domingo, 9 de mayo de 2010

"Tormenta de pasiones" cap 9 por MarianTosh!~

Ese pensamiento tuvo el poder instantáneo de devolverle la sensatez. Juan Pedro era un libertino, un filisteo, que no hacía el menor intento por negar que había hecho cosas despreciables. La presencia de ella en su vida era accidental y temporal: en lugar de soñar con él como una lechera enamorada, debía concentrarse en sobrevivir esos tres meses siguientes con su dignidad y reputación intactas. Sin embargo su cuerpo le despertaba emociones que no se había imaginado capaz de sentir.
Casi sin ver por dónde pisaba, se internó en el bosque y se encaminó hacia los caballos. Temblorosa y con una horrible sensación de soledad, rodeó el cuello de Rhonda con los brazos y hundió la cara en su suave piel.
Con una sensación de náusea, reconoció que era vulnerable a los letales encantos de Juan Pedro. Cuando aceptó su desafío se había creído demasiado fuerte, demasiado moral, para sucumbir a las flaquezas de la carne. Sin embargo, unas pocas horas en su compañía la hacían sospechar que las tretas de él podrían ser más potentes que los principios de ella.
Si ella fuera la mujer que la gente creía que era, tendría fuerza para resistir, pero no lo era. Era una impostora.
Toda su vida se había esforzado por convencer a los demás de que su carácter era verdaderamente espiritual. Había sido el modelo de una metodista devota, ayudando a los necesitados, ofreciendo consuelo a los afligidos. Y su comedia había tenido éxito, porque jamás se le habría ocurrido a nadie dudar de la fe de la hija de Carlos Esposito.
Pero en su corazón llevaba la vergonzosa certidumbre de que era una impostora. Jamás había experimentado el apasionado conocimiento interior de Dios que era el corazón y alma de su religión. Ni una sola vez había conocido el éxtasis de la gracia divina, aunque lo había visto en otras personas.
Ese fracaso había sido siempre su oscuro secreto, jamás revelado a nadie. Ni siquiera a su padre, quien suponía que su espíritu era tan auténtico como el de él; ni a Owen Morris, que dirigió su clase y también era su consejero espiritual.
No era que le faltara fe. De verdad creía que el mundo estaba formado por un propósito divino; que era mejor conducirse con bondad que con crueldad, que el servicio al prójimo era la más elevada finalidad de la vida. Por encima de todo creía, necesitaba creer, que las obras importan más que las palabras. Cuando llegara la hora de ser juzgada, tal vez sus obras pesarían más que sus fallos espirituales.
Se apretó la boca con el puño para reprimir un desesperado sollozo. Era horriblemente injusto, ella no era una inocente pagana que pudiera responder a Juan Pedro sin sentirse culpable. Sin embargo su fe tampoco era suficientemente fuerte para tener la fuerza de resistirse a él con serenidad.
Pero de una cosa estaba segura: esos tres meses le enseñarían cómo era el infierno.
Al salir del agua, Juan Pedro comprobó que uno de los pingüinos se había alzado con su corbata, pero el resto de la ropa la habían dejado en paz. Después de secarse un poco con el chaleco, se vistió y caminó hacia donde estaban los caballos silbando suavemente.
Mariana estaba sentada bajo un árbol con las piernas cruzadas y expresión remota. Con pesar, Juan Pedro vio .que no le quedaba ni un rastro de la encantadora timidez que había mostrado cuando él comenzó a desvestirse.
-Deberías haberme acompañado -le dijo extendiendo la mano para ayudarla-, los pingüinos están en muy buena forma.
-Seguro que habría estado tan deslumbrada por ti que ni los habría visto -contestó ella en tono mordaz, levantándose sola, sin hacer caso de la mano extendida.
-Ah, así que estoy comenzando a impresionarte -dijo él encantado.
-Eso no lo negaría.
Las nubes habían cubierto el sol y enfriado el aire. El regreso fue en silencio. Después de dejar los caballos en sus respectivos corrales, Juan Pedro acompañó a Mariana hasta la casa. Le agradó ver que ella ya aceptaba como algo normal su contacto.
Su buen humor se evaporó tan pronto entró en la mansión de su abuelo. La invitó a entrar en el salón principal.
-¿Qué te parece esta casa, Mariana?
-Es grandiosa -contestó ella después de un corto silencio.
Él miró la sala con disgusto.
-Pero ¿te gusta?
-Ésa no es una pregunta justa. Yo soy una mujer sencilla con gustos de aldeana. Sé apreciar una silla de roble o una pared encalada, o un edredón bien hecho, pero no sé nada de muebles finos ni de arte ni de estilos aristocráticos.
-Eso no quiere decir que no tenga valor tu opinión. ¿Agrada a tus sentidos esta casa?;
-Para ser franca, la encuentro opresiva. -Paseó la vista por el salón-. Hay demasiados trastos. No hay ningún espacio libre, todo está atestado de formas, telas o piezas de porcelana cuyo valor podría alimentar a una familia pobre durante un año. No me cabe duda de que todo es del mejor gusto... -pasó el dedo por el marco de un cuadro-, aunque se podría mejorar la limpieza. Pero prefiero mi casa.
-Demasiados trastos -repitió él-. Exactamente lo que yo siento. A los gitanos no nos gusta estar dentro de casa en los mejores momentos y esta casa siempre me ha hecho sentir sofocado.
-¿Te consideras gitano?
-Cuando me conviene -contestó él con un encogimiento de hombros.
Cogió una figurina de porcelana que representaba un león devorando a un niño desobediente. No era de extrañar que a su abuelo le hubiera gustado tanto. El siempre había deseado hacerla añicos. Bueno, ¿y por qué no? Con un rápido movimiento lanzó la figura al hogar, y allí se rompió con estrépito. Complacido, se volvió hacía Mariana, que lo estaba observando recelosa.
-Te doy permiso para cambiar todo lo que quieras -le dijo-. Quita los trastos, contrata más criados y criadas: que limpien, pinten, empapelen, que hagan todo lo que te parezca mejor. Puesto que es culpa tuya que yo vaya a pasar más tiempo del planeado en este mausoleo, muy bien puedes hacerlo habitable. Compra todo lo que creas necesario y que me envíen las facturas a mí. Eso no sólo va a bombear dinero en la economía local sino que además va a complacer infinitamente a Willie. Creo que está encontrando bastante aburrido su puesto aquí. Le diré que siga tus órdenes igual que las mías.
-¿Forma parte del trabajo de una amante redecorar la casa de su amante? -le preguntó ella consternada.
-La mayoría de las amantes se desmayarían de placer ante la oportunidad -aseguró él-, ¿Quieres visitar las buhardillas? Hay montones de muebles allá arriba. Podrías encontrar cosas más de tu gusto.
-Después, quizá -dijo ella algo aturdida-. Antes de hacer cualquier cambio tendré que observar y pensar.
-Juiciosa mujer. -Miró el reloj de similor sobre la repisa del hogar-. Ahora debo ir a ver a mi administrador. Cenaremos a las seis. Si quieres bañarte antes, toca la campanilla de tu habitación. El personal debería arreglárselas para llevarte agua caliente. ¿Nos vemos en la cena, entonces?
Se retiró, ya sintiéndose menos oprimido por la casa. Tres meses del tenaz sentido común de Mariana mejorarían mucho la mansión de Abordare. Tal vez con el tiempo ya no se parecería tanto a la casa de su abuelo.
Mariana dedicó la hora siguiente a observar los salones. La disposición básica y las proporciones eran atractivas, pero los muebles parecían elegidos más por la grandiosidad que por la comodidad, y había demasiado de todo.
Cuando acabó la exploración subió a su dormitorio, tan grande como toda la superficie de su casa. También estaba atestado de muebles, pero las cortinas azules de las ventanas y de la cama eran hermosas. Si quitaba todos los muebles innecesarios quedaría bastante agradable.
Agotada, se dejó caer de través en la cama y con las manos detrás de la cabeza se puso a pensar en todo lo ocurrido desde su llegada a Abordare. Tenía la sensación de que habían transcurrido días en lugar de horas.
Todavía le parecía increíble que el conde hubiera dejado en sus manos las riendas de la casa, con tanta despreocupación, con carta blanca para gastar lo que quisiera. Pero ya recuperada de su sorpresa, le agradó la perspectiva de mejorar esa mansión recargada, polvorienta y descuidada. El resto de la tarde lo pasó pensando, haciendo listas y anotando preguntas para sí misma.
El reloj dio las cinco, sacándola de sus planes. Era hora de prepararse para su primera cena con Juan Pedro.
El trabajo la había serenado y ya no se sentía tan frágil como cuando estaba junto al lago. Sin embargo, estar en esa casa tan grande le resultaba desconcertante. Incluso llamar para pedir un baño la incomodaba, ya que en su casa nunca habían tenido ninguna criada.
Su turbación desapareció cuando la criada que acudió a la llamada de la campanilla resultó ser una ex alumna suya. Dilys siempre había sido una chica de carácter dulce que adoraba a su maestra, y aceptó su presencia en la casa como si fuera lo más natural del mundo que una maestra de escuela fuera la huésped de un conde.
Por su parte. Mariana descubrió que pedirle a Dilys agua caliente para bañarse no era más difícil que pedirle a una alumna que recitara las tablas de multiplicar. Sin embargo, no pudo dejar de ayudarla cuando la chica entró en la habitación con dos pesadas calderas llenas de agua caliente. Si hubiera sido una verdadera dama, pensó, se habría quedado tranquilamente a un lado dejando trabajar a la niña.
La enorme bañera de asiento le pareció deliciosa; jamás en su vida había tenido el lujo de tanta agua caliente. Se quedó sumergida tanto rato que tuvo que arreglarse el pelo y vestirse a toda prisa.
Sólo uno de sus vestidos era apropiado para la noche, y estaba viejo y jamás había sido elegante. Sin embargo, la tela de exquisito color negro le hacía juego con los ojos, y el escote dejaba al descubierto unos centímetros de suave piel bajo la garganta.
Se miró y trató de imaginarse cómo se vería con un vestido a la moda, escotado. Con tristeza comprendió que aun en el caso de que lo poseyera y tuviera la osadía de ponérselo, el resultado no sería digno de nota.
Después de cepillarse los cabellos y enrollarlos en un brillante moño en la nuca, se examinó con ojo crítico en el espejo. El vapor del agua caliente le había formado ondas en los cabellos oscuros alrededor de la cara, disminuyendo su severidad.
Afortunadamente tenía la piel lozana y el sonrosado color natural gales.
La imagen que vio en el espejo la mostró exactamente como era: una mujer modesta de modestos medios. Por lo que tocaba a su orgullo, se veía tan bien como podía verse, y sin embargo era demasiado vulgar para provocar un incontrolable deseo en el conde de Aberdare. Gracias al cielo por eso. Ya estaba suficientemente mal que él considerara un juego seducirla; si además él ponía su corazón y voluntad en el intento, podría ser que ella no fuera capaz de resistírsele.
Se secó las manos, que de pronto sintió mojadas, y bajó a cenar. Pronto acabaría el día y no pudo dejar de preguntarse en qué momento cobraría su beso el conde.
Y más importante aún, ¿cómo reaccionaría ella cuando él lo hiciera?



Como va a reaccionar? Y les pregunto: Donde la besara?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

jajaj bueno no queda mucho tiempo, ny si hay muchos lugares... xD
en la cena, despues de la cena, en la cocina (si esque no esta la criada para llevar los platos xD), en algun pasillo, o quizas se lo cobre en alguna habitacion jajjaa y la lista sigue..

y su reaacion.. nose seguro que le gusta y quiere mas.. jajja (y querra que se cobre mas de un beso cada dia xD)

aii nse pero quiero leer el proximoo capi ya!! jejej

UN BESO!! ^^
teff

Anónimo dijo...

hoy no subis de esta novela? mira que tambien la espero eh!! =)

bueno cuando puedas, que yo no meto presion! =)

Un beso!! ^^
teff