jueves, 25 de marzo de 2010

"Deliciosamente vulnerable" cap 6

—Hola... —dijo con cierto embarazo.

El hecho de que el otro se mostrara tan confundido como ella al verla allí, le permitió recobrar algo de compostura.

—¿Sabés quien soy, no?

Si, él la conocía.

—Espo... —comenzó a recitar Mariana su apellido. Terminaron de recitarlo juntos.

— .... sito.

—Sí, esa.

—¿Que hacés acá?

—Vivo en esta pensión .

—Ah... No sabía. ¿Podés llamarla a Cony?

—Cony tuvo que irse...

Pedro pareció muy contrariado al escuchar la noticia. Era evidente que no estaba acostumbrado a que lo dejaran“pagando”.

—¡¿Cómo que tuvo que irse?!... ¡Si sabía que yo venía a buscarla!

—Mirá, no estoy segura. Creo que tuvo un inconveniente de último momento y tuvo que irse. Pero, en su defensa, tengo que decir que desde las siete y cuarto que te estaba esperando.

—Sí, se me hizo tarde..., pero eso no la justifica... No sabés el trabajo que me costó conseguir las entradas para el recital... ¡Si no se hubiera acordado a último momento!

Mariana, que hasta allí se había limitado a mirarlo con cara de circunstancia, cobró repentino interés.

—¿Qué recital?... ¿El del Ópera?

—Sí, el del Ópera. ¡¿Vos sabés el trabajo que me costó conseguir las entradas?! —repitió Pedro, mientras en su interior recordaba las proezas de Camila aquella tarde, en la cama—. ¡¿Ahora qué hago?!

Los ojos de Mariana se iluminaron.

—Bueno, mirá, si las pagaste a un precio lógico yo puedo comprártelas. Me muero por ir al recital, y ya habíamos quedado con mi amiga; pero las entradas se agotaron el lunes mismo que salieron a la venta.

—No, yo también quiero ir. Es uno de mis grupos preferidos. Aparte el show es bárbaro. Lo vi este verano en Río... ¡Son increíbles!

—Si, son increíbles... —repitió Mariana con clara decepción.

Pedro analizó sus posibilidades: ninguna amiga iba a estar lista en cuarenta minutos, que era el tiempo que tenía para llegar. Y si iba al teatro solo, era un claro mensaje para Camila de que estaba interesado en algo más que un polvo rápido.

Miró a Mariana, como por primera vez.

—Bueno, dale, vení vos entonces —se escuchó decir—.Pero no tardes más de veinte minutos en arreglarte, porque empieza a las nueve.

Ahora que lo había dicho se sentía incómodo. Nunca antes había tenido vergüenza de invitar a una chica, pero esta no era una chica: era Esposito.

Sabía que iba a arrepentirse.


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Cuando Mariana entró a la sala, todavía algo confundida, las otras la esperaban con impaciencia.

—¿Qué le dijiste?... ¿ Se enojó?

—Tenía entradas para el Ópera... ¡¿ No es increíble?! ¿Cómo las habrá conseguido?

—¡Que bajón! ¡ Cuando se entere Cony!

—¿Y qué va a hacer?... ¿Piensa ir solo?... Si está fuerte dejo plantado a Chachi y lo acompaño yo —se ofreció gentilmente Marita.

—No. Me invitó a ir con él y... — continuó Mariana, pero no pudo acabar la frase sin que la interrumpieran.

—¡Y agarraste, quiero imaginar!

—No me dio tiempo a contestar. Me dijo directamente que pasaba a buscarme en veinte minutos... No sé qué espera que haga todo ese rato. No tardo ni dos en pasarme un poco el peine.

—¡¿ En veinte minutos?! —rugieron las otras casi al unísono.

Una furia inmediata se apoderó del lugar. No valieron los gritos y protestas de la pobre Mariana... Todas tenían algo para aportar. No se entendía muy bien si por amor a la amiga o por odio a Cony, estaban dispuestas a ofrecer lo mejor de su guardarropa y maquillaje para que Mariana estuviera perfecta.

Ella sólo pudo imponerse en una cosa: no hubo forma de ponerle una remera roja escotada que dejaba al descubierto los noventa y cinco centímetros de busto que tanto la avergonzaban. En lugar de eso se avino a una blusa blanca discreta que, sin ella sospecharlo, servía para no desviar la atención de la minifalda de cuero negro que descubría sus piernas curvadas y acentuaba sus caderas.

A los quince años, Mariana había pasado, en cuestión de meses, de ser una flacucha, a convertirse en una hermosa mujer, bien formada, y con unos pechos sobresalientes. La diferencia se hizo obvia el verano de aquel año en la pileta municipal, (único lujo que las monjas le permitían en vacaciones) Allí pudo percatarse, por las miradas de sus compañeros de la infancia, que su cuerpo había cambiado; y por la de los mayores, que se había transformado en un objeto de deseo.

Y no le gustó.

Quizás por haber sido criada entre monjas, o porque el cambio llegaba un poco tarde, cuando ya estaba acostumbrada a que la valoraran por ella misma y no por el tamaño de sus pechos, no le gustó. Por eso era terminante: nada de remeras, sólo blusas. Y más si iba a salir con un tipo como Lanzani.

A los dieciocho minutos y medio ya habían terminado.

Mariana estaba lista.


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Bastó que la puerta de la pensión se cerrara, para que Pedro ya se hubiera arrepentido. ¿Qué iba a hacer él con esa geniecito? ¿De qué iban a hablar? ¿Esperaría ella que la llevara a la cama después de la salida?

Recordó a Camila una vez más, y lo que la niña había mejorado como amante. Realmente lo había dejado cansado.... Él no era un tipo paciente como para enseñarle a nadie nada en materia de cama, pero la chica había aprendido algunas gracias en su ausencia. ¿Por qué no se había decidido por ir solo al Ópera? Hubiera corrido el riesgo de que Camila se hubiera “hecho la película”, es cierto, pero eso le había pasado con muchas otras, y él siempre se las había ingeniado para que les “cayera la ficha”.

Se preguntó a si mismo si tendría agallas para dejar plantada a Esposito. Se pasaba el día haciendo cosas que no le gustaban, y le indignaba tener que seguir haciéndolas en su vida social, sólo porque se había apresurado a hablar.

Para no llegar tarde tenía que doblar a la derecha hacia la pensión. Pero en vez de eso, pisó el acelerador y siguió de largo.

Después de todo, era la noche del sábado.


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—¡Hola! ¿Sabés quién soy?

Esteban estaba usando su voz más seductora. Pero Constanza esa noche no tenía ganas de dejarse seducir.

Era cierto que el tipo era “un potrazo”, y que una sola mirada bastaba para saber que había sido rugbier. Pero aquella noche no estaba de humor.

—¿Qué es esto?... ¿Una adivinanza?

—De la facultad... —informó Esteban, mientras se sentaba en el lugar vacío de Marcos, que había ido a servirse unos tragos.

—¿De cuál de ellas? Estuve en muchas —respondió Cony, con el calculado desprecio que usaba cuando sabía que tenía ganado a un hombre.

—De Económicas.... Vos sabés...

Esteban estaba ofendido de que no lo recordara, así que cambió su tono de voz, de meloso a indiferente.

—Soy el mejor amigo de Pedro.

Los ojos de Constanza relampaguearon de furia.

—¡Qué! ¿Te mandó él?

—No. Yo sé venir solito... Pero si te molesto me voy —dijo con enojo no fingido.

—No, está bien... Quedate...

Más por aburrimiento que otra cosa, Constanza comenzó a desplegar las armas de seducción que poseía. El tipo era“un potrazo”, y si de verdad era el mejor amigo del otro, podía ser una placentera forma de vengarse.

—¿Cómo te llamás?

—Esteban... —Evitó el Franchinotti que tanto lo avergonzaba—. Mi padre es socio de toda la vida en el estudio Lanzani, y con Pedro nos criamos juntos.

—¿Se criaron juntos? ¿Qué son?... ¿“mellicitos”?

—No, no somos mellizos... Parecemos iguales, pero somos muy distintos. Yo soy mucho mejor —respondió con superioridad.

—¿Y en qué sos mejor?—Por ejemplo no me gusta dejar plantadas a las chicas, y en especial cuando son hermosas.

Los ojos de Cony volvieron a centellear, pero no permitió que la furia se apoderara de nuevo de ella.

—Interesante diferencia... ¿ Y qué más?

—Bueno, lo demás lo tenés que averiguar vos solita, y te puedo asegurar que no te vas a arrepentir.

Marcos estaba volviendo a la mesa con los dos tragos, cuando, a lo lejos, notó la cara de satisfacción de Cony. Por un momento se sintió ofendido, pero al observar los músculos de su contrincante, decidió olvidar todo el asunto. Después de todo, el mundo estaba lleno de mujeres mucho más cuerdas que aquella, y él no era un tipo rencoroso. Se escondió tras unas cortinas, se tomó las dos copas y, elegantemente, se fue.


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Pedro pisó el acelerador a fondo. Ya se había arrepentido de arrepentirse y no quería llegar tarde. ¿En qué había estado pensando? No podía plantar a Esposito y después verla todos los días en la facultad... ¿Con qué cara?... Además siempre estaba la posibilidad de sacar ventaja de la chica: le podía servir para que le explicara Impuestos, la única materia de su carrera que le era particularmente esquiva.

Todavía no entendía por qué había tenido ese impulso por huir. Después de todo Esposito no era tan fea. Él lo sabía muy bien... Muchas veces, mientras estaba en capilla preparando su examen, había podido observarla. Sentada frente a los profesores, hablando con seguridad y sin nada de coquetería, sus ojos grandes se iluminaban con un brillo especial... La adrenalina del examen la hacía lucir hermosa. Claro que cuando se levantaba de la mesa la magia se esfumaba, y volvía a ser lo que era siempre: nadie. Pero la chica algo valía... ¿Porqué ese rechazo a salir con ella entonces?

Paró frente a la pensión y una vez más frenó el impulso de escaparse. Tocó la bocina preparado para esperar los cinco minutos de rigor, (o quince, o veinte, o...), cuando de la puerta salió...

¿Esposito? ¿Esa era Esposito?

¡Guau!

6 comentarios:

Marian Tosh!~ dijo...

que se ha creidoo este arrogantee? q las mujeres no saben arreglarse oo qq?

jajajaja

mee encantaa laa nove!

:)

esperoo mas

bespsssssssssssss

Anónimo dijo...

me encantaaaaaaaaaaa! plis subi el siguiente capitulo que quiero ver como les va juntos!

gracias por todo el trabajo que hacisiste para poder subir esta hermosa historia sin joder a nadie. un beeeeeso!

Anónimo dijo...

mikitaaaaaa me encantoooo quierooo maas

Anónimo dijo...

aii quieroo mass!! =)

Anónimo dijo...

buenisimo el cap

Anónimo dijo...

Me encantooo!!!!!!!!!!!!! Te seguiremos por aca :D

Cinnn