Esteban Franchinotti miró a Camila con placer. Al principio la chica había estado algo esquiva, pero después había aceptado su invitación. Tal como lo dejara traslucir Pedro, realmente había mejorado en la cama. Y también estaba en camino de convertirse en una verdadera“famosa”... De esas que era un orgullo decir que se había tenido por amante.
—¿Me vas a volver a llamar, o vas a hacer como Pedrp, que me dejó colgada por segunda vez? —preguntó ella mientras se vestía.
—No, yo nunca soy como Pedro... ¡Siempre soy mejor!... Claro que te voy a llamar, tontita. ¡Claro!
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Pasado el shock inicial, Mariana estaba cada día más contenta con la idea de ser madre y formar una familia. Ese era el nuevo ciclo que debía iniciar. Después de todo ¿qué tan difícil podía ser convertirse en madre soltera? Ella no era como las que llegaban desesperadas al Convento. Podía soñar con un techo, (o casi, porque si tenía que hacerse cargo de los gastos de Flavia los próximos meses, posiblemente el dinero no le iba a alcanzar), y tenía un título ( o casi, porque si seguía distrayéndose...)Ahora tenía que conseguir un buen empleo y ya estaba todo resuelto. En cuanto a los hombres... Sabía que los hijos espantaban a los hombres, pero descontaba que para uno que de verdad estuviera enamorado de ella, eso no sería un obstáculo.
—¿Estás lista para el gran cambio? —le preguntó Agustina con entusiasmo, dispuesta a acompañarla para su nuevo “look”.
—Lista para iniciar un nuevo ciclo —contestó enigmáticamente su amiga.
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Las vacaciones de invierno se habían acabado el mismo día en que la nieve había empezado a caer. Aquellos inviernos tan cálidos hacían imposible aprovechar las pistas de esquí hasta bien entrado agosto, justo cuando Pedro tenía que volver a la facultad. Los días en el hotel fueron largos y aburridos. Ana Clara no sabía cabalgar, (o no quería), ni hacer rafting, (o no le interesaba), ni escalar montañas. Lo único que le atraía era encontrarse con la misma gente con que estaba siempre en Buenos Aires, como si el aire de Las Leñas los cambiara repentinamente de tontos y mediocres, en mejores y más interesantes.
Mientras ella se divertía, Pedro escuchaba música encerrado en su cuarto, la vista fija en el fuego que consumía la leña. Sólo una escapada a Mendoza logró sacarlo de su aburrimiento. Juan Manuel, un viejo amigo, dueño de una de las más antiguas Bodegas del país, fabricante de uno delos mejores vinos del mundo, los había invitado a ver su planta procesadora, y a pesar de que estaban bastante lejos, dada la falta de nieve, habían decidido aceptar. El día fue largo, pero espléndido. Pedro, que ya había ido tantas veces, se sentía, sin embargo, distinto en aquella ciudad. Parecía tan animado que a Ana Clara la sorprendió. Más aún le extrañó que preguntara a su amigo acerca de un Convento de unas monjas francesas que hacía catering. Juan Manuel, que no sólo conocía a las monjas, sino que era uno de sus principales clientes, lo llevó encantado. Probaron dulces y exquisitas mermeladas, e incluso charló animadamente con la superiora, la Hermana Clara. De regreso en la habitación de su hotel, su novia no pudo tolerar más la intriga.
— ¿Quién te habló de ese Convento?
—¡Sabés que no me puedo acordar! Hay cosas que simplemente se te quedan en la cabeza —respondió sin mucha convicción, mientras subía el volumen de la música, y tomaba asiento frente al fuego.
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La quinta entrevista, el quinto rechazo. La cosa no era tan fácil. Claro que todos se entusiasmaban con el promedio de Mariana y su experiencia laboral. E, incluso, más de uno se había entusiasmado demasiado con su apariencia... Pero había algo que la frenaba: aspiraba a un puesto demasiado alto para ser mujer. Por supuesto había algunas, (pocas), congéneres trabajando en estudios y consultorías en puestos interesantes, pero habían empezado desde abajo, rendido el doble y ganado la mitad que cualquier hombre. Y aunque le sobraba experiencia, lo cierto era que le faltaban años y, lo que era peor, se notaba. Esa era otra de sus desventajas: ser muy joven.
Volvió a mirar la cartelera... Sólo quedaba un lugar al que no se había presentado: el estudio Lanzani...Suspiró... Después de todo no era tan grave. Podía quedarse otro año más adonde estaba... ¡Ya iban a aparecer otros avisos!.
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Mariana llegó tarde al teórico y causó cierto revuelo entre los presentes. Estaba muy cambiada. Mejor vestida, peinada e incluso algo maquillada, se la veía espléndida. Por supuesto, sus ropas seguían siendo clásicas y recatadas, pero eso no impedía que se notara su belleza. Todos los varones miraban con interés, (hasta un profesor hizo un comentario), mientras que las mujeres criticaban por lo bajo.
Cuando ya la clase estaba acabando llegó Pedro.
—¡Lanzani! —lo recibió el profesor con sorna—.¡Bienvenido!... Pero que buen color trae, tan tostado por el sol... ¿Se fue al Caribe?
—No, a esquiar a Las Leñas.
—Ah..., ya veo. Por eso que tiene ese color tan parejo y sin marcas... ¿Qué hace? ¿Esquía mirando para arriba y sin antiparras?
—No había nieve —se justificó Pedro de mala gana.
—¡Qué lástima! Hubiera aprovechado el tiempo para estudiar Impuestos... ¡Su parcial apesta!... Lo aprobé... Bueno, Dios sabe por qué lo aprobé... Lo que le recomiendo es que se ponga a estudiar en forma urgente. Le advierto que en la cátedra del Dr. Miroli no hay apellido que valga.
El profesor le alcanzó el parcial, y él se sentó a evaluarla magnitud del desastre. Los aplazos iban desgranándose uno a uno, y los“cuatro”, en una escala del uno al diez, se festejaban con algarabía.
Cuando ya casi no quedaban exámenes en la mesa, el profesor llamó a Esposito, y Pedro levantó instintivamente la cabeza.
—La felicito, muy buen parcial... Tiene un diez.
Toda la clase vociferó de alegría, y hubo algunos aplausos. Después de todo, nadie quería amargarse por tan poco.
Diego volvió a mirar su hoja... Y volvió a mirar a Mariana... Y volvió a obligarse a mirar su hoja...Observó la fecha en su reloj ¡Claro! Ya había pasado el veintidós de julio.
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—Pero muchacha... ¿no tienes que ir a trabajar tú? —preguntó Estela, la dueña de la pensión, que ya estaba un poco preocupada de que Flavia no le pagara lo del mes.
—Si... Es que tengo mucho sueño... Y hoy puedo llegar un poco más tarde.
Doña Estela se acercó y se sentó en la cama, al lado de Flavia. Eso era muy raro, porque nunca se tomaba ese tipo de confianzas con sus pensionistas.
—Oye... ¿Has hecho aquello? —le preguntó en tono confidencial.
Flavia se quedó helada. ¿Cómo sabía? Aunque imaginaba “quién” se lo había dicho: ¡Normita! Ella se enteraba de todo lo que ocurría en esa casa... “¡Pues de algo no se va a enterar jamás!”, pensó Flavia con ebeldía.
—Si —contestó por fin—. Por eso quiero dormir.
—Bueno, entonces no te molesto... —dijo Estela, poniéndose de pie—, y si necesitas algo, hablas con mi hija.
Si, ya iba a hablar con esa metida de Normita algún día, se prometió Flavia, mientras acariciaba la pistola que tenía debajo de la almohada.
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—¡Pedro!
No tuvo que darse vuelta para saber que era Mariana la que lo llamaba. Dante, que en ese momento lo estaba acompañando, sonrió al verla.
—Bueno, los dejo solitos... —dijo con sorna, antes de irse.
Pedro no la saludó. Se limitó a escucharla. Y ella habló sin detenerse.
—El otro día tuve una entrevista en un estudio nuevo. Bueno, en realidad es la versión nueva de uno que ya estaba: Lavagna, Bianchi y asociados. Ahora consiguieron ser la representación en Latinoamérica del estudio más grande de Italia: Ferraro, Dotto. Gracias a eso van a convertirse en los consultores de todas las inversiones italianas en la Argentina. Además van a auditar varios bancos y multinacionales. Un laburo muy, muy interesante, y gente piola de verdad... Me tomaron un examen durísimo, pero me fue muy bien... Es decir, por ese lado no pasa nada. El problema fue que cuando llegué a la entrevista y el tipo descubrió que el número 327 correspondía a una mujer, nada, vos sabés... Están desesperados... Dicen que el nivel de los profesionales acá es bajísimo y que ellos buscan alguien joven para poder llegar a asociarlo en el futuro. El perfil que quieren es justo el tuyo. Es el laburo para vos... Acá te dejo la dirección, pensalo.
Y sin decir más, dio media vuelta y se fue.
Pedro, se quedó viendo como se alejaba, algo atontado. Mientras, Dante, en el otro extremo del pasillo, se limitaba a sonreir.
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A Eleuterio cada uno de sus sesenta años se le comenzaban a hacer insoportables. Ya no era el mismo de antes. Unos meses atrás, al comenzar a perder peso, se había sentido más ágil y joven. La gente lo felicitaba por estar en forma. Ahora, en cambio, notaba cierto tono de preocupación cuando le preguntaban si había adelgazado.¡Si hasta Cony, que nunca pensaba en otra cosa que en si misma, se había dado cuenta! Y además, estaba ese horrible ardor entre las piernas...
Resopló con enojo. Era evidente que tenía un cáncer de próstata. Lo sabía porque su padre había muerto de eso, justo a su edad, sesenta años. No pensaba ir al médico ¿para qué? Le esperaba primero la impotencia y, luego de una larga agonía, la muerte. Como solía hacer siempre que tenía dificultades, le hubiera gustado refugiarse en el trabajo. Pero también eso estaba moribundo. Tenía montada una de las mejores plantas de cerámicas de América, pero con un dólar tan sobrevaluado le resultaba imposible exportar a sus clientes habituales, y aquí la gente prefería comprar porquerías chinas. Además tenía que luchar con los altísimos impuestos, las cargas laborales y, por supuesto, la corrupción. Definitivamente, Cerámicas Ríos estaba muriendo. Eleuterio Ríos, también.
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Otra vez Pedro observó la dirección que Mariana le había anotado. Reconocía la letra: era la misma de los apuntes que había usado para preparar muchas materias. Excelente apuntes que alguien le prestaba, porque alguien le había prestado... Sólo ahora se daba cuenta de qué mano provenían.
No podía ir a buscar trabajo. Nunca lo había hecho antes, y no iba a empezar ahora. Y mucho menos podía cambiar su posición actual en uno de los estudios más importantes de Latinoamérica, por un puestucho en uno que no conocía nadie.
Y aunque parecía que éste iba a lograr un rápido posicionamiento en el mercado, lo cierto era que el trabajaba en....En el estudio de su padre.
Nieto de...
Hijo de....
Pitt.
La voz de Mariana volvió a sonar en su corazón. ¿A quién quería engañar? Tenía miedo. ¿Y si fallaba? ¿Y si descubría que sin el apellido Lanzani no era más que otro contador cualquiera?
“El perfil que buscan es justo el tuyo”
¿Cuál era su perfil?
Nieto de...
Hijo de...
¿Pitt?
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1 comentario:
Pitt...no le hace falta nada más solo valentia para hacer lo que quiere hacer y eso incluye a Marianita...
besos
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