Juan Pedro despertó con un fuerte dolor de cabeza, muy bien merecido, por cierto. Se quedó quieto, con los ojos cerrados, e hizo revisión de su situación. Por lo visto su valet Barnes lo había puesto en la cama con camisón de dormir. Él prefería dormir desnudo, pero supuso que no estaba en condiciones de quejarse.
Movió un poquitín la cabeza y se detuvo, porque parecía estar a punto de estallarle. Había sido un condenado idiota y estaba pagando el precio. Desgraciadamente no había bebido tanto que se le hubiera borrado el recuerdo de lo ocurrido la tarde anterior. Al pensar en la tenaz muchachita que había entrado pisando fuerte y aceptado su ridículo reto, no supo si reír o llorar. Sabiendo las consecuencias para su cabeza, no hizo ninguna de las dos cosas.
Le costaba creer que hubiera dicho algunas de las cosas que dijo, pero sus recuerdos eran demasiado claros para negarlas. Afortunadamente Mariana Esposito no había ido armada, porque igual podría haber decidido que su deber de metodista era librar al mundo de un noble parásito. Casi sonrió al pensarlo. La verdad era que había disfrutado del encuentro, aunque deseaba que, después de madura reflexión, la joven decidiera quedarse en casa y anular el trato. Una mujer como ella podía desequilibrar gravemente a un hombre.
Se abrió la puerta y oyó unos pasos suaves. Probablemente era Barnes, que venía a ver si estaba despierto. Decidiendo que prefería que lo dejaran en paz, siguió con los ojos cerrados y los pasos se alejaron.
Pero no pasaron cinco segundos y los pasos volvieron, y sintió un chorro de agua helada en la cabeza.
-¡Maldita sea! -rugió, medio incorporándose y girándose. Mataría a Barnes, ciertamente mataría a ese condenado.
Pero no era Barnes. Abrió los ojos legañosos y vio a Mariana Esposito, con un jarro de porcelana en la mano.
Al principio creyó que se trataba de una pesadilla, pero jamás se habría podido imaginar esa expresión de dulce desdén en el rostro de Mariana, ni el agua que empapaba su camisón.
-¿Por qué demonios has hecho esto? -farfulló.
-El mañana por la mañana se ha transformado en mañana por la tarde, y llevo tres horas esperando que despiertes -explicó ella con tranquilidad-. He tenido tiempo para tomar una taza de té, ordenar mi lista de peticiones para Penreith y hacer un pequeño recorrido por la casa para ver qué es necesario hacer para abrirla apropiadamente. Hay bastante que hacer, como seguramente habrás notado. O tal vez no, ya que los hombres sois increíblemente poco observadores. Por puro aburrimiento decidí despertarte. Me pareció que éste era el tipo de cosas que podría hacer una amante, y quiero esmerarme en el papel que me has asignado.
Hablaba con un melodioso acento gales y una exquisita voz ronca, que lo hizo pensar en un whisky añejo. Viniendo de una remilgada solterona, el efecto era sorprendentemente sensual. Con el deseo de desconcertarla le dijo:
-Mis amantes siempre me despiertan de formas más interesantes. ¿Te interesa que te explique cómo?
-No especialmente -dijo ella cogiendo una toalla del lavamanos y pasándosela.
Él se secó el pelo y la cara y las partes mojadas del camisón.
-¿Te emborrachas con frecuencia? -preguntó ella.
-Muy rara vez -contestó él en tono belicoso-. Ciertamente fue un error hacerlo ayer. Si hubiera estado sobrio no tendría que soportarte aquí tres meses.
-Si decides no continuar con esto -replicó ella con recatada picardía-, no desmerecerás en mi opinión. Juan Pedro parpadeó al oír las palabras que él le había dicho a ella.
-Tienes lengua de víbora -le dijo. La miró fijamente y añadió-: Me gusta eso en una mujer.
Encantado, vio que ella se ruborizaba. Los insultos no la perturbaban, pero sí los cumplidos o cualquier asomo de interés masculino.
-Ve a buscar a mi valet y envíamelo con agua caliente para afeitarme -le dijo, sintiéndose más animado-, Después ve a la cocina y ordena que preparen un jarro grande con café muy cargado. Bajaré dentro de media hora.
Apartó las mantas y comenzó a bajarse de la cama.
Ella desvió la vista.
-Muy bien, Juan Pedro -dijo, y se apresuró a salir. El se echó a reír. Realmente era una mujer muy interesante. Si se pudiera transformar su natural energía en pasión, sería una fabulosa compañera de cama.
Cuando pisó el frío suelo se preguntó si tendría éxito en seducirla. Probablemente no; sospechaba que esa implacable virtud podría con su paciencia. Pero sería divertido intentarlo. Silbando suavemente se quitó el camisón mojado y se puso a pensar cuándo y dónde cobraría su primer beso.
Cuando lord Abordare apareció en la sala del desayuno, exactamente media hora después, había desaparecido todo rastro de sus excesos de la tarde anterior. A excepción de sus cabellos de color oscuro y un poco largos, en todo lo demás era el perfecto caballero londinense a la moda. Mariana decidió que lo prefería en" atuendo informal; esa elegancia la hacía tomar incómoda conciencia del abismo que separaba sus respectivas situaciones sociales.
Entonces recordó su apariencia en camisón de noche, con medio pecho desnudo y la tela mojada pegada a sus musculosos hombros. Eso era demasiado informal.
Sin decir palabra se levantó y le sirvió una taza de humeante café. Igualmente sin decir palabra él la bebió en tres tragos y puso la taza para que se la volviera a llenar. La segunda taza desapareció con igual rapidez que la primera. Esta vez la volvió a llenar él mismo y cogiendo una silla se sentó frente a ella.
-Puedes comenzar tu presentación de los males de Penreith y las soluciones que esperas de mí.
Su actitud era desconcertante. Feliz por haberse preparado, ella comenzó:
-Los problemas son económicos y sus causas varias y diferentes. Las cosas comenzaron a ponerse difíciles cuando tu abuelo hizo aprobar por el Parlamento una ley de cierre de las propiedades privadas. Al estar valladas las tierras altas comunes para que pasten las ovejas de Aberdare, muchos tuvieron que bajar al pueblo porque no podían mantener a sus familias con los productos de la tierra. El trabajo escasea, y los pocos puestos de trabajo que hay son en la mina de carbón. Al ver que había tantos hombres disponibles, el administrador bajó los salarios. Además, no ve ninguna razón para comprar mejor equipo, ni para gastar en las medidas más elementales de seguridad.
Antes que pudiera explicar más detalles, el conde levantó la mano para interrumpirla.
-¿Cuántos hombres han muerto en la mina?
-En los cuatro últimos años, dieciséis hombres y cuatro niños en diversos accidentes.
-Eso es lamentable, pero ¿es excesivo? Las minas siempre han sido peligrosas. Los mineros que he conocido sienten cierto orgullo por hacer un trabajo que precisa tanta fuerza y valor.
-Orgullo sí -concedió ella-, pero no son tontos. Los peligros de la mina de Penreith son mucho mayores de lo que deberían ser; todos los que trabajan allí dicen que es un milagro que aún no se haya producido un desastre importante. Tarde o temprano se va a acabar la suerte y cuando eso ocurra, serán decenas o posiblemente cientos las personas que morirán.
Se le quebró la voz, aunque se esforzaba por hablar con tono frío y objetivo. Mientras trataba de recuperar la serenidad, él preguntó:
-¿Debo suponer que has perdido amigos en la mina?
-No sólo amigos -contestó ella irguiendo la cabeza con expresión rígida-. Allí fue donde murió mi padre.
-¿Qué demonios estaba haciendo el reverendo Esposito en el pozo?
-Lo que hacía siempre, su trabajo. Hubo un derrumbe. Dos hombres murieron instantáneamente y un tercero quedó atrapado entre las piedras caídas; era un miembro de la sociedad. Tenía la parte inferior del cuerpo aplastada pero no había perdido el conocimiento. Pidió la presencia de mi padre. Mientras otros trataban de liberarlo, mi padre le tenía cogida la mano y oraba con él. -Hizo una temblorosa inspiración antes de continuar-: Hubo otro derrumbe. Murieron mi padre, el minero atrapado y uno de los hombres que estaban trabajando en el rescate.
-No se podría esperar menos de tu padre -dijo Juan Pedro-. ¿Te sirve de consuelo saber que murió tal como había vivido, con compasión y valentía?
-Muy poco -dijo ella.
-¿Por qué has acudido a mí? -preguntó él después de un embarazoso silencio-. Aunque poseo la tierra en que está la mina, ésta está alquilada a la compañía minera. El propietario y el administrador son los que están en posición de hacer cambios.
-George Madoc, el administrador, es insufrible -contestó ella con los labios apretados-. Puesto que recibe un porcentaje de los beneficios, se complace en ahorrar todos los peniques que puede, incluso a expensas de vidas humanas.
-¿Sigue siendo lord Michael Kenyon el propietario? Yo habría pensado que sería sensible a peticiones razonables.
-Se han hecho intentos de comunicarse con él, pero lord Micnael no ha contestado las cartas ni peticiones que se le han enviado. Y nadie ha podido hablar con él en persona, porque no ha puesto los pies en el valle desde hace cuatro años.
-Cuatro años -repitió Juan Pedro, con expresión enigmática-. Interesante intervalo. Pero si Madoc y lord Michael no quieren hacer cambios, ¿qué crees que puedo hacer yo?
-Hablar con lord Michael -contestó ella muy seria-. Es amigo tuyo. Si se le puede convencer de que haga mejoras, tal vez no sería necesario nada más.
-Michael era amigo mío, pero hace cuatro años que no lo veo. Más aún, en realidad... -Se le quebró la voz y comenzó a hacer migas de una tostada con expresión ausente-. No tengo idea de dónde está ahora, ni tampoco sé si tendría alguna influencia en él. Igual podría estar muy contento con las cosas como están.
-He pensado en eso. -Consciente de que estaba a punto de saber hasta dónde llegaría el conde en el cumplimiento del trato. Mariana se limpió el sudor de las palmas en su falda gris-. Si no es posible hacer cambios en la mina, la solución es crear otro tipo de trabajos. Eso es algo que puedes hacer fácilmente.
-Ya me imaginaba que tenías algún plan -murmuró él. Se echó atrás en la silla y cruzó los brazos sobre el pecho-. Adelante, señorita Esposito.
-Para empezar, eres el que posee más tierra en el valle, y sin embargo no has hecho nada para fomentar la agricultura y ganadería científicas. Tus arrendatarios siguen usando los mismos métodos de la época de los Tudor. Una mejora en los métodos de reproducción del ganado y de cultivo aumentaría la riqueza del valle y crearía más puestos de trabajo. -Levantó un fajo de papeles y se los pasó-. No soy ninguna experta, pero he estudiado informes sobre agricultura científica en Inglaterra y anotado técnicas que deberían ser eficaces aquí.
Él echó una ojeada a los papeles.
-¿Hay algo en lo que no seas experta? -preguntó él dejando los papeles en la mesa-. Sacar la agricultura y ganadería locales de la Edad Media me tendría ocupado una década o dos, pero en el caso de que me quedara tiempo libre, ¿tienes alguna otra petición que hacer?
Sin hacer caso del sarcasmo, ella contestó:
-Hay una cosa importante que podrías hacer y que tendría efectos casi inmediatos.
-¿Ah, sí? Adelante, señorita Esposito, estoy ansiosom de oírlo.
-Tal vez no lo recuerdas, pero posees una vieja cantera de pizarra al final del valle. Aunque no se ha trabajado durante años, no hay motivo para que no se pueda volver a trabajar. -Se inclinó y continuó entusiasmada-. Su explotación no sólo sería beneficiosa para ti sino que daría trabajo a los que están sin empleo ahora. Las canteras de Penrhyn en Flintshire emplean a más de quinientos hombres, y el trabajo es menos peligroso que el de la mina. Además, Madoc tendría que mejorar las condiciones de la mina o perder a sus mejores trabajadores.
-Recuerdo la cantera -dijo Juan Pedro pensativo-. Probablemente ha proporcionado techo a todas las casas del valle. Pero ¿hay suficiente pizarra ahí para que valga la pena su explotación comercial?
-Hay indicios de que el campo es muy grande, y la calidad de la pizarra siempre ha sido excelente.
-Indicios -repitió él-. ¿Eso significa, supongo, que has estado merodeando por mi propiedad mientras hacías evaluación de mis recursos?
Ella se revolvió inquieta en la silla.
-La cantera está cerca de un camino público.
-Mientras no hayas asustado a las ovejas. -Frunció el ceño, y se quedó pensativo un momento-. El problema de la pizarra es el coste de trasladar el material dondequiera que se necesite. Habría que construir una vía de rieles hasta la costa para poder transportar la pizarra en embarcaciones.
-¿Qué es una vía de rieles?
-Una especie de camino hecho con un par de vías de madera o hierro, llamadas rieles. Las ruedas de los carros van por encima de esos rieles, tirados por caballos. Su construcción es cara, y por eso probablemente la mina de carbón no tiene una, pero hacen posible transportar materiales pesados mucho más rápido que por caminos normales. -Nuevamente se quedó pensativo-. En la costa habría que construir un muelle nuevo.
-Pero una vez estuviera construido, podrías embarcar la pizarra a cualquier parte, por el canal a Bristol y hacia el norte, a Merseyside. También podrías recuperar parte de los gastos cobrando a la mina de carbón por usar el muelle. Su sistema de transporte no es bueno. Podría ser muy beneficioso para ti, lord Abordare.
-Deja de usar los beneficios como señuelo -dijo él irritado-. Ese tema no me interesa mucho. ¿Tienes una idea de cuántos miles de libras se necesitarían para explotar la cantera?
-La verdad, no -reconoció ella-. No entiendo nada de dinero a esa escala. ¿Es más de lo que puedes gastar?
-No he dicho eso. -Se levantó-. ¿Sabes montar a caballo?
Ella pestañeó, confundida ante el cambio de tema.
Como este cap es un pocoo orientativoo decidi dejarlo mas largo para no hacerlas perder lo q vienee! Esperoo q less gustee! besitossssssssssss
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2 comentarios:
este capitulo me ha recordado a cosas de historia jajjajaja
fue divvertido el principio, cuando lo despierta! xD
mm donde le dara el primer beso? jajaj alomejor tiene que ver con los caballos! jeje
Bueno un besitoo y esperooo mass capiss!! =)
teff
Bueno a ver que mas uqe decirte que me re atrapo esta historia a mo a este peter yo se que en el fondo tiene un corazon enorme lo intuyo espero caps de esta nove!
besos te quiero loca(marian)!
karen!
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