viernes, 14 de mayo de 2010

"Tormenta de pasiones" cap 13 por MarianTosh!~

Se bajó de la cama y se asomó a la ventana, aguzando el oído. Al principio no oyó nada fuera de lluvia y el balido de una oveja en la lejanía. Después llegó a sus oídos otra misteriosa frase musical, un sonido tan profundamente gales como las pedregosas colinas que rodeaban el valle. Y aunque lo oía a través del aire de la noche, parecía tener su origen en el interior de la casa.

Aunque muchos de los criados más jóvenes se mudarían a la casa al día siguiente, esa noche sólo había seis personas durmiendo en Aberdare. Pensó si tal vez sería Willie el músico que practicaba a medianoche. Pero se había criado en el pueblo y ella jamás había oído que fuera músico.

Suspirando, encendió una vela y se puso los zapatos y su vieja bata de lana. La curiosidad sobre la música no la dejaría dormir, de modo que sería mejor localizar su origen.

Candela en mano, salió al corredor. La llama se movía con las corrientes de aire y las ondulantes formas y el golpeteo de la lluvia le dieron la impresión de haber entrado en un melodrama gótico.

Se estremeció y por un instante pensó en despertar a Juan Pedro, pero desechó la idea. El conde Demonio desnudo en la cama era más peligroso que cualquier fantasma. En puntillas para no hacer ruido, se puso a recorrer la oscura casa.

Su búsqueda la condujo a una habitación situada en el rincón más alejado de la planta baja. Se veía una tenue luz por debajo de la puerta, lo que le pareció tranquilizador; era de suponer que los fantasmas no necesitaban lámparas.

Cautelosamente giró el pomo. Cuando entreabrió la puerta se detuvo asombrada. El morador de la sala no era un fantasma.

Pero un fantasma la habría sorprendido menos.

Al ver un pianoforte en las sombras. Mariana supuso que ésa era la sala de música, pero fue Juan Pedro quien acaparó su fascinada mirada. Estaba sentado en un sillón junto al fuego del hogar con rostro soñador con un arpa pequeña apoyada en el hombro izquierdo. En contraste con la inmovilidad de su rostro, sus dedos se movían por las cuerdas metálicas tocando una melodía que sonaba como tintineantes campanillas.

Aunque lo habría reconocido en cualquier parte, su expresión le daba el aspecto de un desconocido. Ya no era el aristócrata frivolo ni el peligroso libertino sino la personificación de un legendario bardo celta, un hombre cuyos dones y aflicciones superaban las del hombre corriente.

La vulnerabilidad que vio en su semblante le hizo pensar a Mariana que tal vez Juan Pedro y ella no eran tan diferentes después de todo. Y esos pensamientos eran peligrosos.

Él comenzó a cantar en gales y su voz de barítono, dulce y exquisita como miel morena llenó la habitación.

Mayo, la, estación mas hermosa, dulces son los cantos de los pájaros, verdes las arboledas...

Después de otros dos versos, la música pasó de un alegre sonido primaveral a un lamento en tono menor.

Cuando los cucos cantan en las altas copas de los árboles mayor es mi aflicción, el humo escuece, no se puede ocultar la pena porque los míos han muerto.

Suavemente repitió el último verso, con toda la angustia del mundo en su voz.

Aunque la melodía le era desconocida. Mariana reconoció la letra de un poema del Libro Negro de Caermarthen, de la Edad Media, uno de los más antiguos textos galeses. Se le llenaron los ojos de lágrimas porque esas conocidas palabras nunca la habían conmovido tan profundamente.

Cuando se desvanecieron las últimas notas, ella emitió un suspiro, lamentando todo lo que había perdido y todo lo que jamás tendría.

Al oír el sonido, Juan Pedro levantó bruscamente la cabeza y sus dedos rasgaron las cuerdas en un violento acorde, su vulnerabilidad transformada instantáneamente en hostilidad.

-Deberías estar durmiendo…

-Tú también. -Ella entró en la sala y cerró la puerta-

Ella se acercó y se sentó en el borde de un sillón cerca de él

-No sabía que fueras tan buen músico.

-No es algo de lo que sepa mucho -contestó él con su peculiar tono humorístico-. Antiguamente un caballero gales tenía que ser consumado en el arte de tocar el arpa para ser digno de su rango, pero eso ha cambiado en estos tiempos incivilizados. Guarda en secreto mi debilidad.

-La música no es una debilidad, es una de las mayores alegrías de la vida. Si éste es un ejemplo de tus costumbres alocadas y perversas -continuó con tono alegre-, tendré que poner en duda tu fama de libertino.

-Mis debilidades graves son públicas. Dado que tocar el arpa tiene matices molestamente angélicos, lo oculto para no estropear mi reputación. -Pulsó las notas del breve estribillo de una canción procaz-. Tú y yo sabemos el valor de la reputación.

-Explicación divertida pero tonta. -Lo observó pensativa-. ¿Por qué te fastidió tanto que te descubriera?
Tal vez fue la intimidad de medianoche lo que le hizo darle una respuesta sincera.

-Un caballero aprecia la música, así como aprecia el arte y la arquitectura, pero no pierde el tiempo tocándola. Si, no lo quiera Dios, un hombre de buena cuna insiste en tocar un instrumento, debe elegir algo como el violín o el piano. Un caballero no pierde su tiempo en nada tan plebeyo como un arpa galesa.

Pulsó una cuerda y sus dedos bajaron por las otras produciendo un lamento de elfo apenado. El triste sonido hizo estremecer a Mariana.

-Supongo que eso es una repetición de lo que decía el viejo conde. Pero cuesta creer que le disgustara tu música. Tocas y cantas maravillosamente.
Juan Pedro se echó hacia atrás en el sillón y cruzó las piernas a la altura de los tobillos, con el arpa descansando flojamente entre sus brazos.

-La mayoría de los galeses corrientes prefieren cantar a comer. Los gitanos bailan hasta que les sangran los pies. Mi abuelo no aprobaba esos excesos. El hecho de que yo deseara tocar el arpa era prueba de mi sangre manchada, plebeya. -Distraídamente tocó una serie de notas tristes-.

Ése fue un motivo de que aprendiera a hablar gales. El cymric es una lengua antigua, primitiva, un lenguaje para guerreros y poetas. Necesitaba hablarlo para hacerle justicia al arpa.

-¿Donde aprendiste a tocar tan bien?

-Me enseñó un pastor llamado Tam el Telyn.

-Carlos el Arpa -dijo ella traduciendo-. Una vez lo oí tocar cuando era niña. Tocaba maravilloso. Decían que era el arpista de Lleweiyn el Grande, que había vuelto a nacer para recordarnos la antigua gloria de Gales.

-Tal vez Tam era realmente uno de los grandes bardos regresado a la tierra, había algo misterioso en él. Él construyó esta arpa con sus manos, en el estilo medieval. -Acarició la columna delantera tallada-. La caja de resonancia es un solo tronco de sauce ahuecado, y al igual que las arpas antiguas, las cuerdas son de alambre, no de tripa. Siguiendo sus instrucciones yo construí una igual, pero el tono no era tan sonoro. Tam me dejó ésta cuando murió.

-Eres mejor que cualquier arpista de los que he oído competir. Deberías participar en uno de esos concursos alguna vez.

-Ni hablar. Mariana -dijo él, desaparecida la nostalgia-. Yo toco para mí.

-¿Eso se debe a que no soportas que te admiren? Por lo que se ve pareces más a gusto con el desprecio.

-Exactamente -sibiló-. Todo el mundo tiene una ambición, y la mía es ser un monstruo desalmado, una afrenta para toda la gente decente temerosa de Dios.

-No puedo creer que una persona que hace música como tú sea desalmada -dijo ella sonriendo. -Mi padre nunca habría tenido un concepto tan elevado de alguien que era realmente perverso.
El volvió a pulsar las cuerdas, tocando una melodía más dulce.

-Si no hubiera sido por tu padre, yo habría escapado de Aberdare. No sé si me hizo un favor al convencerme de que me quedara, pero tengo que admirar su habilidad para domar a un niño salvaje.

-¿Cómo lo hizo? Mi padre hablaba muy poco de su trabajo, ya que consideraba que sólo era un instrumento de Dios.

-¿Sabías que mi madre me vendió a mi abuelo por cien guineas? -Antes que Mariana pudiera expresar su horror, volvió a tocar las cuerdas: unas notas profundas y lúgubres estremecieron el aire-. Cuando llegué a Aberdare tenía siete años, y jamás en mi vida había pasado una noche dentro de una casa. Enloquecí como un pájaro enjaulado, y luché desesperadamente por huir. Me encerraron en el cuarto para los niños y pusieron rejas en las ventanas para que no me fuera a matar tratando de lanzarme fuera por ahí. El conde mandó llamar a tu padre, cuyas obras espirituales respetaba. Tal vez creyó que el reverendo Esposito podría expulsar mis demonios.

-Mi padre no era exorcista.

-No, simplemente entró en el cuarto con un cesto de comida y se sentó en el suelo, de modo que su cabeza quedó más o menos a la altura de la mía. Entonces se puso a comer una empanada de cordero. Yo desconfié de él pero me pareció inofensivo. Además, estaba muerto de hambre porque llevaba varios días sin comer; siempre que un lacayo me llevaba comida yo se la tiraba por la cabeza. Pero tu padre no intentó obligarme a hacer nada, ni tampoco se enfadó cuando le robé una empanada de la cesta. Me ofreció un poco de cerveza y un pastel de pasas asadas a la plancha. También me dio una servilleta, acompañada de una amable sugerencia de que se me verían mejor la cara y las manos si me las lavaba.

Después comenzó a contarme historias de Josué y las murallas de Jericó, de Daniel en la cueva de los leones, de Sansón y Dalila... Lo que me gustó especialmente fue la parte cuando Sansón derriba las columnas del templo, porque así era como me sentía yo desde que había llegado a Aberdare. -Apoyó la cabeza en el respaldo del sillón, iluminados sus bien cincelados rasgos por la luz del hogar-. Tu padre fue la primera persona que me trató como a un niño y no como a un animal salvaje. Acabé acurrucado bajo su brazo sollozando.

Mariana tuvo que reprimir las lágrimas al imaginarse a ese pobre niño desolado, abandonado. ¡Ser vendido por su propia madre! Tragándose el nudo que se le había formado en la garganta, comentó:

-Mi padre era el hombre más compasivo que he conocido.

-Mi abuelo eligió bien -dijo Juan Pedro asintiendo-; dudo que cualquier otro, que no fuera el reverendo Esposito, hubiera logrado convencerme de aceptar mi situación. Me dijo que Aberdare era mi casa y que si cooperaba con mi abuelo, finalmente tendría más libertad y riqueza de los que cualquier gitano había conocido jamás. Así pues, bajé a ver al viejo conde y le propuse un trato. -Hizo un gesto divertido-. Se ve que tengo propensión a hacer tratos raros. Le dije a mi abuelo que pondría todo mi empeño en ser el tipo de heredero que deseaba, durante once meses al año. A cambio, debía darme un mes para volver con los gitanos. Al conde no le agradó la idea, pero el reverendo Esposito lo persuadió de que ésa era la única manera de lograr que me comportara. Así pues, tu padre se convirtió en mi tutor. Durante los dos o tres años siguientes, venía casi todos los días a Aberdare, cuando no estaba en una de sus giras de predicación. Además de las asignaturas académicas normales, me enseñó a actuar como un payo. Finalmente estuve preparado para que me enviaran a un colegio donde a golpes podrían darme la apariencia de un correcto caballero inglés. Antes de irme le regalé el libro con la dedicatoria que tú empleaste para chantajearme -añadió irónicamente.

Ella se negó a sentirse culpable.

-O sea que conservaste tu legado volviendo cada año a la gente de tu madre. Eso fue una manera muy clara de pensar para un niño.

-No tan clara. -Tocó una serie de acordes burlones-. Yo creía que podría llevar la vida de payo como un traje y que cuando me lo quitara seguiría siendo el mismo de antes. Pero la cosa no era tan sencilla; si uno está siempre representando un papel, finalmente la simulación empieza a hacerse real.

-Tiene que haber sido difícil estar a caballo entre dos mundos -comentó ella-. ¿Te sentiste alguna vez como si no fueras ni pez ni ave, ni que llevabas buen disfraz?

-Bastante buena descripción -rió él sin humor.

-Cuanto más sé, menos me sorprende que odiaras a tu abuelo.

Juan Pedro bajó la cabeza y pulsó una serie de notas sueltas hasta tocar toda la escala.

-Decir que lo odiaba es demasiado sencillo. Era mi único pariente y deseaba agradarle, al menos parte del tiempo. Aprendí modales y moralidad, griego, historia y agricultura, pero jamás conseguí satisfacerlo. ¿Sabes cuál era mi imperdonable crimen? -Al verla negar con la cabeza le dijo-: Extiende la mano.

Ella la extendió y él puso la suya al lado. Su piel blanca lechosa contrastaba con la de él…

-El color de mi piel, algo que yo no podía cambiar ni aunque hubiera querido. Si mi color hubiera sido más claro, creo que finalmente mi abuelo podría haber olvidado mi sangre gitana. Pero cada vez que me miraba veía a un «maldito gitano negro», como decía él tan encantadoramente. -Juan Pedro dobló sus largos y ágiles dedos, mirándolos como por primera vez-. Es ridículo, y ciertamente nada cristiano -murmuró con amargura-, odiar a alguien por el color de su piel, y sin embargo esas cosas triviales pueden cambiar una vida.

-Eres perfecto tal como eres -le dijo ella.

-No buscaba cumplidos -dijo él sorprendido.

-No era un cumplido -repuso ella con tono altanero-, sino un juicio estético objetivo. Una mujer bien educada jamás haría un cumplido tan vulgar a un hombre.

-O sea que ahora me clasifican junto con las urnas y pinturas griegas -dijo él con expresión más tranquila.

-Más interesante que cualquiera de esas dos cosas. -Ladeó la cabeza-. ¿Te resultaba más fácil la vida cuando viajabas con los gitanos?

-De muchas formas. Como mi madre era huérfana yo no tenía ningún pariente próximo, de modo que me unía a cualquier campamento que estuviera cerca de Aberdare. Ellos siempre me aceptaban, como a un cachorro extraviado. -Titubeó un instante-. Yo disfrutaba de esas visitas, pero con el paso del tiempo comencé a ver a mis parientes con otros ojos. Aunque los gitanos se consideran libres, de hecho están atrapados por sus propias costumbres. La ignorancia, el trato que dan a las mujeres, el orgullo en el robo, generalmente a expensa de los payos que menos tienen, los tabúes de limpieza... finalmente ya no pude aceptar esas cosas sin ponerlas en tela de juicio.

-Sin embargo has habilitado un campamento para gitanos en Aberdare.

-Por supuesto, son mi gente. Cualquier campamento gitano puede estar todo el tiempo que quiera. A cambio, les pido que no molesten a la gente del valle.

-Ah, así que a eso se debe entonces que desde hace unos años no ha habido ningún problema con los gitanos. -Lo miró pensativa-. Cuando era niña, recuerdo que mi madre me hacía entrar en casa y trancaba la puerta siempre que llegaban gitanos al pueblo. Decía que eran ladrones y paganos, y que robaban niños. El se echó a reír.

-Las dos primeras cosas pueden ser ciertas, pero los gitanos no necesitan robar niños, los tienen en abundancia.

-Yo solía soñar que me robaban los gitanos -contó ella-. Se me ocurría que debía de ser agradable ser tan deseada.

Juan Pedro captó lo que revelaba ese comentario.


Epaa! Q declaracion tan profundaa para hacerlee a un hombre q arde en deseoss! Qqsiguee!? Q opinan?

"Deliciosamente vulnerable" cap 53

Lo más difícil de aquel fin de semana fue separarse cada vez que Mariana tenía que salir del hotel para “ir a trabajar”. Entraba entonces por la puerta principal de la fábrica y volvía a salir por la lateral, rumbo a su esposo y al placer. Luego, cuando el sol caía, hacía el camino inverso, saliendo de la puerta principal y tomando un taxi hacia el

hotel y su marido. Así lo hizo el viernes y el sábado.

Pero el domingo...Tocaba la hora de separarse de verdad. Hasta tanto encontraran una solución o una forma de burlar a su padre, debían estar alejados uno del otro. De no ser así, y de descubrirse la verdad de lo que habían hecho, la furia del Dr. Lanzani podía ser terrible. Pedro lo sabía por experiencia. Antes que ella saliera de aquel cuarto en que se había convertido en mujer, él le dio un teléfono satelital, difícil de rastrear. A través de él podrían comunicarse sin correr riesgos innecesarios.

Cuando salió por última vez de aquella fábrica de la que sólo conocía los pasillos, Mariana fue directo a la Iglesia para escuchar la Misa dominical. Tenía muchas cosas por las cuales estar agradecida. A la distancia, sin que se diera cuenta ni ella ni su custodia, Pedro la observaba. Él también había sentido la necesidad de estar allí. Porque, fuera a Dios, o a alguna fuerza de la naturaleza, él también tenía que elevar una oración por su felicidad.


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Durante los cincuenta kilómetros que la separaban de Buenos Aires, Mariana no pudo descansar. Tenía una inmensa necesidad de estrechar a su bebé entre los brazos. De comunicarle con sus besos todo lo que le había pasado: que tenía un papá, que había comenzado a formar parte de una verdadera familia...

Cuando llegó al departamento de Agustina, se sorprendió al notar que era Ricardo quien sostenía a Fer....Y parecía disfrutarlo. ¿También habría cambiado algo en esa casa durante el fin de semana?

Al sentir su voz, Agustina corrió a abrazarla. No necesitaban decirse nada. Ella sabía leer sus silencios. Luego, entre risas, le reprochó:

—¿Viste? Yo tenía razón...Siempre hay que llevar buena ropa interior cuando uno sale de casa... Nunca se sabe lo que puede pasar.

Cuando se despidieron, Mariana volvió a la pensión con su bebé. Ni bien llegó a su cuarto, el celular de su bolsillo sonó....Pedro insistió en que no cortara mientras alimentaba y acostaba a Fer. Luego tampoco quiso que lo hiciera mientras se desvestía para descansar.... Él le iba hablando despacio, recorriéndola con sus palabras, envolviéndola en su pasión, acariciándola con su deseo. Y no paró de hablarle hasta que los dos esposos se saciaron de placer.


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Cuando aquella mañana Rodríguez Melgarejo vio llegara Pedro, sonrió complacido. Ver la felicidad en él lo transportaba al recuerdo de la suya propia.

Fue a su encuentro y se abrazaron en silencio. Y es que aquellos hombres no eran buenos para hablar de cosas del corazón.

—¡Viste! Todo salió bien... Yo te dije: mi amigo Tommy es experto en trampas... Tiene todo el procedimiento muy afilado... Su mujer es muy celosa.

—Y él, muy estúpido.

—¿Te das cuenta? ¡Claro que sí!

Los dos rieron por la estupidez de aquel Tommy, y lo útil que había resultado.

—Decime... ¿averiguaste con qué la estaba apurando tu padre a Mariana?

—¡Ah! ¡El secreto de mi mujer! —respondió Pedro con algo de contenido orgullo—. Viste que uno siempre se lleva sorpresas en la noche de bodas... ¡Y vaya si yo me llevé una! Y es que mi mujer era... —bajó la voz—, virgen todavía.

—¡¿Virgen?!

— Sí!... Mirá que si ella se entera que te lo conté...

—¿Pero el hijo?

—Y, ¿viste?, ella tiene todo ese asunto de Dios. La madre de Fer quería abortarlo, y Mariana lo anotó a su nombre. Si te lo digo así parece re- loco, pero si la conocés a ella... ¿Te dás cuenta? Cuando sentía toda su timidez, era así nomás. No se estaba haciendo...

Por un momento sus recuerdos más dulces volvieron a poseerlo, y se hundió en el silencio. Rodríguez Melgarejo lo notó, y sintió alegría, pero también algo de envidia, por ese amor. Luego, Pedro siguió hablando, casi como con sigo mismo.

—¡Y su cuerpo!.. Soy un pelotudo, ¿sabés?... Nunca me había dado cuenta... ¡Si ni siquiera la había visto en malla!... ¡Increíble!... Es la mujer más espectacular...

Y volvió a callarse.

Su amigo lo miró, sin poder evitar una sonrisa. ¡Pedro estaba hecho todo un idiota! No iba a tener más remedio que hacerse cargo también de su trabajo, al menos por aquel día . ¡No había nada que hacer! Para eso se había creado la “luna de miel”. Claro, ahora sólo se consideraban vacaciones corrientes... ¡Lástima por los demás! No sabían lo que se estaban perdiendo.

jueves, 13 de mayo de 2010

"Tormenta de pasiones" cap 12 por MarianTosh!~

Mariana ahogó una exclamación ante la seductora presión de su boca. Se había creído preparada, pero descubrió que no tenía ninguna defensa contra esa inesperada caricia. Ardientes sensaciones le corrieron hacia abajo, debilitándola y haciéndole palpitar lugares secretos y vergonzosos.

-Tienes la piel preciosa -susurró él recorriéndole con los labios la sensible zona entre el cuello y el hombro-. Seda céltica, suave y seductora.

Ella pensó que debía hacer algo, pero no sabía qué. Titubeante, le colocó las manos en la cintura, palpando los tensos músculos bajo la fina batista de la camisa.

El le echó el aliento cálido y cosquilleante en la oreja y después le mordió suavemente el lóbulo, sus dientes en erótico contraste con la suavidad de sus labios. Ella le recorrió el tórax con inquietos dedos.

Cuando él comenzó a sobarle los hombros y los brazos, ella cerró los ojos y se dejó llevar, como flotando en un mar sensual, moviendo las manos por su cuerpo como un gatito mamando. Sobre los hombros le cayeron mechones de pelo suelto, que le rozaron la sensibilizada piel con ligereza de plumas. Se sintió como si estuviera hecha de cera que podía modelarse al antojo de él.

Sintió un suave tirón en la nuca y luego la mano de él bajó entre los omóplatos. Como si le hubiera caído un chorro de agua fría, ella comprendió que le había desabotonado el botón superior del vestido. Cuando sintió que él comenzaba a desabotonar el siguiente, se giró, apartándose.

-¿No hay límite de tiempo para el beso? -preguntó con afectada serenidad-. Ciertamente éste tiene que acabar.

Él no hizo ningún ademán de retenerla. Tal vez tenía más acelerada la respiración, pero por lo demás no parecía afectado por el abrazo.

-Un beso no tiene duración establecida -contestó dulcemente-. Acaba cuando uno de los participantes decide que acabe.

-Muy bien. El beso de hoy ha acabado.

Levantó los brazos y se abotonó el primer botón con manos temblorosas.

-¿Fue tan mala la experiencia? Me parece que no te ha disgustado.

Ella habría preferido no contestar a esa pregunta, pero su sinceridad la obligó a decir:

-Eh... no me disgustó.

-¿Sigues temiéndome?

Le acarició el cabello caído con la delicadeza de una mariposa. Ella cerró los ojos un momento y luego los abrió y lo miró francamente:

-Aristófanes dijo que los niños tiran piedras a las ranas en broma, pero que las ranas mueren en serio. Tú vas a romper mi vida en pedazos y después vas a continuar con tu vida sin volver a pensar en ello. Sí, milord, me aterras.

Él se quedó muy quieto.

-Sólo las cosas que son rígidas se rompen. Tal vez es necesario que tu vida se rompa en pedazos.

-Eso suena muy profundo -dijo ella con una media sonrisa-. Tu vida se destrozó hace cuatro años. ¿Estás mejor o eres más feliz por eso?

La expresión de él se endureció.

-Es hora de retirarnos. Mañana iré a Swansea, de modo que nos veremos en la cena.

Cogió el polvoriento cobertor de terciopelo y lo extendió sobre la mesa.

Mariana cogió el candelabro de encima de un armario y salió de la sala presurosamente. No se detuvo hasta llegar a su dormitorio. Una vez allí, cerró la puerta con llave y se dejó caer en un sillón con las manos apretadas sobre las sienes.

Había transcurrido un día, y un beso. ¿Cómo demonios iba a sobrevivir los otros noventa?

No sólo había disfrutado del abrazo de un hombre que no era su marido y cuyas intenciones eran estrictamente deshonrosas sino que no lograba suprimir el deseo del abrazo del día siguiente. Por el bien de su alma debería marcharse inmediatamente de Aberdare. El pueblo podría cuidar de sí mismo. Nadie le había pedido que se sacrificara por Penreith; había sido su peculiar concepto del deber.

La idea de marcharse le enfrió los pensamientos caldeados. El conde estaba dispuesto a hacer cosas que beneficiarían a cientos de personas, y sería una locura abandonarlo todo simplemente por un ataque de nervios de solterona. Era exagerada su reacción a lo que había sido una perturbadora nueva experiencia; al día siguiente sería menos vulnerable a sus tretas.
Una vez puesto el camisón de franela y recogido el pelo en una larga trenza, se metió en la cama y se ordenó dormir. Necesitaría de todas sus fuerzas para resistir al conde Demonio.



Juan Pedro estaba delante del hogar contemplando las últimas brasas moribundas con mirada ociosa. Sentía la casa menos triste con la presencia de Mariana, pero ella tenía un efecto perturbador en él. Tal vez se debía a que él no estaba acostumbrado a la inocencia. Esa mezcla de inexperiencia y ojo práctico de Mariana le resultaba particularmente entrañable. Y por un momento, antes que se apoderara de ella el sentido común, se había rendido a su caricia, tan flexible como un sauce calentado por el sol.

Deseaba ser él quien le enseñara que el deseo no es pecado. Y, maldita sea, deseaba hacerlo esa misma noche.

Maldiciendo el trato que le impedía hacer más intentos por seducirla hasta el día siguiente, tamborileó nerviosamente sobre la repisa. El recuerdo de los ojos muy abiertos de Mariana y de su sedosa piel le iban a hacer muy difícil conciliar el sueño.

De pronto echó atrás la cabeza y soltó una carcajada. Podía sentirse frustrado, pero también más vivo de lo que se había sentido desde hacía mucho tiempo. Y todo el mérito debía atribuirlo a su mozuela metodista.



Mariana abrió silenciosamente la puerta de la escuela y entró por la parte de atrás de la sencilla sala encalada. La mayoría de los alumnos trabajaba individualmente mientras Marged daba una lección de aritmética a los niños más pequeños.

Las cabezas se volvieron al sentirla entrar, y se oyeron susurros y risas. Marged también alzó la vista. Sonriendo, se rindió airosamente a lo inevitable.

-Es la hora de almorzar. Saludad a la señorita Esposito y después fuera todos.

Felices, los niños rodearon a Mariana como espuma del mar, como si hubieran sido meses de ausencia y no sólo un día y medio. Después de corresponder a los saludos y hacer los comentarios de rigor («Así que has aprendido a restar, lanto, ¡qué bien!»), se acercó a abrazar a Marged.

-¿Cómo te ha ido?

Riendo, su amiga se sentó en el borde del destartalado escritorio.

-Ayer creí que no iba a sobrevivir. Si hubieras estado aquí te habría suplicado de rodillas que retomaras las clases. Pero hoy todo está yendo más sobre ruedas. En otros quince días creo que ya lo habré superado.

-Empezó a juguetear con un mechón de pelo rubio mientras buscaba las palabras para explicarse-: Es un trabajo difícil, pero es tan gratificante cuando explico algo y veo que se ilumina de entendimiento la cara del niño. No sé explicar esa sensación. Tú ya sabes cómo es -añadió riendo.

Con una pequeña punzada, Mariana cayó en la cuenta de que, si bien era ferviente partidaria de la educación, hacía años que no experimentaba un placer así... Con frecuencia se sentía interiormente aburrida con los ejercicios y la constante repetición. Tal vez por eso le agradaba el desafío de tratar con Juan Pedro; era un placer desafiar en ingenio a un adulto astuto e imprevisible cuya inteligencia igualaba la suya. Con una vaga sensación de culpabilidad por lo que estaba pensando, dijo:

-Lord Aberdare quiere bajar a la mina a ver en qué condiciones está, y prefiere que no sea George Madoc el que lo guíe. ¿Estaría dispuesto Owen a acompañarlo?
Marged se mordió el labio.

-Si se entera Madoc, Owen podría tener problemas.

-Lo sé -reconoció Mariana-, pero si ocurriera lo peor y lo despidiera, estoy segura de que su señoría le encontraría otro trabajo. No se lo digas a nadie todavía, aparte de Owen, pero Aberdare está dispuesto a reabrir y ampliar la cantera de pizarra.

-¡O sea que lo has conseguido! Mariana, eso es fabuloso.

-Es un poco pronto para cantar victoria, pero hasta el momento la cosa va bien. También está dispuesto a hablar con lord Michael Kenyon sobre la mina, pero creo que quiere ver personalmente los problemas antes que fiarse de la palabra de una mujer.

-Irá bien que entre él mismo en la mina; nadie que no haya estado ahí puede entenderlo realmente. -Pensó un momento-. Madoc siempre hace un descanso de dos horas, a mediodía, para ir a comer a su casa, así que mañana puede ser un día tan bueno como cualquier otro para llevar a la mina a su señoría. Hablaré con Owen cuando llegue a casa esta noche. Si hay algún problema te enviaré recado a Aberdare. Si no te llega ningún mensaje en contra, llévalo allí poco después de mediodía. -Posó sus brillantes ojos en Mariana-. ¿Y cómo te ha ido a ti con el conde Demonio?

-Bastante bien. No le agradó mucho que yo decidiera aceptar su desafío, pero ha asumido mi presencia con buen talante.

-¿Qué tipo de trabajo vas a hacer ahí?

-Parece que sólo voy a ser una especie de ama de llaves. Me ha dado permiso para contratar personal y limpiar y redecorar la casa para hacerla más habitable.

-¿Qué piensa Willie de todo esto?

-Hablé con él esta mañana antes de venir a Penreith, y está encantado. Le ha sido difícil cuidar de esa enorme casa con sólo dos criadas. He pasado la mañana en el pueblo buscando gente para trabajo temporal, con la posibilidad de empleo permanente si el conde decide conservar abierta la casa.

-Seguro que no te ha costado nada encontrar personas bien dispuestas.

-No sólo cada persona aceptó sino que todos fueron a Aberdare tan pronto acabamos de hablar. Rhys Willie ya debe tener al menos doce personas fregando y quitando el polvo, y la señora Howeil debe de estar ocupadísima en la cocina. Puede que la casa necesite redecoración, pero muy pronto estará limpia.

-¿Ha hecho algo lord Aberdare que confirme su fama de libertino?
Mariana dio un respingo imperceptible.

-A mí me parece más solitario que libertino. Tal vez todavía sufre la muerte de su esposa. Parece que le agrada tenerme de acompañante.

-Eso parece más interesante que llevar la casa.

-Ah, casi se me olvidaba. Conocí los famosos «animales raros». Son pingüinos, animalitos de lo más fascinante. Lord Aberdare dice que los niños podrían ir a verlos.

-¡Fantástico! Tal vez dentro de unas semanas, cuando haya mejorado el tiempo, podríamos hacer un picnic escolar. Conseguiremos un par de carretas.

De ahí pasaron al tema de la escuela. Después de contestar todas las preguntas de Marged, Mariana se despidió y regresó a Aberdare.

Entrar en el vestíbulo fue como caer en un torbellino. El vestíbulo y el salón contiguo estaban llenos de gente trabajando, y como todos eran galeses, cantaban a la vez que trabajaban con pericia y entusiasmo. Los cánticos daban un aire festivo a la actividad, y Mariana tuvo una breve visión de cómo podría ser una Aberdare alegre.

Cuando estaba mirando alrededor, medio aturdida, Rhys Willie dejó de sacar brillo al metal de una lámpara y se acercó a saludarla. Ella jamás había visto tan animada su larga cara.

-La casa está recobrando la vida -dijo él orgulloso-. Decidí seguir su consejo y concentrar el trabajo en el vestíbulo y el salón, ya que eso causará mayor impresión en el conde.

-Ya me causa impresión a mí. -Mariana movió la cabeza, incrédula, cuando entró en el salón-. Ha sido un acierto quitar los muebles y adornos más feos. -Habían quitado tantos que quedaban huecos que sería necesario llenar-. Su señoría dijo que hay muebles guardados en las buhardillas. ¿Hay algo apropiado para el salón?

-Hay algunos muebles hermosos. La llevaré a verlos.

El mayordomo colgó el trapo con que estaba limpiando el pomo de una puerta, llevó el sombrero y el chal de Mariana a su sitio y después la condujo escalera arriba.

-Durante estos años, cuando la casa estaba tan horriblemente muerta, a veces solía pensar qué haría yo con la casa si fuera mía. Las vistas y proporciones de las habitaciones son bellas, y con un poco de esfuerzo Aberdare podría ser magnífica. Pero no podía hacer nada sin las órdenes de su señoría.

Se detuvieron a encender lámparas y comenzaron a subir el último y estrecho tramo hacia las buhardillas.

-Puesto que el conde ha dado su permiso para hacer cambios, dígame sus ideas. Tal vez podamos hacerlas realidad.

Willie la guió entre formas oscuras hasta una buhardilla pequeña.

-Yo devolvería estos muebles al salón, donde estaban antes. Los muebles son viejos, de mediados del siglo pasado, pero están muy bien hechos y los diseños tienen una elegancia natural. -Quitó el cobertor de un sofá pequeño-: Desterrado por los caprichos de la moda. Lady Tregar fue la que instaló los sofás con patas de cocodrilo. -Arrugó la nariz-. Clara prueba de que la buena crianza y el buen gusto no van necesariamente juntos.

Mariana sonrió. Tenía lo mejor de ambos mundos. Willie no sólo estaba dispuesto a aceptar sus órdenes sino que al mismo tiempo la trataba con la franqueza de un paisano suyo de Penreith. Sabiendo que no debía chismorrear, pero incapaz de resistir la tentación de saber más, le preguntó:

-¿Cómo era lady Tregar?

-En realidad no lo sé, señorita Esposito -dijo él con rostro impasible-. En ese tiempo yo era el segundo mayordomo y muy rara vez veía a su señoría. Era muy hermosa, por supuesto. -Tras un breve silencio añadió-: ¿Quiere ver su retrato?

-Claro que sí. No sabía que hubiera uno.

-El anciano conde lo encargó para la boda de su nieto.

Willie la condujo hasta otra buhardilla más pequeña. A lo largo de una pared había unas barras de madera con ranuras entre las cuales colgaban rectángulos de tela a modo de cortinas.

-Hice construir esto al carpintero para conservar adecuadamente los cuadros.

Quitó una tela y levantó la lámpara para alumbrarlo. Era un soberbio retrato de una joven ataviada con una túnica de ninfa griega. Estaba de pie en medio de una pradera cubierta de flores. El viento le levantaba los cabellos rubios y le ceñía la túnica a su exuberante figura.
Mariana examinó atentamente el rostro perfecto, los fríos ojos verdes y la tenue sonrisa que insinuaba misterios ocultos. Ésa era la mujer que se había casado con Juan Pedro y compartido su cama, y que le acosaba con sueños de aflicción y culpabilidad.

-Una vez vi a lady Tregar desde lejos -comentó-. Era mucho más hermosa de lo que yo había imaginado.

-Jamás he visto a nadie que se le compare -dijo Willie.

-¿Y por qué está guardado aquí este retrato y no expuesto abajo?

-Creo que la condesa viuda lo hizo traer aquí antes de cerrar la casa y trasladarse a Londres.


Muchas mujeres rondan el pasado no? Buenoo ya veremoss q pasooo, como, cuando y xq …. El próximo capituloo larguitooo larguitoooo

"Deliciosamente vulnerable" cap 52

Cuando Pedro se recostó a su lado, todo el rubor y la vergüenza acudieron en tropel hasta la muchacha.

Instintivamente se tapó, tratando de acomodarse, pero sintió, con horror, que algo fluía entre sus piernas.

—¿Qué es esto? —preguntó asustada.

—No sé... Creo que es algo que les pasa a las mujeres cuando son vírgenes.

—No seas tonto, ya sé... ¡Pero manché las sábanas! ¡Que vergüenza!... ¿Y ahora cómo...?

—Shh... —trató de calmarla él, divertido.

Volvió a mirar a su esposa. Estaba radiante, con las mejillas sonrosadas y el cabello alborotado, pero asustada y confundida.

—Yo me encargo. No te preocupes. Vos andá al baño de tu cuarto y duchate.

La vio retirarse con placer. Todavía estaba excitado. Muy excitado....

Se duchó para calmarse, y luego de cerrar la puerta de comunicación entre las habitaciones, lavó la mancha con agua mineral, e hizo que la mucama cambiara las sábanas.

Cuando todo terminó, fue de nuevo en busca de su esposa. Escuchó el ruido de la ducha, y entró silenciosamente al baño.

Ella estaba de espaldas, con toda el agua cayendo sobre aquellas curvas perfectas que apenas se entreveían a través de la cortina. Mariana estaba intentando entender la locura que se había adueñado de su cuerpo. Todo el desenfreno y el placer que aún la dejaban palpitante. Apenas se estaba dejando llevar por el agua que caía sobre su piel, cuando comenzó a girar con lentitud. Abrió los ojos, y lo vio a él, su marido, sentado, contemplándola. Y todo el pudor y la vergüenza se apoderaron de ella otra vez. No estaba lista todavía para eso...¿O sí?

—¡Pedro! ¡Qué hacés ahí! —exclamó, a la par que se tapaba con la cortina—. Alcanzame la toalla, por favor.

Pedro sonrió mientras lo hacía. Intentó acariciarla, pero ella lo alejó. Y eso hizo que la deseara más. Lo echó del baño, sin darse cuenta que él se llevaba su ropa. Así que se sentó pacientemente a esperarla, como lo había hecho siempre. Y cuando Mariana apareció en el cuarto, cubierta sólo por una toalla mínima para tapar su exuberante desnudez, él supo que la amaba.

—Quedate ahí, por favor —dijo él, mientras se extasiaba en contemplarla a la distancia. Luego se acercó y la besó con pasión.

—Quiero verte —suplicó Pedro, mientras se alejaba para volver a sentarse en la cama.

—No... —respondió ella con timidez, excitándose a pesar de su rubor.

—¿No? — preguntó él con suavidad, acercándose una vez más para tomar la punta de la toalla entre sus manos.

Y entonces volvió a sentarse, y ella fue dejando caer con lentitud la tela rugosa que la cubría

Era perfecta. Absolutamente perfecta. La mujer más hermosa que Pedro había visto en toda su vida...Su mujer. Vió sus pechos generosos, turgentes, naturales, con los pezones surgiendo de ellos como un milagro. Vió su vientre chato, las curvas de su cintura. La belleza de su pubis, densamente poblado por un bello castaño intacto, como lo debían tener las mujeres en el paraíso. Vió sus piernas bien torneadas. Sus pies chicos y delicados.

Y luego volvió a mirarla. Y vio que el rubor surcaba sus mejillas. Pero también notó en su rostro el brillo que acababa de conocer. Y supo que estaba de nuevo excitada y lista. Y entonces se acercó a ella y comenzó a recorrerla con sus manos fuertes, con su cuerpo, con sus labios. Y tocándola como si fuera un delicado instrumento musical, pudo arrancar de su boca gemidos de placer. Y la vio llegar al éxtasis sin haberla poseído con el cuerpo, pero si con el alma.

Entonces sintió su propio cuerpo reclamar. Y volvió a tensarla. Volvió a prepararla, y cuando la supo lista la penetró y se abandonó en ella. Y logró una extraña sincronía en dos amantes: ambos llegaron juntos al éxtasis, perdido cada uno en el placer del otro.

Cuando Mariana se retiró, aún conmovida, para cambiarse, él permaneció acostado, observándola. Todavía estaba excitado. Pero de una forma distinta y maravillosa.

Recordó toda aquella perorata de Ayelén sobre el sexo tántrico. Sobre un placer que duraba más allá del orgasmo, y que a él le había parecido imposible. Y que ahora, sin lecciones complicadas ni búsquedas afanosas, sentía recorrer todo su cuerpo.

Cuando Mariana volvió del baño, intentaron vanamente acallar la piel. Pero era tal el abandono de ambos, esa sensación deliciosa de descubrimiento mutuo, que no pudieron lograrlo, y siguieron haciendo el amor por el resto de la noche y el día siguiente. A veces, incluso, no necesitaban tocarse para lograrlo. Bastaba sólo una palabra, o la imperiosa necesidad de complacer al otro.

Pedro, aquel hombre que había crecido siendo egoísta, y que no había intentado nunca satisfacer a una mujer, aprendió de su esposa que sólo concentrándose en el placer de ella lograba el verdadero éxtasis.

Mariana, que había sabido guardarse a pesar de las urgencias de su cuerpo, aprendió de su marido una forma distinta de celebrar el amor de Dios. Y supo que, a pesar de la cárcel que pendía sobre su cabeza, había alcanzado finalmente la libertad.


mmmm a ver... falta poquitos capitulos pero no me pregunten cuantos porq no se, son poquitiños!!! jaja

PERDON PERDON PERDON PERDON POR NO SUBIR AYER es q no se q le pasa a esta compu de morondanga besitos

martes, 11 de mayo de 2010

"Tormenta de pasiones" cap 11 por MarianTosh!~

La difunta vizcondesa Caroline Tregar, hija de conde, había aportado título y fortuna a su matrimonio. Durante los meses pasados en Aberdare rara vez visitó el pueblo, pero Mariana la había visto cabalgando. Era alta, elegante y gloriosamente rubia, tan hermosa que verla era detenerse a contemplarla. No era extraño saber que Juan Pedro todavía se doliera de su pérdida, y su aflicción debía de ser aún mayor al estar combinada con el sentimiento de culpa por el papel que le cupiera en su prematura muerte.

Nuevamente Mariana se preguntó qué habría ocurrido realmente esa fatídica noche cuando murieron el viejo conde y lady Tregar. Le resultaba difícil creer que Juan Pedro hubiera estado tan loco de deseo que se hubiera acostado con la esposa de su abuelo desafiando toda decencia. La segunda condesa, Emily, era sólo unos pocos años mayor que el nieto de su marido, pero aunque era atractiva, nadie la habría mirado dos veces estando presente Caroline en la misma sala.

A no ser que... a no ser que Juan Pedro hubiera odiado tanto a su abuelo que hubiera deseado herirlo de la manera más cruel.

La idea de que Juan Pedro pudiera haber seducido a la condesa por ese motivo tan horrible le revolvió el estómago. Por su mente pasaron una serie de imágenes: Juan Pedro y la esposa de su abuelo sorprendidos en flagrante delito; el viejo conde desplomado en el suelo con un fatal ataque de corazón; la aparición de Caroline atraída por la conmoción y después saliendo histérica de la casa sólo para morir en su huida del monstruo con que se había casado.

Si eso había sucedido, entonces Juan Pedro era moralmente responsable de las muertes de su esposa y de su abuelo, aunque no los hubiera matado con sus manos. Sin embargo, no lograba creer que se hubiera comportado de forma tan despreciable. Aunque podría ser alocado, ella no había visto ninguna maldad en él.

Pero, continuó pensando, sí era posible creer que hubiera actuado por impulso más que por crueldad calculada. Si sin intención había precipitado el desastre, tendría mucho motivo para sentirse culpable.

Asqueada, hizo a un lado el plato.

-Sí, estoy de acuerdo -le dijo Juan Pedro sin imaginarse sus horripilantes pensamientos-. Ésta no es una comida para saborear lentamente.

Mariana se sintió desorientada; era imposible reconciliar sus imágenes de pesadilla con el hombre encantador y travieso que estaba sentado frente a ella. Vio claramente que si quería soportar tres meses en su compañía, debía quitarse de la cabeza las especulaciones sobre su pasado. Si no, se volvería loca. Juan Pedro ya la estaba mirando ceñudo, preocupado, preguntándose qué le pasaba.

-¿Me retiro ahora para dejarte con tu oporto? -le preguntó con la voz más serena que logró sacar.

A él se le alegró la expresión.

-Me saltaré el oporto. Te encuentro mucho más interesante a tí, tal como debe ser una amante.

-No me siento muy interesante en este momento. -Se levantó-. ¿Puedo irme a mi habitación o forma parte del trato que te acompañe toda la velada?

-No creo que sea justo obligarte a soportarme todo el tiempo -dijo él también levantándose-, pero sí me gustaría si te quedas de buena gana. Todavía es temprano.

Ella detectó una ligera nota de tristeza en la voz. Tal vez se sentía solo. Eso no debería extrañarle, ya que él no tenía amigos ni familiares en Aberdare, pero no se le había ocurrido pensar que él pudiera sufrir de aflicciones corrientes como la soledad.

La simpatía pudo más que su necesidad de soledad.

-¿Cómo se entretiene la gente bien por la noche? -Al ver aparecer en sus ojos un conocido destello, se apresuró a decir-. No, no haré lo que estás pensando.

-No sólo inteligente sino que me lees la mente -rió él-. Puesto que rechazas mi primera proposición, juguemos al billar.

-¿No conoces ninguna actividad respetable? -preguntó ella-. Leer en la biblioteca sería una agradable manera de pasar la velada.

-En otra ocasión. No te preocupes, no hay nada inmoral en el billar. El único motivo de que la gente decente condene ese juego es el riesgo de caer en malas compañías. -Su boca se curvó en una sonrisa-. Puesto que ya estás conmigo, no veo cómo puede empeorar tu situación jugar al billar.

Ella se sorprendió riendo mientras él cogía un candelabro y la guiaba fuera del comedor. La ironía de su situación era que el verdadero peligro no era la mala compañía sino la risa. Le resultaría difícil renunciar a ella cuando llegara el momento de marcharse de Aberdare.

La sala de billar estaba en un extremo de la casa. Mientras Mariana encendía las velas de la lámpara que colgaba del medio del techo, Juan Pedro encendió fuego con carbón en el hogar para aliviar el frío dé esa húmeda noche de primavera y después quitó la cubierta de terciopelo que protegía la mesa. Voló polvo en todas direcciones y Mariana estornudó.

-Lo siento. -Dobló la cubierta y la dejó en un rincón-. Otro defecto de limpieza.

-Estoy empezando a pensar que mi papel de ama de llaves no me va a dejar tiempo para ser una amante.

-Puedo prescindir de la limpieza -se apresuró a contestar él.

Ella esbozó la involuntaria sonrisa, reprimida al instante, que tanto fascinaba a Juan Pedro.

Lograr sacarle esa sonrisa era como tratar de invitar a comer en su mano a un tímido potrillo; la paciencia era la clave.

Sacó un juego de bolas de marfil del armario para el equipo y las colocó sobre el tapete de la mesa.

-¿Prefieres usar una maza o un taco?

-¿Cuál es la diferencia?

Él le pasó la maza, que era un palo con un extremo ancho y plano.

-Ésta es la manera antigua de jugar al billar. Se golpea la bola, como en el juego de tejo. Cuando se juega con la maza el jugador no tiene que inclinarse.

Puso la maza contra la bola y la golpeó; la bola fue a caer en la tronera de la esquina.

-¿Y el taco?

Él se quitó la chaqueta para tener más libertad de movimiento, se agachó, colocó el taco frente a una bola y golpeó. La bola golpeó una roja y la hizo caer dentro de una tronera, y después golpeó una segunda bola que también fue a parar a la tronera.

-El taco ofrece más flexibilidad y control. Pero imagino que tú preferirás la maza; es más moral.

Mariana arqueó las cejas.

-¿Cómo puede ser más moral un trozo de madera que otro?

-La maza le ahorra a la dama tener que inclinarse y exponer los tobillos a las miradas de los depravados-explicó él.

A ella le temblaron los labios y los apretó firmemente.

-¿Por qué no te sueltas y te das permiso para sonreír?-le dijo él, divenido-. Debe de ser un tremendo esfuerzo para ti mantener la cara seria cuando estás conmigo.

La seria y piadosa maestrita de escuela emitió una risita. Él no lo habría creído si no lo hubiera oído.

-Tienes razón -dijo ella con tono pesaroso-. No tienes ni una sola fibra seria, y me resulta muy difícil mantener mi dignidad. Pero perseveraré. -Levantó la maza con una mano y el taco con la otra-. No importa cuál use, porque sospecho que he caído en las redes de un experto en billar.

Él hizo rodar una bola roja por el tapete verde hacia una tronera. A mitad de camino la bola se desvió a la derecha.

-Esta mesa está tan combada que la habilidad aquí no cuenta mucho. No veo la hora de que la superficie sea de pizarra.

-¿Cuáles son las reglas?

-Hay muchos juegos diferentes, y los jugadores pueden inventar otros a placer. Vamos a comenzar con uno sencillo. -Señaló la mesa-: He colocado seis bolas rojas, seis azules y una blanca. Ésta es la que se golpea con el taco, para que golpee a las otras y las haga caer en las troneras, pero no tiene que caer ella. Cada uno elige un color. Si eliges las rojas, ganas un punto por cada una que derribes, y pierdes un punto si golpeas una azul. Continúas jugando hasta que yerres un tiro.

Mariana dejó la maza y rodeó la mesa. Allí se inclinó y probó a golpear una bola con el taco, pero la dura punta de madera no dio en el centro de la bola y ésta rodó lentamente hacia un lado.

-Es más difícil de lo que parece -comentó ceñuda.

-Todo es más difícil de lo que parece. Ésa es la primera ley de la vida. -Se colocó al lado de ella-. Déjame que te haga una demostración. Prometo no mirarte los tobillos.

-Mentiroso -dijo ella con una leve sonrisa. -Desconfiada. -Cogió su taco y procedió a explicarle paso a paso la manera de golpear-. Apoyas tu peso en el pie derecho y te inclinas por las caderas. Los dedos de la mano izquierda sostienen el taco. Mira a lo largo del palo y trata de golpear la bola justo en el centro.

-Hizo la demostración.

Cuando ella se inclinó para intentarlo, él se echó hacia atrás, cruzó los brazos sobre el pecho y descaradamente le miró los tobillos. Ella fingió no darse cuenta.

Sí que valía la pena mirarle los tobillos a Mariana, como todo el resto de ella. No tenía el tipo de figura espectacular que atrae la atención masculina desde el otro extremo de una sala llena de gente, y su ropa estaba diseñada más para ocultarla que para realzarla. Pero tenía buen tipo y, cuando se relajaba, se movía con una interesante gracia natural. Juan Pedro no veía las horas de comprobar cómo se vería con ropas más favorecedoras. Aún más, le gustaría verla sin nada de ropa.

Una vez Mariana aprendió los elementos básicos del juego, comenzaron uno. Juan Pedro se impuso una dificultad adicional: sus tiros no puntuarían si la bola no golpeaba dos bandas antes de caer en la tronera. Ese obstáculo, más las irregularidades de la superficie de la mesa, evitarían la desigualdad entre ellos.

A Juan Pedro le encantó ver que su seria maestra de escuela jugaba como una niña entusiasmada, fastidiándose cuando erraba un tiro y rebosando de satisfacción cuando acertaba. Se preguntó con qué frecuencia se permitiría hacer algo estrictamente por placer. Muy rara vez, supuso; probablemente se había pasado haciendo trabajos arduos y buenas obras desde que era bebé.

Pero era evidente que estaba disfrutando del juego. Ya había metido dos bolas rojas seguidas y en ese momento estaba inclinada sobre la mesa preparando un tercer tiro. Se le habían soltado varias guedejas de cabello que se le enroscaban seductoramente alrededor de la cara. Su postura realzaba también la deliciosa curva de su trasero. Sintió una fuerte tentación de acariciárselo. A su pesar reprimió el impulso para no estropear la armonía. Cuando Mariana llevaba escondidas las espinas era una acompañante excelente, inteligente, de ingenio agudo, con una comprensión de la naturaleza humana que compensaba su falta de experiencia mundana.

Ella golpeó pero no le dio a la bola en el centro y ésta rodó hacia un lado.

-¡Maldición! ¡Otro tiro malo!

El sonrió. Si bien se podía decir que el billar no era inmoral, no se podía negar que hablar de bolas, palos, tiros y troneras era agradablemente insinuante para las mentes lascivas, como la suya. Afortunadamente, en su inocencia. Mariana no se daba cuenta de la obscenidad latente en ese lenguaje.

-Ésa es una palabra fuerte -le dijo con fingida desaprobación-. A lo mejor la exposición al billar sí debilita la fibra moral.

Ella se llevó la mano a la boca para ocultar una sonrisa.

-Me temo que la culpa la tiene la mala compañía, no el juego.

El le dirigió una admirativa mirada y después se inclinó sobre la mesa para preparar su tiro. Se movía con indolente elegancia y la camisa blanca resaltaba la anchura de sus hombros y la estrechez de su cintura. Mala compañía, sí; moreno y diabólicamente apuesto, era el sueño de toda chica romántica y la pesadilla de todo padre protector. Mariana se obligó a desviar la vista de su compañero de juego.

Finalmente, él consiguió meter las últimas cuatro bolas con que finalizaba ese juego.

-Es una suerte que no haya apostado dinero -comentó ella-. Porque ahora me tendrías pidiendo limosna.

-Para ser una principiante -dijo él, generoso en su victoria-, lo has hecho muy bien. Mariana. Con cada juego has reducido las diferencias. Con la práctica te podrías convertir en una experta en billar.

Ella se sintió absurdamente complacida por el elogio, aun cuando fuera de tipo deshonroso.

-¿Jugamos otro? -propuso. El reloj de la repisa del hogar comenzó a dar la hora-. ¡Las once ya!

El día ya estaba casi acabado y había llegado el momento de la verdad. Inmediatamente se le evaporó el ánimo relajado. Con la vana esperanza de que él hubiera olvidado que tenía derecho a un beso, dijo:

-Es hora de retirarme. Mañana tengo muchísimo que hacer, ir a Penreith a buscar una cocinera, arreglar lo de tu visita a la mina, ver cómo le va a mi amiga Marged en la escuela, en fin, muchas cosas.

Dejó su taco en la taquera y se volvió hacia la puerta. Antes de que alcanzara a dar un paso, el taco de Juan Pedro le cerró el paso.

-¿No te olvidas de algo?

-No lo he olvidado -dijo ella asustada-. Pero esperaba que lo hubieras olvidado tú.

Él la miró con la expresión de un encantador predador.

-Cómo voy a olvidarlo, cuando he estado esperando mi beso todo el día.
Bajó el taco y se acercó. Ella retrocedió y luego se sintió idiota al ver que el movimiento era para poner el taco en la taquera. Una vez colocado el taco, él se volvió a mirarla.

-¿Tan terrible es la perspectiva de ser besada por mí? Nunca he recibido ninguna queja, todo lo contrario.

Ella tenía la espalda apoyada en la pared y ya no podía seguir retrocediendo.

-Bueno, adelante, hazlo -dijo ella con voz tensa. A él se le iluminaron los ojos con una repentina idea. Le colocó la mano bajo la barbilla y se la levantó, y ella se encontró mirándolo a los ojos.

-Mariana, ¿te han besado alguna vez con... con intención amorosa?

-No -contestó ella, incapaz de negar la dolorosa verdad-, ningún hombre ha deseado hacerlo nunca.

En eso, como en el billar, él se portó generoso y no ridiculizó su inexperiencia ni su miedo.

-Te aseguro que muchos hombres han soñado con besarte, pero tú los has intimidado tanto que ninguno se ha atrevido a intentarlo. -Le acarició los labios con el pulgar-. Relájate. Mi deseo es persuadirte, no aterrarte.

Sus rítmicos movimientos eran profundamente sensuales, aún más perturbadores que cuando le soltara el pelo el día anterior. Se le relajaron los labios y los entreabrió un poco; involuntariamente, como por instinto, le tocó el pulgar con la lengua, y sintió un sabor salubre y masculino. Entonces se ruborizó, avergonzada al darse cuenta de su descaro.

-Si éste es un primer beso -dijo él, sin hacer caso de su sutil repliegue-, comenzaré con sencillez. Después de todo, tenemos tres meses por delante.

Le colocó las manos en los hombros e inclinó la cabeza. Ella tensó la cara. Pero en lugar de besarla en la boca, él apoyó sus labios en la suave piel de la garganta.

Mariana ahogó una exclamación ante la seductora presión de su boca. Se había creído preparada, pero descubrió que no tenía ninguna defensa contra esa inesperada caricia. Ardientes sensaciones le corrieron hacia abajo, debilitándola y haciéndole palpitar lugares secretos y vergonzosos.


Hee aquiii el besooo! El primero

"Deliciosamente vulnerable" cap 51

Mariana era inmensamente feliz. Trataba por todos los medios de acallar su mente, su alma, su cuerpo, pero era imposible. Sus pies volaban para llegar al hotel donde “su marido” la esperaba. Y a la vez sentía un poco de miedo y vergüenza. Era una sensación deliciosa que daba color a sus mejillas.

Cuando llegó al lobby dejó la clara indicación de que no la molestaran porque iba a pasar el resto del día trabajando.

A medida que el ascensor iba subiendo, su corazón latía más y más fuerte: su esposo estaba allí. Abrió la puerta con cuidado, y entonces Pedro la cubrió con su cuerpo, y comenzó a besarla con apuro, con toda la salvaje urgencia de la larga espera.

—Esperá, Pedro...

Ella trataba de contenerlo, pero él no le hacía caso, tan fuerte era su necesidad.

—Esperá, Pedro... Hay algo que tengo que decirte...

Pero él era incontrolable :

—No quiero hablar, Mariana. Ya hablamos demasiado... Ahora voy a gozarte como nunca te han gozado.

—Pedro, es que no entendés... Justamente de eso se trata. Tengo que hablarte.... Te vas a dar cuenta igual, así que..., prefiero que lo sepas antes... —le suplicó, mientras intentaba separarse.

Entonces, por un momento, el cedió y le dijo, amargado:

—Pero no entendés que no quiero saber nada... No me importa tu pasado... ¡No quiero saber nada de eso, y menos este día!

—Es que de eso se trata, Pedro. Yo no tengo pasado.

Él la miró sin comprender, y ella continuó.

—Fer no es mi hijo biológico.

Estaba totalmente confundido:

—No entiendo... ¡Vos me juraste por Dios que...!

—Que iba a tener un hijo... ¡Y lo tuve! La madre quería abortarlo, y la única forma de que no lo hiciera era quedármelo. Me obligó a ponerlo a mi nombre. Eso es lo que tu padre sabe de mí... ¡Puede mandarme a la cárcel, y lo que es peor: puede sacarme a Fer! ¡Terminaría en un orfanato! —confesó con desesperación.

Él la abrazó, tratando de procesar todo lo que estaba escuchando.

—Pero no entiendo... ¿Porqué no me lo dijiste antes?

—Iba a dártelo a entender... aquella noche. Pero vos habías estado con tu amigo, ¿te acordás?, el que había adoptado un chico...

—¡Y dije toda esa sarta de estupideces!... ¡Ahora entiendo!... Pero, ¿por qué no me lo contaste, igual? ¿No te das cuenta que ahora que sé que Fer es tan hijo tuyo, como mío, me es mucho más fácil quererlo?.... Porque cada vez que lo veía, tan morocho, tan distinto a vos, me hacía acordar que otro tipo... ¿Por qué no me lo dijiste aquel día?

—Porque había jurado por Dios que no iba a decirlo nunca...

—Pero me lo estás diciendo ahora.

Mariana agachó la cabeza y se ruborizó. Y entonces Pedro lo supo:

—Porque igual iba a darme cuenta.

¡Dios, cómo amaba a esa mujer! Cómo amaba sus silencios, su sencillez, su pudor, su valentía, su fidelidad....,su inexperiencia. Pero más que nada amaba su sinceridad: cada tarde, en su casa; cada noche en que se había extraviado en sus brazos, perdida por el deseo, ruborizándose de sus propios sentimientos, cada una de esas preciadas horas, había sido sincera.

Como lo era ahora.

Y entonces Pedro sintió la profunda necesidad de olvidar sus propias necesidades.

Contempló a su mujer. Parada allí, frente a él, expectante. Un ligero temblor la recorría... Podía darse cuenta de que estaba asustada, y eso lo conmovió.

Alargó su mano hasta los botones de la camisa de ella y comenzó a desabrocharlos con lentitud, sintiendo como con cada uno que liberaba, ella temblaba un poco más.

—¿A cuántos hombres les dejaste abrir tu camisa? —susurró a su oído.

Mariana se ruborizó, y él se complació en ello.

Luego comenzó a girar alrededor de la joven y se ubicó a su espalda, apretando su virilidad contra las curvas perfectas de su esposa. Empezó a deslizar con lentitud su mano a través de la camisa de ella, de su corpiño. Buscó su pezón y lo acarició. Sintió como un ligero espasmo de placer y vergüenza la cruzaba, y como todo su pecho se endurecía.

Creyó que iba a enloquecer y tuvo que dejarla por un momento, para que toda su masculinidad desbordara en el baño. Cuando regresó, ella aún estaba turbada, esperándolo anhelante. Entonces él volvió a acariciarla, atento a cada una de sus reacciones. Sintió sus muslos firmes y levantó apenas la pollera tableada que llevaba aquel día, y que él iba a recordar para siempre. Quiso avanzar un poco más en sus caricias, pero ella no parecía lista. Todavía era más la vergüenza que su deseo. Entonces la condujo hacia la cama y reposaron juntos. Y él siguió besándola y acariciándola hasta que comenzó a descubrir el deseo en ella. Acarició sus piernas, y luego su intimidad, y vio que el cuerpo de Mariana se tensaba. Y entonces supo que era el momento. Desabrochó sus pantalones y, lentamente, la poseyó.

Estaba atento a cada uno de sus gestos. Retrocedía cuando ella parecía sentir dolor, y avanzaba cuando se arqueaba de placer... Y entonces miró su hermosa cara y vio lo que había estado deseando ver durante todo aquel año: el placer la poseía. Una intensa necesidad de él... No esperó más: la inundó con su masculinidad, y la hizo suya.

Era la primera vez que ella era amada por un hombre.

Y era la primera vez que él hacía el amor con una mujer.


QUE TUL????????????????????????????????????????????????????????????????

lunes, 10 de mayo de 2010

"Tormenta de pasiones" cap 10 por MarianTosh!~

Juan Pedro ya estaba en el salón familiar con un decantador en la mano llenando una copa. Con su chaqueta y pantalones negros de hermoso corte, parecía preparado para cenar con el príncipe regente. Ella se detuvo en la puerta, asaltada por la idea de la ridiculez de la situación. ¿Qué hacía ella, la nada atractiva Mariana Esposito, en Abordare?
Al oír sus pasos él levantó la vista y se quedó inmóvil, con expresión de estar impresionado.
-Estás hermosa esta noche. Mariana.
Lo dijo con tal efusión en la voz que ella se estremeció. No sólo era rico y guapo, sino que además tenía el don de hacer sentirse hermosa y querida a una mujer. Tal vez ése era un talento esencial para un libertino, porque una mujer daría cualquier cosa por mantener esa expresión en los ojos de un hombre.
-Gracias -dijo, tratando de aparentar que los cumplidos eran de lo más corriente en su vida-. ¿Sería indecoroso de mi parte decir que estás como para romperle el corazón a cualquier chica impresionable?
-¿Eres impresionable? -repuso él con aire esperanzado.
-En absoluto -contestó tratando de parecer severa pero sin poder dejar de sonreír.
-Una lástima. -Cogió otro decantador-. ¿Te apetece una copa de jerez?
Por un instante estuvo a punto de aceptar, pero negó con la cabeza.
-No, gracias.
-Claro, los metodistas evitan cualquier cosa que se pueda considerar bebida fuerte. -Dejó el decantador y se quedó pensando-. Bebéis cerveza, ¿verdad?
-Por supuesto, todo el mundo lo hace.
-Entonces prueba un poco de este vino alemán -dijo él levantando una botella-. Es más suave que la mayoría de las cervezas. -Al ver que ella continuaba dudosa, añadió-: Te prometo que no te va a emborrachar tanto como para que bailes encima de la mesa -lanzó un exagerado suspiro-, lamentablemente.
-Muy bien -aceptó ella riendo-, beberé un poco. Pero no tienes por qué temer por tu mesa. Yo no bailo.
-Dios mío, había olvidado eso. -Abrió la botella y le sirvió una copa de vino-. ¿Qué hacen los metodistas para divertirse?
-Orar y cantar -contestó ella sin vacilar.
-Tendré que ampliar tu repertorio. -Le pasó una copa-. ¿Brindamos por una conclusión mutuamente satisfactoria de nuestra asociación?
-Muy bien. -Alzó la copa-. Que dentro de tres meses la mina esté más segura y el pueblo de Penreith más sano, más rico y más feliz. Además, espero que tú veas la luz espiritual y te conviertas en un hombre más sobrio y piadoso, y que yo vuelva a casa con la reputación y la profesión intactas.
Él chocó el borde de su copa con la de ella, con los ojos negros brillantes.
-Mi definición de «mutuamente satisfactoria» difiere de la tuya en varios detalles.
-¿Cuáles?
-Mejor no decirlos -sonrió él-. Me vaciarías el resto de la copa en la cabeza.
Algo asombrada, Mariana se dio cuenta de que estaba bromeando con un hombre. Y que no sólo le seguía las chanzas con sugerentes insinuaciones sino que además lo disfrutaba.
La sensación de ser sofisticada y controlada se desvaneció cuando cometió el error de mirarlo a la cara. El la estaba mirando con una intensidad magnética, tan palpable como un contacto físico. Al mirar sus ojos tan claros y traslucidos se sintió atrapada, incapaz de desviar la vista. Se le agitó la sangre con calor no acostumbrado, precipitándose a los lugares que él iba mirando. Primero le hormiguearon los labios, después le palpitó el pulso de la garganta como si él la estuviera acariciando.
Cuando su mirada bajó a los pechos, se le endurecieron los pezones con abrasadora sensibilidad. Dios misericordioso, si era capaz de afectarla así cuando estaba a un metro de distancia, ¿qué ocurriría cuando finalmente la tocara?
Ya estaba al borde de la desesperación y abatimiento cuando la salvó la campana para la cena. Juan Pedro volvió la cabeza liberándola del hechizo de su mirada.
-¿Vamos a ver qué es capaz de hacer el cocinero? No he hecho ninguna verdadera comida desde mi regreso a Aberdare, de modo que no sé cómo cocina. La verdad es que ni siquiera sé si es hombre o mujer.
-Estuve hablando con Willie esta tarde y me dijo que una de las dos criadas, Gladys, está sirviendo temporalmente de cocinera -dijo ella, con la esperanza de que su voz sonara serena-. Lo que necesitas no es una amante de mentirijilla sino un ama de llaves que te organice la casa y el servicio.
-¿No puedes ser ambas cosas?
Nuevamente le colocó la mano en la cintura, suavemente posesivo. Ella se encogió, porque el vestido y la ropa interior eran más delgados que la ropa que llevaba antes y el efecto era casi tan íntimo como si le estuviera tocando la piel desnuda. Él lo notó, por supuesto.
-Y yo que creía que ya te estabas sintiendo más tranquila conmigo -le dijo en voz baja-. No tienes por qué tener miedo. Mariana.
-Si tuviera un mínimo de sensatez -contestó ella mirándolo ceñuda-, estaría aterrada. Me doblas en tamaño y probablemente pesas cuatro veces más que yo, y estoy a tu merced. El hecho de que yo esté voluntariamente bajo tu techo significa que podrías hacer cualquier cosa, y la mayoría de la gente diría que me lo tengo merecido por desvergonzada.
-Permíteme que te lo repita -dijo él con rostro sombrío-. A pesar de mi posición y mi mayor fuerza física, tú tienes el poder definitivo entre nosotros, porque tienes el derecho a decir no. Por ejemplo... -levantó la mano y le rozó la mejilla con el dorso.
El lento movimiento le quemó la piel, seductor y alarmante. De pronto Mariana se sintió vulnerable, como si esa caricia la despojara de su sentido común y pusiera al descubierto anhelos no reconocidos.
-¿Continúo? -susurró él.
-¡No! -exclamó ella, aunque con todo su corazón deseaba decir sí.
Al instante él dejó caer la mano.
-¿Ves lo fácil que es detenerme?
¿Acaso él creía que le había resultado fácil? Por lo visto, no lo sabía todo. Con los nervios destrozados le dijo:
-¿Por qué no te cobras el beso del día y acabamos con esto? Disfrutaré más de la comida si no me siento como un ratón acosado por un gato.
-Ahora me toca a mí decir no -dijo él sonriendo indolentemente-. La expectación forma parte del placer de hacer el amor. Como sólo puedo estar seguro de un beso, deseo retardarlo lo más posible. -La condujo al interior del comedor-. Así pues, no temas, te prometo no saltar por encima de la mesa antes que te hayas fortalecido con la comida.
Él tenía que saber que su verdadero temor no era que él no se detuviera, sino que ella fuera incapaz de decir no. Ese pensamiento reforzó su resolución. Sí, él era poderoso e infinitamente más experimentado que ella, pero eso no quería decir que ella tuviera que perder la batalla. De ella dependía ser más fuerte.
Con ese objetivo en mente, lo animó a hablar de sus viajes, evitando temas más personales. La sorprendió saber que había viajado muchísimo por el continente. Después que él le habló de su visita a París, le preguntó:
-¿Cómo te las arreglaste para visitar tantas partes de Europa cuando Napoleón ha cerrado el continente a los británicos?
-Pues viajando con mi gente de mala fama. Ni siquiera el ejército de Napoleón puede impedirles a los gitanos ir donde les plazca.
Renunciando a servirse la sopa de puerros demasiado salada sirvió vino para los dos. Aliviada, ella hizo a un lado el plato de sopa; estaba increíblemente mala.
-Si te gustara el espionaje, viajar como gitano te daría un disfraz perfecto.
Juan Pedro se puso a toser. Al ver que ella lo miraba sorprendida, explicó:
-Tragué por el otro conducto.
Ella ladeó la cabeza.
-¿Fue una coincidencia o una reacción al sentirte pillado, porque realmente has estado recogiendo información secreta?
-Eres demasiado inteligente para sentirse cómodo. -Bebió vino con expresión pensativa-. Supongo que no hay ningún mal en decirte que un viejo amigo mío trabaja en el servicio de inteligencia y a veces le he pasado información que me ha parecido de interés para él. Alguna vez he hecho de mensajero también, si eso encajaba en mis planes. Pero jamás he sido un espía en serio. Habría sido demasiado parecido a un trabajo.
A ella le extrañó esa resistencia a admitir que había trabajado para su país. Tal vez no era el libertino que simulaba ser; pero claro, también podía ser que sencillamente disfrutara la aventura del espionaje.
En ese momento entraron Willie y Dilys. La chica retiró los platos de la sopa dirigiendo nerviosas miradas al conde. Willie colocó delante de su amo una fuente de cordero con aspecto de estar quemado y luego varias fuentes más. Después de despedir al mayordomo, Juan Pedro comenzó a trinchar el cordero.
-Si la sopa sirve de indicador, Gladys no entiende de cocina. Esta pierna de cordero tampoco tiene aspecto prometedor.
Cuando Mariana probó la carne estuvo de acuerdo. Juan Pedro hizo una mueca cuando probó la suya.
-Sí que hay que hacer algo respecto a la comida. Al ver su especulativa mirada, ella dejó el tenedor en la mesa y le hizo un gesto de advertencia.
-Sí, soy buena cocinera, pero no tendré tiempo para trabajar en la cocina. Y no trates de convencerme diciendo que una amante tiene que cocinar para su amante.
-No estaba pensando en desperdiciar tu valioso tiempo en la cocina. -Sonrió travieso-. Pero una amante sí puede hacer cosas interesantes con la comida. ¿Quieres que te las explique?
-¡No!
-En otra ocasión, tal vez. -Hundió el tenedor en una patata hervida y ésta se desintegró quedando reducida a una masa blanca informe-. ¿Sabes de alguna cocinera decente que ande buscando ocupación?
-En el valle no. Podrías encontrar a alguien en Swansea, pero probablemente sería mejor en Londres. Tiene que haber agencias especializadas en encontrar chefs franceses para casas aristocráticas.
-Los chefs franceses suelen ser temperamentales, y la mayoría enloquecería de aburrimiento en Gales. ¿No hay buenas cocineras de comida regional galesa por aquí?
Mariana arrugó el ceño pensativa.
-Pero ese tipo de comida podría ser demasiado sencilla para un señor.
-Me gusta la cocina regional si está bien hecha. -Después de un atento examen se sirvió un trozo de algo de siniestro aspecto en el plato-. Hasta los pingüinos despreciarían este pescado. ¿Seguro que no conoces a ninguna persona competente que pueda comenzar pronto?
-Hay una mujer que trabajó en Abordare de ayudante de cocina antes de casarse. No ha hecho estudios de cocina, pero siempre que he comido en su casa la comida ha sido deliciosa. Y le vendría bien el trabajo, su marido murió en la mina el año pasado.
Juan Pedro puso una cucharada de una misteriosa sustancia marrón y algo líquida en el plato.
-¿Qué es esto? No, no me lo digas. Prefiero no saberlo. Si logras convencer a la viuda de que venga mañana, estaré eternamente agradecido.
-Veré qué puedo hacer. -Arrugó la nariz ante las coles de Bruselas frías, grises y pulposas-. Yo también tengo intereses en los resultados.
Transcurrieron otros minutos más de masticar sin entusiasmo.
-Ahora que has tenido tiempo para reflexionar -dijo finalmente Juan Pedro-, ¿has ideado alguna estrategia para la redecoración?
-La exploración de la planta baja confirmó mi primera impresión. La limpieza y la simplificación van a hacer maravillas. -Probó la tarta de manzana, que resultó no tener sabor pero se podía comer-. No haré nada demasiado radical; cuando te vuelvas a casar, estoy segura de que tu esposa va a tener sus propios planes.
Juan Pedro dejó la copa de vino en la mesa con tanta fuerza que casi la rompió.
-No tienes que preocuparte de eso. Jamás me volveré a casar.
Mariana detectó una amargura en su voz que no había oído nunca, y vio que la cara de Juan Pedro estaba sombría como un nubarrón de tormenta. Daba la impresión de un hombre que había amado a su esposa y lamentaba profundamente su muerte.


Todavia no cobro su beso, las hago esperar mucho? Pues lo sientoo, la verdad me divierto! Jajaja besitosssssssss y mñn beso y algo mas kisass…. nunca se sabe…
Si prometo un cap un poco mas largoo q esteee

"Deliciosamente vulnerable" cap 50

La pobre muchacha reaccionó como si hubiera visto al diablo, y comenzó a desesperarse, tratando de salir cuanto antes de esa oficina. Pero Pedro fue más rápido que ella y la contuvo.

—¡Pará, pará!... ¡Está todo bien!

—¡No entendés! ¡Está todo mal! No podemos estar juntos... —comenzó a decir, agitada.

Pero él no la dejó continuar.

—Es que no estamos juntos: vos estás laburando, y yo estoy a cincuenta kilómetros, en Buenos Aires, teniendo sexo salvaje con mi amante... ¡No hay peligro! No hay forma que mi viejo se entere de que nos reunimos.

Mariana lo miró, sorprendida:

—Entonces, ¿vos sabés?

—Sé que mi viejo nos vigila... Sé que te tiene amenazada. Pero no sé con que... ¡Tranquila! Acá no hay peligro —la serenó, mientras la tomaba entre sus brazos y comenzaba a besarla.

Ella lo dejó hacer, como siempre. Luego, él se separó.

—Bueno, ahora mejor nos apuramos o vamos a llegar tarde.

—¿Tarde? ¿Adónde? No podemos salir... ¡De verdad que no pueden vernos juntos!

—No te preocupes. En este momento hay un solo tipo controlándote. El del auto verde. Está parado en la entrada principal. Nosotros vamos a salir por puertas distintas, por calles distintas. Esta fábrica ocupa dos manzanas, así que es imposible que el tipo nos vea... Y ahora apurate porque de verdad, se hace tarde.

—¿Pero para qué? —volvió a preguntar Mariana.

—Para casarnos —respondió él, con simplicidad.

Mariana lo miró confundida, y él continuó:

—¿Viste el examen que te hizo Agustina en el hospital en que trabaja? Eso sirve como “pre-nupcial”. A las once y cuarto nos esperan en el Registro Civil que queda a quince cuadras de acá. Después vamos a la Iglesia que está al lado. Ya hablé con el cura y arreglé todo.... Y a eso de las doce y media estás volviendo sola a la planta. Después salís por la puerta principal y vas a tu hotel, a tu cuarto. Y ahí, en la habitación de al lado, comunicada con la tuya por una puerta interior, te voy a estar esperando para hacerte el amor como nunca antes te lo hicieron en la vida.

Mariana estaba shockeada:

—¿Querés casarte conmigo?—preguntó con timidez.

—¡Sí! —respondió él, sonriendo satisfecho—. Y por Fer no te preocupes: pienso adoptarlo, si eso es posible.

Mariana se abrazó a aquel hombre que la podía y rompió a llorar.

—¡Te amo tanto!... —le dijo, al fin—. Pero no podemos casarnos... ¡No puedo casarme con vos! No podemos ni siquiera estar juntos.

—¡¿Cómo que no?! Pues yo no me voy de acá sin...

—¿Sabés qué, Pedro? Tenés razón. Te quiero con toda mi alma, y ahora sé que vos también me querés. Y a mí no me importa nada más. Olvidate del Civil. No podemos casarnos. Salteate esa parte. Sí, pasar por la Iglesia, pero sólo para rezar juntos. Y después... —se ruborizó antes de continuar—. Y después encontrémonos en el hotel, como dijiste. Yo ya soy tuya para siempre. Dios lo sabe. No puedo evitarlo más.

—¿Te acostarías conmigo a pesar de que no estemos casados?

Mariana agachó la cabeza y asintió. Así amaba a aquel hombre. Así necesitaba proteger a su hijo.

Él la asió de la mano con fuerza.

—¡Entonces vamos! —le dijo con decisión.

Quedaron en reunirse a dos cuadras de allí, y luego tomaron un taxi. Mariana se sentía desfallecer, y lo único que salía de su corazón era una oración incesante a la Virgen.

Cuando el auto se detuvo, bajaron. Estaban frente a un edificio antiguo.

—Este no es el hotel —se extrañó.

Entonces él le hablo con voz calmada.

—No. Es el Registro Civil.

Ella intentó separarse, pero él la contuvo entre sus brazos.

—¿No te das cuenta de que ahora soy yo el que necesita casarse? Estoy harto de que nos separen. Que entre nosotros estén los demás. Vos sos mía, y quiero que todos lo sepan. Quiero hacerme cargo de vos, protegerte. Quiero cuidarte y amarte toda la vida... Porque lo pensé mucho, ¿sabés?, y si hay un Dios, como vos creés, parece que nos hizo para estar juntos. Y es que no se vivir sin vos, Mariana.

Y entonces ella supo que ya había llegado su tiempo. El tiempo para entregarse sin límite, para confiar en él, para ser libre a su lado, sirviéndolo.

Y entonces aceptó.


Ahora me dicen que no le gusto el capitulo y ya no se q hacer che!!! jaja
Bueno no se pierdan el cap de mañana porq Pedro se entera d la verdad mmmm como reaccionara??????????????????

domingo, 9 de mayo de 2010

"Tormenta de pasiones" cap 9 por MarianTosh!~

Ese pensamiento tuvo el poder instantáneo de devolverle la sensatez. Juan Pedro era un libertino, un filisteo, que no hacía el menor intento por negar que había hecho cosas despreciables. La presencia de ella en su vida era accidental y temporal: en lugar de soñar con él como una lechera enamorada, debía concentrarse en sobrevivir esos tres meses siguientes con su dignidad y reputación intactas. Sin embargo su cuerpo le despertaba emociones que no se había imaginado capaz de sentir.
Casi sin ver por dónde pisaba, se internó en el bosque y se encaminó hacia los caballos. Temblorosa y con una horrible sensación de soledad, rodeó el cuello de Rhonda con los brazos y hundió la cara en su suave piel.
Con una sensación de náusea, reconoció que era vulnerable a los letales encantos de Juan Pedro. Cuando aceptó su desafío se había creído demasiado fuerte, demasiado moral, para sucumbir a las flaquezas de la carne. Sin embargo, unas pocas horas en su compañía la hacían sospechar que las tretas de él podrían ser más potentes que los principios de ella.
Si ella fuera la mujer que la gente creía que era, tendría fuerza para resistir, pero no lo era. Era una impostora.
Toda su vida se había esforzado por convencer a los demás de que su carácter era verdaderamente espiritual. Había sido el modelo de una metodista devota, ayudando a los necesitados, ofreciendo consuelo a los afligidos. Y su comedia había tenido éxito, porque jamás se le habría ocurrido a nadie dudar de la fe de la hija de Carlos Esposito.
Pero en su corazón llevaba la vergonzosa certidumbre de que era una impostora. Jamás había experimentado el apasionado conocimiento interior de Dios que era el corazón y alma de su religión. Ni una sola vez había conocido el éxtasis de la gracia divina, aunque lo había visto en otras personas.
Ese fracaso había sido siempre su oscuro secreto, jamás revelado a nadie. Ni siquiera a su padre, quien suponía que su espíritu era tan auténtico como el de él; ni a Owen Morris, que dirigió su clase y también era su consejero espiritual.
No era que le faltara fe. De verdad creía que el mundo estaba formado por un propósito divino; que era mejor conducirse con bondad que con crueldad, que el servicio al prójimo era la más elevada finalidad de la vida. Por encima de todo creía, necesitaba creer, que las obras importan más que las palabras. Cuando llegara la hora de ser juzgada, tal vez sus obras pesarían más que sus fallos espirituales.
Se apretó la boca con el puño para reprimir un desesperado sollozo. Era horriblemente injusto, ella no era una inocente pagana que pudiera responder a Juan Pedro sin sentirse culpable. Sin embargo su fe tampoco era suficientemente fuerte para tener la fuerza de resistirse a él con serenidad.
Pero de una cosa estaba segura: esos tres meses le enseñarían cómo era el infierno.
Al salir del agua, Juan Pedro comprobó que uno de los pingüinos se había alzado con su corbata, pero el resto de la ropa la habían dejado en paz. Después de secarse un poco con el chaleco, se vistió y caminó hacia donde estaban los caballos silbando suavemente.
Mariana estaba sentada bajo un árbol con las piernas cruzadas y expresión remota. Con pesar, Juan Pedro vio .que no le quedaba ni un rastro de la encantadora timidez que había mostrado cuando él comenzó a desvestirse.
-Deberías haberme acompañado -le dijo extendiendo la mano para ayudarla-, los pingüinos están en muy buena forma.
-Seguro que habría estado tan deslumbrada por ti que ni los habría visto -contestó ella en tono mordaz, levantándose sola, sin hacer caso de la mano extendida.
-Ah, así que estoy comenzando a impresionarte -dijo él encantado.
-Eso no lo negaría.
Las nubes habían cubierto el sol y enfriado el aire. El regreso fue en silencio. Después de dejar los caballos en sus respectivos corrales, Juan Pedro acompañó a Mariana hasta la casa. Le agradó ver que ella ya aceptaba como algo normal su contacto.
Su buen humor se evaporó tan pronto entró en la mansión de su abuelo. La invitó a entrar en el salón principal.
-¿Qué te parece esta casa, Mariana?
-Es grandiosa -contestó ella después de un corto silencio.
Él miró la sala con disgusto.
-Pero ¿te gusta?
-Ésa no es una pregunta justa. Yo soy una mujer sencilla con gustos de aldeana. Sé apreciar una silla de roble o una pared encalada, o un edredón bien hecho, pero no sé nada de muebles finos ni de arte ni de estilos aristocráticos.
-Eso no quiere decir que no tenga valor tu opinión. ¿Agrada a tus sentidos esta casa?;
-Para ser franca, la encuentro opresiva. -Paseó la vista por el salón-. Hay demasiados trastos. No hay ningún espacio libre, todo está atestado de formas, telas o piezas de porcelana cuyo valor podría alimentar a una familia pobre durante un año. No me cabe duda de que todo es del mejor gusto... -pasó el dedo por el marco de un cuadro-, aunque se podría mejorar la limpieza. Pero prefiero mi casa.
-Demasiados trastos -repitió él-. Exactamente lo que yo siento. A los gitanos no nos gusta estar dentro de casa en los mejores momentos y esta casa siempre me ha hecho sentir sofocado.
-¿Te consideras gitano?
-Cuando me conviene -contestó él con un encogimiento de hombros.
Cogió una figurina de porcelana que representaba un león devorando a un niño desobediente. No era de extrañar que a su abuelo le hubiera gustado tanto. El siempre había deseado hacerla añicos. Bueno, ¿y por qué no? Con un rápido movimiento lanzó la figura al hogar, y allí se rompió con estrépito. Complacido, se volvió hacía Mariana, que lo estaba observando recelosa.
-Te doy permiso para cambiar todo lo que quieras -le dijo-. Quita los trastos, contrata más criados y criadas: que limpien, pinten, empapelen, que hagan todo lo que te parezca mejor. Puesto que es culpa tuya que yo vaya a pasar más tiempo del planeado en este mausoleo, muy bien puedes hacerlo habitable. Compra todo lo que creas necesario y que me envíen las facturas a mí. Eso no sólo va a bombear dinero en la economía local sino que además va a complacer infinitamente a Willie. Creo que está encontrando bastante aburrido su puesto aquí. Le diré que siga tus órdenes igual que las mías.
-¿Forma parte del trabajo de una amante redecorar la casa de su amante? -le preguntó ella consternada.
-La mayoría de las amantes se desmayarían de placer ante la oportunidad -aseguró él-, ¿Quieres visitar las buhardillas? Hay montones de muebles allá arriba. Podrías encontrar cosas más de tu gusto.
-Después, quizá -dijo ella algo aturdida-. Antes de hacer cualquier cambio tendré que observar y pensar.
-Juiciosa mujer. -Miró el reloj de similor sobre la repisa del hogar-. Ahora debo ir a ver a mi administrador. Cenaremos a las seis. Si quieres bañarte antes, toca la campanilla de tu habitación. El personal debería arreglárselas para llevarte agua caliente. ¿Nos vemos en la cena, entonces?
Se retiró, ya sintiéndose menos oprimido por la casa. Tres meses del tenaz sentido común de Mariana mejorarían mucho la mansión de Abordare. Tal vez con el tiempo ya no se parecería tanto a la casa de su abuelo.
Mariana dedicó la hora siguiente a observar los salones. La disposición básica y las proporciones eran atractivas, pero los muebles parecían elegidos más por la grandiosidad que por la comodidad, y había demasiado de todo.
Cuando acabó la exploración subió a su dormitorio, tan grande como toda la superficie de su casa. También estaba atestado de muebles, pero las cortinas azules de las ventanas y de la cama eran hermosas. Si quitaba todos los muebles innecesarios quedaría bastante agradable.
Agotada, se dejó caer de través en la cama y con las manos detrás de la cabeza se puso a pensar en todo lo ocurrido desde su llegada a Abordare. Tenía la sensación de que habían transcurrido días en lugar de horas.
Todavía le parecía increíble que el conde hubiera dejado en sus manos las riendas de la casa, con tanta despreocupación, con carta blanca para gastar lo que quisiera. Pero ya recuperada de su sorpresa, le agradó la perspectiva de mejorar esa mansión recargada, polvorienta y descuidada. El resto de la tarde lo pasó pensando, haciendo listas y anotando preguntas para sí misma.
El reloj dio las cinco, sacándola de sus planes. Era hora de prepararse para su primera cena con Juan Pedro.
El trabajo la había serenado y ya no se sentía tan frágil como cuando estaba junto al lago. Sin embargo, estar en esa casa tan grande le resultaba desconcertante. Incluso llamar para pedir un baño la incomodaba, ya que en su casa nunca habían tenido ninguna criada.
Su turbación desapareció cuando la criada que acudió a la llamada de la campanilla resultó ser una ex alumna suya. Dilys siempre había sido una chica de carácter dulce que adoraba a su maestra, y aceptó su presencia en la casa como si fuera lo más natural del mundo que una maestra de escuela fuera la huésped de un conde.
Por su parte. Mariana descubrió que pedirle a Dilys agua caliente para bañarse no era más difícil que pedirle a una alumna que recitara las tablas de multiplicar. Sin embargo, no pudo dejar de ayudarla cuando la chica entró en la habitación con dos pesadas calderas llenas de agua caliente. Si hubiera sido una verdadera dama, pensó, se habría quedado tranquilamente a un lado dejando trabajar a la niña.
La enorme bañera de asiento le pareció deliciosa; jamás en su vida había tenido el lujo de tanta agua caliente. Se quedó sumergida tanto rato que tuvo que arreglarse el pelo y vestirse a toda prisa.
Sólo uno de sus vestidos era apropiado para la noche, y estaba viejo y jamás había sido elegante. Sin embargo, la tela de exquisito color negro le hacía juego con los ojos, y el escote dejaba al descubierto unos centímetros de suave piel bajo la garganta.
Se miró y trató de imaginarse cómo se vería con un vestido a la moda, escotado. Con tristeza comprendió que aun en el caso de que lo poseyera y tuviera la osadía de ponérselo, el resultado no sería digno de nota.
Después de cepillarse los cabellos y enrollarlos en un brillante moño en la nuca, se examinó con ojo crítico en el espejo. El vapor del agua caliente le había formado ondas en los cabellos oscuros alrededor de la cara, disminuyendo su severidad.
Afortunadamente tenía la piel lozana y el sonrosado color natural gales.
La imagen que vio en el espejo la mostró exactamente como era: una mujer modesta de modestos medios. Por lo que tocaba a su orgullo, se veía tan bien como podía verse, y sin embargo era demasiado vulgar para provocar un incontrolable deseo en el conde de Aberdare. Gracias al cielo por eso. Ya estaba suficientemente mal que él considerara un juego seducirla; si además él ponía su corazón y voluntad en el intento, podría ser que ella no fuera capaz de resistírsele.
Se secó las manos, que de pronto sintió mojadas, y bajó a cenar. Pronto acabaría el día y no pudo dejar de preguntarse en qué momento cobraría su beso el conde.
Y más importante aún, ¿cómo reaccionaría ella cuando él lo hiciera?



Como va a reaccionar? Y les pregunto: Donde la besara?

"Deliciosamente vulnerable" cap 49

—¿Cómo se llama el padre del hijo de Mariana?

— No sé.

—¿Me lo estás ocultando?

—¡Te juro que no sé!

Agustina podía ser absolutamente sincera con Pedro sin romper la promesa que le había hecho a su amiga.

—Pues creo que el tipo volvió y la está presionando.

—¡No! ¡Olvidate! Eso es imposible. Hacé de cuenta que el papá de Fer no existe.

—Sin embargo ella está como....

—Como preocupada —terminó Agustina la frase, y agregó—. Sí, yo también lo noto. Está aterrada... Como si alguien la siguiera. Pero te juro que no me quiso decir porqué... Es más, cada vez que quiero preguntarle algo sobre vos por el teléfono, me corta, como si la estuvieran escuchando.

—Tiene que ser el padre, entonces.

—Imposible —insistía Agustina, que en su interior se preguntaba si de verdad existía alguna chance de que lo fuera. Y es que a esa altura, ya dudaba de todo y de todos.


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Pedro caminaba junto a Rodríguez Melgarejo. Volvían del almuerzo.

—La está haciendo seguir... Es un tipo de vigilancia muy cara. Yo sé, porque mi viejo la encarga todo el tiempo en el estudio.

—¿Vigilancia? ¿Por qué un estudio contable encarga vigilancias?

—Bueno, el viejo tiene la tesis de que siempre es oportuno conocer ciertas debilidades del otro a la hora de obtener una negociación más conveniente.

—¿Qué hace? ¿Chantajea al que no está de acuerdo con él?

—Yo no diría tanto... Digamos que los ablanda un poco antes de sentarse a discutir.

—¡Es un cerdo tu viejo!

—¿Quién te lo niega? La cuestión es que para una vigilancia cruzada necesitás dos tipos que estén siguiendo a la persona continuamente: uno a pie y otro en auto, comunicados entre si. Son tipos corrientes que se paran si vos te parás, o corren si vos corrés, sin llamar la atención de nadie. Tipos como....

—Como ese que nos viene siguiendo desde el restorán—terminó la frase Rodríguez Melgarejo.

Pedro se paralizó. Luego se dio vuelta e hizo contacto visual con un hombre que mostró inmediato interés en un diario. Notó también la presencia de otro tipo en un auto, que no parecía hacer nada en especial.

De repente tuvo una inspiración. Tomó su celular y marcó un número.

—¿Amorcito? Si, soy yo... ¿Viste? Es que acá me tratan mejor. Escuchame, linda, ¿te puedo pedir un favor? El viejo me encargó que le pagara al investigador un trabajito que está haciendo, pero yo no me acuerdo cuál es... ¡Sí, andá!... ¿Ahora se está haciendo la vigilancia?... Dos vigilancias. Las más caras ¿no?... ¿Tenés el nombre del cliente al que hay que cargarle el costo?...

Al escuchar la respuesta Pedr lanzó una mirada de entendimiento a su amigo.

—¡Ah! Está marcada como personal.... Claro, claro... Sí, seguro que por eso me encargó el pago a mí. Pero, ¿sabés qué? Yo no voy a pagar. Mejor esperamos la factura y te encargás vos, así no meto la pata. Y eso sí, al viejo no le digas nada de este llamado. Sabés como es, y le pudre que me olvide de sus encargos... Sí, mi amor. ¡Sos la mejor! ¡Te quiero mucho!

Pedro cortó.

—¡Es un cerdo tu viejo!

—¿Quién te lo niega? —respondió el otro, con amargura.


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Mariana veía pasar las imágenes a través de la ventanilla del micro, sin fijar la atención.

Nada de aquel mundo le interesaba ya. Ni el trabajo, ni los atardeceres, ni los olores, ni la música... ¡Nada! Apenas la risa de su bebé, sus esfuerzos por sentarse erguido, su curiosidad, le servían de bálsamo temporal para aquella soledad que la envolvía a toda hora. Si alguien que no la conociera la hubiera juzgado, hubiera dicho que, a sus veintitrés años, estaba vacía de un hombre. Pero en verdad estaba vacía de Pedro.

Miró su reloj. Todavía faltaban quince minutos para llegar a la ciudad de La Plata. Cincuenta kilómetros y dos noches alejada de su bebé era mucho pedir para satisfacer a un cliente nuevo. Pero su jefe había insistido: la auditoría debía realizarse en el fin de semana, protegida de las miradas indiscretas del personal.¿Cómo iba a sobrevivir sin lo único que le daba realidad a su existencia?

Pero necesitaba el dinero, y el cliente había prometido buenos viáticos en efectivo, y el Dr. Pinti, una generosa compensación por las molestias.

Cuando llegó a la ciudad, se dirigió directamente al hotel en que iba a alojarse los próximos dos días.

En el taxi reconoció el mismo auto verde que había estado siguiendo al micro desde Buenos Aires.

Suspiró.

El hotel era el mejor de la ciudad, y su habitación, amplia y cómoda. Miró el teléfono, pero luego descartó la idea. Ya llamaría desde alguna cabina pública cuando regresara de la planta en la que iba a pasar aquel viernes trabajando.

Cuando ya casi eran las diez de la mañana, y sin tomarse tiempo para descansar, Mariana entró a las oficinas de la industria más importante del partido, ignorando que a partir de aquel momento, su vida iba a cambiar para siempre.


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—¿Rogelio? ¿Me copiás?

...

—¡Este hijo de puta del hijo de Lanzani!... Hace como dos horas que está encerrado, cogiendo con la mina!

...

—¡No! ¡Tengo para largo! El otro día estuvo dos días completos... ¿No labura este turro?

...

¡Pará, pará!... Rogelio ¿Me copiás? Se está asomando al balcón... ¡Guacho! Está en pelotas... Ahí viene la mina por más... ¡Que hijo de puta!¡Éste sí que sabe cómo vivir!


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Mariana se retocó el cabello antes de entrar a la oficina del dueño, y suspiró. Le gustara o no tenía que darle una buena impresión a aquel tipo, porque se perfilaba como un cliente importante para el estudio.

Cuando la secretaria le dio acceso a la lujosa oficina, Mariana vio la espalda de un inmenso sillón. Permaneció de pie, esperando a que aquel misterioso hombre se dignara atenderla. Entonces el sillón comenzó a girar lentamente...

Y apareció Pedro.


PERDDDDOOOOOOOOOOOOOOOOON!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
es que la computadora esta choronga q tengo no me dejaba entrar al blog!!!!!!!!! perdon perdon perdon perdon!!!!!!!!!!!! yo no las queria dejar con tanta intriga el viernes perdon!!!!!!!!!!! jaja

Bueno, como veran este era un capitulo de pensamiento lateral, miren si pedro se iba a andar acostando con una mina justo ahora!!!!!!! por dios!!!!!!! jaja

Ahora si chicas!!! la q se llega a perder uno de los capitulos q vienen!!! agarrense porq la mato eh!!! bueno no tan literal pero no se lo pierdan!!! besos!!!

viernes, 7 de mayo de 2010

"Tormenta de pasiones" cap 8 por MarianTosh!~

La picardía de Juan Pedro debía de ser contagiosa porque ella se oyó decir:
-Supongo que proveer de un servicio local de sementales es lo primero que se le ocurriría a un libertino. Juan Pedro soltó una carcajada.
-Si no tienes cuidado yo podría comenzar a pensar que tienes sentido del humor, y perverso.
Rhonda se detuvo y Mariana se dio cuenta de que nuevamente estaba tirando de las riendas. Dios santo, sí que sabía ser encantador Juan Pedro.
-¿Es cierto que trajiste unos animales raros de tus viajes? -preguntó para cambiar a un tema menos espinoso.
-Unos cuantos -sonrió él-. Vamos y te los enseñaré.
Hizo girar el caballo a la derecha y la condujo hacia una parte más rocosa y más alta de la propiedad. Pasaron por otra puerta, ésta en un muro alto que parecía de construcción reciente.
Después de cerrar la puerta, Juan Pedro ató su caballo a la linde de un bosquecillo de sicómoros y fue a ayudarla a desmontar.
-El resto del camino lo haremos a pie. Nuevamente le colocó la mano en la espalda y la guió por el bosque. Inquieta, ella reconoció lo agradable que es sentirse protegida, sentir que no estaba sola.
Aunque pegó un brinco de sorpresa, fue un alivio para ella oír romperse el silencio por un sonido ronco, parecido a un chillido. El primer grito desencadenó un coro de gritos similares. Algo decepcionada dijo:
-Parece una manada de monos.
-Espera -sonrió él.
Salieron del bosque junto a un pequeño lago situado en una cuenca rocosa. Mariana se detuvo en seco y pestañeó, sin poder creer lo que veían sus ojos.
-¿Qué son?
Anadeando por la playa del lago había unos doce o más animales, los más extraños que había visto en su vida. De unos sesenta centímetros de altura, los animales negros con blanco caminaban erguidos como hombres, pero daban la impresión de no tener patas. Su modo de andar, anadeando, era tan cómico que se echó a reír.
Chillando como un mono, uno de los animalitos se puso a pelear con uno de sus compañeros. Después de una breve riña, el segundo corrió hacia el lago graznando y allí se lanzó de cabeza al agua y desapareció.
-Mariana, te presento a los pingüinos -dijo Juan Pedro-. Pingüinos, os presento a Mariana.
Le cogió la mano y la ayudó a pasar por las rocas hasta la playa guijarrosa. Varios pingüinos se retiraron hacia la alta hierba pero al resto pareció no importarles la intrusión. Algunos se quedaron inmóviles como estatuas, arrogantes, con los negros picos en alto. Otros continuaron moviéndose como si allí no hubiera ningún ser humano, tirando de las hierbas y amontonando guijarros. Uno se les acercó y comenzó a picotear esperanzado la bota de Mariana. Decepcionado la miró con un ojillo brillante y después dio vuelta la cabeza para mirarla con el otro. Ella se echó a reír.
-He leído sobre los pingüinos, pero no tenía idea de que fueran tan simpáticos. A mis niños les encantaría verlos. ¿Podría traer aquí a mi escuela?
Cuando el conde enarcó una ceja. Mariana recordó que la escuela ya no era de ella, al menos durante los tres meses siguientes.
-No veo por qué no -contestó él-, siempre que tus alumnos no los molesten.
Mariana se inclinó a tocar la lustrosa cabeza del pingüino que todavía la estaba explorando. Las plumas negras eran cortas, rígidas y cerdosas.
-Yo creía que los pingüinos sólo vivían en tierras muy frías. ¿No es demasiado caluroso este clima para ellos?
-Éstos son pingüinos de pata negra, de las islas cercanas al cabo de Buena Esperanza, donde el clima es más o menos parecido al de Gales. -Cogió un guijarro y lo lanzó al aire. Un pingüino lo recogió para su nido-. Al parecer viven muy bien aquí, aunque fue difícil traerlos. Tuve que llenar una bodega del barco con hielo envuelto en paja y mantenerlos allí durante las semanas más calurosas del viaje.
-Son increíblemente patosos.
-Sólo en tierra. En el agua son ágiles y se mueven con la gracia de los peces. Mira esos dos que van entrando en el lago.
Mariana miró hacia donde él indicaba y vio cómo esos cuerpos macizos y torpes en tierra se transformaban en ágiles y veloces bajo el agua. Los pingüinos permanecían sumergidos durante un largo rato y de pronto salían a la superficie con tanta rapidez que ella apenas alcanzaba a verlos cuando volvían a desaparecer bajo el agua.
-Podría estar horas mirándolos. Comprendo por qué te tomaste el trabajo de traerlos.
Él contempló a los pingüinos, pensativo.
-Durante un tiempo estuve dándole vueltas a la idea de formar una colección de animales exclusivamente blancos y negros.
-¿Será porque siempre vistes de negro con blanco?
-No -sonrió él-, fue porque me gustan las cebras casi tanto como los pingüinos. Las cebras son animales africanos que parecen ponies a rayas blancas y negras. Corren veloces por las praderas, todas muy juntas, como una carga de caballería, o como los caballos entrenados del circo Astiey.
Fascinada, Mariana trató de imaginarlo.
-Parece interesante. ¿Por qué cambiaste de opinión?
-Las cebras se sienten a gusto bajo el ardiente sol africano y las interminables llanuras. Me dio miedo que en este clima húmedo y lluvioso de Gales se debilitaran y murieran por mi causa. Los pavos reales viven quejándose del clima, pero como no fui yo quien los trajo de la India, me niego a sentirme culpable.
-Todo el mundo se queja del clima gales, pero es la única y principal señal de identidad galesa.
-Es cierto -rió él-. Sin embargo, yo echaba bastante de menos el clima cuando estaba lejos. Es siempre cambiante, lo cual es más interesante que semanas tras semanas de aburrido sol.
Otros tres pingüinos se zambulleron en el agua.
-Es mejor observarlos bajo la superficie -comentó Juan Pedro-. Es como ver un ballet bajo el agua. Juegan entre ellos como nutrias. -Por su rostro pasó una expresión de impía travesura-. Vamos a verlos. Hace calor, es un día perfecto para un baño.
Se alejó unos pasos de la playa, se quitó la chaqueta y el chaleco y comenzó a desatarse la corbata.
Mariana se quedó boquiabierta, olvidados los pingüinos.
-No puedes quitarte la ropa y lanzarte al agua.
-Pues claro que puedo. -Dejó la corbata sobre la otra ropa - . Si fueras una amante como es debido, tú también lo harías. Claro que en ese caso es posible que no llegáramos hasta el agua.
-No lo dirás en serio -dijo ella nerviosa.
-Vamos, Mariana, qué poco me conoces. -Se sentó en una roca y se quitó las botas, se puso de pie y comenzó a desabotonarse el cuello de la camisa-. Espero que los pingüinos no decidan aprovechar mi ropa para construir un nido, mi valet se pondría furioso.
Cuando se quitó la camisa pasándola por la cabeza, dejando al descubierto una amplia superficie de piel suave y morena, ella tartamudeó:
-P-para. Eso no es decente.
-¿Por qué? Los pingüinos, las cebras, los pavos reales y el resto de los animales de la tierra andan con la piel que Dios les dio. Es absolutamente antinatural que los seres humanos vayan siempre cubiertos. En las partes más cálidas del mundo no van así.
Riendo lanzó la camisa sobre el creciente montón de ropa. Su pecho y hombros eran tan hermosamente musculosos como una estatua griega, pero cálidos de vida, más acogedores que lo que podría ser jamás el mármol. Mariana se quedó paralizada, incapaz de desviar los ojos del incipiente vello negro como el ébano que le cubría el pecho para bajar estrechándose por los fuertes abdominales hasta perderse en la cintura de sus pantalones.
-¿Estás segura de que no quieres acompañarme? El agua estará fría, pero el sol calienta, y un ballet de pingüinos es una vista excepcional.
Comenzó a desabotonarse los pantalones. Mariana se volvió y echó a correr.
-¡Te esperaré junto a los caballos! -gritó sin volver la vista atrás.
La risa de él la siguió cuando se internaba en el bosque. Corrió hasta cuando ya no podía ver el lago y allí se detuvo y se aferró a un árbol, con el corazón acelerado. Mientras trataba de recuperar el aliento hizo un descubrimiento horroroso: había deseado, casi desesperadamente, quedarse y ver su cuerpo desnudo.
Saltaron trocitos de corteza al hincar las uñas en el tronco del árbol. ¿Cómo podía ser que deseara algo tan inmoral? ¿Cómo podían olvidarse con tanta rapidez veintiséis años de conducta irreprochable?
Su mente febril trató de encontrar una disculpa racional, serena, para volver a verlo nadar. ¿Tal vez... tal vez observando en ese momento a Juan Pedro disminuiría su aire de misterio masculino y así ella podría estar a la altura si él volvía a comportarse tan escandalosamente?
Aún no acababa de formular el pensamiento cuando se dio cuenta de que era una mentira. La simple verdad era que su voluntad no era suficientemente fuerte para impedirle volver. Con el rostro tenso de reproches contra sí misma, se volvió y desanduvo los pasos por el bosquecillo. Cuando llegó al final, se escondió detrás de un arbusto, sabiendo que si Juan Pedro la veía, ella se moriría de vergüenza.
En ese momento él iba entrando en el agua, la piel de su espalda dorada y brillante a los rayos del sol. Contempló fascinada el fuerte arco de su columna y los tensos músculos de sus nalgas y muslos que se flexionaban a cada paso que daba. Era un hombre gloriosamente pagano, tan en armonía con la naturaleza como el viento y los árboles. Mariana retuvo el aliento, con el corazón oprimido por la certeza de que ella jamás podría ser una Eva para su Adán.
Cuando ya el agua le llegaba a los muslos, pasó un pingüino junto a él. Al instante se zambulló y desapareció bajo el agua, permaneciendo tanto tiempo sumergido que ella comenzó a preocuparse. Entonces reapareció casi en el medio del lago, riendo y rodeado de pingüinos, con el pelo negro pegado a la cabeza y cuello.
¿Cuántas otras mujeres lo habrían visto así y deseado su cuerpo hermoso y masculino? ¿A cuántas mujeres habría seducido y después olvidado despreocupadamente?



Seraa muy larga la lista no? Igual si fueron pocas seguro q aca hay algunas muy dispuestas a formar parte de la listaa!! jajaaa