jueves, 25 de marzo de 2010

"Deliciosamente vulnerable" cap 4

Mariana entró a la sala. Se sorprendió al ver que Flavia estaba hablando en voz baja con Agustina, porque sabía que durante sus largos años de convivencia forzada en la pensión, apenas se habían dirigido la palabra. Y, en cambio, ya era la tercera vez que las veía juntas en esa última semana.

El ruido de la puerta al cerrarse hizo que Flavia notara la presencia de la muchacha. De inmediato, como si estuviera en falta, se levantó y, pasando delante de ella sin saludarla, se retiró del cuarto... ¿Que bicho le habría picado?

—¿Conseguiste algo? —preguntó Agustina a modo de saludo.

—¡Ni una! —respondió Mariana decepcionada.

—¿Y las funciones adicionales?

—Completamente vendidas.

—¡Y después dicen que en este país no hay plata! —acotó Normita, que recién acababa de entrar.

Le encantaba meterse en todo.

—Parece que el lunes a las ocho abrió la boletería, y a las diez ya no quedaba nada.

—Yo digo..., ¿esa gente no trabaja? —siguió quejándose Normita, como si fuera parte en el asunto.

—Y, bueno flaca, consolate... Los iremos a ver a Inglaterra cuando seamos ricas.

Mariana sonrió con resignación.

—¡¿Otro sábado a la noche solas, pobres perdedoras?!—interrumpió Constanza, que acababa de llegar de la peluquería.

Dos veces en una misma semana... ¡Increíble!... Cony les había dirigido la palabra dos veces en una misma semana. Las amigas la miraron con curiosidad... ¿que hacía ésta,“arreglada para matar”, en la sala de estudio que, por cierto, no era su lugar favorito de la casa?

Pero Cony continuó, indiferente a sus dudas: —¡En cambio esta noche yo salgo con Pedro Lanzani!

Mariana sonrió para sus adentros. ¡Ahora ya sabía el motivo de su presencia allí!... No sólo lo llamaba por el nombre. ¡No! Había que lucir el apellido. Y lucirlo ante las únicas de la casa que conocían su valor.

—Debés estar muy emocionada, porque es la primera vez que te veo esperar por un hombre... —retrucó Agustina con maldad.

—¡¿Esperar, yo?! ¡Error! Todavía faltan quince minutos para la hora de nuestro encuentro.

—¡Que ansiosa!... Lista quince minutos antes... ¿Tenés miedo que Pedrito se te escape?

Las dos amigas rieron con ganas, mientras Cony les devolvía una mirada de desprecio.

No había nada que hacer: no se podía ser simpático con la plebe, sin que a uno le guillotinaran la cabeza.


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Miró el reloj una vez más. Se le estaba haciendo tarde para su salida con la hija del dueño de Cerámicas Ríos.¿Cómo se llamaba?... ¿Nany... ¿Cony...? Tendría que fijarse en la agenda. La nena representaba una cuenta de quinientos mil pesos anuales, que cinco años atrás le habían arrebatado al estudio de su padre. Estrechar vínculos con la heredera era una oportunidad para lograr un buen cliente...Llevársela a la cama, (cosa de la que, por otro lado, ella parecía ansiosa), era algo así como “la yapa”.

Por fin llegó Camila.

La dulce criatura que tenía enfrente le alargó el sobre con una sonrisa cómplice. No la había vuelto a ver por más de dos años, pero aquel día en particular la muchacha estaba increíble. Como nunca antes. Era evidente que había madurado, y al verla así Pedro no podía evitar preguntarse si también habría mejorado en la intimidad...

Quiso volver a mirar el reloj, pero ella le tomó el brazo, tapó la hora y... comenzó a besarlo.


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Cony no sabía esperar. Su galán ya llevaba quince minutos de retraso cuando ella le había mentido a esas perdedoras que todavía faltaban quince minutos para la hora pactada. Ahora las muy estúpidas seguían mirándola, burlonas. Ya no soportaba la presión.

Por fin sonó el timbre.

Corrió a esconderse en su cuarto, porque no quería que Pedro creyera que lo había estado esperando. Desde allí oyó más de diez timbrazos, (¡esa idiota de Normita no servía ni para abrir la puerta!), y cuando ya casi se disponía a ir ella misma, el ruido cesó.

Durante los siguientes tres minutos su corazón se negó a latir. ¿Lo habrían atendido o, cansado de tocar, se habría marchado?... Y entonces sintió el grito destemplado de aquella gorda infame:

—¡Cony!... ¡Te buscan!

Ya calmada, volvió a ser la misma Cony de siempre. No había razón para temer. Sólo estaba un poco insegura porque había tenido que luchar bastante para que él la invitara. Al principio el tal Pedro no se había mostrado demasiado interesado en conquistarla, y eso la había descolocado un poco.

Pero ahora ya estaba en sus garras, y era hora de hacerle saber quién era ella. Sin embargo no quiso excederse, y, por las dudas, decidió no hacerlo esperar más de cinco minutos.

Se miró en el espejo, puso una capa más de labial, (ya llevaba seis), y volvió a mirarse: ¡estaba perfecta!

Abrió la puerta de su cuarto y comenzó a deslizarse por el pasillo como si fuera una pasarela. Llegó al hall de entrada, bajó la cabeza como con algo de cansancio y luego la levantó, buscando con la mirada a Pedro..., ¡y entonces pegó un grito!

Sentado en un sillón estaba Marcos, un idiota con el que había salido el martes anterior, (¡ya era historia!), y, en cambio, de Lanzani ni noticia.

—¡¿Qué hacés vos acá?! —gritó ofendida, como si la sola presencia del muchacho la hiriera en lo más íntimo.

El chico, que parecía bastante asustado y algo confundido, respondió en un tono apenas audible:

—Habíamos quedado en ir al cine.

—¡¿Cuándo quedé en algo yo con vos?!

—Cuando estábamos en el hotel... ¿ te acordás? —susurró el otro, justificándose.

—¡Por qué no lo gritás más fuerte! —gritó—. ¡¿Acaso todo el mundo tiene que enterarse que fuimos a la cama?!— replicó Cony, de forma tal que realmente todo el mundo se enterara.

Y continuó hablando, (ofendiendo)

—Si estaba haciendo el amor con vos, entonces, lo más probable, es que haya hablado dormida. No puedo recordar algo más aburrido que esa noche.

Desde el otro lado de la casa, Mariana y Agustina, habíendo escuchado el escándalo, no pudieron resistir la tentación de correr hasta el recibidor.

Agustina entró sin preguntar, mientras que Mariana se quedó afuera. No tenía valor para seguir a su amiga, ya que pensaba que allí estaba Lanzani. Lo conocía de la facultad, (era imposible no verlo), y últimamente habían coincidido en todas las materias. Pero si en los últimos cinco años nunca se habían dirigido la palabra, no era aquel el momento de estrechar vínculos. Mariana lo admiraba, no sólo por ser “un potrazo” como lo había definido Cony, sino por ser un tipo brillante y muy astuto en lo suyo, (la auditoría interna). Pero la verdad era que su presencia la intimidaba: después de todo era un Lanzani. Su abuelo había conseguido dar carácter universitario a la carrera de Contador Público, había fundado el Consejo Profesional, y creado el estudio más prestigioso de América Latina. Su padre era ahora el dueño del estudio, y como titular de una de las cátedras de Auditoría, la había hecho sudar por un diez el semestre anterior. Todavía temblaba al recordar los casi noventa minutos que había durado su examen, terminados los cuales le había anunciado la nota con una sonrisa sobradora, como dejando entrever que había aprobado más por ser mujer que por otra cosa.

En cuanto al hijo... ¡¿Quién no se intimidaba al ver al hijo?!

Mal que le pesara, Mariana notó que de sólo pensar en él se había puesto colorada, como una tonta.

No tuvo tiempo para mayores reflexiones: de inmediato sintió un empujón terrible. Cony salía del cuarto y de la casa como una tromba, arrastrando a un pobre muchacho que, por cierto, no era quien Mariana esperaba. En cambio, a su paso gritaba todo tipo de obscenidades contra Lanzani, su masculinidad, y la honradez de su madre.

Fueron pocos minutos de furia, pero los suficientes como para dejar al resto de las pensionistas sin palabras.

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