Loly miró de nuevo a su acompañante. Al principio le había parecido pura excitación que un chico de la “facu” la invitara en su primer semana en Buenos Aires. Pero ahora le parecía insoportable. El muchacho no era feo, pero de seguro no podía ni compararse a ese Lanzani con el que iba a salir Constanza. Además, el otro la iba a llevar al concierto del Ópera, (una única función y a precios exorbitantes). Éste, en cambio, la había arrastrado a aquella pizzería de mala muerte y de seguro esperaba que ella compartiera la cuenta, (¡ni loca lo hacía! Si el pibe no tenía plata suficiente, que se quedara a lavar los platos)
No... Así la cosa no iba ni para atrás, ni para adelante...Si Loly quería cambiar de vida, iba a tener que esmerarse al elegir su próxima cita.
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“¿Cómo una mina tan inteligente puede tener esas piernas? ¡No es justo!”, pensaba Pedro, mientras se le hacía difícil manejar y mirar a su compañera al mismo tiempo, en una forma discreta. ¿Cómo abordarla? ¿Cómo se hacía para encarar a una mujer que además de culo y tetas tenía cabeza?
—¡Qué distinta que estás! Al principio no te reconocí.
—Me imagino —contestó Mariana con una sonrisa.
—Nunca te vestís así para ir a la facultad.
—No, nunca —replicó divertida.
Pedro la observó algo confundido, y ella se sintió en la obligación de explicarle.
—Esta ropa no es mía.
—¿Y de quién es?
—De las chicas de la pensión... No sé, ¡les agarró un ataque! Cuando les dije que íbamos a ir juntos al teatro se pusieron como locas... Pensaron que teníamos algo así como... “una cita”... Y no hubo forma de explicarles... Fue como... ¿Viste el dibujito del demonio de Tazmania? No me preguntes cómo, pero de repente me envolvió un torbellino y aparecí vestida así...
Pedro se rió de buena gana. La respuesta de Mariana había logrado desarmarlo... ¿Qué clase de mujer era esa?
—¿Vos no salís mucho con chicos, no? —preguntó él con suspicacia.
—No.... Y vos no salís mucho con chicas, ¿no?
La miró sorprendido: —¿Me estás cargando?
—Chicas, dije... No minas, no gatos... ¡Chicas!
Él volvió a reir.
—Ah.... ¡no!... No muy seguido.
Después de eso, la charla entre los dos fluyó con facilidad. Sin notarlo, durante esos últimos años habían compartido muchos momentos. Pero el humor de ella, incisivo y pícaro, le daba a ese pasado en común una nueva perspectiva.
Tardaron veinte minutos en llegar al Ópera, pero ese tiempo bastó para que se burlaran de todo y de todos en la facultad.
Corrieron hasta el teatro: ya eran las nueve y cuarto y se suponía que el concierto comenzaba a las nueve en punto.
Cuando se sentaron en la segunda fila al medio, (¡Camila se había portado en todos los sentidos!), los parlantes anunciaron una demora en el inicio del show. Todos se quejaron ruidosamente... Todos, menos Pedro, que quería seguir la conversación iniciada y así poder conocer un poco más a aquel adorable fantasma que, por primera vez en años, había decidido dejarse ver.
Sin embargo, durante las dos horas que tardó en empezar el recital, fue él quien habló todo el tiempo.... Y no para conquistarla. Lo hizo porque se sentía cómodo... Por primera vez en su vida se dio el lujo de hablar con una mujer acerca de si mismo. De su trabajo.... Amaba su trabajo. Aunque no era bueno con las reglas o los horarios, se encontraba particularmente orgulloso de lo que había estado haciendo los dos últimos meses en el estudio. Ella lo escuchaba atenta, y sólo interrumpía para hacer alguna pregunta sobre el asunto, que parecía en verdad fascinarle.
No fue sino hasta que las luces se apagaron y el recital comenzó, cuando fue él quien pudo “verla” enteramente a su gusto. ¡De verdad disfrutaba la música!... Pedro podía sentir como cada nota penetraba en ella y la iba poseyendo. Como su cuerpo se abandonaba al ritmo y comenzaba a moverse con placer.
Permaneció sentado, (todo el teatro se había puesto de pie), e incluso tomó distancia para poder contemplarla mecer sus caderas y danzar... ¿La deseaba? De una forma distinta, quizás... En aquel momento lo único que deseaba era seguir viéndola, y percibir la música a través de la reverberación de su cuerpo...
Pero cuando el show acabó terminó también el embrujo.
Mariana se convirtió en Espósito y él, en Lanzani. Fueron a un lugar de comidas rápidas, (pagaba Mariana), y discutieron acerca del nuevo práctico de Impuestos.
Para cuando la dejó en la pensión, Pedro era un mar de sentimientos encontrados. Pero de una cosa estaba seguro: lo había pasado muy bien.
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El domingo amaneció nublado. A Mariana le pesaba el haberse acostado tarde, pero de todas formas apagó el despertador a las ocho en punto. (Si se levantaba a otra hora, el lunes se le hacía insoportable). A las nueva estaba en la Iglesia, dirigiendo las lecturas de la Misa y ayudando en la colecta.
A las diez ya estaba libre y sin saber qué hacer hasta la hora del almuerzo. Usualmente aprovechaba ese tiempo para estudiar y ordenar las cosas del trabajo, pero eso ya lo había hecho el día anterior.
Iba a tener que buscarse un lugar adonde poder ser útil, ahora que el tiempo le sobraba. Quizás un geriátrico, aunque prefería trabajar con niños. Le fascinaban los chicos, y en el Convento siempre se había hecho cargo de sus compañeritos menores.
Sí, iba a tener que hacer eso...
Y es que esa mañana quería concentrarse en lo que tenía que hacer, y no en lo que había hecho.... La salida con Lanzani le había alborotado la cabeza, y si de algo no podía darse el lujo, era de alborotarse.
Volvió a pensar en los chicos....
Recordó que con José Luis habían planeado casarse cuando ella cumpliera los dieciocho. A esa altura hubiera podido tener dos hijos, y una verdadera familia propia.
Se sintió sola y confundida.
Suspiró.
Decidió apurar el paso y llegar temprano a la pensión. Podía ayudar a Normita en la limpieza de los patios. Sí, eso la iba a distraer... Pensó en el patio que tenía que limpiar, y recordó a Méndez Cané parado en él...Y empezó a correr.
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Esteban abrió un ojo y miró al cielo. Estaba nublado...¡Gracias a Dios!... Eso significaba que el viejo Lanzani no iría a navegar ese domingo y, por lo tanto, tampoco tenía necesidad de ir él.... En tal caso podía encontrarlo en la marina a la hora de la cena.
Se revolvió en la cama y trató de taparse con las mantas. Aquel otoño venía ventoso, y después del fiasco de la noche anterior, lo último que necesitaba era ir a chupar frío en el puerto. Claro, si las cosas hubieran salido mejor con la heredera no hubiera habido necesidad de “tenerle la vela” al viejo, en domingo... Se hubiera reservado para su escena triunfal del lunes, cuando el mismísimo Lanzani lo hubiera buscado para preguntarle por su hijo. Pero en la noche todo había resultado un desastre. Odiaba cuando las “mujeres de Pedro” intentaban serle esquivas. Y la idiota de Constanza sólo había jugado al gato y al ratón con él... Lo peor había sido encontrarse con ese grupo de pendejos amigos de ella: ¿rugbiers se llamaban?... Ni siquiera podían recordar que Pedro y él habían jugado durante cuatro años en primera división... ¡Y la ropa! Eran patéticos. Uniformados, todos con sus remeras Lacoste y sus mocasines de Guido. Ni compararse con la chomba que llevaba él, de Polo Ralph Laurent, y sus mocasines italianos... ¡Unos pendejos!... Sin embargo, Constanza no había querido separarse de esos estúpidos en toda la noche... ¿Acaso todavía se creía una nena? ¡Si ya debía tener como veintisiete!
Trató de olvidar aquella velada terrible en que había gastado una fortuna, y no había logrado más que un número de teléfono. La iba a llamar, sí, pero se iba a tomar su tiempo... Después de todo, esa nena no le movía ni un pelo.
En cambio le bastó pensar en Pedro y Camila para que su sexo se endureciera. Camila... ¿Dónde tendría su número?
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En la pensión se podía respirar una calma tensa.
Ya todas estaban enteradas de que entre Mariana y “el tipo que iba a salir con Cony” no había pasado nada. En realidad, ninguna esperaba otra cosa, porque la conocían a ella y porque sabían muy bien cómo eran los hombre así. Pero lo que las obligaba a cuchichear, era la guardia que habían montado desde el día anterior, para evitar que Normita le contara a Constanza lo sucedido. Temían la reacción de ella... Y si bien a la larga la salida iba a terminar tomando estado público, pasados los primeros días la noticia iba a perder gravedad.
Desde la mesa del comedor, la dueña de la pensión llamaba inútilmente para el almuerzo.
Por fin Doña Estela se impuso: —¡Se enfrían los fideos, carajo!
Todas se conmocionaron. La dama odiaba decir malas palabras, pero más aún, que la comida que había hecho con tanto esmero se echara a perder.
De inmediato las pensionistas se ubicaron en la mesa. Ya se iba a comenzar a servir, cuando las puertas del comedor se abrieron de un violento golpe: por el vano, una Cony envuelta en furia, hacía recordar a la mitológica Gorgona.
Todas callaron, aterradas.
Aquella visión comenzó a caminar hacia la mesa con paso seguro y lento; arrebató la fuente de las manos de Doña Estela y, sin mediar palabra, la volcó sobre la cabeza de la desgraciada que le había robado el novio.
Se escuchó un ¡oh! contenido de todas las presentes.
Mariana, con la misma parsimonia con que había actuado la otra, tomó un fideo de su cara, lo sorbió sin disimulo y, mirando con una sonrisa a la dueña de la pensión, dijo:
—Ay, Estela... Te salieron buenísimos...
Y dirigiéndose a Cony, agregó:
—Lástima que esto tampoco lo supiste aprovechar...
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3 comentarios:
quee grosaa lali!
:)
buenisimo! jajaja una idola lali ;)
una preguntilla, Méndez Cané seria el nombre de peter en la version original, o le estoy batiendo cualquiera?? jaja
un beeeeeeso, espero el siguiente!
SISIS DIEGO MENDEZ CANE BESOS!!
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