martes, 30 de marzo de 2010

"Deliciosamente vulnerable" cap 11

—¡Ni loca!... ¿Por quién me tomás?... ¡Metételos en el culo los mil dólares!...

—No tenés que criarlo vos... Podés darlo en adopción y...

—¡Claro! Para que después venga cuando yo tenga mi propia vida y se me presente... ¿Qué te creés? ¿Qué no sé de estas cosas? Yo vi mucho de esto en el hospital... No, no... Nadie me convence.

Se puso en movimiento, pero otra vez las palabras de Mariana lograron detenerla.

—¿Tampoco el padre?

Flavia se dio vuelta, hecha una furia.

Mariana insistió: —¿Qué opina él del asunto?

—¡Con él no te metas!... Además es justamente el más interesado en que yo aborte... Ahora que volvió con esa yegua mal cogida...

Los ojos de Flavia, tan negros, se oscurecieron un poco más. Y a pesar de no ser tan fea, el odio que sentía en aquel momento la hacía parecer horrible. Se sentó un instante, hundida en sus propios pensamientos.... La voz de Mariana parecía llegarle de otro lugar.

—Pensá en ese chico... Te mandaría al Convento en que me crié, en Mendoza. ¡Máxima discreción! Allí las hermanas te atenderían. Yo podría pagar tu estancia ahí y el parto. Y al tenerlo, ni siquiera sería necesario que lo anotaras a tu nombre. En el Convento dejan muchos chicos abandonados. Después, entre el juez y el Movimiento Familiar Cristiano le buscan una buena casa donde criarse...y vos, tan contenta, con tus mil dólares.

—¡Ni loca! ¿Para qué? ¿Para que lo adopte cualquiera?¿Para que lleve la misma vida de mierda que tuve yo?¿Para que nadie lo quiera? ¿Para que se aprovechen de él?¡No! ¡Ni loca!... ¡Para eso lo aborto!

—¿Y si le toca otra vida? ¿Si es feliz?

—¿Feliz como quien? ¿Como vos?... No seas ingenua. Nadie es feliz en esta vida de mierda.

—Yo soy feliz —contestó Mariana, ofendida.

—Sí, ya lo veo... ¡Muy feliz!... Un aparato que corre todo el día de la facultad al trabajo. Una idiota cuya única distracción es la Iglesia y meterse en la vida de los demás.¿Por qué no te confesás a vos misma que estas tan sola y miserable como yo, en vez de jugar a la santa?

Al ver la cara de Marianaa, Flavia se arrepintió de sus palabras. Pero ya era tarde para no decirlas. Y además era la verdad.

De repente se sintió horriblemente cansada. Sólo quería dormir. Dormir y no despertarse jamás...

Esa también era una opción.

Lentamente se dirigió hacia el patio. Pero cuando ya estaba llegando a su habitación escuchó a sus espaldas la voz quebrada de Mariana, que casi en un susurro, le preguntó:

—¿Lo vas a pensar?


Flavia ni se dio vuelta al escucharla. No tenía ganas de contestar. Lo único que quería hacer era dormir.


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—¿Vos te creés que el idiota de Pedro iba a poder dejarme plantada así no más? ¡Claro que me vengué!

—No te creo, Constanza. Estoy todo el día con él... Me hubiera enterado.

—Me vengué, boludo... A ver, pensá Esteban... ¿No recibieron ninguna llamada rara esta semana?

—No, yo no me enteré de nada.

—Bueno, vos no te habrás enterado. Pero seguro que Pedro sí... ¿No sale más acompañado por estos días?

—No... No sé a que te referís...

— ¿No lleva custodia? —insistió Cony fastidiada.

—Que yo sepa, no ¿Por qué iba a llevarla?

—¡Porque alguien podría haber llamado diciendo quei ban a secuestrar a alguien!

—¡Eso es ridículo! ¿A dónde llamó?

—A la oficina del padre, por supuesto.

—¡Imposible!... Además, lo hubieran rastreado: todas las líneas del estudio están “pinchadas”...

—No de un teléfono satelital... Es casi imposible.

—Pero a él se lo ve de lo más tranquilo.

Cony estaba fuera de sus casillas. ¿Podía ser que no le hubieran pasado el mensaje? ¿Cómo quedaba ella, delante de esos dos boludos?

Sintió ganas de salir del auto en ese mismo momento, y si no hubiera sido porque estaban parados en medio de la nada lo hubiera hecho. Pero la Avenida más cercana debía estar a, por lo menos, cinco cuadras a través del pasto, y las botas que tenía puestas le apretaban demasiado.

—Bueno, me harté de hablar de Pedro —dijo Cony terminante—. Si no me creés no me importa... ¡Me aburriste, pibe!. Llevame ya mismo a mi casa.

Esteban cerró los ojos y los puños... Tenía que calmarse. Tenía que imaginarse a si mismo ganando la cuenta de la Cerámica Ríos. Tenía que conquistar a aquella pelotudita a como diera lugar. ¿Quién era ella, después de todo, para despreciarlo?

—Sabés que tenías razón... —le susurró al oído, usando todo su encanto de seductor—Yo también me harté de hablar de Pedro... Podemos charlar sobre nosotros, en cambio...Comenzó a acariciarle la entrepierna con contenida suavidad, y ella lo apartó.

Los ojos de Esteban se nublaron por la furia, pero nada dijo.

—¡Llevame a casa! ¡!¿Sos sordo?! —repitió Cony con prepotencia

Esteban trató, una vez más, de contenerse, pero sentía ganas de matarla. Volvió a cerrar los puños y mirándola a los ojos, replicó:

—O podríamos seguir discutiendo esto en mi departamento...

Pero Cony no tardó en responder:

—¿Sos boludo o te hacés?... ¡A ver si te hiciste la película de que me iba a acostar con vos!... ¿Creés que me voy a la cama con cualquiera?

¡¿Con cualquiera?! ¿Qué significaba eso?

Esteban le gritó su furia: —¡Ah! ¡Conmigo no, pero con Pedro si! ¡Te hubieras acostado con él ¿no?! ¡A él sí lo hubieras dejado que te la metiera hasta por el culo!

Cony lo miró con desprecio.

—Puede ser...—le dijo con frialdad—. Pero no me gusta la pija del mono, sino la del dueño del circo.

Esteban sintió estallar su cabeza. El mono..., el dueño del circo... Todo lo que veía era rojo. Sintió la furia apoderarse de su sexo. Quería joder a esa puta. Quería cogerla hasta que pidiera perdón... El no era ningún mono. El nunca había sido menos que Pedro. Ninguna puta de Pedro tenía derecho a rechazarlo.

Cruzó la cara de Constanza con un sonoro cachetazo que la dejó atontada. Cuando pudo reaccionar intentó defenderse, pero sus cincuenta kilos nada podían frente a los poderosos brazos y piernas de Esteban, que tanto la habían impactado cuando lo conoció. Él se sentía dueño de la situación. La muchacha quiso frenarlo, pero fue imposible. Quiso cerrar las piernas, pero sólo pudo sentir el dolor quemante del sexo de su agresor, penetrándola sin compasión hasta quedar exhausto.

Cuando se cansó de poseerla la dejó a un lado.

Constanza lloraba, la ropa hecha jirones, en estado de shock. Esteban ni siquiera se volvió para mirarla, antes de hablar.

—¡Ahora sí te llevo a tu casa! —le gritó secamente.


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Flavia asomó su cabeza por el inodoro y volvió a vomitar.

Esto era ridículo. No tenía ni quince días de embarazo.

Se sentó en el piso frío del baño, sin fuerzas. Hasta ahora sólo había pensado en aquel peso en el vientre como si se tratara de un tumor. Pero la idiota de Mariana le había dado un nombre: lo había llamado “hijo”. Y ahora no podía dejar de pensar en eso... Hijo... M’hija la llamaba “el papi”.M’hija le decía mientras la tocaba ahí abajo. Otra vez pudo sentir el gusto amargo de la lengua del viejo en su boca.

Volvió a vomitar.

Hacía ya muchos años que no pensaba en eso...De nuevo se sintió traicionada por un asqueroso hombre.¿Qué pensaría el Dr. Pérez Prado, que era tan bueno y digno, si alguien la encontraba muerta por su culpa? ¿Qué pensaría “el papi” si supiera que ella se mató? ¿Qué sentirían aquellas dos basuras que sólo se habían aprovechado de ella?

Se levantó y fue hasta el botiquín del baño. Quería terminar con todo, y algo debía haber allí para ayudarla.... Revolvió un poco y encontró una pequeña navaja, de esas que antes usaban las mujeres para depilarse. La levantó para examinarla, y pudo ver el reflejo de la luz en el filo oxidado. La apoyó de nuevo en el estante, y buscó en el cajoncito de los remedios: ¡aspirinas! En aquella puta pensión sólo había aspirinas. Podía tomar muchas... O podía cortarse las venas con la navaja...

Se recordó a si misma, sola en aquel cuarto sucio cuando tenía doce años. Volvió a verse en esa camilla, y volvió a sentir la sangre corriendo entre sus piernas. Sangre...Mucha sangre...Todo su cuerpo empezó a temblar.

Salió del baño a duras penas justo en el momento en que Constanza entraba, pero ninguna de las dos se dio cuenta de la presencia de la otra.

No vio nada hasta cerrar la puerta de su cuarto. Allí se desplomó.
Incapaz de caminar, se sentó en el piso y volvió a ver su pasado, pero sin recordar. Era como si tuviera asientos de primera fila en una película protagonizada por una nena como ella, vestida con esa pollerita amarilla que tanto le gustaba, y a la que su papi llamaba “m’hija”, pero que era una extraña.

Después recordó sus días con el doctor. No eran imágenes, era un sentimiento cálido que se metía entre las piernas, hasta que en su cerebro volvían a estallar las palabras que la obsesionaban: “no te quiero, siempre quise a mi esposa. Lo nuestro fue un error”.... Un error.... Un error.

Ella era un error.

Las fuerzas la abandonaron por completo. Se acurrucó en el piso y permaneció así por el resto de la noche. Sin pensar.

Una pequeña tregua.


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Constanza se metió vestida bajo la ducha. Abrió la canilla sin esperar el agua caliente, y comenzó a frotarse con furia. Se sentía sucia. Muy sucia...

Quizás no era la primer vez que la violaban... Quizás alguna de aquellas noches en blanco, cuando todavía era adicta y se despertaba bañada en vómito y semen... No estaba segura...

Quizás...

Pero de lo que sí estaba segura era de que nunca antes había sentido miedo.

Buscó el orgullo y el desprecio que la habían ayudado a llevar adelante su vida, pero no los encontró. Sólo ese dolor entre las piernas...Trató de rebelarse una vez más... ¡Esto no podía pasarle a ella! ¡No a Constanza Ríos!... ¡No a la hija de Eleuterio Ríos!

Pero le había pasado.

Comenzó a llorar de impotencia. Pero no a los gritos, como solía hacer siempre, para que la escucharan todos. No. Lloró en voz baja.... Lloró como cuando su madre se había ido, como cuando abuelita se murió, como cuando se hizo señorita a los diez años... Lloró agazapada en la bañera, hasta que su cuerpo maltratado no pudo llorar más.


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Mariana se acomodó a oscuras en su cama. Sentía un nudo en la garganta y muchas ganas de gritar, pero no debía hacerlo. En la cama de al lado dormía Agustina y no quería despertarla. Era muy tarde para darle explicaciones y, además, ¿qué le iba a explicar?

Sintió las lágrimas corriendo por sus mejillas. Su mente le decía que eso era ridículo, pero...

Por primera vez en tantos años no pudo controlarse: tenía lástima de si misma.

De esa nenita de cinco años que había sido cuando, aquella noche fatal, al despertar de un mal sueño y llamar agritos a sus padres, por primera vez ellos no habían ido a acunarla.

Del piso frío del Convento, donde algún alma de caridad la había llevado, todavía descalza y llorosa.

De todas esas navidades pasadas en largas misas y festejos ajenos.

De todos aquellos cumpleaños rápidamente olvidados, y de todos los actos escolares en que los chicos se reencontraban con sus padres, y ella se quedaba sola en medio del salón.

De todas las caricias buscadas y no recibidas.

De todas las ilusiones de amor que había tenido, y que José Luis había destrozado.

De su soledad...

Casi podía sentirse otra vez en aquel camastro, la primera noche en el Convento. Casi podía escuchar a la Hermana Clara, sosteniéndole la mano y diciendo que, de ahí en más, iba a ser la Mamá de Jesús quien la acunara. La Mamá de Jesús...

De sus labios, casi por hábito, brotó un Ave María, y luego otro, y otro... Y como si una Madre le acariciara el alma, comenzó a inundarla un sentimiento de paz.

Se acurrucó y, por fin, se quedó dormida.


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Aquella fue una mala noche en la pensión.

Una noche de mierda.

Una vida de mierda.

Una vida.


FUERTE

2 comentarios:

Marian Tosh!~ dijo...

Upaaa!

mee imaginee q ivaa a serr fuerteee peroooo mee haa parecidooo muchisimoo par un mismoo cap

sin dudass noss esperaa un gran historiaa!

besosssssssssssss


Otroo?

Camila dijo...

Me encanta tu novela !
te comento solo ahora porque empeze a leerla hace una hora =)
De verdad que es muy fuerte !
de que libro la adaptaste ?
Me encanta como escribes !
Te mando un beso
respondeme a camila_dsc@hotmail.com

espero el prximo cap =)