Aquel día, por primera vez desde que eran novios, Pit y Mariana no iban a encontrarse.
Ella lo había llamado por la mañana. Le había dicho que tenía que controlar un inventario, y que posiblemente iba atener que trabajar hasta muy tarde. Después, ya a la madrugada, una de las chicas de la oficina la alcanzaría hasta la pensión.
Pit se sintió un poco decepcionado. En especial aquel día se sentía muy orgulloso de haber podido ser él quien pusiera el límite la noche anterior. Y es que el deseo que despertaba en ella no sólo lo excitaba con locura, sino que lo hacía locamente feliz. Pero lo mejor había sido frenarse, demostrarle que era de confianza, que estaba dispuesto a respetarla y cumplir con su acuerdo. Claro que quería que ella lo amara sin condiciones, pero también necesitaba que el día que se le entregara lo hiciera por convencimiento y no por calentura. Quería...
—¡No lo puedo creer!... ¡Pedro!
Su amigo Renzo lo saludaba con entusiasmo, pero sin soltar un pequeño que llevaba de la mano.
Pit, que hasta entonces había estado caminando sin rumbo, sumergido en los recuerdos de la noche anterior, se alegró mucho al verlo. No había hablado de sus sentimientos con nadie, pero con Renzo era otra cosa. Él iba a poder, una vez más, escucharlo. Sin embargo, el chiquito que acarreaba su amigo parecía opinar lo contrario.
—¿Y éste quién es? —preguntó Pit.
—Mi hijo —contestó el otro con orgullo.
—¡Te felicito! Así que por fin pudieron...
Renzo lo interrumpió:
—Hace dos meses que lo tengo.
—Ah... —exclamó Pit, algo cortado—. Bueno, te felicito. Me parece muy bien que se hayan decidido.
Pero el chico estaba ajeno a los tratos de los grandes, e insistía en empujar a Renzo hacia una plaza cercana.
—Quiere que lo lleve... ¿Nos acompañás?
—¡Dale! —aceptó Pit con entusiasmo.
Necesitaba hablar con Renzo. Necesitaba hablar.
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El celular que Loly llevaba en la cartera no había dejado de sonar por los últimos quince minutos. Primero había dudado en atenderlo, pero luego decidió que ya era tiempo de que Elu se hiciera cargo de su responsabilidad.
—¿Hola?
—¿Qué le dijiste? —preguntó Eleuterio de mal modo.
—¿Qué le dije a quién?
—A Constanza. Me llamó para decirme que me odiaba y me cortó. ¿Qué le dijiste?
—Que fuimos amantes.
—¡Estúpida! Te dije que era muy celosa. Ahora te va a hacer la vida imposible.
—Nos va a hacer la vida imposible, en tal caso.
—No, nenita. A mí no me ves nunca más. Olvidate. Si te cobrara por todo lo que te enseñé, me deberías mucha plata. Así que, ubicate, y no vuelvas a meterte con mi hija.
La muchacha, sin embargo, no se amilanó.
—Estoy embarazada... —le informó Loly con calma—.¡Ah!, y cuando me acosté con vos tenía diecisiete y no dieciocho como te dije.... ¡Chau!
Y cortó la comunicación.
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—¡Pero hermano! —se burló Renzo—, ¡.... la debés tener de madera!
—Más o menos... —acordó Pit, riendo—. Pero es que ella es distinta. Nunca se lo pregunté directamente, pero creo que es virgen.
—¿Cuántos años tiene?
—Veintidós.
—No hay mujer virgen a los veintidós años. Mirá que las minas son muy escondedoras, nunca podés saber.
—Pero ella es una piba muy de ir a Misa.
—¡No me hagas reír! Nunca tuve más sexo que cuando me anoté en la Acción Católica. Te puedo asegurar que eso no es garantía de nada.
—No, pero... Para ella Dios es... Es como si fuera parte de su vida. Real, entendés... Por eso cuando dice que si se va a la cama conmigo antes de casarse va a ser muy infeliz, se lo creo. Para ella Dios es el orden, y a partir de eso construye todo el resto. Si le saco ese orden, creo que dice la verdad, la destruyo. Y lo último que quiero hacer es lastimarla... Me tiene como loco, en todos los sentidos.
—Pero hermano, si no te la llevás a la cama ¿cómo vas a saber si son compatibles? Mirá que hay minas muy lindas, pero en la intimidad... ¡un desastre! Y vos sabés que lo que de verdad salva una relación es eso.
—Pero vos con Celina tenés mucho más que buena cama...Por un momento Renzo se quedó confundido.
—Bueno, sí.... Pero además tengo buena cama. Mirá, yo entiendo que no la fuerces, pero si ella se deja, ¿qué culpa tenés?... Si está re- caliente con vos, le hacés un favor. Por ahí no se anima, o tuvo una mala experiencia o, qué se yo, hasta por ahí es virgen como vos decís... Pero en todos los casos no hay nada malo en que la ayudes a liberarse un poco... Y lo de Dios..., qué se yo..., va, se confiesa y listo.
—No, para ella Dios es muy importante —intentó defenderla Pit, pero ya sin tanto convencimiento.
—Mirá, hermano, no le des más vueltas... ¿Vos te vas a casar pronto con ella?
—¡No! ¡No me quiero casar!... Me hablás de casamiento y se me pone la piel de gallina. Pienso en mis viejos y, no sé... La quiero demasiado. No quiero terminar odiándola.
—Tenés razón. Yo por eso tampoco me casé con Celina.¿Para qué? Si queremos estar juntos, estamos, y si no, nos separamos y a otra cosa.
—¿Y el pendejo?
Renzo se quedó de nuevo pensativo. Con papeles o sin ellos, la vida o el amor, lo habían obligado a formar una familia, aunque él se hiciera la ilusión de lo contrario.
—Bueno, no sé —replicó al fin—. Pero vos la tenés clara: al menos por ahora no vas a casarte... ¿Qué vas a hacer, entonces? ¿Te la vas a cortar, para después reimplantártela la noche de bodas?... Seamos sinceros: no vas a aguantar, hermano. ¡No vas a aguantar!
Renzo corrió tras su hijo, a punto de caer de un tobogán. Pit lo observaba sin verlo, ensimismado en sus pensamientos. “Tiene razón... ¡ya no aguanto más!”
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Mariana estaba a punto de llegar a la pensión. La noche era hermosa y cálida, pero ella estaba tan cansada después de un día de trabajo agotador, que con lo único que soñaba era con pegarse un baño y dormir hasta la mañana siguiente, sin parar.
Cuando ya estaba por meter la llave en la puerta, alguien salió de entre las sombras.¡Era Flavia!
Excepto por su vientre, nadie hubiera adivinado que estaba embarazada. Tenía la cara demacrada y parecía haber perdido peso en el resto de su cuerpo. Mariana sintió pánico. Se había olvidado por completo de Flavia, su hijo, y la promesa que ella había hecho. De tal manera mantenía su cuerpo y su mente ocupados con Pit.
—Me acaban de echar de la salita de Ingeniero Bunge. Ya no tengo trabajo ni plata. ¡Necesito tu ayuda! Además, no quiero que nadie me vea así... —dijo Flavia, señalando su panza.
Mariana quiso brindarle seguridad, porque su apariencia daba miedo. Se la veía desesperada.
—Mañana mismo te compro el pasaje y te vas al Convento de las Hermanas. Yo le voy a contar la situación a la Superiora, y ella te va a cuidar hasta que tengas al bebé. De los gastos me hago cargo yo. Después...
—Después, nada. Ni bien nace lo ponés a tu nombre, o lo mato. ¡Me juraste por Dios!
Mariana la observó, conmovida. Sí. Lo había jurado por Dios.
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Constanza estaba alojada en el hotel más lujoso de aquella ciudad miserable. Había pasado los dos primeros días de su estancia durmiendo y haciendo averiguaciones. Pero aquella noche había llegado la hora de actuar. Volvió a contemplarse en el espejo: estaba perfecta. Su cabello rubio caía en grandes bucles sobre su cuerpo casi desnudo, apenas cubierto por una camisa que tapaba un poco más allá de su sexo. Se sentía excitada, caliente. Como no lo había vuelto a estar después de... aquello.
Alguien golpeó a la puerta dos veces, y ella corrió a meterse en la cama.
—¡Adelante! —ordenó con aire displicente.
Por la puerta asomó con timidez un hombre de unos cincuenta años, vestido con ropas simples, y llevando un maletín en la mano. Cony lo observó con lujuria. Miró sus manos callosas, sus brazos fuertes, su cara cuadrada y varonil, surcada por arrugas. Sus ojos...
—Soy el Dr. Herrera —se presentó él— ¿Usted pidió médico?
—Sí, doctor —respondió con voz angustiada—.Disculpe que haya pedido por usted, pero una amiga de Buenos Aires lo recomendó especialmente, y como me siento tan mal...
—¿ “...una amiga de Buenos Aires”?
El doctor permanecía a distancia.
—No me acuerdo quien... Pero no importa. ¡Lo importante es que usted ya llegó! Me he sentido tan mal...
El doctor apoyó su maletín en la mesa y se acercó para revisarla.
—¿Qué le anda pasando?
—Tengo un dolor fuerte y punzante en el pecho —respondió, mientras se incorporaba en la cama.
El hombre deslizó su estetoscopio por la abertura de la camisa, pero ella se apuró a soltar dos botones más, permitiendo que asomara la punta del pezón erecto de uno de sus pechos. La vista de él se desvió involuntariamente. Con placer Cony pudo notar su embarazo cuando apartó la mano. Aquel hombre sencillo tardó un momento en recomponerse.
—Voy a auscultar su espalda, dese vuelta.
Constanza se destapó, y cuidó que al hacerlo su camisa quedara ligeramente levantada, mostrando las curvas de su intimidad. De inmediato pudo sentir el efecto que produjo en el doctor, por el temblor de su mano. Pero ni bien él terminó con su tarea, se apuró a taparla. Sin embargo, Cony no estaba dispuesta a darse por vencida. Volvió a girar, y lo miró con cara suplicante.
—¡Me duele mucho!
—No parece haber nada... Si va a la salita le hago un electro, pero aquí...
—¿Será mi estómago, o mi hígado...? Parece que tuviera una inflamación...
El doctor tomó aire y volvió a acercarse para palpar.
—¿Acá? —preguntaba, cuidando de que estuviera cubierta. Pero ella tomó su mano y la condujo a su sexo húmedo.
—¡Acá! — le dijo.
Y entonces aprovechó su desconcierto para besarlo. Él se alejó como del diablo.
—¿Qué es esto? —preguntó furioso— ¡Vos no tenés nada!
—¡Pará! ¡No te enojes!
Constanza trataba de detenerlo, mientras él guardaba sus cosas.
—Me sentí mejor justo antes de que llegaras... Pero después... Sos tan fuerte.... Y estamos acá, los dos solos. Y...
—Lamento, señorita, se equivocó. En este pueblo no hay servicio de acompañantes como en Buenos Aires...
—¿Acaso no te gusto? —preguntó, mientras lo tocaba. También él estaba excitado, notó con placer.
—Soy un señor felizmente casado... Mi hija mayor tiene apenas unos años menos que vos... Tenés un problema, querida, pero para un psicólogo, no para un médico.
A pesar de todos los esfuerzos de la muchacha, el doctor ya casi había ganado la puerta, pero cuando la iba a abrir, ella se interpuso por última vez.
—¡Tu hija está embarazada! —le dijo brutalmente—.¡De mi padre!
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Cuando llegó aquella noche a casa de Pit, Mariana estaba desesperada. ¡Iba a tener un bebé! Un bebé del que hacerse cargo. Pañales, mamaderas...Imposible darle tiempo extra a Pit. Imposible porque cada vez estaba más cerca de lograr saciar su única urgencia, la del sexo. Imposible porque, quisiera él o no el compromiso, ella ya se había comprometido con otro: con su bebé.
Iba a tener una familia.... Y Pit no parecía estar en ella.¡Eran tan distintos! Mariana no encajaba con su vida, con sus amigos, con su padre. Y si ella no encajaba, mucho menos ella con un hijo.
“¡Pero lo amo demasiado!”, protestaba su alma.“¡Pero lo deseo intensamente!”, clamaba su sexo. Al salir del trabajo había entrado a una Iglesia, y al amparo de la Virgen, se había puesto a llorar sin obtener consuelo.¡No quería perderlo! Pero tampoco quería tenerlo a medias... ¡No quería entregarse a él sin condiciones!
Porque sabía que era incapaz de darle el cuerpo, sin que se le escapara también el alma.¿Qué amaba él de ella? No la amaba toda, porque sino también él hubiera necesitado más.¿Qué conocía él de ella? Su silencio.
Pero había llegado el momento de hablar.
martes, 20 de abril de 2010
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3 comentarios:
aii estoy intrigadisimaa!! no se q puede pasar...
espero el proximo con impaciencia!! =)
Un beso mikita!
epaaa!
peroo q cap!
:)
estoy desesperadaa!
le va contar del bb!
yaa kieroo sabes q va a decirlee!
besitossssssssssss
Awwww noooo!!!!!
Que forra cony!!!!!!
Y peter tan tierno
defendiendo a mariana yy lali mas caliente q nunca xD
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