sábado, 24 de julio de 2010

Así, es la vida


Bueno chicas!!! les presento el título de la proxima novela creada por mi!!!
Abajo les deje el cap 16 de tormenta de pasiones

"Tormenta de pasiones" cap 16 por MarianTosh!~

Mientras él luchaba por sostenerla contra la fuerza del agua, ella apretó los brazos alrededor de él. Cuando la tuvo bien cogida, la giró contra la corriente hasta tenerla apoyada de espaldas contra la pared rocosa, protegiéndola con su cuerpo. Otro objeto le golpeó con fuerza las costillas, quitándole el poco aliento que le quedaba, pero esta vez no golpeó a Mariana.
Fueron transcurriendo los segundos y el agua no bajaba. Cuando los pulmones le quemaban de una manera insoportable, Juan Pedro pensó si su destino sería ahogarse allí, lejos del aire y el cielo. Apretó la cara contra los cabellos de Mariana, sintiendo moverse las sedosas guedejas contra la mejilla. ¡Qué desperdicio! ¡Qué maldito desperdicio de dos vidas! Había pensado que tendría más tiempo.
Se le oscureció la vista y Mariana comenzó a aflojar la presión de sus brazos. En ese momento la corriente comenzaba a calmarse. Presintiendo que podría estar bajando el nivel, levantó la cabeza y descubrió que pasaba una estrecha corriente de aire entre el agua y el techo.
Mientras inspiraba aire en sus desesperados pulmones, izó a Mariana para que pudiera respirar. Ella sacó la cabeza a la superficie y comenzó a toser, estremeciendo convulsivamente su cuerpo. En la amenazante oscuridad su cuerpo parecía muy frágil y él volvió a apretarla con el brazo.
Durante largos minutos estuvieron abrazados, disfrutando del lujo de poder respirar. El agua fue bajando lentamente hasta quedar a unos treinta centímetros del techo y allí se mantuvo.
-¿Tienes idea de qué demonios ha ocurrido? -preguntó él.
Ella volvió a toser y logró decir:
-La carga explosiva debe de haber abierto algún manantial oculto. Eso ocurre a veces pero la inundación nunca es tan terrible.
-Y la bomba está estropeada -dijo él con tono lúgubre-. Espero que la reparen pronto.
La fría corriente continuaba empujándolos y el único sostén que tenían era su brazo cogido al madero. Con el pie izquierdo exploró la pared y encontró un apoyo firme. Eso redujo el esfuerzo que tenía que hacer con el brazo. ¿Cuánto tiempo más estarían atrapados allí? El cansancio y el frío comenzarían a hacer su efecto.
-Si el agua comienza a subir nuevamente, tendremos que intentar salir nadando, pero correremos el peligro de perdernos en los cruces de galerías. Por el momento creo que será mejor que continuemos aquí y recemos para que baje más el agua.
-¿Rezar, tú? -dijo ella tratando de bromear-. Debe de haberme entrado agua en los oídos. Él rió.
-Mi amigo Michael fue soldado antes de decidir hacerse rico. Decía que no hay incrédulos en el campo de batalla.
Notó un tenue estremecimiento de risa en ella, pero pasó rápidamente. Cuando habló, lo hizo con voz tensa.
-¿Crees que Owen y Huw lograrían escapar de la inundación?
-Tendrían que estar a salvo -contestó él con la esperanza de no equivocarse en su optimismo-. Owen estaba a cierta distancia de nosotros y no creo que estuviera mucho más lejos de la puerta donde trabaja el niño. Podrían estar trepados a un puntal como nosotros, pero con suerte igual pudieron salir por la puerta y cerrarla. Eso habría disminuido el nivel del agua y les habría dado tiempo a subir a un nivel superior.
-Dios mío, eso espero -susurró ella-. Pero podría haber otros mineros atrapados por la inundación. Bodvill probablemente no se alejó tanto como nosotros después de poner la carga.
Mariana estaba temblando violentamente. Imaginando por qué, él le preguntó:
-¿Fue en esta parte donde murió tu padre?
-No. Eso ocurrió en el otro extremo de la mina. -Se quedó en silencio y finalmente explotó-: ¡Odio este lugar! ¡Dios mío, cuánto lo odio! Si yo pudiera cerrar esta mina mañana, lo haría. Han muerto tantos aquí. Tantos... -Se le quebró la voz y escondió la cara en el hombro de él.
-¿Perdiste a alguien especial aquí? -le susurró. Por unos momentos sólo se escuchó el movimiento de las aguas. Finalmente ella dijo con voz vacilante:
-Una vez... una vez tuve un novio. Los dos éramos muy jóvenes, yo tenía quince, Ivor era un año mayor. Pero yo le gustaba y él me gustaba a mí. Nos mirábamos. A veces hablábamos al salir de la capilla, tratando de decirnos lo que sentíamos, con palabras que nadie oyera. -Se estremeció y acabó con unas desoladas palabras-: Antes que las cosas pudieran ir más lejos, hubo una explosión de gas. Se quemó vivo.
Habiéndose criado en el valle, Juan Pedro había visto la pasión inocente de los jóvenes del pueblo cuando encontraban a la pareja de su vida. Aunque un cínico podría decir que esos romances tenían su origen en simple deseo instintivo, Juan Pedro tenía otra idea; sólo tenía que pensar en el noviazgo de Owen y Marged. Desde el principio los dos estaban unidos por un halo de tal dulzura y timidez que conmovía verlos juntos. Recordó la envidia que les tenía en esa época: él jamás había sido tan inocente.
A los quince años Mariana tenía que haber sido muy parecida a Marged, pura de espíritu y leal de corazón. ¿Sería digno el joven Ivor de su regalo del primer amor? Mariana nunca lo sabría, como tampoco conocería el riesgo de la traición, porque su novio murió cuando ese amor naciente todavía tenía posibilidades infinitas.
Desde que llegaran a la mina Juan Pedro se había obligado a reprimir sus impulsos protectores con Mariana. En ese momento abandonó la lucha y le ofreció todo el consuelo que pudo.
-Qué valor el tuyo al aventurarte en estas profundidades -le susurró.
Acercó la cabeza a la de ella y le tocó la cara mojada con los labios, describiendo un sendero por el contorno de su mejilla.

jueves, 22 de julio de 2010

"Tormenta de pasiones" cap 15 por Marian Tosh

Para llegar a la boca del pozo tuvieron que dar la vuelta al cabrestante. Éste era un enorme eje vertical, parecido a una rueda de molino tumbada. Girada por un par de caballos, accionaba la chirriante polea que colgaba sobre el pozo principal.
En ese momento iba llegando arriba una espuerta llena de carbón. Dos obreros la movieron hacia un lado y vaciaron su contenido en una carreta. Mientras caía el carbón con estruendo en la carreta, de una cabaña salió un hombre mayor.
-¿Éste es tu visitante, Owen?
-Sí. Lord Aberdare, le presento al señor Jenkins, el encargado de todo lo que entra y sale de la mina.
Juan Pedro extendió la mano. Pasado un instante de asombro, el hombre le estrechó la mano y se tocó el ala del sombrero.
-Un honor, milord.
-Por el contrario, es un privilegio para mí visitar la mina. Trataré de no estorbar a nadie. -Miró la boca del pozo-. ¿Cómo se baja?
Jenkins detuvo una polea y emitió una risa ronca.
-Encienda la vela y agárrese firme de la cuerda, milord.
Juan Pedro miró con más atención y vio que la cuerda tenía unos lazos anudados a diferentes niveles.
-Dios santo, ¿así baja y sube la gente del pozo? Creía que el método habitual eran cajas metálicas.
-En las minas modernas sí -contestó Mariana.
Pero la mina de Penreith era primitiva y peligrosa, y justamente por eso él estaba allí. Observó a Owen, que encendió su vela, se metió en un lazo, se sentó y con una mano se cogió de la cuerda. Consciente de que estaba inclinado sobre un pozo de tal vez más de cien metros de profundidad, Juan Pedro hizo lo mismo. Ser un par del reino no le servía de nada ahí si no tenía el valor de hacer lo que todos los mineros hacían diariamente.
Instalarse dentro del lazo no le resultó tan difícil como ver a Mariana hacer lo mismo. Cuando la vio asomarse al abismo, nuevamente tuvo que tragarse sus instintos protectores.
La polea chirrió y comenzó a girar, y entraron en la oscuridad, colgados de la cuerda como una ristra de cebollas. Las llamas de las velas se agitaban con el aire ahumado que subía. Iban girando al descender y Juan Pedro se preguntó si alguna vez los mineros se marearían y se caerían. Mariana iba colgada un poco más arriba de él, de modo que él no apartaba la vista de su esbelta espalda. Si veía alguna señal de desequilibrio la sujetaría al instante. Pero ella iba tan tranquila como si estuviera tomando el té en su propia casa.
Cuando se perdió de vista la luz de la boca del pozo vio agrandarse un punto rojo debajo. Mariana le había dicho que en el fondo de la mina se encendía una hoguera, como parte del sistema de ventilación. Eso explicaba el humo y el calor del aire que iba aumentando alrededor; en realidad, iban bajando por una chimenea.
Miró hacia abajo y vio que el fuego había desaparecido parcialmente, tapado por un enorme objeto negro que subía a gran velocidad. Instintivamente se tensó, aunque sólo Dios sabía qué podría hacer para evitar el choque.
Con un explosivo impacto de aire el objeto pasó zumbando junto a ellos, y no golpeó a Owen sólo por centímetros. El minero ni siquiera pestañeó. Juan Pedro suspiró aliviado al ver que sólo era una espuerta con carbón. De todos modos, si la cuerda que los sujetaba hubiera oscilado más, alguno de ellos podría haber recibido un golpe. Desde luego, la mina necesitaba una polea accionada por vapor y cajas elevadoras.
Pasados unos minutos la velocidad de descenso aminoró y se detuvieron a unos metros de la rugiente hoguera de ventilación. Cuando se estaban liberando de los lazos, Juan Pedro observó que estaban en una enorme galería. A varios metros se veían figuras negras de polvo de carbón cargando otra espuerta para izar.
-Este lugar tiene una clara similitud con las regiones infernales que tanto le gustaba describir a tu padre -comentó.
-Yo diría que deberías sentirte en casa. Viejo Diablo -dijo ella sonriendo.
El también sonrió, pero ciertamente no se sentía en casa. Su mitad gitana ansiaba aire fresco y espacios abiertos, y eran justamente esas dos cosas las que escaseaban en una mina. Tosió y cerró los ojos para aliviar el escozor y recordó por qué la curiosidad nunca lo llevó a bajar allí cuando era niño.
-Vamos a ir a la cara occidental de la mina -dijo Owen-. En ese extremo no hay tanta actividad y podréis ver más.
De la galería principal salían varios túneles. Mientras avanzaban hacia el que los llevaría a su destino, iban sorteando carritos con ruedas llenos de carbón.
-Ésa es una vagoneta -explicó Owen cuando pasó el primero, empujado por dos adolescentes-. Tiene capacidad para cinco quintales de carbón. Las minas grandes tienen rieles para las vagonetas; facilitan el trabajo.
Entraron en un pasaje, Owen a la cabeza. Mariana y Juan Pedro cerrando la marcha. El techo no era lo suficientemente elevado para Juan Pedro, que no podía ir erguido. Advirtió un olor a humedad y piedra muy diferente del aroma a tierra de un campo recién arado.
-El gas es un gran problema -dijo Owen por encima del hombro-. En el fondo de las labores abandonadas se acumula un exceso de dióxido de carbono y puede asfixiar. El gas grisú es peor porque explota. Hay un hombre aquí que cuando el gas se hace demasiado denso entra a cuatro patas, lo enciende y se echa al suelo para que el fuego le pase por encima.
-¡Dios, eso es suicida!
-Sí -contestó Owen mirándolo por encima del hombro-, pero no es motivo para pronunciar el nombre del Señor en vano. Ni aunque sea un Lord -añadió con un guiño.
-Sé que siempre he sido algo profano, pero trataré de vigilar mi lengua -prometió Juan Pedro. Pensó que tal vez Mariana también encontraría ofensivo su lenguaje. Quizá tendría que comenzar a soltar juramentos en romaní-. Ahora que lo dices, he oído eso de quemar gas, pero pensaba que la práctica se había abandonado por peligrosa.
-Ésta es una mina muy tradicional, milord -dijo Owen con sombrío humor.
-Si me vas a reprender, vas a tener que empezar a tutearme de nuevo. -Se secó la frente con la manga de franela-. ¿Es imaginación mía o aquí hace más calor que en la superficie?
-No es imaginación -contestó Mariana-. Cuanto más profunda la mina, mayor la temperatura. -Lo miró por encima del hombro-. Está más cerca del infierno.
La sonrisa le duró a Juan Pedro hasta que pisó un objeto blando que chilló y salió huyendo. Al tratar de recuperar el equilibrio se golpeó la cabeza en el techo. Volvió a agacharse, lanzando una maldición en romaní.
-¿Te encuentras bien? -le preguntó Mariana volviéndose.
El se tocó la cabeza.
-Parece que el sombrero acolchado me ha salvado de destrozarme los sesos. ¿Qué fue lo que pisé?
-Probablemente una rata. Hay muchísimas por aquí.
-Y bastante osadas -añadió Owen, que también se había detenido-. A veces les quitan la comida de las manos a los muchachos.
Juan Pedro reanudó la marcha.
-¿A alguien se le ha ocurrido traer gatos?
-Hay varios -dijo Mariana-, Llevan vidas gordas y felices. Pero siempre hay más ratas y ratones.
Delante de ellos sonó un suave tintineo metálico, y cuando doblaron un recodo Juan Pedro vio que una puerta metálica cerraba el túnel.
-Huw -llamó Owen-, abre la puerta. Se abrió la puerta con un crujido y asomó la cabeza un niño pequeño, de unos seis años.
-¡Señor Morris! -exclamó con alegría-. Hacía mucho tiempo que no lo veía.
Owen le revolvió el pelo al pequeño.
-He estado trabajando en el lado este. ¿Qué tal la vida del encargado de la ventilación?
-Es fácil, pero me siento muy solo sentado a oscuras todo el día -dijo el niño con cara triste-. Y no me gustan las ratas, señor, no me gustan nada.
Owen cogió una vela, la encendió y se la pasó al niño.
-¿Tu padre no te deja traer una vela?
-Dice que son demasiado caras para un niño que sólo gana cuatro peniques al día.
Juan Pedro frunció el entrecejo. ¿Ese niño trabajaba en ese hoyo negro por sólo cuatro peniques diarios? Una atrocidad.
Owen sacó un caramelo del bolsillo y se lo pasó al niño.
-Te veremos cuando volvamos.
Pasaron por la puerta y continuaron por la galería.
-¿Qué demonios hace ese niño tan pequeño aquí? -preguntó Juan Pedro cuando ya el niño no podía escucharlos.
-Su padre le obliga -dijo Mariana con tono áspero-. La madre de Huw murió y su padre es un bruto borracho y codicioso que puso a trabajar al niño en la mina cuando sólo tenía cinco años.
-La mitad de los mineros debe su lealtad a la capilla y la otra mitad a la taberna -añadió Owen-. Hace cinco años nuestra Mariana se levantó en la capilla y dijo que el lugar de los niños es la escuela, no la mina. Se armó una buena discusión, pero antes de acabar el día todos los hombres presentes en la capilla Zion habían prometido no poner a trabajar a sus hijos antes de los diez años.
-Haría falta un hombre muy valiente para intimidarla. Ojalá yo hubiera estado allí -comentó Juan Pedro-. Bien hecho, Mariana.
-Hago lo que puedo -dijo ella apenada-, pero nunca es suficiente. Hay por lo menos doce niños de la edad de Huw en la mina, con el mismo trabajo, sentados todo el día en la oscuridad junto a esas puertas que controlan el paso del aire por las galerías.
Pasaron junto a un túnel cuyo paso estaba cerrado por un tablón clavado.
-¿Por qué está bloqueado ese túnel? -preguntó Juan Pedro.
Owen se detuvo.
-Al final, la roca cambia repentinamente y desaparece la veta de carbón. -Frunció el entrecejo-. Es extraño que esté cerrado.
-Tal vez aquí la acumulación de gas es particularmente mala -sugirió Mariana.
-Podría ser.
Continuaron caminando, pegándose a la rugosa pared cada vez que pasaban empujando una vagoneta. Llegaron al final del túnel. Allí, en un espacio estrecho de forma irregular, había varios hombres trabajando con picos y palas. Miraron con indiferencia a los recién llegados y continuaron trabajando.
-Éstos son picadores -explicó Owen-. Trabajan a lo largo de la pared, lo cual significa que a medida que extraen el carbón van dejando atrás los escombros y mueven hacia adelante los puntales para sostener el lugar de trabajo.
Observaron en silencio. Las velas estaban colocadas en diferentes sitios, sujetas con arcilla blanda, lo cual dejaba libres las manos a los picadores. Detrás de cada uno había una vagoneta para contener el carbón que sacaba, puesto que a los picadores se les pagaba según la cantidad de carbón extraído. A Juan Pedro le fascinó la forma en que se contorsionaban los hombres para llegar al carbón. Algunos estaban arrodillados, uno estaba echado de espaldas e incluso otro estaba doblado para llegar al fondo del filón.
Su mirada se detuvo en el picador de más al fondo del túnel.
-Ese hombre no tiene vela -comentó en voz baja-. ¿Cómo ve para trabajar?
-No ve -contestó Mariana-. Blethyn es ciego.
-¿En serio? -preguntó Juan Pedro incrédulo-. Una mina es un lugar muy peligroso para un ciego. Además, ¿cómo sabe si corta carbón o piedra de desecho?
-Por el tacto y por el sonido del pico al golpear -explicó Owen-. Blethyn conoce todos los rincones y recodos de esta mina; una vez, cuando una inundación nos apagó las velas, él nos guió a seis hombres hasta un lugar seguro.
-Es hora de poner otra carga -dijo uno de los picadores.
-Sí -dijo otro, enderezándose y secándose el sudor de la cara-. Bodvill, te toca poner la pólvora.
Un hombre grueso y taciturno dejó su pico, cogió un gran barreno manual y comenzó a perforar la roca. Los demás colocaron sus herramientas en las vagonetas y empezaron a empujarlas hacia atrás por el túnel. Los observadores se hicieron a un lado.
-Cuando el agujero es bastante profundo -explicó Owen- , se llena de pólvora negra y se enciende fuego en una mecha de combustión lenta.
-¿La explosión no puede causar un derrumbe?
-No, si se hace bien -contestó Mariana.
Al detectar tensión en sus palabras, Juan Pedro la miró extrañado y vio que ella también parecía a punto de explotar. Por un instante se preguntó por qué; entonces comprendió la respuesta evidente y sintió deseos de golpearse por tonto. Había medio olvidado que el padre de Mariana había muerto allí; su perfil rígido hablaba elocuentemente de cuánto le costaba estar en la mina. Juan Pedro deseó rodearla con sus brazos y decirle algo tranquilizador, pero reprimió el impulso. A juzgar por su expresión, ella no deseaba compasión.
El último picador que salió del lugar era un hombre rechoncho, muy musculoso, de mentón belicoso. Cuando pasó junto a los visitantes se detuvo y miró de soslayo a Juan Pedro.
-Eres el conde gitano, ¿no?
-Me han llamado así.
El hombre escupió hacia el suelo.
-Dile a tu maldito amigo lord Michael que vigile a Madoc. El amigo George vive mejor de lo que debería vivir cualquier encargado de mina.
Dicho eso el picador se volvió hacia su vagoneta y continuó empujándola por el túnel. Juan Pedro esperó a que se perdiera de vista.
-¿Crees que Madoc pueda estarse quedando los beneficios de la mina?
-No sabría decirlo -contestó incómodo Owen-. Ésa es una acusación muy grave.
-Eres demasiado bueno -le dijo Mariana-. Pon a un administrador codicioso al servicio de un propietario negligente y seguro que hay estafa.
-Si eso es cierto y Michael lo descubre -dijo Juan Pedro-, no me gustaría estar en el pellejo de Madoc. Michael siempre ha tenido un temperamento irascible.
Bodvill sacó el barreno y comenzó a llenar el agujero con pólvora negra.
-Es hora de que nos vayamos -dijo Owen-. Hay otra cosa que quiero enseñarte en el camino de regreso.
Cuando llevaban desandada una corta distancia, entraron por un túnel que desembocaba en una amplia galería cuyo techo estaba apuntalado por macizas vigas y pilares de base cuadrada. Owen levantó la vela para iluminar el lugar.
-Quería que vieras los pilares y el entibado. Generalmente las vetas más grandes se trabajan de esta manera. Tiene sus ventajas, pero es posible que la mitad del carbón se quede en los pilares.
Juan Pedro miró con interés uno de los puntales y vio que la rugosa superficie tenía el oscuro brillo del carbón.
-¡Cuidado con la cabeza, muchacho! -gritó de pronto Owen, tirándolo hacia atrás.
Un montón de piedras cayeron justo en el lugar donde había estado Juan Pedro. Estremecido, Juan Pedro miró el pedregoso techo.
-Gracias, Owen. ¿Cómo lo viste a tiempo?
-Las cuevas están hechas por Dios y son muy estables -dijo Owen con humor-; las minas, al ser hechas por el hombre, siempre se desmoronan. Al trabajar en una se aprende a estar con el ojo alerta a lo que hay encima. Se necesita ingenio y fuerza para ser minero.
-Mejor tú que yo -comentó Juan Pedro en el mismo tono-. Un gitano se moriría si estuviera obligado a trabajar aquí.
-Es fácil morir, demasiado fácil en esta mina en particular. -Owen hizo un gesto hacia la sombría caverna-. Madoc quiere comenzar a quitar estos pilares, para sacar más carbón de ellos. Dice que es un desperdicio dejarlos como están.
-¿Y eso no produciría un desmoronamiento del techo? - preguntó Juan Pedro ceñudo.
-Podría. -Señaló una de las vigas de madera-. Un buen apuntalamiento lo haría posible, pero Madoc no quiere gastar en madera más de lo imprescindible.
-El señor Madoc está comenzando a caerme muy mal, y ni siquiera lo conozco -comentó Juan Pedro con una mueca de disgusto.
-Espera a conocerlo -dijo Mariana con acritud-, y eso se convertirá en aversión pura.
-Esa afirmación no es nada cristiana. Mariana -la reprendió suavemente Owen-. Vamos, tenemos que irnos.
Lo siguieron hacia la salida de la galería.
-Tienes razón -dijo Mariana con tono arrepentido-. Lo siento.
Era hora de comenzar a pensar qué haría para el beso de ese día.
Cuando llegaron a la galería principal giraron en dirección al pozo de salida. Owen ladeó la cabeza.
-Se ha vuelto a estropear la bomba. Juan Pedro puso atención y comprobó que no se oía el ruido regular y distante de la bomba, lo que dejaba un profundo silencio.
-¿Eso ocurre con frecuencia?
-Una o dos veces a la semana. Espero que los ingenieros logren repararla rápido. Con todas las lluvias de primavera habrá inundación si la bomba está sin funcionar más de una o dos horas.
Owen reanudo el camino de regreso. Juan Pedro empezó a seguirlo y se detuvo al oír el sonido hueco de una explosión. Los espeluznantes ecos resonaron por todos los túneles y galerías, estremeciendo la roca del suelo.
-La carga explosiva de Bodvill -dijo Owen. De pronto Mariana se giró hacia el camino por donde habían venido.
-¡Escuchad!
Juan Pedro también se giró a mirar en la misma dirección. A unos sesenta metros había un recodo que bloqueaba la visibilidad, pero el aire se estaba comprimiendo de manera extraña y algo se precipitaba hacia ellos con un sonido líquido que no logró identificar.
Antes de que alcanzara a preguntar qué ocurría, apareció una enorme ola por el recodo, rugiendo hacia ellos a una velocidad letal.
-¡Subid a la pared y afírmaos allí! -gritó Owen tan pronto apareció la ola-. Yo intentaré salvar a Huw.
Se marchó corriendo y la luz de la vela se desvaneció.
Mariana cogió a Juan Pedro y lo tiró hacia el puntal de madera más cercano.
-¡Rápido! Tenemos que subir lo más cerca posible del techo.
Juan Pedro soltó su vela, cogió a Mariana por la cintura y la levantó cuanto pudo. Ella trepó buscando lugares donde afirmar los pies en los irregulares cortes de la roca, y Juan Pedro la siguió. La llama de la vela que ella llevaba en el ala del sombrero iluminó una concavidad en el madero que dejaba un espacio entre éste y la pared rocosa. Logró pasar por allí un brazo y con el otro rodeó firmemente a Mariana.
En ese momento los alcanzaron las violentas aguas, apagando la vela y sumergiéndolos totalmente. La corriente golpeaba con fuerza y Juan Pedro necesitó de todas sus fuerzas para mantenerse asido al puntal de madera. Los golpeó algo pesado y continuó su camino, y casi le arrebató a Mariana.

miércoles, 21 de julio de 2010

"Tormenta de pasiones" cap 14 por MarianTosh!~

-¿Te sientes no deseada, Clarissima? A veces he pensado cómo sería tener de padre al reverendo Esposito. Un hombre de virtud inquebrantable, compasivo, con tiempo para todo el que lo necesitara. -Tocó un acorde suave y melancólico-. Sin embargo es posible que los santos no sean personas con las que resulte fácil convivir.
Ella sintió como si la hubieran apuñalado. ¿Cómo se atrevía ese libertino a ver lo que nadie había visto jamás, lo que casi no reconocía ni para sus adentros?
-Es muy tarde -dijo-. Ahora que ya sé que no eres un fantasma, tengo que dormir un poco.
-Qué rápido te escapas de una pregunta -susurró él-. Evidentemente eres de esas personas que goza investigando a otras, pero que no quiere que nadie vea su interior.
-No hay nada que investigar. -Se levantó-. Soy una mujer sencilla y he llevado una vida sin complicaciones.
-Eres muchas cosas -sonrió él-, pero sencilla no es una de ellas. Hierves de inteligencia y emociones reprimidas. -Rasgueó el arpa con una seducción que a ella la hizo pensar en un gato acosando a un pájaro-. ¿Necesitas sentirte deseada, Clarissima? Yo te deseo. Tienes la misteriosa y sutil complejidad de un vino fino, bebida que hay que saborear una y otra vez. Y unos tobillos hermosos, también, me alegra que te decidieras por el taco para jugar al billar.
No queriendo honrar ese comentario con una respuesta, ella se arrebujó en la informe bata y se dirigió a la puerta. Cada paso fue acompañado por una nota del arpa. Caminó más deprisa; también aceleraron las notas.
-¡No te burles de mí! -exclamó girándose. Él silenció el arpa con una mano y la dejó en el suelo.
-No me estoy burlando, te estoy invitando a participar en el banquete de la vida, que incluye la risa. -Se puso de pie, su rostro una combinación de encantadores claroscuros a la luz del hogar-. También incluye el deseo. La pasión es la mejor manera que conozco de olvidar las penas de la vida.
-Comprendo por qué te llaman el conde Demonio -dijo estremecida-, porque hablas como el demonio.
-En mi educación me hicieron tragar bastante religión. No recuerdo haber oído que el placer sea malo. Lo malo es hacer sufrir a los demás, mientras que la pasión es un manantial de alegría mutua. -Se acercó a ella-. Es pasada la medianoche, otro día. ¿Puedo cobrar mi próximo beso?
-¡No!
Se dio media vuelta y corrió hacia la puerta. Lo último que oyó fue una suave risa.
-Tienes razón, sería una lástima gastarlo tan temprano. Hasta más tarde, Clarissima.
Mientras caminaba a toda prisa por los corredores hacia la seguridad de su dormitorio, pensó algo aturdida que tenía razón quien había dicho que hacía falta una cuchara muy larga para cenar con el diablo, porque estaba comenzando a encontrarle sentido a la forma de pensar de Juan Pedro.
No sólo estaba a medio camino de la perdición, sino que además empezaba a esperarla con ilusión.

Cuando estaban a la vista de la mina, Juan Pedro detuvo su caballo para contemplarla. El panorama no era agradable. La construcción más alta era una chimenea que echaba humo negro hacia el cielo nublado. Las piedras residuales estaban amontonadas alrededor de los feos edificios y en un radio de cien metros no crecía ningún árbol.
-El pozo principal está justo en medio de esos edificios -indicó Mariana-. Se usa para ventilación, acceso y para sacar el carbón. Desde aquí no se ve -añadió señalando hacia la izquierda-, pero hay también otro pozo más pequeño y más antiguo, llamado el Bychan. Actualmente se usa para ventilación, y a veces para acceder al extremo sur de la mina.
Aunque estaban a unos quinientos metros de la mina, se oía el ruido de un motor a vapor.
-¿Ese ruido es de la bomba que extrae el agua de la mina?
-Sí, es una vieja bomba Newcomen. Las modernas Watts son mucho más potentes.
Continuaron colina abajo.
-¿Es la bomba uno de los problemas?
-Sí; no sólo es demasiado pequeña para una mina de estas dimensiones sino que además tiene casi cien años y no es de fiar.
-¿Por qué no la han reemplazado? Cuando Michael Kenyon compró la mina, planeaba modernizar el equipo para aumentar la producción.
-Lord Michael hizo algunas mejoras los primeros meses pero pronto perdió interés y dejó la administración en manos de George Madoc. La mina tiene varias galerías viejas, túneles subterráneos que drenan el agua de las capas inferiores, así que Madoc decidió que comprar una bomba nueva sería tirar el dinero. Ése es también su pretexto para usar una vieja polea accionada por un anticuado cabrestante tirado por caballos para subir y bajar cargas. Un moderno cabrestante accionado por motor a vapor sería más rápido, más potente y seguro.
-Poca visión por parte de Madoc. El nuevo equipo sería caro pero muy pronto pagaría con creces. Me sorprende que Michael no haya continuado supervisando las operaciones diarias de la mina, siempre tuvo buena cabeza para los negocios. -Miró a Mariana-. Como sabes, la familia Lanzani era propietaria de la mina, pero mi abuelo la consideraba más molesta que valiosa. Michael se interesó cuando vino a visitarme. Pensó que con una mejor dirección podía ser muy lucrativa, por lo tanto hizo una oferta. Mi abuelo se mostró encantado de librarse de la molestia de administrar la mina, siempre que conservara la propiedad de la tierra
-Así que por eso cambió de propietario -comentó ella con cierto sarcasmo en la voz-. Nadie se tomó el trabajo de explicarlo a los hombres que trabajaban allí. Se dijo que lord Michael le había tomado una afición pasajera al valle y que por impulso se compró una casa y una empresa.
-Hay algo de cierto en eso; Michael se enamoró de esta parte de Gales la primera vez que estuvo en Aberdare. Siendo hijo menor, no estaba en posición de heredar ninguna tierra de la familia, de modo que se compró la casa solariega Bryn al mismo tiempo que adquirió la mina. -Le pasó una idea por la cabeza-. ¿Ha descuidado la casa tanto como la mina?
-Que yo sepa, lord Michael no ha puesto los pies en el valle desde hace años. Al menos otras quince personas perdieron su empleo cuando cerró la casa Bryn -dijo ella acompañando la frase con una intencionada mirada.
El dio un respingo.
-La nobleza no se ha portado bien con el valle, ¿verdad?
-Las cosas han ¡do mal durante años. Sólo la desesperación podía haberme impulsado a buscar la ayuda de un reprobo como tú.
Al ver un destello travieso en sus ojos él se apresuró a contestar:
-Al menos eso está resultando bien. Mira la maravillosa oportunidad para martirio cristiano que te estoy dando.
Sus ojos se encontraron y los dos se echaron a reír. Condenación, sí que le gustaba esa mujer y su ácido sentido del humor. Era más que capaz de mantenerse firme contra él.
Los dos se pusieron serios al acercarse a las lúgubres edificaciones.
-¿Qué es ese ruido que sale de esa pocilga grande?
-Allí se criba y se clasifica el carbón. La mayor parte de los empleados de superficie trabajan allí.
Él se sacudió las manchas que aparecieron en sus puños blancos.
-Parece que también es la fuente del polvo de carbón que cubre todo lo que hay a la vista.
-Usas ropa negra, de modo que no tendrías por qué preocuparte. -Señaló un cobertizo-. Allí podemos dejar los caballos.
Cuando desmontaron se les acercó un hombre recio y musculoso.
-Lord Aberdare, éste es Owen Morris.
-¡Owen! -exclamó Juan Pedro tendiéndole la mano-. ¡Mariana no me dijo el nombre de mi guía! -gritó para hacerse oír por encima del ruido de maquinarias y cascabeleo de carbón.
El minero sonrió y se estrecharon las manos.
-No estaba seguro de que me reconociera después de tantos años.
-¿Cómo iba a olvidarte? Les enseñé a los demás chicos a pescar truchas con la mano, pero tú fuiste el único que lo aprendió. ¿Está bien Marged?
-Sí, más hermosa aún que cuando nos casamos -dijo con cariño Owen-. Le agradará saber que la recuerda.
-Y muy digna de recordar que era. Claro que yo apenas me atrevía a saludarla, no fuera que me rompieras la crisma.
Mientras hablaba Juan Pedro observó la cara de su viejo amigo. Bajo el polvo de carbón Owen tenía la natural palidez del minero, pero se veía sano y feliz. Ya de niño, recordaba, tenía una envidiable serenidad interior.
-Será mejor que se ponga ropa de minero. Sería una lástima arruinar esa elegante ropa londinense.
Juan Pedro siguió a Owen hasta un cobertizo donde se quitó la ropa exterior y se puso una camisa holgada y unos recios pantalones parecidos a los que llevaba Owen. Aunque la basta ropa de franela se veía lavada, tenía impregnada mugre de mucho uso. Sonrió cuando se puso un pesado sombrero forrado de felpa para completar el atuendo. A su sastre de Londres le daría un soponcio si lo viera
-Éstas hay que sujetarlas en un ojal -le dijo Owen pasándole dos velas-. ¿Tiene pedernal con acero?
Juan Pedro llevaba pero si no se lo hubieran recordado lo habría dejado en su chaqueta. Pasó la cajita al bolsillo de la chaqueta de franela.
-¿Algo más?
El minero sacó un puñado de arcilla blanda de una caja de madera y la usó para formar una masa alrededor de la base de dos velas.
-Tome una. Cuando tengamos que andar en cuatro patas puede usar la arcilla para pegar la vela al casco.
Cuando salieron encontraron a Mariana esperando, también vestida con ropa de minero. Con las holgadas ropas parecía un muchacho.
-¿Vas a venir con nosotros? -preguntó Juan Pedro sorprendido.
-No será la primera vez que bajo a la mina -dijo ella.
Juan Pedro sintió un irracional impulso de protegerla y deseó prohibirle bajar, pero tuvo la sensatez de abstenerse. No sólo no tenía ningún derecho de darle órdenes sino que ella tenía más experiencia que él con las minas. Y a juzgar por su expresión, probablemente lo mordería si trataba de impedírselo. Sonrió para sus adentros. No le desagradaría nada que lo mordiera, pero ése no era el momento ni el lugar.

martes, 20 de julio de 2010

"Deliciosamente vulnerable" cap 55

Cuando Mariana se enfrentó cara a cara con el Dr. Pérez Prado en el hospital, no necesitó saber el resultado de la prueba para darse cuenta de que era el padre de su hijo. Y cuando vio la dulzura con que su esposa miraba a su bebé, sintió que algo se desgarraba en su interior.¡No quería perder a Fer! ¡No podía entregar a nadie a su hijo!

Cuando llegó Pedro, siempre a las escondidas, cuidándose de no ser vistos juntos, se echó entre sus brazos y comenzó a llorar.

—Quedate tranquila... ¡Vamos a dar pelea!... Podemos pagar al mejor de los abogados... Fer es nuestro, y nadie nos lo va a quitar.

Pero Mariana no podía tranquilizarse. No era cuestión de abogados. Era cuestión de amor, y también de sangre.

Cuando el Dr. Pérez Prado entró en la salita para comunicarles el resultado, lucía radiante. Y entonces Pedro se le enfrentó, interponiéndose entre él y su hijo. El bebé estaba en brazos de la mujer que lo había protegido y acunado desde su nacimiento. De la madre que había vigilado su vida, más allá de la suya propia. Los hombres se miraron a los ojos, dispuestos a pelear. Y entonces Clarita, la esposa del doctor, intervino. Tenía lágrimas en su rostro hermoso

—Mariana, quiero hablar con vos... Las dos solas.

La muchacha apretó muy fuerte a su hijo y, todavía llorando, asintió. Sus maridos se retiraron, sin dejar de mirarse con recelo.

—Mariana.... Yo sé que Fer es tu hijo. Tuyo y de nadie más... Yo sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero...Nunca voy a sentir lo que es tener un hijo mío. Dios no me dio ese regalo... ¿Vos sos muy religiosa, no? Bueno, yo considero a este hijo tuyo como un milagro para mi matrimonio.

Mariana lloró aún más.

—Fernando quería tanto tener un hijo... Y yo lo quiero tanto a él... Mariana, te lo ruego... No te estoy pidiendo que me lo des. Vos siempre vas a ser la madre... Sólo te pido que dejes que yo lo crie. Que también yo pueda ver los ojos del hombre que quiero en los ojos de mi niño... Como te va a pasar a vos cuando tengas hijos con Pedro...

Clarita se acercó a ella y se sentó a su lado.

—No tenemos por qué dividirlo, ni hacerlo sufrir. Podemos compartir su amor. Podemos formar una familia grande. Algo así como que vos lo llevás de vacaciones, y yo me encargo del colegio. No quiero que le falte amor, sino que le sobre.... Pero no te puedo presionar. Es tu hijo y es tu decisión. Ya lo hablamos con Fernando, y de ninguna forma vamos a reclamarlo. No queremos perjudicarte, porque hacerlo significaría dañarlo a él, y lo queremos demasiado para eso.

Marana paró de llorar y miró profundamente en los ojos de aquella mujer. Y entonces tomó una decisión.


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Cuando la puerta de la salita se abrió, Mariana retenía con fuerza a su hijo entre los brazos. Ya había decidido. Miró a su bebé y vio la cara del Dr. Pérez Prado. Se acercó a él, y sin decir palabra, se lo entregó.

Fue lo más duro que hizo en toda su vida. Pero al notar la emoción del padre al tomarlo entre sus brazos, supo que era lo correcto.


1)TEFF!!!!!! NO ENTENDI BIEN TU COMENTARIO!!! jaja no se de q historia me hablas!!! si es la de marian tosh le tendrias que preguntar a ella porq perdi unas cuantas cosas de mi compu y no tengo mas capitulos de su novela, aisq si te referis a ella preguntale :)
2) Mañana se viene capitulo laaaaaarguisimo (porque es el ultimo) y pasado el epilogo (echo por mi)
3)Ya esta casi lista la otra sorpresita!!!!!!!!!! se las voy a dar cuando termine esta :)

lunes, 19 de julio de 2010

"Deliciosamente vulnerable" cap 54

—Dr. Olivera..., el Dr. Lanzani quisiera hablar con usted.

—¡No tengo nada que hablar con ese hijo de puta!...—se escuchó gritar por el intercomunicador.
Pedro sonrió complacido. Aquel hombre no sólo era el abogado más capaz de la Argentina, sino también el que más odiaba a su padre, ( ¡y eso que la lista era larga!)

—Dr. Olivera, discúlpeme.... —dijo Pedro al receptor—.Le habla el hijo, del hijo de puta. Y creo que va a encontrar el asunto que me lleva a usted muy interesante. Se trata de hundir a mi padre.

—Adelina, haga pasar al señor de inmediato —se escuchó del otro lado, por toda respuesta.


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Luego del viaje a La Plata, Mariana se había visto en la urgente necesidad de iniciar una terapia psicológica con la Dra. Pla, otra de las amigas del tal Tommy. Durante cuarenta y cinco minutos al día, el sofá del consultorio y el cuerpo de su esposo, que entraba por la puerta trasera del edificio, le servían como bálsamo para calmar todas sus ansiedades. Mientras tanto, Pedro seguía con las visitas a la casa de su amante, un departamento con dos salidas, en el barrio de Belgrano.

Los fines de semana la cosa se complicaba, pero siempre había una manera de encontrarse. Y cuando se separaban, lejos de estar saciados, se necesitaban aún más.

Así era el amor que se tenían.

Pero cuando aquel lunes Pedro se encontró con “su amante”, descubrió que ya nadie lo estaba siguiendo. Bastó una llamada a la secretaria de su padre para confirmarlo. Incluso la custodia de su esposa se había reducido a una persona... El viejo era muy porfiado, pero no le gustaba tirar la plata.


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Adelante, por favor —indicó la enfermera, mientras pasaba junto con Pedro al consultorio.

—Usted dirá... —dijo el Dr. Pérez Prado luego de haber saludado a su nuevo paciente.

Pedro miró inquieto hacia la enfermera. —Es que espersonal... —explicó al fin, incómodo.

—Es una enfermera, está acostumbrada. No se preocupe—comentó el doctor, sin dar importancia al prurito de aquel enfermo.

—No. Es que usted no entiende. Es personal. Es algo acerca de usted...

La enfermera y el Dr. Pérez Prado cruzaron miradas, pero ella, lejos de alejarse, se acercó.

—El que no entiende es usted. La señora es mi esposa. No hay secretos entre nosotros y...

—Doctor..., me pone en un situación difícil...

—¿De qué se trata?

—Flavia —se limitó a decir Pedro, esperando una reacción.

—Mi mujer está perfectamente enterada de eso. Estábamos separados en aquel momento.

—Bueno...

—¿Le pasa algo a Flavia?

—A ella exactamente, no. Le pasa algo a su hijo. Al hijo que tuvo con usted.

—¡¿Conmigo?! —saltó el doctor—. ¡No! ¡Está equivocado! Flavia nunca tuvo un hijo conmigo.

—Es el bebé que usted le dijo de abortar.

—¿Yo? ¿Decirle de abortar?... ¡Usted está confundido con otro!

—Pero ella sólo salía con usted para aquel momento...

—Más me quisiera yo que ese hijo fuera mío... Y, créame, nunca le hubiera dicho de abortar.

Pedro quedó confundido, y entonces la enfermera, hasta allí callada, le aclaró la situación.

—Usted no entiende nada, ¿verdad? Sucede que los dos somos estériles. Durante años nos sometimos a los tratamientos más degradantes, y nada. Un día yo dije basta, me cansé. Y nos separamos. Él conoció a esa chica Flavia...

—Fue un error... Lo supe siempre... Pero ella estaba tan desprotegida que me daba lástima. Claro que después volví con mi esposa... Se imagina que si Flavia hubiera tenido un hijo mío, yo no estaría ahora por adoptar uno ajeno.

Pedro se arrellanó en el sillón. Eso volvía todo más complicado....

—¿Y usted no tiene ni idea de quién...?

—No... Flavia nunca fue alguien fácil... Pero ¿porqué busca al padre ahora?

—Mi esposa anotó a ese hijo como propio. Flavia prácticamente la obligó. Y ahora, a pesar de eso, está dispuesta a iniciarle un juicio de filiación. Mi mujer corre el riesgo de ir a la cárcel, pero lo que más la desespera es que Fernandito pueda acabar en un orfanato.

—¿Fernandito?... Yo me llamo Fernando.

—No lo sabía... Pero ese nombre se lo puso mi mujer, por su padre... Doctor, le ruego encarecidamente, si usted pudiera averiguar algo. Yo quiero adoptar a Fer. Se trata sólo de que el padre biológico lo reclame hasta que pase toda esta locura. Después yo me hago cargo. Pase lo que pase con mi esposa, yo me hago cargo...

Pedro se sintió un poco avergonzado.

—Y es que me encariñé mucho con el chico... De verdad, es hermoso...—comentó con orgullo, mientras sacaba una foto de su bolsillo. En ella estaba Fernando Pedro, el hijo de su esposa, su hijo, sentado y con una sonrisa en los labios.

El matrimonio Pérez Prado observó la foto y se conmocionó. Ella buscó afanosamente algo de un cajón cercano y, al encontrarlo, lo puso junto a la foto. Era otro retrato, mucho más viejo, donde también podía verse un bebé con los ojos oscuros y los rizos rebeldes de Fer.

—Quiero hacer la prueba de ADN —fue la respuesta inmediata del Dr. Pérez Prado. Pero Pedro, al ver el brillo en sus ojos, ya no estuvo tan seguro de dejársela hacer.


VOLVI!!!!!!! jaja volvio mi nove eh!!! bueno a decir verdad faltan unos.... como.... mas o menos.... dos capitulos jaja nada mas ni nada menos pero esperen!!! no se me agarren de los pelos!!!!!! les tengo q decir varias cositas!!!!
1)PERDOOOOON bueno che!! la culpa no fue mia!! fue de internet asique la que este desconforme que llame a speedy y se queje al o800 etc...
2) Eh leido por ahi que algunas chicas han buscado la nove por internet y la han terminado de leer (yo hubiese echo lo mismo en su lugar jaja) y a aquellas mismas personas debo decirles que esta novela no va a terminar igual MUAJAJAJAJAJ jjaja no en serio... o sea va a terminar igual pero va a tener un ingrediente extra!!! UN EPILOGO NADA MAS NI NADA MENOS QUE CREADO POR MI sisiiis
3)Tengo otra sorpresita mas pero se las voy a develar cuando termine de publicar esta nove
4) quien fue al rex???? yo no puedo ir y quiero llorar!!!!!!!!! mandenme fotos de peter y lali (si tienen y si quieren jaja) asi las subo aca al blog y las ven!!!!!
5)Despues paso a los blogs que me recomendaron :)
6)me voy a seguir preparando mi sorpresita
7)BESOS!!!!.

sábado, 10 de julio de 2010

Volvemos al ruedo??????

A ver... HE TENIDO PROBLEMAS Y DE LOS GRANDES!!!!!!!!!!!!!!!

para hacerla corta se me fue internet y ya volvio jaja

AYYYYY CHICAS!!!!!!!!! COMO EXTRAÑE TODO ESTO!!!! COMO EXTRAÑE LA NOVE, EL BLOG, A USTEDES... A TODOS!!!!!!!!!! EXTRAÑE TODO!!!!! UN MES SIN INTERNET

A VER... VAMOS A DEJAR ALGUNAS COSITAS EN CLARO:

1) Deliciosamente vulnerable va a ser terminada asique no se preocupen.

2) Las otras noves tambien solo si las autoras de las mismas quieren terminarlas por aca :)

3) Lei los comentarios y no me acuerdo quien dijo que me habia agregado al face... pero yo no agregue a nadie creo a mi face asiq... no se debe haber sido alguna trucha q se hace pasar por mi.... cualquier cosa me avisan!!!

4) Me conectaba algunas veces por msn en un ciber y una vez me agrego una chica preguntandome si era yo la creadora de este blog pero hubo un problema y no pudimos hablar... asiq si podes agregarme de nuevo te lo agradeceria :)

5) Estoy feliz de haber vuelto y espero q ustedes tambien :)

6) Si alguien fue al gran rex a ver a los teens mandenme fotos!! videos!!! lo que sea!!!! yo no puedo ir a verlos :(

7) Les tengo una sorpresita!!!!!!!!!!!!!!!!! se las voy a contar solo si quieren saber ¿¿¿¿QUIEREN SABER?????

BESITOS MIKITA

viernes, 14 de mayo de 2010

"Tormenta de pasiones" cap 13 por MarianTosh!~

Se bajó de la cama y se asomó a la ventana, aguzando el oído. Al principio no oyó nada fuera de lluvia y el balido de una oveja en la lejanía. Después llegó a sus oídos otra misteriosa frase musical, un sonido tan profundamente gales como las pedregosas colinas que rodeaban el valle. Y aunque lo oía a través del aire de la noche, parecía tener su origen en el interior de la casa.

Aunque muchos de los criados más jóvenes se mudarían a la casa al día siguiente, esa noche sólo había seis personas durmiendo en Aberdare. Pensó si tal vez sería Willie el músico que practicaba a medianoche. Pero se había criado en el pueblo y ella jamás había oído que fuera músico.

Suspirando, encendió una vela y se puso los zapatos y su vieja bata de lana. La curiosidad sobre la música no la dejaría dormir, de modo que sería mejor localizar su origen.

Candela en mano, salió al corredor. La llama se movía con las corrientes de aire y las ondulantes formas y el golpeteo de la lluvia le dieron la impresión de haber entrado en un melodrama gótico.

Se estremeció y por un instante pensó en despertar a Juan Pedro, pero desechó la idea. El conde Demonio desnudo en la cama era más peligroso que cualquier fantasma. En puntillas para no hacer ruido, se puso a recorrer la oscura casa.

Su búsqueda la condujo a una habitación situada en el rincón más alejado de la planta baja. Se veía una tenue luz por debajo de la puerta, lo que le pareció tranquilizador; era de suponer que los fantasmas no necesitaban lámparas.

Cautelosamente giró el pomo. Cuando entreabrió la puerta se detuvo asombrada. El morador de la sala no era un fantasma.

Pero un fantasma la habría sorprendido menos.

Al ver un pianoforte en las sombras. Mariana supuso que ésa era la sala de música, pero fue Juan Pedro quien acaparó su fascinada mirada. Estaba sentado en un sillón junto al fuego del hogar con rostro soñador con un arpa pequeña apoyada en el hombro izquierdo. En contraste con la inmovilidad de su rostro, sus dedos se movían por las cuerdas metálicas tocando una melodía que sonaba como tintineantes campanillas.

Aunque lo habría reconocido en cualquier parte, su expresión le daba el aspecto de un desconocido. Ya no era el aristócrata frivolo ni el peligroso libertino sino la personificación de un legendario bardo celta, un hombre cuyos dones y aflicciones superaban las del hombre corriente.

La vulnerabilidad que vio en su semblante le hizo pensar a Mariana que tal vez Juan Pedro y ella no eran tan diferentes después de todo. Y esos pensamientos eran peligrosos.

Él comenzó a cantar en gales y su voz de barítono, dulce y exquisita como miel morena llenó la habitación.

Mayo, la, estación mas hermosa, dulces son los cantos de los pájaros, verdes las arboledas...

Después de otros dos versos, la música pasó de un alegre sonido primaveral a un lamento en tono menor.

Cuando los cucos cantan en las altas copas de los árboles mayor es mi aflicción, el humo escuece, no se puede ocultar la pena porque los míos han muerto.

Suavemente repitió el último verso, con toda la angustia del mundo en su voz.

Aunque la melodía le era desconocida. Mariana reconoció la letra de un poema del Libro Negro de Caermarthen, de la Edad Media, uno de los más antiguos textos galeses. Se le llenaron los ojos de lágrimas porque esas conocidas palabras nunca la habían conmovido tan profundamente.

Cuando se desvanecieron las últimas notas, ella emitió un suspiro, lamentando todo lo que había perdido y todo lo que jamás tendría.

Al oír el sonido, Juan Pedro levantó bruscamente la cabeza y sus dedos rasgaron las cuerdas en un violento acorde, su vulnerabilidad transformada instantáneamente en hostilidad.

-Deberías estar durmiendo…

-Tú también. -Ella entró en la sala y cerró la puerta-

Ella se acercó y se sentó en el borde de un sillón cerca de él

-No sabía que fueras tan buen músico.

-No es algo de lo que sepa mucho -contestó él con su peculiar tono humorístico-. Antiguamente un caballero gales tenía que ser consumado en el arte de tocar el arpa para ser digno de su rango, pero eso ha cambiado en estos tiempos incivilizados. Guarda en secreto mi debilidad.

-La música no es una debilidad, es una de las mayores alegrías de la vida. Si éste es un ejemplo de tus costumbres alocadas y perversas -continuó con tono alegre-, tendré que poner en duda tu fama de libertino.

-Mis debilidades graves son públicas. Dado que tocar el arpa tiene matices molestamente angélicos, lo oculto para no estropear mi reputación. -Pulsó las notas del breve estribillo de una canción procaz-. Tú y yo sabemos el valor de la reputación.

-Explicación divertida pero tonta. -Lo observó pensativa-. ¿Por qué te fastidió tanto que te descubriera?
Tal vez fue la intimidad de medianoche lo que le hizo darle una respuesta sincera.

-Un caballero aprecia la música, así como aprecia el arte y la arquitectura, pero no pierde el tiempo tocándola. Si, no lo quiera Dios, un hombre de buena cuna insiste en tocar un instrumento, debe elegir algo como el violín o el piano. Un caballero no pierde su tiempo en nada tan plebeyo como un arpa galesa.

Pulsó una cuerda y sus dedos bajaron por las otras produciendo un lamento de elfo apenado. El triste sonido hizo estremecer a Mariana.

-Supongo que eso es una repetición de lo que decía el viejo conde. Pero cuesta creer que le disgustara tu música. Tocas y cantas maravillosamente.
Juan Pedro se echó hacia atrás en el sillón y cruzó las piernas a la altura de los tobillos, con el arpa descansando flojamente entre sus brazos.

-La mayoría de los galeses corrientes prefieren cantar a comer. Los gitanos bailan hasta que les sangran los pies. Mi abuelo no aprobaba esos excesos. El hecho de que yo deseara tocar el arpa era prueba de mi sangre manchada, plebeya. -Distraídamente tocó una serie de notas tristes-.

Ése fue un motivo de que aprendiera a hablar gales. El cymric es una lengua antigua, primitiva, un lenguaje para guerreros y poetas. Necesitaba hablarlo para hacerle justicia al arpa.

-¿Donde aprendiste a tocar tan bien?

-Me enseñó un pastor llamado Tam el Telyn.

-Carlos el Arpa -dijo ella traduciendo-. Una vez lo oí tocar cuando era niña. Tocaba maravilloso. Decían que era el arpista de Lleweiyn el Grande, que había vuelto a nacer para recordarnos la antigua gloria de Gales.

-Tal vez Tam era realmente uno de los grandes bardos regresado a la tierra, había algo misterioso en él. Él construyó esta arpa con sus manos, en el estilo medieval. -Acarició la columna delantera tallada-. La caja de resonancia es un solo tronco de sauce ahuecado, y al igual que las arpas antiguas, las cuerdas son de alambre, no de tripa. Siguiendo sus instrucciones yo construí una igual, pero el tono no era tan sonoro. Tam me dejó ésta cuando murió.

-Eres mejor que cualquier arpista de los que he oído competir. Deberías participar en uno de esos concursos alguna vez.

-Ni hablar. Mariana -dijo él, desaparecida la nostalgia-. Yo toco para mí.

-¿Eso se debe a que no soportas que te admiren? Por lo que se ve pareces más a gusto con el desprecio.

-Exactamente -sibiló-. Todo el mundo tiene una ambición, y la mía es ser un monstruo desalmado, una afrenta para toda la gente decente temerosa de Dios.

-No puedo creer que una persona que hace música como tú sea desalmada -dijo ella sonriendo. -Mi padre nunca habría tenido un concepto tan elevado de alguien que era realmente perverso.
El volvió a pulsar las cuerdas, tocando una melodía más dulce.

-Si no hubiera sido por tu padre, yo habría escapado de Aberdare. No sé si me hizo un favor al convencerme de que me quedara, pero tengo que admirar su habilidad para domar a un niño salvaje.

-¿Cómo lo hizo? Mi padre hablaba muy poco de su trabajo, ya que consideraba que sólo era un instrumento de Dios.

-¿Sabías que mi madre me vendió a mi abuelo por cien guineas? -Antes que Mariana pudiera expresar su horror, volvió a tocar las cuerdas: unas notas profundas y lúgubres estremecieron el aire-. Cuando llegué a Aberdare tenía siete años, y jamás en mi vida había pasado una noche dentro de una casa. Enloquecí como un pájaro enjaulado, y luché desesperadamente por huir. Me encerraron en el cuarto para los niños y pusieron rejas en las ventanas para que no me fuera a matar tratando de lanzarme fuera por ahí. El conde mandó llamar a tu padre, cuyas obras espirituales respetaba. Tal vez creyó que el reverendo Esposito podría expulsar mis demonios.

-Mi padre no era exorcista.

-No, simplemente entró en el cuarto con un cesto de comida y se sentó en el suelo, de modo que su cabeza quedó más o menos a la altura de la mía. Entonces se puso a comer una empanada de cordero. Yo desconfié de él pero me pareció inofensivo. Además, estaba muerto de hambre porque llevaba varios días sin comer; siempre que un lacayo me llevaba comida yo se la tiraba por la cabeza. Pero tu padre no intentó obligarme a hacer nada, ni tampoco se enfadó cuando le robé una empanada de la cesta. Me ofreció un poco de cerveza y un pastel de pasas asadas a la plancha. También me dio una servilleta, acompañada de una amable sugerencia de que se me verían mejor la cara y las manos si me las lavaba.

Después comenzó a contarme historias de Josué y las murallas de Jericó, de Daniel en la cueva de los leones, de Sansón y Dalila... Lo que me gustó especialmente fue la parte cuando Sansón derriba las columnas del templo, porque así era como me sentía yo desde que había llegado a Aberdare. -Apoyó la cabeza en el respaldo del sillón, iluminados sus bien cincelados rasgos por la luz del hogar-. Tu padre fue la primera persona que me trató como a un niño y no como a un animal salvaje. Acabé acurrucado bajo su brazo sollozando.

Mariana tuvo que reprimir las lágrimas al imaginarse a ese pobre niño desolado, abandonado. ¡Ser vendido por su propia madre! Tragándose el nudo que se le había formado en la garganta, comentó:

-Mi padre era el hombre más compasivo que he conocido.

-Mi abuelo eligió bien -dijo Juan Pedro asintiendo-; dudo que cualquier otro, que no fuera el reverendo Esposito, hubiera logrado convencerme de aceptar mi situación. Me dijo que Aberdare era mi casa y que si cooperaba con mi abuelo, finalmente tendría más libertad y riqueza de los que cualquier gitano había conocido jamás. Así pues, bajé a ver al viejo conde y le propuse un trato. -Hizo un gesto divertido-. Se ve que tengo propensión a hacer tratos raros. Le dije a mi abuelo que pondría todo mi empeño en ser el tipo de heredero que deseaba, durante once meses al año. A cambio, debía darme un mes para volver con los gitanos. Al conde no le agradó la idea, pero el reverendo Esposito lo persuadió de que ésa era la única manera de lograr que me comportara. Así pues, tu padre se convirtió en mi tutor. Durante los dos o tres años siguientes, venía casi todos los días a Aberdare, cuando no estaba en una de sus giras de predicación. Además de las asignaturas académicas normales, me enseñó a actuar como un payo. Finalmente estuve preparado para que me enviaran a un colegio donde a golpes podrían darme la apariencia de un correcto caballero inglés. Antes de irme le regalé el libro con la dedicatoria que tú empleaste para chantajearme -añadió irónicamente.

Ella se negó a sentirse culpable.

-O sea que conservaste tu legado volviendo cada año a la gente de tu madre. Eso fue una manera muy clara de pensar para un niño.

-No tan clara. -Tocó una serie de acordes burlones-. Yo creía que podría llevar la vida de payo como un traje y que cuando me lo quitara seguiría siendo el mismo de antes. Pero la cosa no era tan sencilla; si uno está siempre representando un papel, finalmente la simulación empieza a hacerse real.

-Tiene que haber sido difícil estar a caballo entre dos mundos -comentó ella-. ¿Te sentiste alguna vez como si no fueras ni pez ni ave, ni que llevabas buen disfraz?

-Bastante buena descripción -rió él sin humor.

-Cuanto más sé, menos me sorprende que odiaras a tu abuelo.

Juan Pedro bajó la cabeza y pulsó una serie de notas sueltas hasta tocar toda la escala.

-Decir que lo odiaba es demasiado sencillo. Era mi único pariente y deseaba agradarle, al menos parte del tiempo. Aprendí modales y moralidad, griego, historia y agricultura, pero jamás conseguí satisfacerlo. ¿Sabes cuál era mi imperdonable crimen? -Al verla negar con la cabeza le dijo-: Extiende la mano.

Ella la extendió y él puso la suya al lado. Su piel blanca lechosa contrastaba con la de él…

-El color de mi piel, algo que yo no podía cambiar ni aunque hubiera querido. Si mi color hubiera sido más claro, creo que finalmente mi abuelo podría haber olvidado mi sangre gitana. Pero cada vez que me miraba veía a un «maldito gitano negro», como decía él tan encantadoramente. -Juan Pedro dobló sus largos y ágiles dedos, mirándolos como por primera vez-. Es ridículo, y ciertamente nada cristiano -murmuró con amargura-, odiar a alguien por el color de su piel, y sin embargo esas cosas triviales pueden cambiar una vida.

-Eres perfecto tal como eres -le dijo ella.

-No buscaba cumplidos -dijo él sorprendido.

-No era un cumplido -repuso ella con tono altanero-, sino un juicio estético objetivo. Una mujer bien educada jamás haría un cumplido tan vulgar a un hombre.

-O sea que ahora me clasifican junto con las urnas y pinturas griegas -dijo él con expresión más tranquila.

-Más interesante que cualquiera de esas dos cosas. -Ladeó la cabeza-. ¿Te resultaba más fácil la vida cuando viajabas con los gitanos?

-De muchas formas. Como mi madre era huérfana yo no tenía ningún pariente próximo, de modo que me unía a cualquier campamento que estuviera cerca de Aberdare. Ellos siempre me aceptaban, como a un cachorro extraviado. -Titubeó un instante-. Yo disfrutaba de esas visitas, pero con el paso del tiempo comencé a ver a mis parientes con otros ojos. Aunque los gitanos se consideran libres, de hecho están atrapados por sus propias costumbres. La ignorancia, el trato que dan a las mujeres, el orgullo en el robo, generalmente a expensa de los payos que menos tienen, los tabúes de limpieza... finalmente ya no pude aceptar esas cosas sin ponerlas en tela de juicio.

-Sin embargo has habilitado un campamento para gitanos en Aberdare.

-Por supuesto, son mi gente. Cualquier campamento gitano puede estar todo el tiempo que quiera. A cambio, les pido que no molesten a la gente del valle.

-Ah, así que a eso se debe entonces que desde hace unos años no ha habido ningún problema con los gitanos. -Lo miró pensativa-. Cuando era niña, recuerdo que mi madre me hacía entrar en casa y trancaba la puerta siempre que llegaban gitanos al pueblo. Decía que eran ladrones y paganos, y que robaban niños. El se echó a reír.

-Las dos primeras cosas pueden ser ciertas, pero los gitanos no necesitan robar niños, los tienen en abundancia.

-Yo solía soñar que me robaban los gitanos -contó ella-. Se me ocurría que debía de ser agradable ser tan deseada.

Juan Pedro captó lo que revelaba ese comentario.


Epaa! Q declaracion tan profundaa para hacerlee a un hombre q arde en deseoss! Qqsiguee!? Q opinan?

"Deliciosamente vulnerable" cap 53

Lo más difícil de aquel fin de semana fue separarse cada vez que Mariana tenía que salir del hotel para “ir a trabajar”. Entraba entonces por la puerta principal de la fábrica y volvía a salir por la lateral, rumbo a su esposo y al placer. Luego, cuando el sol caía, hacía el camino inverso, saliendo de la puerta principal y tomando un taxi hacia el

hotel y su marido. Así lo hizo el viernes y el sábado.

Pero el domingo...Tocaba la hora de separarse de verdad. Hasta tanto encontraran una solución o una forma de burlar a su padre, debían estar alejados uno del otro. De no ser así, y de descubrirse la verdad de lo que habían hecho, la furia del Dr. Lanzani podía ser terrible. Pedro lo sabía por experiencia. Antes que ella saliera de aquel cuarto en que se había convertido en mujer, él le dio un teléfono satelital, difícil de rastrear. A través de él podrían comunicarse sin correr riesgos innecesarios.

Cuando salió por última vez de aquella fábrica de la que sólo conocía los pasillos, Mariana fue directo a la Iglesia para escuchar la Misa dominical. Tenía muchas cosas por las cuales estar agradecida. A la distancia, sin que se diera cuenta ni ella ni su custodia, Pedro la observaba. Él también había sentido la necesidad de estar allí. Porque, fuera a Dios, o a alguna fuerza de la naturaleza, él también tenía que elevar una oración por su felicidad.


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Durante los cincuenta kilómetros que la separaban de Buenos Aires, Mariana no pudo descansar. Tenía una inmensa necesidad de estrechar a su bebé entre los brazos. De comunicarle con sus besos todo lo que le había pasado: que tenía un papá, que había comenzado a formar parte de una verdadera familia...

Cuando llegó al departamento de Agustina, se sorprendió al notar que era Ricardo quien sostenía a Fer....Y parecía disfrutarlo. ¿También habría cambiado algo en esa casa durante el fin de semana?

Al sentir su voz, Agustina corrió a abrazarla. No necesitaban decirse nada. Ella sabía leer sus silencios. Luego, entre risas, le reprochó:

—¿Viste? Yo tenía razón...Siempre hay que llevar buena ropa interior cuando uno sale de casa... Nunca se sabe lo que puede pasar.

Cuando se despidieron, Mariana volvió a la pensión con su bebé. Ni bien llegó a su cuarto, el celular de su bolsillo sonó....Pedro insistió en que no cortara mientras alimentaba y acostaba a Fer. Luego tampoco quiso que lo hiciera mientras se desvestía para descansar.... Él le iba hablando despacio, recorriéndola con sus palabras, envolviéndola en su pasión, acariciándola con su deseo. Y no paró de hablarle hasta que los dos esposos se saciaron de placer.


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Cuando aquella mañana Rodríguez Melgarejo vio llegara Pedro, sonrió complacido. Ver la felicidad en él lo transportaba al recuerdo de la suya propia.

Fue a su encuentro y se abrazaron en silencio. Y es que aquellos hombres no eran buenos para hablar de cosas del corazón.

—¡Viste! Todo salió bien... Yo te dije: mi amigo Tommy es experto en trampas... Tiene todo el procedimiento muy afilado... Su mujer es muy celosa.

—Y él, muy estúpido.

—¿Te das cuenta? ¡Claro que sí!

Los dos rieron por la estupidez de aquel Tommy, y lo útil que había resultado.

—Decime... ¿averiguaste con qué la estaba apurando tu padre a Mariana?

—¡Ah! ¡El secreto de mi mujer! —respondió Pedro con algo de contenido orgullo—. Viste que uno siempre se lleva sorpresas en la noche de bodas... ¡Y vaya si yo me llevé una! Y es que mi mujer era... —bajó la voz—, virgen todavía.

—¡¿Virgen?!

— Sí!... Mirá que si ella se entera que te lo conté...

—¿Pero el hijo?

—Y, ¿viste?, ella tiene todo ese asunto de Dios. La madre de Fer quería abortarlo, y Mariana lo anotó a su nombre. Si te lo digo así parece re- loco, pero si la conocés a ella... ¿Te dás cuenta? Cuando sentía toda su timidez, era así nomás. No se estaba haciendo...

Por un momento sus recuerdos más dulces volvieron a poseerlo, y se hundió en el silencio. Rodríguez Melgarejo lo notó, y sintió alegría, pero también algo de envidia, por ese amor. Luego, Pedro siguió hablando, casi como con sigo mismo.

—¡Y su cuerpo!.. Soy un pelotudo, ¿sabés?... Nunca me había dado cuenta... ¡Si ni siquiera la había visto en malla!... ¡Increíble!... Es la mujer más espectacular...

Y volvió a callarse.

Su amigo lo miró, sin poder evitar una sonrisa. ¡Pedro estaba hecho todo un idiota! No iba a tener más remedio que hacerse cargo también de su trabajo, al menos por aquel día . ¡No había nada que hacer! Para eso se había creado la “luna de miel”. Claro, ahora sólo se consideraban vacaciones corrientes... ¡Lástima por los demás! No sabían lo que se estaban perdiendo.

jueves, 13 de mayo de 2010

"Tormenta de pasiones" cap 12 por MarianTosh!~

Mariana ahogó una exclamación ante la seductora presión de su boca. Se había creído preparada, pero descubrió que no tenía ninguna defensa contra esa inesperada caricia. Ardientes sensaciones le corrieron hacia abajo, debilitándola y haciéndole palpitar lugares secretos y vergonzosos.

-Tienes la piel preciosa -susurró él recorriéndole con los labios la sensible zona entre el cuello y el hombro-. Seda céltica, suave y seductora.

Ella pensó que debía hacer algo, pero no sabía qué. Titubeante, le colocó las manos en la cintura, palpando los tensos músculos bajo la fina batista de la camisa.

El le echó el aliento cálido y cosquilleante en la oreja y después le mordió suavemente el lóbulo, sus dientes en erótico contraste con la suavidad de sus labios. Ella le recorrió el tórax con inquietos dedos.

Cuando él comenzó a sobarle los hombros y los brazos, ella cerró los ojos y se dejó llevar, como flotando en un mar sensual, moviendo las manos por su cuerpo como un gatito mamando. Sobre los hombros le cayeron mechones de pelo suelto, que le rozaron la sensibilizada piel con ligereza de plumas. Se sintió como si estuviera hecha de cera que podía modelarse al antojo de él.

Sintió un suave tirón en la nuca y luego la mano de él bajó entre los omóplatos. Como si le hubiera caído un chorro de agua fría, ella comprendió que le había desabotonado el botón superior del vestido. Cuando sintió que él comenzaba a desabotonar el siguiente, se giró, apartándose.

-¿No hay límite de tiempo para el beso? -preguntó con afectada serenidad-. Ciertamente éste tiene que acabar.

Él no hizo ningún ademán de retenerla. Tal vez tenía más acelerada la respiración, pero por lo demás no parecía afectado por el abrazo.

-Un beso no tiene duración establecida -contestó dulcemente-. Acaba cuando uno de los participantes decide que acabe.

-Muy bien. El beso de hoy ha acabado.

Levantó los brazos y se abotonó el primer botón con manos temblorosas.

-¿Fue tan mala la experiencia? Me parece que no te ha disgustado.

Ella habría preferido no contestar a esa pregunta, pero su sinceridad la obligó a decir:

-Eh... no me disgustó.

-¿Sigues temiéndome?

Le acarició el cabello caído con la delicadeza de una mariposa. Ella cerró los ojos un momento y luego los abrió y lo miró francamente:

-Aristófanes dijo que los niños tiran piedras a las ranas en broma, pero que las ranas mueren en serio. Tú vas a romper mi vida en pedazos y después vas a continuar con tu vida sin volver a pensar en ello. Sí, milord, me aterras.

Él se quedó muy quieto.

-Sólo las cosas que son rígidas se rompen. Tal vez es necesario que tu vida se rompa en pedazos.

-Eso suena muy profundo -dijo ella con una media sonrisa-. Tu vida se destrozó hace cuatro años. ¿Estás mejor o eres más feliz por eso?

La expresión de él se endureció.

-Es hora de retirarnos. Mañana iré a Swansea, de modo que nos veremos en la cena.

Cogió el polvoriento cobertor de terciopelo y lo extendió sobre la mesa.

Mariana cogió el candelabro de encima de un armario y salió de la sala presurosamente. No se detuvo hasta llegar a su dormitorio. Una vez allí, cerró la puerta con llave y se dejó caer en un sillón con las manos apretadas sobre las sienes.

Había transcurrido un día, y un beso. ¿Cómo demonios iba a sobrevivir los otros noventa?

No sólo había disfrutado del abrazo de un hombre que no era su marido y cuyas intenciones eran estrictamente deshonrosas sino que no lograba suprimir el deseo del abrazo del día siguiente. Por el bien de su alma debería marcharse inmediatamente de Aberdare. El pueblo podría cuidar de sí mismo. Nadie le había pedido que se sacrificara por Penreith; había sido su peculiar concepto del deber.

La idea de marcharse le enfrió los pensamientos caldeados. El conde estaba dispuesto a hacer cosas que beneficiarían a cientos de personas, y sería una locura abandonarlo todo simplemente por un ataque de nervios de solterona. Era exagerada su reacción a lo que había sido una perturbadora nueva experiencia; al día siguiente sería menos vulnerable a sus tretas.
Una vez puesto el camisón de franela y recogido el pelo en una larga trenza, se metió en la cama y se ordenó dormir. Necesitaría de todas sus fuerzas para resistir al conde Demonio.



Juan Pedro estaba delante del hogar contemplando las últimas brasas moribundas con mirada ociosa. Sentía la casa menos triste con la presencia de Mariana, pero ella tenía un efecto perturbador en él. Tal vez se debía a que él no estaba acostumbrado a la inocencia. Esa mezcla de inexperiencia y ojo práctico de Mariana le resultaba particularmente entrañable. Y por un momento, antes que se apoderara de ella el sentido común, se había rendido a su caricia, tan flexible como un sauce calentado por el sol.

Deseaba ser él quien le enseñara que el deseo no es pecado. Y, maldita sea, deseaba hacerlo esa misma noche.

Maldiciendo el trato que le impedía hacer más intentos por seducirla hasta el día siguiente, tamborileó nerviosamente sobre la repisa. El recuerdo de los ojos muy abiertos de Mariana y de su sedosa piel le iban a hacer muy difícil conciliar el sueño.

De pronto echó atrás la cabeza y soltó una carcajada. Podía sentirse frustrado, pero también más vivo de lo que se había sentido desde hacía mucho tiempo. Y todo el mérito debía atribuirlo a su mozuela metodista.



Mariana abrió silenciosamente la puerta de la escuela y entró por la parte de atrás de la sencilla sala encalada. La mayoría de los alumnos trabajaba individualmente mientras Marged daba una lección de aritmética a los niños más pequeños.

Las cabezas se volvieron al sentirla entrar, y se oyeron susurros y risas. Marged también alzó la vista. Sonriendo, se rindió airosamente a lo inevitable.

-Es la hora de almorzar. Saludad a la señorita Esposito y después fuera todos.

Felices, los niños rodearon a Mariana como espuma del mar, como si hubieran sido meses de ausencia y no sólo un día y medio. Después de corresponder a los saludos y hacer los comentarios de rigor («Así que has aprendido a restar, lanto, ¡qué bien!»), se acercó a abrazar a Marged.

-¿Cómo te ha ido?

Riendo, su amiga se sentó en el borde del destartalado escritorio.

-Ayer creí que no iba a sobrevivir. Si hubieras estado aquí te habría suplicado de rodillas que retomaras las clases. Pero hoy todo está yendo más sobre ruedas. En otros quince días creo que ya lo habré superado.

-Empezó a juguetear con un mechón de pelo rubio mientras buscaba las palabras para explicarse-: Es un trabajo difícil, pero es tan gratificante cuando explico algo y veo que se ilumina de entendimiento la cara del niño. No sé explicar esa sensación. Tú ya sabes cómo es -añadió riendo.

Con una pequeña punzada, Mariana cayó en la cuenta de que, si bien era ferviente partidaria de la educación, hacía años que no experimentaba un placer así... Con frecuencia se sentía interiormente aburrida con los ejercicios y la constante repetición. Tal vez por eso le agradaba el desafío de tratar con Juan Pedro; era un placer desafiar en ingenio a un adulto astuto e imprevisible cuya inteligencia igualaba la suya. Con una vaga sensación de culpabilidad por lo que estaba pensando, dijo:

-Lord Aberdare quiere bajar a la mina a ver en qué condiciones está, y prefiere que no sea George Madoc el que lo guíe. ¿Estaría dispuesto Owen a acompañarlo?
Marged se mordió el labio.

-Si se entera Madoc, Owen podría tener problemas.

-Lo sé -reconoció Mariana-, pero si ocurriera lo peor y lo despidiera, estoy segura de que su señoría le encontraría otro trabajo. No se lo digas a nadie todavía, aparte de Owen, pero Aberdare está dispuesto a reabrir y ampliar la cantera de pizarra.

-¡O sea que lo has conseguido! Mariana, eso es fabuloso.

-Es un poco pronto para cantar victoria, pero hasta el momento la cosa va bien. También está dispuesto a hablar con lord Michael Kenyon sobre la mina, pero creo que quiere ver personalmente los problemas antes que fiarse de la palabra de una mujer.

-Irá bien que entre él mismo en la mina; nadie que no haya estado ahí puede entenderlo realmente. -Pensó un momento-. Madoc siempre hace un descanso de dos horas, a mediodía, para ir a comer a su casa, así que mañana puede ser un día tan bueno como cualquier otro para llevar a la mina a su señoría. Hablaré con Owen cuando llegue a casa esta noche. Si hay algún problema te enviaré recado a Aberdare. Si no te llega ningún mensaje en contra, llévalo allí poco después de mediodía. -Posó sus brillantes ojos en Mariana-. ¿Y cómo te ha ido a ti con el conde Demonio?

-Bastante bien. No le agradó mucho que yo decidiera aceptar su desafío, pero ha asumido mi presencia con buen talante.

-¿Qué tipo de trabajo vas a hacer ahí?

-Parece que sólo voy a ser una especie de ama de llaves. Me ha dado permiso para contratar personal y limpiar y redecorar la casa para hacerla más habitable.

-¿Qué piensa Willie de todo esto?

-Hablé con él esta mañana antes de venir a Penreith, y está encantado. Le ha sido difícil cuidar de esa enorme casa con sólo dos criadas. He pasado la mañana en el pueblo buscando gente para trabajo temporal, con la posibilidad de empleo permanente si el conde decide conservar abierta la casa.

-Seguro que no te ha costado nada encontrar personas bien dispuestas.

-No sólo cada persona aceptó sino que todos fueron a Aberdare tan pronto acabamos de hablar. Rhys Willie ya debe tener al menos doce personas fregando y quitando el polvo, y la señora Howeil debe de estar ocupadísima en la cocina. Puede que la casa necesite redecoración, pero muy pronto estará limpia.

-¿Ha hecho algo lord Aberdare que confirme su fama de libertino?
Mariana dio un respingo imperceptible.

-A mí me parece más solitario que libertino. Tal vez todavía sufre la muerte de su esposa. Parece que le agrada tenerme de acompañante.

-Eso parece más interesante que llevar la casa.

-Ah, casi se me olvidaba. Conocí los famosos «animales raros». Son pingüinos, animalitos de lo más fascinante. Lord Aberdare dice que los niños podrían ir a verlos.

-¡Fantástico! Tal vez dentro de unas semanas, cuando haya mejorado el tiempo, podríamos hacer un picnic escolar. Conseguiremos un par de carretas.

De ahí pasaron al tema de la escuela. Después de contestar todas las preguntas de Marged, Mariana se despidió y regresó a Aberdare.

Entrar en el vestíbulo fue como caer en un torbellino. El vestíbulo y el salón contiguo estaban llenos de gente trabajando, y como todos eran galeses, cantaban a la vez que trabajaban con pericia y entusiasmo. Los cánticos daban un aire festivo a la actividad, y Mariana tuvo una breve visión de cómo podría ser una Aberdare alegre.

Cuando estaba mirando alrededor, medio aturdida, Rhys Willie dejó de sacar brillo al metal de una lámpara y se acercó a saludarla. Ella jamás había visto tan animada su larga cara.

-La casa está recobrando la vida -dijo él orgulloso-. Decidí seguir su consejo y concentrar el trabajo en el vestíbulo y el salón, ya que eso causará mayor impresión en el conde.

-Ya me causa impresión a mí. -Mariana movió la cabeza, incrédula, cuando entró en el salón-. Ha sido un acierto quitar los muebles y adornos más feos. -Habían quitado tantos que quedaban huecos que sería necesario llenar-. Su señoría dijo que hay muebles guardados en las buhardillas. ¿Hay algo apropiado para el salón?

-Hay algunos muebles hermosos. La llevaré a verlos.

El mayordomo colgó el trapo con que estaba limpiando el pomo de una puerta, llevó el sombrero y el chal de Mariana a su sitio y después la condujo escalera arriba.

-Durante estos años, cuando la casa estaba tan horriblemente muerta, a veces solía pensar qué haría yo con la casa si fuera mía. Las vistas y proporciones de las habitaciones son bellas, y con un poco de esfuerzo Aberdare podría ser magnífica. Pero no podía hacer nada sin las órdenes de su señoría.

Se detuvieron a encender lámparas y comenzaron a subir el último y estrecho tramo hacia las buhardillas.

-Puesto que el conde ha dado su permiso para hacer cambios, dígame sus ideas. Tal vez podamos hacerlas realidad.

Willie la guió entre formas oscuras hasta una buhardilla pequeña.

-Yo devolvería estos muebles al salón, donde estaban antes. Los muebles son viejos, de mediados del siglo pasado, pero están muy bien hechos y los diseños tienen una elegancia natural. -Quitó el cobertor de un sofá pequeño-: Desterrado por los caprichos de la moda. Lady Tregar fue la que instaló los sofás con patas de cocodrilo. -Arrugó la nariz-. Clara prueba de que la buena crianza y el buen gusto no van necesariamente juntos.

Mariana sonrió. Tenía lo mejor de ambos mundos. Willie no sólo estaba dispuesto a aceptar sus órdenes sino que al mismo tiempo la trataba con la franqueza de un paisano suyo de Penreith. Sabiendo que no debía chismorrear, pero incapaz de resistir la tentación de saber más, le preguntó:

-¿Cómo era lady Tregar?

-En realidad no lo sé, señorita Esposito -dijo él con rostro impasible-. En ese tiempo yo era el segundo mayordomo y muy rara vez veía a su señoría. Era muy hermosa, por supuesto. -Tras un breve silencio añadió-: ¿Quiere ver su retrato?

-Claro que sí. No sabía que hubiera uno.

-El anciano conde lo encargó para la boda de su nieto.

Willie la condujo hasta otra buhardilla más pequeña. A lo largo de una pared había unas barras de madera con ranuras entre las cuales colgaban rectángulos de tela a modo de cortinas.

-Hice construir esto al carpintero para conservar adecuadamente los cuadros.

Quitó una tela y levantó la lámpara para alumbrarlo. Era un soberbio retrato de una joven ataviada con una túnica de ninfa griega. Estaba de pie en medio de una pradera cubierta de flores. El viento le levantaba los cabellos rubios y le ceñía la túnica a su exuberante figura.
Mariana examinó atentamente el rostro perfecto, los fríos ojos verdes y la tenue sonrisa que insinuaba misterios ocultos. Ésa era la mujer que se había casado con Juan Pedro y compartido su cama, y que le acosaba con sueños de aflicción y culpabilidad.

-Una vez vi a lady Tregar desde lejos -comentó-. Era mucho más hermosa de lo que yo había imaginado.

-Jamás he visto a nadie que se le compare -dijo Willie.

-¿Y por qué está guardado aquí este retrato y no expuesto abajo?

-Creo que la condesa viuda lo hizo traer aquí antes de cerrar la casa y trasladarse a Londres.


Muchas mujeres rondan el pasado no? Buenoo ya veremoss q pasooo, como, cuando y xq …. El próximo capituloo larguitooo larguitoooo

"Deliciosamente vulnerable" cap 52

Cuando Pedro se recostó a su lado, todo el rubor y la vergüenza acudieron en tropel hasta la muchacha.

Instintivamente se tapó, tratando de acomodarse, pero sintió, con horror, que algo fluía entre sus piernas.

—¿Qué es esto? —preguntó asustada.

—No sé... Creo que es algo que les pasa a las mujeres cuando son vírgenes.

—No seas tonto, ya sé... ¡Pero manché las sábanas! ¡Que vergüenza!... ¿Y ahora cómo...?

—Shh... —trató de calmarla él, divertido.

Volvió a mirar a su esposa. Estaba radiante, con las mejillas sonrosadas y el cabello alborotado, pero asustada y confundida.

—Yo me encargo. No te preocupes. Vos andá al baño de tu cuarto y duchate.

La vio retirarse con placer. Todavía estaba excitado. Muy excitado....

Se duchó para calmarse, y luego de cerrar la puerta de comunicación entre las habitaciones, lavó la mancha con agua mineral, e hizo que la mucama cambiara las sábanas.

Cuando todo terminó, fue de nuevo en busca de su esposa. Escuchó el ruido de la ducha, y entró silenciosamente al baño.

Ella estaba de espaldas, con toda el agua cayendo sobre aquellas curvas perfectas que apenas se entreveían a través de la cortina. Mariana estaba intentando entender la locura que se había adueñado de su cuerpo. Todo el desenfreno y el placer que aún la dejaban palpitante. Apenas se estaba dejando llevar por el agua que caía sobre su piel, cuando comenzó a girar con lentitud. Abrió los ojos, y lo vio a él, su marido, sentado, contemplándola. Y todo el pudor y la vergüenza se apoderaron de ella otra vez. No estaba lista todavía para eso...¿O sí?

—¡Pedro! ¡Qué hacés ahí! —exclamó, a la par que se tapaba con la cortina—. Alcanzame la toalla, por favor.

Pedro sonrió mientras lo hacía. Intentó acariciarla, pero ella lo alejó. Y eso hizo que la deseara más. Lo echó del baño, sin darse cuenta que él se llevaba su ropa. Así que se sentó pacientemente a esperarla, como lo había hecho siempre. Y cuando Mariana apareció en el cuarto, cubierta sólo por una toalla mínima para tapar su exuberante desnudez, él supo que la amaba.

—Quedate ahí, por favor —dijo él, mientras se extasiaba en contemplarla a la distancia. Luego se acercó y la besó con pasión.

—Quiero verte —suplicó Pedro, mientras se alejaba para volver a sentarse en la cama.

—No... —respondió ella con timidez, excitándose a pesar de su rubor.

—¿No? — preguntó él con suavidad, acercándose una vez más para tomar la punta de la toalla entre sus manos.

Y entonces volvió a sentarse, y ella fue dejando caer con lentitud la tela rugosa que la cubría

Era perfecta. Absolutamente perfecta. La mujer más hermosa que Pedro había visto en toda su vida...Su mujer. Vió sus pechos generosos, turgentes, naturales, con los pezones surgiendo de ellos como un milagro. Vió su vientre chato, las curvas de su cintura. La belleza de su pubis, densamente poblado por un bello castaño intacto, como lo debían tener las mujeres en el paraíso. Vió sus piernas bien torneadas. Sus pies chicos y delicados.

Y luego volvió a mirarla. Y vio que el rubor surcaba sus mejillas. Pero también notó en su rostro el brillo que acababa de conocer. Y supo que estaba de nuevo excitada y lista. Y entonces se acercó a ella y comenzó a recorrerla con sus manos fuertes, con su cuerpo, con sus labios. Y tocándola como si fuera un delicado instrumento musical, pudo arrancar de su boca gemidos de placer. Y la vio llegar al éxtasis sin haberla poseído con el cuerpo, pero si con el alma.

Entonces sintió su propio cuerpo reclamar. Y volvió a tensarla. Volvió a prepararla, y cuando la supo lista la penetró y se abandonó en ella. Y logró una extraña sincronía en dos amantes: ambos llegaron juntos al éxtasis, perdido cada uno en el placer del otro.

Cuando Mariana se retiró, aún conmovida, para cambiarse, él permaneció acostado, observándola. Todavía estaba excitado. Pero de una forma distinta y maravillosa.

Recordó toda aquella perorata de Ayelén sobre el sexo tántrico. Sobre un placer que duraba más allá del orgasmo, y que a él le había parecido imposible. Y que ahora, sin lecciones complicadas ni búsquedas afanosas, sentía recorrer todo su cuerpo.

Cuando Mariana volvió del baño, intentaron vanamente acallar la piel. Pero era tal el abandono de ambos, esa sensación deliciosa de descubrimiento mutuo, que no pudieron lograrlo, y siguieron haciendo el amor por el resto de la noche y el día siguiente. A veces, incluso, no necesitaban tocarse para lograrlo. Bastaba sólo una palabra, o la imperiosa necesidad de complacer al otro.

Pedro, aquel hombre que había crecido siendo egoísta, y que no había intentado nunca satisfacer a una mujer, aprendió de su esposa que sólo concentrándose en el placer de ella lograba el verdadero éxtasis.

Mariana, que había sabido guardarse a pesar de las urgencias de su cuerpo, aprendió de su marido una forma distinta de celebrar el amor de Dios. Y supo que, a pesar de la cárcel que pendía sobre su cabeza, había alcanzado finalmente la libertad.


mmmm a ver... falta poquitos capitulos pero no me pregunten cuantos porq no se, son poquitiños!!! jaja

PERDON PERDON PERDON PERDON POR NO SUBIR AYER es q no se q le pasa a esta compu de morondanga besitos

martes, 11 de mayo de 2010

"Tormenta de pasiones" cap 11 por MarianTosh!~

La difunta vizcondesa Caroline Tregar, hija de conde, había aportado título y fortuna a su matrimonio. Durante los meses pasados en Aberdare rara vez visitó el pueblo, pero Mariana la había visto cabalgando. Era alta, elegante y gloriosamente rubia, tan hermosa que verla era detenerse a contemplarla. No era extraño saber que Juan Pedro todavía se doliera de su pérdida, y su aflicción debía de ser aún mayor al estar combinada con el sentimiento de culpa por el papel que le cupiera en su prematura muerte.

Nuevamente Mariana se preguntó qué habría ocurrido realmente esa fatídica noche cuando murieron el viejo conde y lady Tregar. Le resultaba difícil creer que Juan Pedro hubiera estado tan loco de deseo que se hubiera acostado con la esposa de su abuelo desafiando toda decencia. La segunda condesa, Emily, era sólo unos pocos años mayor que el nieto de su marido, pero aunque era atractiva, nadie la habría mirado dos veces estando presente Caroline en la misma sala.

A no ser que... a no ser que Juan Pedro hubiera odiado tanto a su abuelo que hubiera deseado herirlo de la manera más cruel.

La idea de que Juan Pedro pudiera haber seducido a la condesa por ese motivo tan horrible le revolvió el estómago. Por su mente pasaron una serie de imágenes: Juan Pedro y la esposa de su abuelo sorprendidos en flagrante delito; el viejo conde desplomado en el suelo con un fatal ataque de corazón; la aparición de Caroline atraída por la conmoción y después saliendo histérica de la casa sólo para morir en su huida del monstruo con que se había casado.

Si eso había sucedido, entonces Juan Pedro era moralmente responsable de las muertes de su esposa y de su abuelo, aunque no los hubiera matado con sus manos. Sin embargo, no lograba creer que se hubiera comportado de forma tan despreciable. Aunque podría ser alocado, ella no había visto ninguna maldad en él.

Pero, continuó pensando, sí era posible creer que hubiera actuado por impulso más que por crueldad calculada. Si sin intención había precipitado el desastre, tendría mucho motivo para sentirse culpable.

Asqueada, hizo a un lado el plato.

-Sí, estoy de acuerdo -le dijo Juan Pedro sin imaginarse sus horripilantes pensamientos-. Ésta no es una comida para saborear lentamente.

Mariana se sintió desorientada; era imposible reconciliar sus imágenes de pesadilla con el hombre encantador y travieso que estaba sentado frente a ella. Vio claramente que si quería soportar tres meses en su compañía, debía quitarse de la cabeza las especulaciones sobre su pasado. Si no, se volvería loca. Juan Pedro ya la estaba mirando ceñudo, preocupado, preguntándose qué le pasaba.

-¿Me retiro ahora para dejarte con tu oporto? -le preguntó con la voz más serena que logró sacar.

A él se le alegró la expresión.

-Me saltaré el oporto. Te encuentro mucho más interesante a tí, tal como debe ser una amante.

-No me siento muy interesante en este momento. -Se levantó-. ¿Puedo irme a mi habitación o forma parte del trato que te acompañe toda la velada?

-No creo que sea justo obligarte a soportarme todo el tiempo -dijo él también levantándose-, pero sí me gustaría si te quedas de buena gana. Todavía es temprano.

Ella detectó una ligera nota de tristeza en la voz. Tal vez se sentía solo. Eso no debería extrañarle, ya que él no tenía amigos ni familiares en Aberdare, pero no se le había ocurrido pensar que él pudiera sufrir de aflicciones corrientes como la soledad.

La simpatía pudo más que su necesidad de soledad.

-¿Cómo se entretiene la gente bien por la noche? -Al ver aparecer en sus ojos un conocido destello, se apresuró a decir-. No, no haré lo que estás pensando.

-No sólo inteligente sino que me lees la mente -rió él-. Puesto que rechazas mi primera proposición, juguemos al billar.

-¿No conoces ninguna actividad respetable? -preguntó ella-. Leer en la biblioteca sería una agradable manera de pasar la velada.

-En otra ocasión. No te preocupes, no hay nada inmoral en el billar. El único motivo de que la gente decente condene ese juego es el riesgo de caer en malas compañías. -Su boca se curvó en una sonrisa-. Puesto que ya estás conmigo, no veo cómo puede empeorar tu situación jugar al billar.

Ella se sorprendió riendo mientras él cogía un candelabro y la guiaba fuera del comedor. La ironía de su situación era que el verdadero peligro no era la mala compañía sino la risa. Le resultaría difícil renunciar a ella cuando llegara el momento de marcharse de Aberdare.

La sala de billar estaba en un extremo de la casa. Mientras Mariana encendía las velas de la lámpara que colgaba del medio del techo, Juan Pedro encendió fuego con carbón en el hogar para aliviar el frío dé esa húmeda noche de primavera y después quitó la cubierta de terciopelo que protegía la mesa. Voló polvo en todas direcciones y Mariana estornudó.

-Lo siento. -Dobló la cubierta y la dejó en un rincón-. Otro defecto de limpieza.

-Estoy empezando a pensar que mi papel de ama de llaves no me va a dejar tiempo para ser una amante.

-Puedo prescindir de la limpieza -se apresuró a contestar él.

Ella esbozó la involuntaria sonrisa, reprimida al instante, que tanto fascinaba a Juan Pedro.

Lograr sacarle esa sonrisa era como tratar de invitar a comer en su mano a un tímido potrillo; la paciencia era la clave.

Sacó un juego de bolas de marfil del armario para el equipo y las colocó sobre el tapete de la mesa.

-¿Prefieres usar una maza o un taco?

-¿Cuál es la diferencia?

Él le pasó la maza, que era un palo con un extremo ancho y plano.

-Ésta es la manera antigua de jugar al billar. Se golpea la bola, como en el juego de tejo. Cuando se juega con la maza el jugador no tiene que inclinarse.

Puso la maza contra la bola y la golpeó; la bola fue a caer en la tronera de la esquina.

-¿Y el taco?

Él se quitó la chaqueta para tener más libertad de movimiento, se agachó, colocó el taco frente a una bola y golpeó. La bola golpeó una roja y la hizo caer dentro de una tronera, y después golpeó una segunda bola que también fue a parar a la tronera.

-El taco ofrece más flexibilidad y control. Pero imagino que tú preferirás la maza; es más moral.

Mariana arqueó las cejas.

-¿Cómo puede ser más moral un trozo de madera que otro?

-La maza le ahorra a la dama tener que inclinarse y exponer los tobillos a las miradas de los depravados-explicó él.

A ella le temblaron los labios y los apretó firmemente.

-¿Por qué no te sueltas y te das permiso para sonreír?-le dijo él, divenido-. Debe de ser un tremendo esfuerzo para ti mantener la cara seria cuando estás conmigo.

La seria y piadosa maestrita de escuela emitió una risita. Él no lo habría creído si no lo hubiera oído.

-Tienes razón -dijo ella con tono pesaroso-. No tienes ni una sola fibra seria, y me resulta muy difícil mantener mi dignidad. Pero perseveraré. -Levantó la maza con una mano y el taco con la otra-. No importa cuál use, porque sospecho que he caído en las redes de un experto en billar.

Él hizo rodar una bola roja por el tapete verde hacia una tronera. A mitad de camino la bola se desvió a la derecha.

-Esta mesa está tan combada que la habilidad aquí no cuenta mucho. No veo la hora de que la superficie sea de pizarra.

-¿Cuáles son las reglas?

-Hay muchos juegos diferentes, y los jugadores pueden inventar otros a placer. Vamos a comenzar con uno sencillo. -Señaló la mesa-: He colocado seis bolas rojas, seis azules y una blanca. Ésta es la que se golpea con el taco, para que golpee a las otras y las haga caer en las troneras, pero no tiene que caer ella. Cada uno elige un color. Si eliges las rojas, ganas un punto por cada una que derribes, y pierdes un punto si golpeas una azul. Continúas jugando hasta que yerres un tiro.

Mariana dejó la maza y rodeó la mesa. Allí se inclinó y probó a golpear una bola con el taco, pero la dura punta de madera no dio en el centro de la bola y ésta rodó lentamente hacia un lado.

-Es más difícil de lo que parece -comentó ceñuda.

-Todo es más difícil de lo que parece. Ésa es la primera ley de la vida. -Se colocó al lado de ella-. Déjame que te haga una demostración. Prometo no mirarte los tobillos.

-Mentiroso -dijo ella con una leve sonrisa. -Desconfiada. -Cogió su taco y procedió a explicarle paso a paso la manera de golpear-. Apoyas tu peso en el pie derecho y te inclinas por las caderas. Los dedos de la mano izquierda sostienen el taco. Mira a lo largo del palo y trata de golpear la bola justo en el centro.

-Hizo la demostración.

Cuando ella se inclinó para intentarlo, él se echó hacia atrás, cruzó los brazos sobre el pecho y descaradamente le miró los tobillos. Ella fingió no darse cuenta.

Sí que valía la pena mirarle los tobillos a Mariana, como todo el resto de ella. No tenía el tipo de figura espectacular que atrae la atención masculina desde el otro extremo de una sala llena de gente, y su ropa estaba diseñada más para ocultarla que para realzarla. Pero tenía buen tipo y, cuando se relajaba, se movía con una interesante gracia natural. Juan Pedro no veía las horas de comprobar cómo se vería con ropas más favorecedoras. Aún más, le gustaría verla sin nada de ropa.

Una vez Mariana aprendió los elementos básicos del juego, comenzaron uno. Juan Pedro se impuso una dificultad adicional: sus tiros no puntuarían si la bola no golpeaba dos bandas antes de caer en la tronera. Ese obstáculo, más las irregularidades de la superficie de la mesa, evitarían la desigualdad entre ellos.

A Juan Pedro le encantó ver que su seria maestra de escuela jugaba como una niña entusiasmada, fastidiándose cuando erraba un tiro y rebosando de satisfacción cuando acertaba. Se preguntó con qué frecuencia se permitiría hacer algo estrictamente por placer. Muy rara vez, supuso; probablemente se había pasado haciendo trabajos arduos y buenas obras desde que era bebé.

Pero era evidente que estaba disfrutando del juego. Ya había metido dos bolas rojas seguidas y en ese momento estaba inclinada sobre la mesa preparando un tercer tiro. Se le habían soltado varias guedejas de cabello que se le enroscaban seductoramente alrededor de la cara. Su postura realzaba también la deliciosa curva de su trasero. Sintió una fuerte tentación de acariciárselo. A su pesar reprimió el impulso para no estropear la armonía. Cuando Mariana llevaba escondidas las espinas era una acompañante excelente, inteligente, de ingenio agudo, con una comprensión de la naturaleza humana que compensaba su falta de experiencia mundana.

Ella golpeó pero no le dio a la bola en el centro y ésta rodó hacia un lado.

-¡Maldición! ¡Otro tiro malo!

El sonrió. Si bien se podía decir que el billar no era inmoral, no se podía negar que hablar de bolas, palos, tiros y troneras era agradablemente insinuante para las mentes lascivas, como la suya. Afortunadamente, en su inocencia. Mariana no se daba cuenta de la obscenidad latente en ese lenguaje.

-Ésa es una palabra fuerte -le dijo con fingida desaprobación-. A lo mejor la exposición al billar sí debilita la fibra moral.

Ella se llevó la mano a la boca para ocultar una sonrisa.

-Me temo que la culpa la tiene la mala compañía, no el juego.

El le dirigió una admirativa mirada y después se inclinó sobre la mesa para preparar su tiro. Se movía con indolente elegancia y la camisa blanca resaltaba la anchura de sus hombros y la estrechez de su cintura. Mala compañía, sí; moreno y diabólicamente apuesto, era el sueño de toda chica romántica y la pesadilla de todo padre protector. Mariana se obligó a desviar la vista de su compañero de juego.

Finalmente, él consiguió meter las últimas cuatro bolas con que finalizaba ese juego.

-Es una suerte que no haya apostado dinero -comentó ella-. Porque ahora me tendrías pidiendo limosna.

-Para ser una principiante -dijo él, generoso en su victoria-, lo has hecho muy bien. Mariana. Con cada juego has reducido las diferencias. Con la práctica te podrías convertir en una experta en billar.

Ella se sintió absurdamente complacida por el elogio, aun cuando fuera de tipo deshonroso.

-¿Jugamos otro? -propuso. El reloj de la repisa del hogar comenzó a dar la hora-. ¡Las once ya!

El día ya estaba casi acabado y había llegado el momento de la verdad. Inmediatamente se le evaporó el ánimo relajado. Con la vana esperanza de que él hubiera olvidado que tenía derecho a un beso, dijo:

-Es hora de retirarme. Mañana tengo muchísimo que hacer, ir a Penreith a buscar una cocinera, arreglar lo de tu visita a la mina, ver cómo le va a mi amiga Marged en la escuela, en fin, muchas cosas.

Dejó su taco en la taquera y se volvió hacia la puerta. Antes de que alcanzara a dar un paso, el taco de Juan Pedro le cerró el paso.

-¿No te olvidas de algo?

-No lo he olvidado -dijo ella asustada-. Pero esperaba que lo hubieras olvidado tú.

Él la miró con la expresión de un encantador predador.

-Cómo voy a olvidarlo, cuando he estado esperando mi beso todo el día.
Bajó el taco y se acercó. Ella retrocedió y luego se sintió idiota al ver que el movimiento era para poner el taco en la taquera. Una vez colocado el taco, él se volvió a mirarla.

-¿Tan terrible es la perspectiva de ser besada por mí? Nunca he recibido ninguna queja, todo lo contrario.

Ella tenía la espalda apoyada en la pared y ya no podía seguir retrocediendo.

-Bueno, adelante, hazlo -dijo ella con voz tensa. A él se le iluminaron los ojos con una repentina idea. Le colocó la mano bajo la barbilla y se la levantó, y ella se encontró mirándolo a los ojos.

-Mariana, ¿te han besado alguna vez con... con intención amorosa?

-No -contestó ella, incapaz de negar la dolorosa verdad-, ningún hombre ha deseado hacerlo nunca.

En eso, como en el billar, él se portó generoso y no ridiculizó su inexperiencia ni su miedo.

-Te aseguro que muchos hombres han soñado con besarte, pero tú los has intimidado tanto que ninguno se ha atrevido a intentarlo. -Le acarició los labios con el pulgar-. Relájate. Mi deseo es persuadirte, no aterrarte.

Sus rítmicos movimientos eran profundamente sensuales, aún más perturbadores que cuando le soltara el pelo el día anterior. Se le relajaron los labios y los entreabrió un poco; involuntariamente, como por instinto, le tocó el pulgar con la lengua, y sintió un sabor salubre y masculino. Entonces se ruborizó, avergonzada al darse cuenta de su descaro.

-Si éste es un primer beso -dijo él, sin hacer caso de su sutil repliegue-, comenzaré con sencillez. Después de todo, tenemos tres meses por delante.

Le colocó las manos en los hombros e inclinó la cabeza. Ella tensó la cara. Pero en lugar de besarla en la boca, él apoyó sus labios en la suave piel de la garganta.

Mariana ahogó una exclamación ante la seductora presión de su boca. Se había creído preparada, pero descubrió que no tenía ninguna defensa contra esa inesperada caricia. Ardientes sensaciones le corrieron hacia abajo, debilitándola y haciéndole palpitar lugares secretos y vergonzosos.


Hee aquiii el besooo! El primero