que el dueño de la empresa nos pasaría toda su cartera, que actualmente maneja Lanzani... Y estamos hablando de mucha plata, ¿te das cuenta?... De ese informe que estás haciendo depende que yo me vaya de esta oficina y te deje de joder... Eso sí, quedate tranquila, yo también voy a aportar mi granito de arena.

Mariana se sorprendió ¿Iba a trabajar él también en el informe? Pero su jefe la sacó rápidamente de semejante error.

—No pienso mandarte más trabajo extra. Vos ocupate solamente del informe... ¡Y haceme quedar bien!


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¡Cómo no lo había pensado antes! ¡Claro!... ¡Qué mejor que hacer “la gran Loly” y buscarse un viejo! A cuantos de los amigos de su padre había visto babearse cuando se aparecía en tanga. ¡Y todos ellos estaban bien forrados! El único problema era que Constanza Ríos no podía rebajarse a la categoría de “mantenida”. Tenía que obtener lo mismo, pero además, una libreta de casamiento. No se resignaba a no ser la heredera forzosa de alguien.

Sí, si quería un marido iba a tener que andar por nuevos rumbos. Había llegado la hora de buscar un hombro de confianza, (aunque fuera viejo y huesudo), donde llorar la ausencia de su queridísimo padre.


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Respirar luz... Esa era la sensación que tenía cuando contemplaba dormir a su bebé... Fernando Pedroo... Pedro... Pit...

Amaba las manitos de su niño, lo moreno de su piel, los rulos de su pelo. Su calor. Su paz.... Su fuerza, cuando no estaba en paz, (casi todas las noches, por cierto).Y esa calma que la llenaba cuando lo contemplaba dormir... Era como cuando Pedro apoyaba la cabeza en su regazo. Una sensación de total libertad, de ausencia de tiempo. De lo eterno. Algo que hacía que todo el dolor vivido valiera la pena.

Algo que se parecía mucho a la felicidad.


EAAAA MAS DE 1000 VISITAS!!!!!! AYYYY CHE!!!! ME HACEN LLORAR!!!! CAPAZ Q FUI YO LA QUE ENTRO MAS DE MIL VECES PERO BUEH ME HACEN LLORAR IGUAL!!!!!! JAJA

BUENO LES VOY A DEJAR UN PEQUEÑO REGALITO.... ES UN ADELANTO DEL CAPITULO QUE VIENE.... ES MÁS BIEN... UNA FRASE DE PEDRO.... AHÍ VA!!!

—¿Cómo dijistes que se llama la contadora?

SAQUEN SUS PROPIAS CONCLUSIONES!!!!! BESOS!!!!!!!!!

lunes, 26 de abril de 2010

"Delicioamente vulnerable" cap 37

El cuarto día después de que Fernando fuera dado de alta del sanatorio, Mariana se subió al micro y regresó a Buenos Aires. Las religiosas la vieron partir con lágrimas en los ojos. Sólo la Hermana Clara sonreía en su interior. Su pupila era una criatura de Dios, llamada a encontrar la verdadera felicidad de su vocación y destino de mujer. Y las criaturas de Dios debían ser libres.


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Los primeros días del nuevo ciclo de la vida de Mariana no fueron fáciles. Cuidar a un bebé era un trabajo en si mismo, lleno de satisfacciones y sinsabores.

Ahora entendía la admiración que profesaba la Hermana Clara por aquellas desesperadas que llegaban al Convento con un pequeño hijo entre los brazos. Y es que ser madre oltera requería valentía y, sobre todo, mucho amor. Y al menos a ella no le faltaba amor por su pequeño Fernando Pedro.

Cuando llegó a la pensión con su bebé a cuestas nadie pareció muy sorprendido. Al decir su nombre todos preguntaron por qué llamarlo Fernando, pero nadie preguntó por Pedro. Todos asumieron que aquella era la consecuencia lógica de que una chica inocente se mezclara con un hombre rico y de mundo. Pero nadie preguntó nada.

Marana contrató a Normita para que cuidara a su bebé mientras iba a trabajar. Ella aceptó con gusto, segura de contar con la ayuda de su madre. Todo parecía encaminarse, hasta que recibió la llamada de su antiguo jefe desde California, Estados Unidos. Había decidido quedarse a trabajar allí, como consultor de negocios para el Cono Sur, en una de los estudios más prestigiosos.

Mariana tembló.

Contaba con el trabajo de Farrell, Gonzalez y Asoc. para poder sobrevivir y pagar deudas. Pero su jefe no se había olvidado de ella. Su contrato seguía en pie y, aún a pesar de la profunda crisis en que se sumía el país, la esperaban el primero de abril. Sólo faltaban llenar los últimos requisitos, como el examen médico y psicológico.

Prometiéndose seguir en contacto, Mariana cortó con aquel hombre generoso que tan bien la había recomendado. Fuera como fuera su nuevo jefe, estaba segura que iba a extrañar a éste.

¡Y vaya si después lo extrañó!


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Constanza buscó durante meses a su ex- amiga Loly, con una pistola escondida en el bolso. Y no porque pensara matarla, que no había sido criada para acabar en la cárcel, sino porque quería pegarle el susto de su vida. Pero todo fue inútil. Loly nunca apareció. Se la había tragado la tierra. No estaba en su casa, ni en la pensión, y estaba segura que Elu no la ocultaba.

Cony estaba tan frustrada por no poder vengarse, que comenzó a usar la pistola para asustar a todo el mundo, sólo por diversión. Su juego preferido era atar con esposas a su amante de turno y luego fingir que le disparaba a su sexo. Claro que después de la experiencia con el padre de Loly, sólo se lo hacía a los que veía fuertes, y luego de cerciorarse de que no tuvieran problemas cardíacos.

También había usado la pistola con un pobre remisero, porque el tipo había intentado cobrarle por encima de la tarifa regular. Pero incluso lo había hecho en plena calle y a la luz del día, para asustar a unos chicos que la perseguían pidiéndole monedas. Cada día Constanza le encontraba mayor utilidad a aquel artefacto. Comenzó a descubrir que no era en absoluto mala idea andar armada cuando se era rica, sobre todo en un país que todos los días se llenaba de nuevos pobres. Sí, no iba a separarse de su pistola...Incluso iba a tener que considerar ponerle balas.


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Mariana entró a la oficina de personal. Ya todo estaba listo. Faltaba únicamente anotarse en la obra social para tener un seguro de salud.

La empleada parecía amable:

—¿Nombre?

—Mariana Esposito.

—¿ Edad?

—Veintidós años.

—¿Estado civil?

—Soltera.

—¿Hijos?

—Uno.

La empleada empalideció. Se puso de pié y cerró la puerta.

—¿Tenés un hijo? — preguntó susurrando.

—Sí... Un bebé de dos meses ¿Hay algún problema con eso?

—¿Cuando te contrataron, dijiste que tenías un bebé?

—No se dio el caso, pero...

—Mirá, me caíste simpática y voy a ser franca con vos. Acá no quieren mujeres casadas. Mucho menos solteras con un bebé.

—No entiendo...

—La verdad es que con un hijo... ¿viste?... Hay horarios, y todo eso. Además, si al chico le pasa algo... ¡Siempre es una la que corre!... Si se enfermó, si no vino la niñera...

—¡Eso es injusto! —protestó Mariana.

—Claro que es injusto. Pero las cosas son así... Acá hay varias que se casaron y no avisaron nada. No cobraron el subsidio por matrimonio, ni se pidieron los días, porque sabían que ni bien volvieran de la luna de miel iban a estar en la calle... Hacé lo que quieras, pero yo no lo anotaría...Es mejor que le pagues el seguro en forma privada, o lo lleves al hospital... Entonces, ¿que hago?.... ¿Lo anoto?

—No, mejor no —contestó Mariana entre dientes.

Lástima. No le gustaba mentir.


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Normita miró dos veces antes de creer lo que veían sus ojos. ¿Esa era Loly? ¿Loly, como la modelo? ¡Y qué modelo! Debía tener como seis meses de embarazo... ¿Qué pasaba en la pensión? ¿Alguien ponía píldoras para la fertilidad en el agua? Primero había sido Flavia, después Mariana, y ahora Loly.

¿Y ese tipo que la llevaba del hombro?... Aunque mirandolo bien... Sí, de una cosa estaba segura: definitivamente ese no era el padre de la criatura.¿Pero entonces quién?


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Mariana subió al lujoso ascensor de aquel edificio cercano a la Estación Retiro. Ese era su nuevo lugar de trabajo, justo en el piso veintidós.

—¿El doctor Pérez López, por favor?

—¿Quién lo busca?

—La Doctora Esposito. Hoy inicio mis tareas aquí.

La secretaria la observó de cabo a rabo y Mariana se sintió incomoda. Claro que eso no fue ni remotamente tan desagradable como la mirada que le echó su propio jefe ni bien se lo presentaron. El muy desgraciado la tomó de la mano, para poder contemplarla con descaro de frente y por la espalda . Mariana, a su vez, le clavó los ojos en señal de desprecio y desaprobación, pero sin decir nada.

—¿Así que vos sos...?

—La doctora Esposito —le contestó a aquel hombre, vestido con un traje caro que era incapaz de lucir.

—Debes tener un nombre de pila...

—Mariana.

—¡Ah! Mariana... Bueno, Mariana. Este es el Dr. Rivera, el Dr. Alonso, el Dr. Pane y ella es Cristina y Carmen....Todos, esta es Mariana.

—Dra. Esposito —recalcó ella a cada uno de los presentes.

—Bueno, Marianita, aquí tu anterior jefe te recomienda como una maravilla. Vamos a ver qué tal te portás en esto: tenemos que hacer un informe para propiciar la absorción de “Los Tilos”, una fabriquita de quesos valuada en treinta millones, por parte del grupo Tomassini. El viejo Tomassini está representado por el grupo Lavagna, Bianchi, Lanzani y Asoc..., y vos sabés lo que eso significa.

El corazón de Mariana dio un vuelco. Conocía muy bien ese estudio.

—Vos tenés que escribir alguna pavada que convenza a esos idiotas de que es negocio aprobar la absorción por cuarenta millones. Después seguro que el viejo Tomassini termina pagando treinta, que es lo que quiere sacar nuestro cliente... Acá te doy los datos y arreglate como puedas...Tenés dos meses para hacerlo.

Y diciendo esto le entregó una carilla manuscrita.

No era un buen comienzo.


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—¿Saben a quién vi por Cabildo, mirando vidrieras? —preguntó Normita justo en el momento en que entraba Cony al comedor.

Nadie contestó. Así de ocupadas estaban todas, comiendo.

—A Loly, como la modelo —continuó sin esperar más. De inmediato captó la atención de la recién llegada.

La muchacha sonrió con malicia al ver la cara de la otra. Y es que Normita ya había hecho sus propias averiguaciones con su madre, y ya no albergaba duda alguna acerca de la paternidad del hijo de la antigua pensionista.

—¿Y que te dijo Loly? —preguntó Cony, como al descuido.

—No, no me dijo nada, la vi de lejos... —respondió Normita, dispuesta a hacer sufrir a aquella alimaña flaca.

—¿Está igual que siempre? —preguntó una vez más Constanza, sin poder ocultar cierta ansiedad.

—Igualita...,Cony sonrió de satisfacción, y entonces la gorda terminó la frase.

—... excepto por un embarazo de seis meses.

La otra, que había empezado a tomar, se atragantó.

—¿Está embarazada? —corearon las demás al unísono, repentinamente interesadas.

—Parece que sí.

—Pero, escuchame, gorda imbécil, ¿no te acercaste?¿No averiguaste dónde estaba viviendo? —le gritó Cony.

Las otras se sorprendieron por tanto interés. Pero la gorda siguió impertérrita.

—No, no me acerqué —la enfrentó—. Además, ella estaba acompañada...

—¡Un tipo! ¡Lo sabía! La muy puta...

—No... Por un tipo, no... Por una mujer.

—Imposible —insistió Cony—. Si la madre y las tías viven en medio del campo, y por ahí no aporta desde hace rato...

Todas se miraban sorprendidas: ¿desde cuándo Cony se interesaba tanto en alguien?

—¿Se parecía a ella? —volvió a insistir.

—¿Quién? —preguntó Normita con descaro.

—La mujer, la que la acompañaba... —respondió Cony, a punto de perder la paciencia.

—No... Más bien parecía un hombre. Pero era una mujer, seguro.

Cony perdió el interés en Normita, ¡gorda pelotuda!.“Así que está dando vueltas por acá”, pensó. “ ¡Ya la voy a encontrar a esa...!”


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En aquel lujoso estudio del piso veintidós, los hombres eran doctores y las mujeres..., simplemente mujeres. Aquella dura lección, que le habían enseñado a Marina a su llegada, era refrendada cada día. Las mujeres no tenían título ni apellido, tan sólo nombre. Sus tareas incluían, no sólo lidiar con el trabajo propio, sino también con el de los hombres; servir café; cubrir a sus jefes cuando llegaban ose iban a deshora; etc, etc, etc...Todo hombre en la oficina era en alguna medida abusivo. Pero su jefe, Pérez López, era el rey. Mariana necesitaba desesperadamente el sueldo, así que había tenido que aprender con dolor, que por un hijo bien valía sacrificar parte de la dignidad. De haber estado sola...

Pero Fernandito requería mucho dinero para mantenerse: nada más la leche maternizada valía una fortuna, y después estaban los pañales descartables, (había probado con los det ela, pero se paspaba), el pediatra cada mes, las vacunas, las vitaminas y, por supuesto, Normita. Y no podía darle de comer dignidad a su hijo, así que cada vez que Pérez López le decía: “Marianita, nos traés unos cafés a los doctores y a mi”, ahí corría ella, ignorando el hecho de que debía dejar de lado su propio trabajo para que aquel grupo de patanes no tuvieran que interrumpir su charla social o deportiva.

Pero no era el café lo que más la molestaba. Estaba acostumbrada a servir, y eso no hería en absoluto su orgullo. Lo peor eran las miradas de todos aquellos miserables cuando entraba a la sala de conferencias. Los primeros días llevaba una jarra y servía a cada uno en particular, pero después tuvo que optar por cargar con las tazas llenas, y así no tener que desplazarse entre ellos. Y aunque sabía adónde iban sus miradas cuando se iba, al menos evitaba la cercanía y la humillación de que hicieran gestos delante suyo.

Pero eso no era lo único malo. Al principio, Pérez López trató varias veces de humillarla con su trabajo, pero el pobre tipo, que apenas era un licenciado recibido en una universidad ignota, era quién finalmente quedaba en ridículo. Esto le ganó su odio eterno. Y es que a él le preocupaba que alguien lo opacara de esa forma... Por supuesto quería empleados eficientes para poder lucirse, pero nadie demasiado brillante. No era cuestión que...

Mariana, en ese sentido era un peligro. Tenía que deshacerse de ella cuanto antes. Así que un buen día decidió cambiar de estrategia: era evidente que el trabajo de la muchacha era impecable, pero también era evidente que, a diferencia de sus otras empleadas, a ella no le gustaba “la guerra”....

Así que le iba a dar guerra.


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El señor Eleuterio Ríos estaba en quiebra. A diferencia de otros comerciantes que prudentemente habían ido sacando su dinero al exterior, aún a costa de que sus empresas se volvieran obsoletas e ineficientes, él había apostado al país y, sin pactar con la clase política, había levantado una de las mejores plantas de cerámicas del mundo. Después habían venido los altos impuestos para solventar los excesos de otros, y el altísimo costo laboral. Y así, por obra y gracia de la ineficiencia gubernamental de turno, su cerámica había terminado convirtiéndose en una de las más caras del mundo, e inexportable. En cuestión de meses fue perdiendo mercados y dinero. Y para cuando el dólar se devaluó hasta cifras ridículas para beneficiar a unos pocos, y justo cuando operar la planta hubiera sido altamente rentable, ya no había créditos ni dinero para ponerla en movimiento. Y nadie le prestaba a alguien que vivía en un país quebrado.

El señor Ríos hizo un cálculo simple: si vendía todo, e intentaba abonar a su personal las indemnizaciones correspondientes, al estado los impuestos, y a sus proveedores las deudas, no sólo iba a perder lo invertido, sino que también se iba a quedar con una deuda millonaria, imposible de pagar.

Así que él, que hasta allí había sido siempre un honesto empresario argentino, hizo lo único que en aquel momento le pareció honesto para él: comenzó lentamente a vaciar su empresa. Hizo circular por la plaza el rumor de que había conseguido un muy buen préstamo, y de que la planta estaba de nuevo trabajando a full. Convocó al personal suspendido y recontrató a los despedidos.

Los proveedores volvieron a brindarle crédito y tiempo. Él, mientras, iba vendiendo secretamente las máquinas, la mercadería y las materias primas que compraba. En particular había establecido conexiones con la plaza chilena, de forma de no revólver el avispero local. Para cuando habían pasado cinco meses, Rios ya tenía veinticinco millones en la banca suiza, (nada, considerando que al fin del año anterior su activo había sido valuado en más de cien) Pero al menos esto le permitía asegurar su futuro, y la posibilidad de recomenzar en algún país serio, donde sus cualidades de excelente empresario fueran reconocidas.

Cuando subió al avión con destino a New York, dio un último vistazo a aquella tierra que lo había visto nacer en la pobreza. Atrás quedaban un juicio por quiebra fraudulenta y otro por estafas reiteradas; decenas de pequeños empresarios en la ruina, (sus proveedores), y cientos de sus operarios en la calle; una hija de la que prefería no acordarse, y un hijo que nunca iba a llevar su apellido.


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Pérez López decidió iniciar la guerra, así que hizo llamar a Mariana a su oficina y comenzó a analizar los distintos frentes donde librarla: “Buenas tetas..., excelente culo... “¡Lástima que la piba sea tan estrecha!”,pensó mientras la miraba con descaro.

—¿Qué necesita, licenciado? —preguntó ella.

—Doctor —la corrigió él.

—Discúlpeme, pero sólo los médicos, abogados y contadores usamos el título de doctor. En cambio usted es sólo licenciado.

—¿Vos hiciste el doctorado?

—No por ahora, pero...

—¡Entonces yo también soy doctor! —replicó, dando por finalizado el entredicho—. Y ahora cerrá la puerta —ordenó.

—¿Para qué? —preguntó Mariana sin moverse.

—¡Mirá que sos jodida, eh! —se enojó él, levantándose a cerrarla. Luego se sentó sobre el escritorio, enfrentando el lugar en que estaba ella. Sus piernas se tocaron, así que Mariana desplazó su silla, alejándola.

—¿Porqué sos tan arisca conmigo? —le preguntó en tono conciliador.

Pero Mariana no quería conciliar, y a su vez, preguntó:

—¿Estoy aquí por algún motivo de trabajo, o es algo más?

—Algo más —retrucó aquel renacuajo en tono seductor.

Mariana se puso de pie y comenzó a caminar hacia la puerta, sin mirarlo, mientras decía:

—Entonces me voy.

Pero él corrió a detenerla.

—Pará, pará... —le dijo, poniéndole una mano encima.

La muchacha no tuvo tiempo de reaccionar, cuando él ya la estaba desplazando, para así acariciarle el pecho con lujuria. La respuesta de ella fue inmediata, casi un reflejo: le cruzó la cara de un sopapo. Y como buena escaladora de alta montaña, la mano de Mariana era muy pesada.

Entonces aquella basura le gritó:

—¡¿Te vas a poner en difícil?!... ¡Mirá que yo puedo hacerte la vida miserable!

—¿Más? —preguntó ella con sorna—. ¿Qué va a pedirme?

—No tenés ni idea de quién soy yo.

—Y usted no tiene ni idea de lo desesperada que estoy, y de lo perseverante que puedo ser.

Sin esperar respuesta comenzó a irse, pero al llegar a la puerta se dio media vuelta y le hizo una última advertencia:

—¡Ah!, y si me vuelve a poner una mano encima, voy a hacerle un juicio por acoso sexual. Sé que después no voy a poder conseguir trabajo en ninguna parte, ¡pero me voy a asegurar de que usted tampoco!..., licenciado.

domingo, 25 de abril de 2010

"Deliciosamente vulnerable" cap 36

Aquella noche Pedro iba a salir con la hermosa mujer que había visto el día anterior y de la que ni siquiera sabía el nombre. Había bastado enviarle una tarjeta de su trabajo, garrapatear al dorso la frase “ ¿Creés en los sueños?”, y mandársela a través del mozo, con la indicación de que se la entregara en privado. Al día siguiente la conversación había sido breve: sin identificarse la dama le había respondido “Sí, creo en los sueños”. Él supo de inmedito de quién se trataba y sin más explicaciones le había dicho:“Yo también... Entonces nos vemos esta noche. Chau”,cortándole sin más... Un extraordinario golpe de efecto, propio de un maestro. El que no hubiera indicado el lugar de la cita la iba a mantener pendiente todo el día. El que no la pasara a buscar, iba a demostrarle quién estaba al mando... Para cuando se encontraran, en el mismo lugar que el día anterior, ella ya iba a ser suya.


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El resto de aquel día Mariana lo pasó en la clínica, junto a su hijo. El chico parecía recuperarse con rapidez. Había nacido con un test de Apgar de apenas tres sobre un total de diez, subiendo espontáneamente y en poco tiempo a siete: Fernando Pedro parecía aferrarse a la vida con desesperación.

Cuando ya era de noche, Mariana volvió al Convento. Al entrar a su cuarto encontró un inmenso ramo de rosas rojas sobre la cama. Su corazón se paralizó al ver la tarjeta: no tenía firma, pero ella conocía muy bien aquella caligrafía. El texto era simple: “Felicitaciones a la nueva y valiente mamá” Mariana tomó el ramo y, así como estaba, se lo llevó a Flavia al cuarto. Ella se emocionó mucho al verlo. Era el primer ramo de flores que recibía en la vida.

—¿Quién me lo manda? —preguntó.

—No sé. No tiene firma.

—Seguramente debe ser del papá de las tres nenitas...Dice que fue novio tuyo, y siempre me hablaba muy bien. Es un tipo muy dulce.

Mariana sintió un pinchazo en el corazón y calló.

Aquel había sido un día demasiado largo.


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Durante los tres días subsiguientes al nacimiento, Flavia no había querido ver a su hijo, a quien se refería únicamente como “el bebé”. Tampoco estuvo de acuerdo conque le extrajeran leche para amamantarlo.

Mientras tanto el dinero de Mariana había corrido con tal rapidez que se había acabado, y las hermanas tuvieron que usar parte de un fondo solidario para subsidiarla. Por supuesto, ella no había estado ociosa en el Convento. Le bastaron aquellos pocos días para poner en orden las cuentas, y la limpieza de la cocina, un tanto descuidada últimamente por la anciana hermana Marta. Pero cuando el cuarto día comenzó, y el Dr. Herrera le anunció que iba a permitirle llevarse el bebé de la clínica, Mariana corrió a comprar el pasaje para Buenos Aires.

Tenía cuatro días para arreglar las cosas con Flavia, instalarse con el bebé, y volver a su antiguo trabajo, hasta que comenzara el nuevo.


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Aquella tarde, como todas las otras durante su estadía en el Convento, Mariana fue a Misa de siete. Necesitaba rezar y calmarse. Encontrar el punto de apoyo. El Centro que diera sentido a las demás cosas.

Estaba aterrada. ¿Cómo iba a ser su vida con un hijo?¿Cómo iba a arreglarse sola en Buenos Aires? El ritmo de la ciudad era enloquecedor, y un mejor trabajo no sólo implicaba un mejor sueldo.

Observó las paredes de la Iglesia. Eran como su casa...¿Y si no volvía nunca más a Buenos Aires? ¿Si criaba a su hijo allí, al amparo de las hermanas y el Convento? Y le bastó pensar así, para que sintiera unas manitos frías apoyarse en su pierna. Bajó la mirada y reconoció aquella cabecita con un pelo rubio enmarañado. Se dio vuelta y lo vio.

José Luis.

El mismo José Luis conque había estado a punto de casarse cinco años atrás. Con algo más de panza, pero básicamente el mismo. Excepto por dos cosas: el bebé que sostenía en sus brazos, y la pequeñita que se abrazaba a sus piernas.

Él le devolvió la mirada y sonrió. Mariana volteó su cabeza hacia el altar. Otra vez se sentía como aquel día en que había llevado la ropa de Pedro al lavadero. Otra vez estaba así, mirando hipnotizada los giros de la máquina, y viendo su propia vida girar, impotente.


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Cuando Mariana se había marchado a estudiar a Buenos Aires, hacía ya cinco años, dos meses y cinco días atrás, José Luis había quedado devastado. Ya nada le importaba, y por eso había aceptado con mansedumbre el matrimonio con Vanina, arreglado por los padres de ambos. Pero nunca había podido amarla. Al menos no como a Mariana.

Durante los primeros años juntos, aquel era un nombre que nunca se pronunciaba en su casa. José Luis se había recibido y había comenzado a trabajar a tiempo completo, tratando de estar alejado lo más posible de su mujer y su hija Dolores. La vida para Vanina, que siempre había amado a José Luis, llegando incluso al punto de traicionar por él a su mejor amiga, comenzó a volverse insoportable. Se pasaba el día y las noches llorando. El matrimonio iba al más completo fracaso... Hasta que la Hermana Clara intervino. Ella había insistido para que emprendieran un viaje juntos, lejos de las familias y del cuidado de la bebé, que había quedado a su cargo, en el Convento.

Al regresar se los veía distintos, más unidos. Otro resultado de aquel viaje fue el nacimiento de su segunda hija, a la que llamaron, de común acuerdo, Mariana. Al poco tiempo llegó la tercera: Vanina. Todo parecía marchar bien, pero las culpas y recriminaciones encubiertas nunca cesaban del todo. Incluso la misma tarde del accidente de Vanina, habían peleado ácidamente. Y es que José Luis, por más que se esforzaba, no podía querer a sus hijas por igual. Y aquella tarde fatal su esposa se lo había recriminado: “Siempre preferiste a Mariana”, le había dicho. Y él, sin atreverse a mirarla, había asentido en silencio. Bastó sólo eso para que ella comprendiera que ya no hablaban de sus hijas....Dolida y llorosa, había subido al auto rumbo a casa de su madre. Y fue en la misma curva en que casi veinte años antes habían muerto los padres de Mariana donde, por una cruel casualidad, ella perdió su vida.

Quizás por la neblina.

Quizás por su desdicha.


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Cuando José Luis supo que Mariana iba a adoptar un hijo y que iba a ir a buscarlo allí, a Mendoza, no pudo volver a aquietar su corazón. Amaba a esa mujer tanto como la había amado aquel día, hacía ya once años, en que la había visto decir su discurso, vestida de uniforme. Deseaba a esa mujer ahora con el mismo deseo tan fuerte que lo había obligado a recurrir a Vanina para aplacarlo. Era capaz de aceptarlo todo por ella, de sacrificarlo todo. Mariana le pertenecía legítimamente y había llegado la horade ir a buscarla.

Dios la había vuelto a poner en su camino justo cuando más la necesitaba. Milagrosamente se encontraban, cinco años, dos meses y cinco días después, en el mismo punto en que se habían perdido el uno del otro. Y esta vez no estaba dispuesto a permitir, de ninguna manera, que eso volviera a pasar...


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Mariana había vuelto al Convento llevando a su pequeño hijo en brazos. Nunca había sostenido a alguien tan chiquitito y frágil, y estaba entre asustada y conmovida. De inmediato había ido a buscar a Flavia para mostrárselo, sólo para descubrir que había escapado durante la noche, sin siquiera pedirle los mil pesos pactados. Ahora sólo estaban ella y el bebé. Y fue terrible.

Cuando Ferni comenzó a llorar, a los pocos minutos de su llegada, Mariana intentó calmarlo con la leche maternal. El chico la rechazaba, vomitando lo poco que llegaba a sus labios. De inmediato probó mudándole los pañales, los primeros que cambiaba en toda su vida, llenos de una pasta dorada que era incapaz de dominar sin mancharse o ensuciar al bebé. Después intentó acunarlo, pero él gritaba más fuerte... Entonces llegó la Hermana Clara (¡Dios la bendiga!), puso al bebé sobre su hombro, golpeó su espalda hasta que eructó, le ajustó el pañal, y luego lo acostó boca arriba a dormir. En dos minutos de nuevo reinaba la calma en aquel cuarto.

Excepto que ahora era Mariana la que no podía parar de llorar.


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Otra vez Mariana se encontró con la pequeña Dolores en el pasillo. Pero esta vez el ánimo de la nena era alegre.

—¿Vos te llamás Mariana, como mi hermanita? —le preguntó a modo de saludo.

—¿Tu hermanita se llama Mariana?

—Zi.... Y la bebé se llama Vanina, como mi mamá...¿Voz sabés quién ez mi mamá?

—¡Sí!... Yo quise mucho a tu mamá. Era mi mejor amiga... Tenía los ojos igualitos a los tuyos.

—Mi mamá ze fue al cielo —informó con tristeza Dolores.

—Ya sé, ya me contaron.

Mariana no pudo evitar alzarla. Esa nenita la conmovía...

Fue entonces cuando sintió unos poderosos brazos que la rodeaban por atrás. Era José Luis. La pequeña Dolores se tiró hacia su padre, que apenas pudo atajarla.

—Hola.

Y bastó aquel tibio saludo para que Mariana se sintiera inundada del inmenso amor que aquel hombre aún conservaba por ella. Se adentró en la tristeza de sus ojos claros... y se compadeció de él.

Quería a aquel hombre. Tanto como había querido a Vanina. Y por más que ahora lo intentaba, no podía encontrar rencor en su corazón. Sólo un cariño profundo.


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Aquella noche, mientras paseaba a Fernandito, tratando inútilmente de calmarlo, Mariana no dejaba de interrogarse.

Pedro le había enseñado a sentir la necesidad de un hombre, y ahora la cercanía de José Luis la confundía en más de un sentido. Era fuerte, viril, y parecía dispuesto a protegerla, justo ahora que se sentía tan débil. Y era evidente que en verdad estaba enamorado de ella. Él nunca había dudado en comprometerse, porque su amor alcanzaba para eso y mucho más... Incluso para no preguntar cuando ella accidentalmente lo había llamado Pit.

José Luis la quería a pesar de todo, y estaba dispuesto a perdonarlo todo, sin cuestionamientos. Y Marianaa estaba demasiado sola.


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A las visitas de la pequeña Dolores al cuarto del bebé, siguieron las de su hermanita Mariana. Las dos preguntaban fascinadas, y Mariana estaba encantada de responder. Tenían la chispa de su madre y la seriedad de su padre.

Durante aquellos pocos días todos comenzaron a tener esperanzas de que Mariana y José Luis volvieran a reunirse. Hasta los padres de Vanina sentían que aquella muchacha que tantas veces habían albergado en su propia casa, y cuyo buen corazón conocían, era lo mejor para sus pobres nietas. Ni que hablar de la madre de José Luis, que por primera vez en aquellos últimos cinco años veía sonreír a su hijo .Incluso las hermanas comenzaban a habituarse a la idea de volver a tener la ayuda de aquel tesoro que todavía no se resignaban a haber perdido.

Todos albergaban esperanzas....


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Pedro se revolvió en su cama, que por efecto de la decoración de Ayelén se había vuelto inmensa, y apenas levantaba unos centímetros del suelo. Ya no conocía su propio departamento: aquella mujer increíble con que ahora compartía su vida lo había cambiado completamente, siguiendo las reglas del Feng shui, y dándole los colores de la tierra. Todo parecía fresco... Un nuevo inicio. Su nueva compañera casi no hablaba, pero bastaba verla desplazarse con su andar felino para que a Pedro se le alegrara el alma.

Cada noche de sexo junto a ella era inigualable: él no tenía que hacer nada, era ella la que arrancaba el placer de su cuerpo. Conocía las técnicas más antiguas y complejas para satisfacer a un hombre. Sexo tántrico, o algo así... No importaba. Por primera vez desde la partida de Mariana, Pedro había vuelto a recuperar el sueño.

Dio una vuelta más y pudo contemplar a Ayelen en posición de loto, desnuda frente a la ventana. El olor a sahumerio inundaba el ambiente, (un poco fuerte, quizás), y Pedro por primera vez en mucho tiempo se sintió feliz.

—¿Por qué no te quedás? —le propuso, al verla levantarse.

—¿Esta noche? — preguntó Ayelén con su voz grave y algo ronca.

—Siempre.


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Era de noche y Mariana había salido para cerrar la puerta del Convento como lo hacía cada noche desde su llegada.

La luna estaba llena e iluminaba el parque. La briza era serena y templada. Mariana respiró aquel aire de su infancia, de su tierra. Ese era su lugar en el mundo. Y el de su hijo. Allí iba a poder ser libre, como siempre lo había soñado, alejada del miedo y la soledad. Lejos de Buenos Aires, y su ruido...

Lejos de Pedro.

Entonces sintió que alguien la abrazaba. Era José Luis que comenzaba a besarla y acariciarla con desesperación, con toda esa necesidad por ella que había arrastrado durante la mayor parte de su vida.

Mariana lo dejó hacer. Quería a ese hombre. Amaba su bondad, su generosidad, su forma de protegerla...Pero cada beso le hacía percibir más claramente que lo quería..., pero que no lo amaba. Entonces lo detuvo. Y le habló de Pedro. Y de su amor sin esperanzas. Y de que por mucho que quisiera mandar sobre sus sentimientos, (¡y como lo hubiera querido!), su cuerpo y su alma ya tenían dueño, aunque éste no tuviera intenciones de cuidar su propiedad. No podía hacer el amor con José Luis porque no tenía amor para él. Sólo aquella ternura de amiga, que a los dieciocho años le hubiera bastado para entregársele, pero que ahora no le alcanzaba....No quería mentirle. No quería casarse con una mentira. No quería traicionarse a si misma por miedo o comodidad.

Quería una chance de ser feliz.

Quería su libertad.


YA FALTA POQUITO PARA EL REENCUENTRO!!!! NO SE DESESPEREN JAJA

VOTEN EN LA ENCUESTA QUE DEJE... QUEDAN 4 DIAS!!! ACUERDENSE QUE EL VOTO ES SECRETO, UNIVERSAL Y OBLIGATORIO... JAJA

BESOS... MIKITA