-No he dicho eso. -Se levantó-. ¿Sabes montar a caballo?
Ella pestañeó, confundida ante el cambio de tema.
-Un poco, pero no lo he hecho últimamente. Después que murió mi padre vendí su caballo. Era un animal viejo y manso, de modo que mi experiencia es muy limitada.
-En los establos tiene que haber algo que te vaya bien. Nos reuniremos allí dentro de quince minutos, con tu traje de montar. Vamos a ir a echarle un vistazo a esa cantera tuya.
Dicho eso giró y salió rápidamente de la sala. Mariana se quedó aturdida. Pero al menos le tomaba en serio sus ideas.
Sin embargo, no le había dado tiempo para decirle que no tenía traje de montar. Con un asomo de sonrisa, se levantó y subió a la habitación que le habían asignado. Se pondría la ropa que había usado en el pasado para cabalgar. Tal vez podría escandalizar al conde.
Casi lo deseaba.
Cuando Mariana entró en el establo vio que Juan Pedro estaba enfrascado en una animada conversación con el habitante de uno de los grandes corrales. El taconeo de sus viejas botas lo hizo levantar la vista para mirarla. La miró perplejo.
-Llevas calzas de muchacho.
-Son pocas las mujeres del valle que montan a caballo, y menos aún las que se pueden permitir el lujo de tener un traje caro para una sola y limitada finalidad -dijo ella secamente-. Lamento que lo desapruebes, pero esto es lo que siempre he usado para cabalgar y es lo único que tengo.
-No he dicho que lo desapruebe -dijo él con una lánguida sonrisa-. Ponte esas calzas para montar a caballo en Londres y podrías comenzar una nueva moda. O eso o armarías un gran alboroto.
Aunque a Mariana jamás le había preocupado la austeridad de su vestuario, no estaba preparada para el detenido examen que hizo él de sus piernas ceñidas por la piel de ante; se sintió desnuda y se le arrebolaron las mejillas. Disgustada, cayó en la cuenta de que se había ruborizado más veces esos dos días que en toda la década anterior.
-¿Ésa es la montura que has elegido para mí? -le preguntó mirando el corral.
-Sí, Rhonda es una poni galesa pura sangre. -Sus largos y gráciles dedos acariciaron el hocico de la pequeña yegua, y ésta se agitó de placer-. Es dócil, de buenos modales y mucho más inteligente que el caballo normal. Es demasiado pequeña para mí, pero a ti te irá de maravilla.
Cuando abrió la puerta del corral y sacó a Rhonda, salió un mozo del cuarto de los aparejos con una silla para mujer.
-No vamos a necesitarla -le dijo el conde-. Pon una silla normal para la señorita Esposito.
Después de mirar a Mariana, el mozo obedeció y ensilló la yegua. Juan Pedro en persona sacó al enorme semental negro que había montado el día anterior, cuando lo estuviera observando ella. El caballo salió del corral brincando, muy animado, y Mariana retrocedió nerviosa. Juan Pedro se acercó al caballo y le sopló suavemente en los ollares. El caballo se calmó inmediatamente.
-Es un viejo truco gitano para calmar a un caballo -le explicó sonriendo-. Muy útil cuando se trata de robar uno.
-Sin duda tienes mucha experiencia en ese aspecto -comentó ella con un deje de picardía.
-Pues no -dijo él moviendo la cabeza con pesar mientras ensillaba su caballo-. Una de las tristes consecuencias de la riqueza es que el robo no tiene ningún sentido. Las mejores comidas de mi vida fueron cuando de niño compartíamos una gallina robada con patatas asadas en la hoguera.
Consciente de que era un señuelo para hacerla rabiar, Mariana se volvió hacia Rhonda a comprobar la tirantez de la cincha. Con el rabillo del ojo vio que él hacía una leve inclinación de la cabeza, que indicaba aprobación. Al ver que él hacía ademán de acercársele, montó rápidamente antes que pudiera ayudarla.
Mariana salió nerviosa de los establos, pero pronto comprobó que la yegua poni se comportaba tan bien como él había prometido. Se relajó y comenzó a disfrutar del paseo, sabiendo que después sus músculos no ejercitados protestarían.
Juan Pedro la guió hasta un sendero que discurría por la orilla del valle. Hacía un calor bastante anormal para la época, comienzos de la primavera, y el aire estaba tan despejado que se distinguían perfectamente los árboles del otro extremo del valle. La cantera estaba a varios kilómetros de distancia y al principio cabalgaron en completo silencio. Mariana tomó conciencia de que su mirada se desviaba hacia Juan Pedro. El cabalgaba como un centauro, tan uno con su caballo que era un placer contemplarlo. Siempre que se daba cuenta de lo grande que era su placer se obligaba a fijar la atención en los alrededores.
Cuando ya estaban a mitad del trayecto, el sendero se ensanchó y pudieron continuar lado a lado.
-Montas mejor que lo que podría esperarse de alguien que aprendió en el viejo rocín de tu padre -comentó él-. Ese animal tenía el hocico de granito.
-Si parezco competente, el mérito es de Rhonda -sonrió ella-. Es agradable montar un animal tan sensible y que tiene un andar tan suave. Aunque Willow tenía sus puntos buenos. Mi padre era muy distraído, pero jamás tenía que preocuparse de qué Willow se encabritara si se sentía desatendido.
-Pocas posibilidades tenía de hacer eso. Lo más probable es que Willow se detuviera a placer siempre que tu padre dejaba vagar la mente. -Sin cambiar el tono continuó-: Tengo curiosidad por saber cómo es de mala mi reputación en el pueblo. ¿Qué dice la gente de Penreith sobre los melodramáticos acontecimientos de hace cuatro años?
Rhonda se detuvo y levantó la cabeza molesta, y Mariana cayó en la cuenta de que estaba tirando fuertemente de las riendas. Se obligó a relajarse.
-Se cree que después de años de intentar romperle el corazón a tu abuelo, finalmente lo conseguiste seduciendo a su esposa. Cuando él os sorprendió juntos en la cama, le dio un ataque de apoplejía que lo mató. Tu esposa, lady Tregar, se horrorizó cuando se enteró de lo sucedido y, aterrada de que pudieras hacerle daño, huyó de Aberdare. Esa noche había tormenta y murió cuando su coche se salió del camino y se estrelló en el río.
-¿Y eso es todo? -preguntó él con tono alegre cuando ella dejó de hablar.
-¿Te parece poco? -repuso ella-. Entonces tal vez te alegre saber que se especuló sobre la posibilidad de que en realidad tu abuelo muriera a causa de un veneno gitano, y que la muerte de tu esposa no haya sido tan accidental como pareció. El hecho de que te marcharas de Aberdare esa misma noche y no volvieras fue combustible para el fuego. Sin embargo, la investigación del magistrado no encontró ninguna prueba de conducta delictiva.
-Seguro que habrá quienes creen que el Viejo Diablo consiguió sobornar al magistrado del condado para que ocultara la verdad -dijo él con ironía.
-También se sugirió, pero ese magistrado era muy respetado. Además, el cochero de lady Tregar juró que había sido un verdadero accidente, ocasionado porque ella insistía en que fuera más rápido que lo que él consideraba prudente.
-¿Dijo el cochero adonde iba Caroline con tanta prisa? A veces me lo pregunto.
Mariana pensó un momento y después negó con la cabeza.
-No, eso no lo sé. ¿Es importante?
-Probablemente no. -Se encogió de hombros-. Era simple curiosidad. Como sabes, me marché deprisa sin conocer todos los detalles. De todos modos... ¿vive todavía en el valle el cochero?
-No. Cuando te marchaste despidieron a la mayoría de los criados y tuvieron que irse a otra parte. -No pudo resistirse a añadir-: Al menos treinta personas se quedaron sin empleo cuando se cerró la casa. ¿Se te ocurrió pensar en eso cuando te marchaste así?
-Para ser sincero, no -contestó él después de un silencio.
Ella le observó el perfil y vio una tensión que contradecía su actitud despreocupada. Su deseo había sido pincharlo, pero una vez conseguido sintió la necesidad de aliviarlo.
-Tuviste defensores también, además de acusadores. Mi padre jamás creyó que pudieras haberte portado tan mal.
Igual que su padre, ella nunca había querido creer lo peor. Esperaba que Juan Pedro aprovecharía esa oportunidad para negar las acusaciones, para ofrecer alguna explicación verosímil de lo que parecía cruel inmoralidad. Pero él se limitó a decir:
-Tu padre era un santo. Yo soy un pecador.
-Te enorgulleces de eso, ¿verdad? -le dijo con voz afilada por la decepción.
-Pues claro -contestó él con sus expresivas cejas arqueadas-. Uno tiene que enorgullecerse de algo.
-¿Por qué no enorgullecerse de la integridad, o la caridad o el saber? -exclamó ella exasperada-. De virtudes de adultos en lugar de vicios de niños pequeños.
Por un instante él pareció desconcertado. Pero enseguida recobró su aire despreocupado.
-En Aberdare, mi abuelo reclamaba el derecho a todas las virtudes. Lo único que me quedaba a mí era el vicio.
-El viejo conde lleva cuatro años muerto y tú eres un hombre adulto -le dijo ella ceñuda-. Búscate una mejor excusa o aprende a comportarte mejor.
-Mi riñes más como esposa que como amante -le dijo él con expresión sombría.
Ella cayó en la cuenta de que había hablado demasiado.
-Más que como esposa o amante, como maestra de escuela-dijo.
-Estoy seguro de que todas tus lecciones serán sombrías, elevadas y dignas -dijo él pensativo-. Pero ¿qué lecciones vas a aprender tú de mí?
Aunque ella se quedó callada, sabía la respuesta a esa pregunta. Fueran cuales fueren las lecciones que aprendiera de Juan Pedro, serían peligrosas.
Hacía muchos años que Juan Pedro no visitaba la vieja cantera, y cuando la visitó en esa época la había observado con despreocupación, sin darle mucha importancia. Pero esta vez miró con más detenimiento las salientes rocosas.
-Toda esta parte parece ser pizarra con un delgado recubrimiento de tierra -comentó mientras se apeaba del caballo.
-Un amigo que sabe de pizarra dice que llevará décadas extraerla toda -dijo ella.
Detuvo la yegua poni y se disponía a desmontar cuando advirtió que él se acercaba a ayudarla y se quedó paralizada.
Él le miró la cara asustada y sonrió tranquilizador. Con su desgastada ropa de muchacho ella se veía más joven y menos severa, parecía más una niñita encantadora que una maestra de escuela.
-Tienes que esforzarte por relajarte cuando estés conmigo, en lugar de reaccionar como una gallina arrinconada por un zorro. -La ayudó a desmontar y después le retuvo la mano-. Una amante tiene que disfrutar de la caricia de su amante.
Ella movió los dedos inquieta un instante y después los dejó quietos, ya que él no estaba dispuesto a soltarle la mano.
-No soy una verdadera amante.
-No tienes que compartir mi cama, pero pretendo tratarte como a una amante de otras maneras. Lo cual significa que vas a encontrar mucho más agradables estos tres próximos meses si aprendes a relajarte. -Le acarició suavemente los finos dedos con el pulgar-. Me encanta acariciar, la piel femenina es agradablemente diferente al tacto que la de los hombres. Tu mano, por ejemplo, tiene huesos pequeños y delicados, pero no es la mano flácida y blanda de una dama que jamás ha hecho nada más vigoroso que levantar un tenedor. Es una mano encantadoramente capaz. Si decidieras usarla para hacer el amor, sería maravillosamente hábil.
Peroo q atrevidoo estee Lanzani! Jajajaa Decirlee esoo a unaa damaa!
2 comentarios:
jjaja pues si antes se ruborizaba con lo que la decia, con esto ultimo roja es poco! =)
ademas este peter esta dispuesto a seducirla, y ella terminara dejandose seducir!xD
Besos!! Quierooo mass!!!! :D
teff ^^
hay hay lanzani juega sucio este chico que atrevido ! jajaj
espero mas:)
yo quiero un peter asi! todavia lo estoy esperando eh! jajaja
besos!
karen!
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