-Como siempre, lo tienes todo muy bien organizado -comentó Marged con una sonrisa temblorosa-. Estoy asustada, pero, ¡ay, Mariana! es tan fantástico que creas que soy capaz de hacerlo. Hace cinco años ni siquiera sabía leer. ¿Quién iba a creer que algún día sería yo la maestra?
-Mi mayor preocupación es que la escuela ya no me necesite cuando vuelva.
Aunque dijo esas palabras con tono festivo. Mariana sintió el aguijón de su verdad. Con experiencia, Marged sería una excelente maestra, y en algunos sentidos mejor que ella. Aunque no tenía tantos conocimientos, sí tenía más paciencia.
Acabado el trabajo, Marged se reclinó en la silla a beber el té que había preparado Mariana.
-¿Cómo es él?
-¿Quién?
-Lord Tregar, o más bien lord Aberdare, como se llama ahora. -Miró de soslayo a Mariana con picardía-, Nuestro Juan Pedro. No era muy a menudo que lograba escapar de sus guardianes para venir al pueblo a jugar, pero no es un chico al que se pueda olvidar. Tú eras más pequeña, claro, de modo que no lo recordarás tan bien. Travieso y un poco alocado, pero no había nada malo en él. Hablaba gales tan bien como cualquiera de nosotros. No como el viejo conde.
Dado que las clases altas de Gales normalmente eran muy inglesas, tanto en el idioma como en las costumbres, de mala gana Mariana se vio obligada a elevar su opinión de Juan Pedro.
-No tenía idea que supiera gales. Yo hablé en inglés cuando lo visité.
-Me acuerdo cuando vino de Oxford con sus tres amigos -dijo Marged con ojos soñadores-. Alguien dijo que en Londres los llamaban los Ángeles Caídos. Juan Pedro, moreno y guapo como Satanás; Lucien, rubio y hermoso como Lucifer; Rafael, que ahora es duque, y ese lord Michael, antes que se convirtiera en el veneno de Penreith. Tal vez eran un poco alocados, pero también eran los muchachos más guapos que he visto en mi vida. -Sonrió-. A excepción de Owen, por supuesto. Menos mal que Owen me estaba cortejando porque si no me habría sentido tentada de convertirme en una mujer caída.
-Me parece que exageras.
-Sólo un poco. -Marged acabó su té-. Así pues, ahora Juan Pedro es un conde y ha vuelto a casa después de años de viajar por lugares paganos. ¿Está tan guapo como antes?
-Sí -contestó Mariana con tono remilgado. Marge esperó a que se explayara más, pero al ver que no añadía nada, dijo:
-¿Viste algún animal raro corriendo por la propiedad? Dicen que envió unos animales extraños desde sus viajes. Me ha costado impedir a mis hijos que vayan a investigar.
-No vi nada más exótico que los pavos reales, que por lo demás siempre han estado allí.
Mariana ordenó las hojas y las entregó a su amiga. Dándose por aludida de que era hora de marcharse, Marged se incorporó.
-Vendrás a las reuniones, ¿verdad?
-Por supuesto. Al menos cuando pueda -añadió titubeante-, Lord Aberdare dijo algo de llevarme a Londres.
-¿Sí? -Marged enarcó las cejas-. No llevaría a Londres a un ama de llaves.
-Pero sí a su secretaria -dijo Mariana, consciente de que su respuesta distaba mucho de ser sincera-. Está por verse lo que voy a hacer allí.
-Ten cuidado con Ikky el Viejo Diablo -le dijo Marged muy seria-. Podría ser peligroso.
-Lo dudo. Lord Abordare es demasiado arrogante para forzar a una mujer no dispuesta.
-Eso no es lo que me preocupa -dijo sombríamente Marged-. El peligro es que estés dispuesta.
Tras esa inquietante observación, Marged se marchó, para alivio de Mariana.
No le ocupó mucho tiempo empacar las pocas pertenencias que llevaría a Aberdare, y no le quedaba nada por hacer en la casa. Demasiado inquieta para dormir, vagó por las cuatro habitaciones tocando objetos aquí y allá. Había nacido bajo ese techo y jamás había vivido en otra casa. La habitación más pequeña de Aberdare era más grande que toda su casa, pero echaría de menos sus paredes encaladas y sus muebles sencillos y sólidos.
Pasó los dedos por la tapa del baúl de roble tallado ennegrecida por la edad. Como suponía que no se casaría jamás, pensó que sería una lástima no tener una hija a quien legarle ese baúl, que había pasado de mujer a mujer en su familia durante generaciones. En el interior de la tapa estaban grabadas las palabras «Angharad 1579». A veces trataba de imaginarse cómo habría sido la vida de esa remota antepasada suya. Probablemente Angharad había sido hija y esposa de pequeños terratenientes que se ganaban la vida cultivando la tierra, pero ¿cómo sería su marido? ¿Cuántos hijos habría tenido? ¿Sería feliz?
La atiborrada librería de un extremo de la sala de estar era el único lujo de la casita. Carlos Esposito, hijo de la pequeña aristocracia galesa, había sido educado en Oxford y ordenado pastor anglicano. Después de experimentar una profunda conversión espiritual al oír predicar a John Wesley, él mismo se convertiría en predicador metodista. Aunque su familia, rígidamente tradicional, lo repudió a causa de eso, él jamás lamentó su decisión. Se casó con la piadosa hija de un granjero y se estableció en Penreith, y se dedicó a predicar y enseñar la verdad que iluminara su vida.
Carlos jamás perdería su amor por el saber, y lo transmitió a su única hija. Siempre que salía de gira para predicar, compraba algún libro de segunda mano barato, y esas giras habían sido muchísimas. Mariana había leído todos los libros que había en la casa, y algunos más de una vez.
Su madre había muerto hacía doce años, calladamente, tal como siempre viviera. El reverendo Esposito propuso que ella se fuera a alojar con otras familias metodistas cuando él estaba ausente, pero ella se negó a abandonar la casa; ésa era la única vez que había desafiado a su padre. Finalmente el reverendo accedió a sus deseos, pero con la condición de que algunos miembros de la sociedad la vigilaran en su ausencia.
Cuando Mariana tenía sólo dieciséis años comenzó sus primeras clases informales, enseñando a leer y escribir a mujeres adultas. Cuatro años más tarde, la joven segunda condesa de Aberdare, Emily, estableció una subvención para fundar una escuela gratuita. Muchos habitantes del pueblo contribuyeron con su trabajo para acondicionar un granero abandonado. Aunque normalmente los maestros eran hombres, su experiencia la señaló como la más apta para enseñar en la nueva escuela, y desde entonces estaba dedicada a la enseñanza. Con el transcurrir de los años, la mitad de los habitantes de Penreith habían sido alumnos suyos, en uno u otro momento. Las veinte libras anuales que ganaba no la harían rica, pero le bastaban para vivir.
Había sido necesario Juan Pedro Lanzani para sacarla de su casa y de su bien ordenada vida. Mientras miraba el pequeño jardín de atrás, aún no sembrado para ese año, se estremeció con la sensación de que lo estaba mirando todo por última vez. En el fondo estaba segura de que una etapa de su vida estaba llegando a su fin.
Ocurriera lo que ocurriera en Abordare, la cambiaría para siempre. Aunque dudaba de que los cambios fueran a ser para mejor, se había comprometido a seguir ese camino y no se iba a echar atrás.
Finalmente, en una desesperada búsqueda de paz, se arrodilló y oró, pero no hubo respuesta a sus oraciones. Jamás la había.
Al día siguiente, como siempre, tendría que hacer frente sola a su destino.
Bueno aca tienen un pocoo de la historiaa de Mariana, mañana el reencuentro, si es q va….
1 comentario:
como si esque va?? no va a ir? xD
estoy demasiado intrigada, asique me veo en la obligacion de pedir mas capitulos! jajaja
Un beso!! y espero mass de esta novelita! =)
teff
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