La picardía de Juan Pedro debía de ser contagiosa porque ella se oyó decir:
-Supongo que proveer de un servicio local de sementales es lo primero que se le ocurriría a un libertino. Juan Pedro soltó una carcajada.
-Si no tienes cuidado yo podría comenzar a pensar que tienes sentido del humor, y perverso.
Rhonda se detuvo y Mariana se dio cuenta de que nuevamente estaba tirando de las riendas. Dios santo, sí que sabía ser encantador Juan Pedro.
-¿Es cierto que trajiste unos animales raros de tus viajes? -preguntó para cambiar a un tema menos espinoso.
-Unos cuantos -sonrió él-. Vamos y te los enseñaré.
Hizo girar el caballo a la derecha y la condujo hacia una parte más rocosa y más alta de la propiedad. Pasaron por otra puerta, ésta en un muro alto que parecía de construcción reciente.
Después de cerrar la puerta, Juan Pedro ató su caballo a la linde de un bosquecillo de sicómoros y fue a ayudarla a desmontar.
-El resto del camino lo haremos a pie. Nuevamente le colocó la mano en la espalda y la guió por el bosque. Inquieta, ella reconoció lo agradable que es sentirse protegida, sentir que no estaba sola.
Aunque pegó un brinco de sorpresa, fue un alivio para ella oír romperse el silencio por un sonido ronco, parecido a un chillido. El primer grito desencadenó un coro de gritos similares. Algo decepcionada dijo:
-Parece una manada de monos.
-Espera -sonrió él.
Salieron del bosque junto a un pequeño lago situado en una cuenca rocosa. Mariana se detuvo en seco y pestañeó, sin poder creer lo que veían sus ojos.
-¿Qué son?
Anadeando por la playa del lago había unos doce o más animales, los más extraños que había visto en su vida. De unos sesenta centímetros de altura, los animales negros con blanco caminaban erguidos como hombres, pero daban la impresión de no tener patas. Su modo de andar, anadeando, era tan cómico que se echó a reír.
Chillando como un mono, uno de los animalitos se puso a pelear con uno de sus compañeros. Después de una breve riña, el segundo corrió hacia el lago graznando y allí se lanzó de cabeza al agua y desapareció.
-Mariana, te presento a los pingüinos -dijo Juan Pedro-. Pingüinos, os presento a Mariana.
Le cogió la mano y la ayudó a pasar por las rocas hasta la playa guijarrosa. Varios pingüinos se retiraron hacia la alta hierba pero al resto pareció no importarles la intrusión. Algunos se quedaron inmóviles como estatuas, arrogantes, con los negros picos en alto. Otros continuaron moviéndose como si allí no hubiera ningún ser humano, tirando de las hierbas y amontonando guijarros. Uno se les acercó y comenzó a picotear esperanzado la bota de Mariana. Decepcionado la miró con un ojillo brillante y después dio vuelta la cabeza para mirarla con el otro. Ella se echó a reír.
-He leído sobre los pingüinos, pero no tenía idea de que fueran tan simpáticos. A mis niños les encantaría verlos. ¿Podría traer aquí a mi escuela?
Cuando el conde enarcó una ceja. Mariana recordó que la escuela ya no era de ella, al menos durante los tres meses siguientes.
-No veo por qué no -contestó él-, siempre que tus alumnos no los molesten.
Mariana se inclinó a tocar la lustrosa cabeza del pingüino que todavía la estaba explorando. Las plumas negras eran cortas, rígidas y cerdosas.
-Yo creía que los pingüinos sólo vivían en tierras muy frías. ¿No es demasiado caluroso este clima para ellos?
-Éstos son pingüinos de pata negra, de las islas cercanas al cabo de Buena Esperanza, donde el clima es más o menos parecido al de Gales. -Cogió un guijarro y lo lanzó al aire. Un pingüino lo recogió para su nido-. Al parecer viven muy bien aquí, aunque fue difícil traerlos. Tuve que llenar una bodega del barco con hielo envuelto en paja y mantenerlos allí durante las semanas más calurosas del viaje.
-Son increíblemente patosos.
-Sólo en tierra. En el agua son ágiles y se mueven con la gracia de los peces. Mira esos dos que van entrando en el lago.
Mariana miró hacia donde él indicaba y vio cómo esos cuerpos macizos y torpes en tierra se transformaban en ágiles y veloces bajo el agua. Los pingüinos permanecían sumergidos durante un largo rato y de pronto salían a la superficie con tanta rapidez que ella apenas alcanzaba a verlos cuando volvían a desaparecer bajo el agua.
-Podría estar horas mirándolos. Comprendo por qué te tomaste el trabajo de traerlos.
Él contempló a los pingüinos, pensativo.
-Durante un tiempo estuve dándole vueltas a la idea de formar una colección de animales exclusivamente blancos y negros.
-¿Será porque siempre vistes de negro con blanco?
-No -sonrió él-, fue porque me gustan las cebras casi tanto como los pingüinos. Las cebras son animales africanos que parecen ponies a rayas blancas y negras. Corren veloces por las praderas, todas muy juntas, como una carga de caballería, o como los caballos entrenados del circo Astiey.
Fascinada, Mariana trató de imaginarlo.
-Parece interesante. ¿Por qué cambiaste de opinión?
-Las cebras se sienten a gusto bajo el ardiente sol africano y las interminables llanuras. Me dio miedo que en este clima húmedo y lluvioso de Gales se debilitaran y murieran por mi causa. Los pavos reales viven quejándose del clima, pero como no fui yo quien los trajo de la India, me niego a sentirme culpable.
-Todo el mundo se queja del clima gales, pero es la única y principal señal de identidad galesa.
-Es cierto -rió él-. Sin embargo, yo echaba bastante de menos el clima cuando estaba lejos. Es siempre cambiante, lo cual es más interesante que semanas tras semanas de aburrido sol.
Otros tres pingüinos se zambulleron en el agua.
-Es mejor observarlos bajo la superficie -comentó Juan Pedro-. Es como ver un ballet bajo el agua. Juegan entre ellos como nutrias. -Por su rostro pasó una expresión de impía travesura-. Vamos a verlos. Hace calor, es un día perfecto para un baño.
Se alejó unos pasos de la playa, se quitó la chaqueta y el chaleco y comenzó a desatarse la corbata.
Mariana se quedó boquiabierta, olvidados los pingüinos.
-No puedes quitarte la ropa y lanzarte al agua.
-Pues claro que puedo. -Dejó la corbata sobre la otra ropa - . Si fueras una amante como es debido, tú también lo harías. Claro que en ese caso es posible que no llegáramos hasta el agua.
-No lo dirás en serio -dijo ella nerviosa.
-Vamos, Mariana, qué poco me conoces. -Se sentó en una roca y se quitó las botas, se puso de pie y comenzó a desabotonarse el cuello de la camisa-. Espero que los pingüinos no decidan aprovechar mi ropa para construir un nido, mi valet se pondría furioso.
Cuando se quitó la camisa pasándola por la cabeza, dejando al descubierto una amplia superficie de piel suave y morena, ella tartamudeó:
-P-para. Eso no es decente.
-¿Por qué? Los pingüinos, las cebras, los pavos reales y el resto de los animales de la tierra andan con la piel que Dios les dio. Es absolutamente antinatural que los seres humanos vayan siempre cubiertos. En las partes más cálidas del mundo no van así.
Riendo lanzó la camisa sobre el creciente montón de ropa. Su pecho y hombros eran tan hermosamente musculosos como una estatua griega, pero cálidos de vida, más acogedores que lo que podría ser jamás el mármol. Mariana se quedó paralizada, incapaz de desviar los ojos del incipiente vello negro como el ébano que le cubría el pecho para bajar estrechándose por los fuertes abdominales hasta perderse en la cintura de sus pantalones.
-¿Estás segura de que no quieres acompañarme? El agua estará fría, pero el sol calienta, y un ballet de pingüinos es una vista excepcional.
Comenzó a desabotonarse los pantalones. Mariana se volvió y echó a correr.
-¡Te esperaré junto a los caballos! -gritó sin volver la vista atrás.
La risa de él la siguió cuando se internaba en el bosque. Corrió hasta cuando ya no podía ver el lago y allí se detuvo y se aferró a un árbol, con el corazón acelerado. Mientras trataba de recuperar el aliento hizo un descubrimiento horroroso: había deseado, casi desesperadamente, quedarse y ver su cuerpo desnudo.
Saltaron trocitos de corteza al hincar las uñas en el tronco del árbol. ¿Cómo podía ser que deseara algo tan inmoral? ¿Cómo podían olvidarse con tanta rapidez veintiséis años de conducta irreprochable?
Su mente febril trató de encontrar una disculpa racional, serena, para volver a verlo nadar. ¿Tal vez... tal vez observando en ese momento a Juan Pedro disminuiría su aire de misterio masculino y así ella podría estar a la altura si él volvía a comportarse tan escandalosamente?
Aún no acababa de formular el pensamiento cuando se dio cuenta de que era una mentira. La simple verdad era que su voluntad no era suficientemente fuerte para impedirle volver. Con el rostro tenso de reproches contra sí misma, se volvió y desanduvo los pasos por el bosquecillo. Cuando llegó al final, se escondió detrás de un arbusto, sabiendo que si Juan Pedro la veía, ella se moriría de vergüenza.
En ese momento él iba entrando en el agua, la piel de su espalda dorada y brillante a los rayos del sol. Contempló fascinada el fuerte arco de su columna y los tensos músculos de sus nalgas y muslos que se flexionaban a cada paso que daba. Era un hombre gloriosamente pagano, tan en armonía con la naturaleza como el viento y los árboles. Mariana retuvo el aliento, con el corazón oprimido por la certeza de que ella jamás podría ser una Eva para su Adán.
Cuando ya el agua le llegaba a los muslos, pasó un pingüino junto a él. Al instante se zambulló y desapareció bajo el agua, permaneciendo tanto tiempo sumergido que ella comenzó a preocuparse. Entonces reapareció casi en el medio del lago, riendo y rodeado de pingüinos, con el pelo negro pegado a la cabeza y cuello.
¿Cuántas otras mujeres lo habrían visto así y deseado su cuerpo hermoso y masculino? ¿A cuántas mujeres habría seducido y después olvidado despreocupadamente?
Seraa muy larga la lista no? Igual si fueron pocas seguro q aca hay algunas muy dispuestas a formar parte de la listaa!! jajaaa
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3 comentarios:
yo estoy primera en la lista!!!!!!!
jaja besos!!
jajja tienes razon! mas de una querria formar parte d esa lista! =)
no paro de maquinarme en como y cuando la dar el beso del dia jajajaja
bueno espro el proximo capi!! =)
BESOS ^^
teff
yo me postulo pra formar parte de esa lista jajaj:)
esto cada dia se pone mas bueno
besos!
karen!
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