Un torbellino de imágenes cruzaron por la mente de Cony. Recordó el día de la comisaría, cuando Loly no había querido acompañarla al baño, y también la valiosa pulsera que le había visto en el shopping. ¡En eso gastaba la plata el viejo puto!... Y pensar que ella ya hasta había considerado la posibilidad de buscar marido, porque su padre la tenía convencida de que estaba fundido... ¡Por culpa de aquella forra no había podido ir a esquiar!
Su reacción fue inmediata: cruzó la cara de Loly con un fuerte sopapo.
—¡Puta de mierda! —le gritó con furia—. ¡Te dije que con mis cosas no te metieras!
Pero pasada la sorpresa inicial, Loly no se amilanó y le devolvió el golpe.
—¡Forra! —murmuró, y envalentonándose, gruñó— ¡A mí me tratás con respeto!
Constanza la miraba, fuera de si.
—¡¿ Respeto?!... ¡¿Por qué?! ¿Por ser una de las putas de mi viejo? ¿Te creés que sos la primera que me instala acá?... Pero no te hagás ilusiones, pendeja. No vas a durar. Como las otras... Te voy a hacer la vida tan imposible, que te vas a ir de acá antes de que puedas acomodar tu precioso culo.
—No te gastes. No tengo intenciones de quedarme —respondió la otra con orgullo, mientras tomaba distancia—.Tu padre va a tener que ponerme algo mejor que esta pocilga... Yo no soy como vos. A mi no me arregla con tan poco.
—¡No seas ridícula! Unos meses de pensión, eso es lo único que, con suerte, vas a sacarle al viejo. Como las otras...
—¡No creas! Yo no soy como las otras.
—¿Qué? ¿Tenés la concha más grande? ¿O más sucia...?
—No, tengo un hermoso documento que dice que para cuando tu padre me llevó a la cama, yo era menor de edad—mintió Loly, que sabía que para aquella época ya tenía dieciocho años y un mes—. ¿Cómo se llama eso?...¿Estupro, puede ser?
Cony tuvo que contener las ganas de matarla.
—¡Pedazo de pelotuda! ¿Te creés que los abogados de mierda de tu pueblo le van a ganar un juicio a los de Eleuterio Ríos? ¿Sabés qué barato es comprar un juez en la Argentina? Además, todos saben que siempre fuiste y serás una puta.
—Una puta embarazada... ¡Felicidades! Vas a tener un hermanito —le escupió Loly con calma, disfrutando cada palabra.
Cony se le echó encima como una fiera salvaje. La mordía, la arañaba, la pateaba y le pegaba insistentemente en el vientre. Y no era porque calculara que eso podía hacerla abortar. No, su reacción era mucho más visceral.
Era casi como la de un chico de dos años que presiente un intruso en la panza de su madre. Loly, fortalecida por tanto ejercicio, no se dejaba dominar tan fácilmente, e incluso aprovechaba para descargar todo el odio y resentimiento que había acumulado. Cada noche que había tenido que entregar su cuerpo al padre, para poder tener lo que la hija obtenía sin ningún sacrificio, la hacía aborrecerla un poco más.
En el momento en que Loly revoleó la mesa de luz, Normita, que hasta entonces había escuchado tras la puerta, clamó por ayuda. Cuando las demás llegaron, Loly las miró con aire victorioso, mientras Cony estaba caída en un rincón, con la frente llena de sangre.
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Pit se había quedado en el garaje revisando el tanque de nafta del auto, así que cuando sonó el timbre Mariana estaba completamente sola en el departamento.
Accionó el portero visor.
—Subo —dijo sin esperar respuesta Lanzani, el padre de Pit, que había ido a visitarlo.
Mariana sintió que el piso se abría bajo sus pies.
—¡Hola! —exclamó el viejo, sin ocultar su sorpresa, cuando ella le abrió la puerta—. Vos sos...
—Mariana —respondió, terminando la frase con timidez.
—¡Ah! Marcela... —repitió él, como si el nombre le significara algo. La observó con detenimiento, y luego volvió a mirarla.—¿Puedo pasar?
—¡Claro! —Estaba terriblemente incómoda e intimidada—. Pit...eh... Pedro está en el garaje. Bajo y lo llamo... —se apresuró a decir, entreviendo una posibilidad de escape.
Pero el Dr. Lanzani ya estaba a cargo de la situación, y como lo había hecho alguna vez, volvió a tomarle examen.
—Sentate —le ordenó mientras hacía lo propio—.¿Tengo la impresión, o ya nos conocemos?
—Sí, de su cátedra, el año pasado.
—¡Ah!... Espero haberte tratado bien.
Mariana sonrió por compromiso, y él se quedó con la clara impresión de que era otra de sus “alumnas de cuatro”,chicas a las que aprobaba sólo por sus pechos. Era extraño que no la recordara. No olvidaba jamás a una mujer con ese cuerpo.
—¿Y vos...? —comenzaba a preguntarle, cuando la puerta se abrió y apareció Pit.
Marcela respiró aliviada
—Bueno, aquí está su hijo.... —y a Pit—, así que yo me voy a comprar eso que necesitábamos.
—¿Qué cosa? —preguntó Pit, sorprendido.
—La comida —respondió ella, que ya estaba saliendo.
—¡Esperá, esperá!
—¿Qué?
—Dame un beso —le pidió como nene chiquito y Mariana no se resistió. —¡Otro! —Volvió a pedir.
Cuando el pobre muchacho quedó a solas con su padre, ni se molestó en saludarlo.
—¿A qué viniste?
—¿No te parece un recibimiento un poco frío para alguien que no ve a su padre hace más de dos meses? Aunque ahora me doy cuenta del por qué.... Veo que estabas muy ocupado... —replicó en tono sugerente.
—No te metas, viejo. No es tu asunto.
—Así que ésta es la que te cocina... Y desde hace un tiempo, parece...
—¿Qué viniste a hacer?
—Me habló Ana Clara, muy preocupada. Parece que desapareciste de todas partes... ¿Qué pasa? ¿Te tiene secuestrado?
—No jodas, viejo.
—¡No es joda! Aparece esta chica en tu vida y lo dejás todo: tu trabajo, tu familia, tu novia.
—¡Ana Clara no es mi novia!
—La chica es hermosa, lo reconozco, pero...
—¡Cortala, viejo! ¡No te vuelvas a meter! —exigió Pit sin gritar, pero en forma terminante.
—¿Pero qué? ¿Va en serio? ¿Pensás casarte, o algo así?
—¡No, papá! No pienso casarme por ahora —agregó con cansancio.
—Me parece lo correcto, porque vos entendé que lo menos que se espera de vos es que no incorpores a la familia a alguien sin apellido.
Pit se enfureció.
—Mariana tiene apellido, y es Esposito —pero luego continuó en un tono más conciliador—. Mirá viejo, no te gastes. No pienso casarme por ahora... Pero si algún día lo hago, tené la seguridad que va a ser con Mariana, así que andá acostumbrándote y no insistas con ninguna otra... ¡Y mucho menos con Ana Clara!
“¡No hay nada que hacer!”, pensó Lanzani, “un pelo de... tira más que una yunta de bueyes”
Era inútil seguir intentando razonar con su hijo. Por fortuna, tal como siempre decía su mujer, el chico había salido a él, y no le iba a durar mucho el entusiasmo. Y aunque la pibita tenía buen culo y mejores tetas, sabía por experiencia que lo más adecuado era dejarlo disfrutar un poco. ¡Ya se le iba a pasar la calentura!
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Mariana siguió caminando a pesar de que ya había pasado un rato largo desde su salida del edificio.
Las cosas eran así: cuando estaba sola con Pit, todo parecía encajar y sentía aquel departamento como si fuera su verdadera casa. Pero bastaba que alguien de la vida de él apareciera, para que pasara a sentirse fuera de lugar.
Eran demasiado diferentes.
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Loly no tenía donde ir, así que decidió quedarse en casa de Estela hasta que hablara con Elu acerca de su situación.
Constanza, en cambio, armó unas pequeñas valijas y emprendió viaje, ni Normita sabía adónde. Para ella la hora de la venganza había comenzado.
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Mariana se había prometido a si misma endurecer los límites que le había fijado a Pit, tratar de evitar excesivo contacto y, por ningún motivo bailar lentos con él. Iba atener que aprender a dominarse y tomar el control de una buena vez.
Si Pit necesitaba tiempo para empezar a amarla como ella hacía con él, tenía que poder dárselo. No podía rendirse a su deseo, ni entregarse tontamente.
Pero aquel día...
Hay días y días para una mujer...
Y ese era uno de esos días.
Primero habían sido unos besos casuales, casi inocentes, mientras escuchaban música. Pero luego Pit había querido apagar la luz que estaba detrás de ella y por accidente le había rozado el pecho, quedando por un breve instante encima de ella.
Fue tan fuerte el deseo de sentirlo así de cerca, fue tan desesperado el reclamo de sus pezones por esa caricia tan necesitada, que Mariana se dejó invadir por el deseo y cerró los ojos, en una actitud de completa entrega. Él la contempló así y no pudo evitar besarla. La deseaba locamente, pero se apartó.
Entonces fue ella quién lo besó, quién se reclinó sobre él, buscando el calor de su cuerpo, de su masculinidad excitada. Lo necesitaba. Necesitaba todo de él. No sabía exactamente qué, pero tenía muy claro dónde. Estaba entregada y ya nada le importaba. Nada.
Y entonces, una vez más, fue Pit quien reaccionó.
—¡Pará! —la recriminó con dulzura—. Si seguís así me parece que...
Mariana tardó en responder, tal era el reclamo que sentía entre sus piernas... Pero cuando reaccionó...
Estaba terriblemente avergonzada. ¡¿Qué había estado dispuesta a hacer?! ¡¿Qué le había pasado? Apenas pudo reponerse. Por primera vez en su vida no había sido fiel a si misma. A Dios... A todo aquello en lo que de verdad creía. Pero tal era la fuerza de su cuerpo, que esa noche había, incluso, arrastrado a su alma.
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2 comentarios:
epaaa!
xqq piensaa tantoo estaa mujer!
q deje dee pensar tantoo y se dejee llevar!
besitosssssssssss
Vamos Mariana!!! un poquitito más y seras más feliz jaja, igual es Peter quien la frena al final sino lo que hubiera pasado...
besos
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