-¿Te sientes no deseada, Clarissima? A veces he pensado cómo sería tener de padre al reverendo Esposito. Un hombre de virtud inquebrantable, compasivo, con tiempo para todo el que lo necesitara. -Tocó un acorde suave y melancólico-. Sin embargo es posible que los santos no sean personas con las que resulte fácil convivir.
Ella sintió como si la hubieran apuñalado. ¿Cómo se atrevía ese libertino a ver lo que nadie había visto jamás, lo que casi no reconocía ni para sus adentros?
-Es muy tarde -dijo-. Ahora que ya sé que no eres un fantasma, tengo que dormir un poco.
-Qué rápido te escapas de una pregunta -susurró él-. Evidentemente eres de esas personas que goza investigando a otras, pero que no quiere que nadie vea su interior.
-No hay nada que investigar. -Se levantó-. Soy una mujer sencilla y he llevado una vida sin complicaciones.
-Eres muchas cosas -sonrió él-, pero sencilla no es una de ellas. Hierves de inteligencia y emociones reprimidas. -Rasgueó el arpa con una seducción que a ella la hizo pensar en un gato acosando a un pájaro-. ¿Necesitas sentirte deseada, Clarissima? Yo te deseo. Tienes la misteriosa y sutil complejidad de un vino fino, bebida que hay que saborear una y otra vez. Y unos tobillos hermosos, también, me alegra que te decidieras por el taco para jugar al billar.
No queriendo honrar ese comentario con una respuesta, ella se arrebujó en la informe bata y se dirigió a la puerta. Cada paso fue acompañado por una nota del arpa. Caminó más deprisa; también aceleraron las notas.
-¡No te burles de mí! -exclamó girándose. Él silenció el arpa con una mano y la dejó en el suelo.
-No me estoy burlando, te estoy invitando a participar en el banquete de la vida, que incluye la risa. -Se puso de pie, su rostro una combinación de encantadores claroscuros a la luz del hogar-. También incluye el deseo. La pasión es la mejor manera que conozco de olvidar las penas de la vida.
-Comprendo por qué te llaman el conde Demonio -dijo estremecida-, porque hablas como el demonio.
-En mi educación me hicieron tragar bastante religión. No recuerdo haber oído que el placer sea malo. Lo malo es hacer sufrir a los demás, mientras que la pasión es un manantial de alegría mutua. -Se acercó a ella-. Es pasada la medianoche, otro día. ¿Puedo cobrar mi próximo beso?
-¡No!
Se dio media vuelta y corrió hacia la puerta. Lo último que oyó fue una suave risa.
-Tienes razón, sería una lástima gastarlo tan temprano. Hasta más tarde, Clarissima.
Mientras caminaba a toda prisa por los corredores hacia la seguridad de su dormitorio, pensó algo aturdida que tenía razón quien había dicho que hacía falta una cuchara muy larga para cenar con el diablo, porque estaba comenzando a encontrarle sentido a la forma de pensar de Juan Pedro.
No sólo estaba a medio camino de la perdición, sino que además empezaba a esperarla con ilusión.
Cuando estaban a la vista de la mina, Juan Pedro detuvo su caballo para contemplarla. El panorama no era agradable. La construcción más alta era una chimenea que echaba humo negro hacia el cielo nublado. Las piedras residuales estaban amontonadas alrededor de los feos edificios y en un radio de cien metros no crecía ningún árbol.
-El pozo principal está justo en medio de esos edificios -indicó Mariana-. Se usa para ventilación, acceso y para sacar el carbón. Desde aquí no se ve -añadió señalando hacia la izquierda-, pero hay también otro pozo más pequeño y más antiguo, llamado el Bychan. Actualmente se usa para ventilación, y a veces para acceder al extremo sur de la mina.
Aunque estaban a unos quinientos metros de la mina, se oía el ruido de un motor a vapor.
-¿Ese ruido es de la bomba que extrae el agua de la mina?
-Sí, es una vieja bomba Newcomen. Las modernas Watts son mucho más potentes.
Continuaron colina abajo.
-¿Es la bomba uno de los problemas?
-Sí; no sólo es demasiado pequeña para una mina de estas dimensiones sino que además tiene casi cien años y no es de fiar.
-¿Por qué no la han reemplazado? Cuando Michael Kenyon compró la mina, planeaba modernizar el equipo para aumentar la producción.
-Lord Michael hizo algunas mejoras los primeros meses pero pronto perdió interés y dejó la administración en manos de George Madoc. La mina tiene varias galerías viejas, túneles subterráneos que drenan el agua de las capas inferiores, así que Madoc decidió que comprar una bomba nueva sería tirar el dinero. Ése es también su pretexto para usar una vieja polea accionada por un anticuado cabrestante tirado por caballos para subir y bajar cargas. Un moderno cabrestante accionado por motor a vapor sería más rápido, más potente y seguro.
-Poca visión por parte de Madoc. El nuevo equipo sería caro pero muy pronto pagaría con creces. Me sorprende que Michael no haya continuado supervisando las operaciones diarias de la mina, siempre tuvo buena cabeza para los negocios. -Miró a Mariana-. Como sabes, la familia Lanzani era propietaria de la mina, pero mi abuelo la consideraba más molesta que valiosa. Michael se interesó cuando vino a visitarme. Pensó que con una mejor dirección podía ser muy lucrativa, por lo tanto hizo una oferta. Mi abuelo se mostró encantado de librarse de la molestia de administrar la mina, siempre que conservara la propiedad de la tierra
-Así que por eso cambió de propietario -comentó ella con cierto sarcasmo en la voz-. Nadie se tomó el trabajo de explicarlo a los hombres que trabajaban allí. Se dijo que lord Michael le había tomado una afición pasajera al valle y que por impulso se compró una casa y una empresa.
-Hay algo de cierto en eso; Michael se enamoró de esta parte de Gales la primera vez que estuvo en Aberdare. Siendo hijo menor, no estaba en posición de heredar ninguna tierra de la familia, de modo que se compró la casa solariega Bryn al mismo tiempo que adquirió la mina. -Le pasó una idea por la cabeza-. ¿Ha descuidado la casa tanto como la mina?
-Que yo sepa, lord Michael no ha puesto los pies en el valle desde hace años. Al menos otras quince personas perdieron su empleo cuando cerró la casa Bryn -dijo ella acompañando la frase con una intencionada mirada.
El dio un respingo.
-La nobleza no se ha portado bien con el valle, ¿verdad?
-Las cosas han ¡do mal durante años. Sólo la desesperación podía haberme impulsado a buscar la ayuda de un reprobo como tú.
Al ver un destello travieso en sus ojos él se apresuró a contestar:
-Al menos eso está resultando bien. Mira la maravillosa oportunidad para martirio cristiano que te estoy dando.
Sus ojos se encontraron y los dos se echaron a reír. Condenación, sí que le gustaba esa mujer y su ácido sentido del humor. Era más que capaz de mantenerse firme contra él.
Los dos se pusieron serios al acercarse a las lúgubres edificaciones.
-¿Qué es ese ruido que sale de esa pocilga grande?
-Allí se criba y se clasifica el carbón. La mayor parte de los empleados de superficie trabajan allí.
Él se sacudió las manchas que aparecieron en sus puños blancos.
-Parece que también es la fuente del polvo de carbón que cubre todo lo que hay a la vista.
-Usas ropa negra, de modo que no tendrías por qué preocuparte. -Señaló un cobertizo-. Allí podemos dejar los caballos.
Cuando desmontaron se les acercó un hombre recio y musculoso.
-Lord Aberdare, éste es Owen Morris.
-¡Owen! -exclamó Juan Pedro tendiéndole la mano-. ¡Mariana no me dijo el nombre de mi guía! -gritó para hacerse oír por encima del ruido de maquinarias y cascabeleo de carbón.
El minero sonrió y se estrecharon las manos.
-No estaba seguro de que me reconociera después de tantos años.
-¿Cómo iba a olvidarte? Les enseñé a los demás chicos a pescar truchas con la mano, pero tú fuiste el único que lo aprendió. ¿Está bien Marged?
-Sí, más hermosa aún que cuando nos casamos -dijo con cariño Owen-. Le agradará saber que la recuerda.
-Y muy digna de recordar que era. Claro que yo apenas me atrevía a saludarla, no fuera que me rompieras la crisma.
Mientras hablaba Juan Pedro observó la cara de su viejo amigo. Bajo el polvo de carbón Owen tenía la natural palidez del minero, pero se veía sano y feliz. Ya de niño, recordaba, tenía una envidiable serenidad interior.
-Será mejor que se ponga ropa de minero. Sería una lástima arruinar esa elegante ropa londinense.
Juan Pedro siguió a Owen hasta un cobertizo donde se quitó la ropa exterior y se puso una camisa holgada y unos recios pantalones parecidos a los que llevaba Owen. Aunque la basta ropa de franela se veía lavada, tenía impregnada mugre de mucho uso. Sonrió cuando se puso un pesado sombrero forrado de felpa para completar el atuendo. A su sastre de Londres le daría un soponcio si lo viera
-Éstas hay que sujetarlas en un ojal -le dijo Owen pasándole dos velas-. ¿Tiene pedernal con acero?
Juan Pedro llevaba pero si no se lo hubieran recordado lo habría dejado en su chaqueta. Pasó la cajita al bolsillo de la chaqueta de franela.
-¿Algo más?
El minero sacó un puñado de arcilla blanda de una caja de madera y la usó para formar una masa alrededor de la base de dos velas.
-Tome una. Cuando tengamos que andar en cuatro patas puede usar la arcilla para pegar la vela al casco.
Cuando salieron encontraron a Mariana esperando, también vestida con ropa de minero. Con las holgadas ropas parecía un muchacho.
-¿Vas a venir con nosotros? -preguntó Juan Pedro sorprendido.
-No será la primera vez que bajo a la mina -dijo ella.
Juan Pedro sintió un irracional impulso de protegerla y deseó prohibirle bajar, pero tuvo la sensatez de abstenerse. No sólo no tenía ningún derecho de darle órdenes sino que ella tenía más experiencia que él con las minas. Y a juzgar por su expresión, probablemente lo mordería si trataba de impedírselo. Sonrió para sus adentros. No le desagradaría nada que lo mordiera, pero ése no era el momento ni el lugar.
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