jueves, 13 de mayo de 2010

"Tormenta de pasiones" cap 12 por MarianTosh!~

Mariana ahogó una exclamación ante la seductora presión de su boca. Se había creído preparada, pero descubrió que no tenía ninguna defensa contra esa inesperada caricia. Ardientes sensaciones le corrieron hacia abajo, debilitándola y haciéndole palpitar lugares secretos y vergonzosos.

-Tienes la piel preciosa -susurró él recorriéndole con los labios la sensible zona entre el cuello y el hombro-. Seda céltica, suave y seductora.

Ella pensó que debía hacer algo, pero no sabía qué. Titubeante, le colocó las manos en la cintura, palpando los tensos músculos bajo la fina batista de la camisa.

El le echó el aliento cálido y cosquilleante en la oreja y después le mordió suavemente el lóbulo, sus dientes en erótico contraste con la suavidad de sus labios. Ella le recorrió el tórax con inquietos dedos.

Cuando él comenzó a sobarle los hombros y los brazos, ella cerró los ojos y se dejó llevar, como flotando en un mar sensual, moviendo las manos por su cuerpo como un gatito mamando. Sobre los hombros le cayeron mechones de pelo suelto, que le rozaron la sensibilizada piel con ligereza de plumas. Se sintió como si estuviera hecha de cera que podía modelarse al antojo de él.

Sintió un suave tirón en la nuca y luego la mano de él bajó entre los omóplatos. Como si le hubiera caído un chorro de agua fría, ella comprendió que le había desabotonado el botón superior del vestido. Cuando sintió que él comenzaba a desabotonar el siguiente, se giró, apartándose.

-¿No hay límite de tiempo para el beso? -preguntó con afectada serenidad-. Ciertamente éste tiene que acabar.

Él no hizo ningún ademán de retenerla. Tal vez tenía más acelerada la respiración, pero por lo demás no parecía afectado por el abrazo.

-Un beso no tiene duración establecida -contestó dulcemente-. Acaba cuando uno de los participantes decide que acabe.

-Muy bien. El beso de hoy ha acabado.

Levantó los brazos y se abotonó el primer botón con manos temblorosas.

-¿Fue tan mala la experiencia? Me parece que no te ha disgustado.

Ella habría preferido no contestar a esa pregunta, pero su sinceridad la obligó a decir:

-Eh... no me disgustó.

-¿Sigues temiéndome?

Le acarició el cabello caído con la delicadeza de una mariposa. Ella cerró los ojos un momento y luego los abrió y lo miró francamente:

-Aristófanes dijo que los niños tiran piedras a las ranas en broma, pero que las ranas mueren en serio. Tú vas a romper mi vida en pedazos y después vas a continuar con tu vida sin volver a pensar en ello. Sí, milord, me aterras.

Él se quedó muy quieto.

-Sólo las cosas que son rígidas se rompen. Tal vez es necesario que tu vida se rompa en pedazos.

-Eso suena muy profundo -dijo ella con una media sonrisa-. Tu vida se destrozó hace cuatro años. ¿Estás mejor o eres más feliz por eso?

La expresión de él se endureció.

-Es hora de retirarnos. Mañana iré a Swansea, de modo que nos veremos en la cena.

Cogió el polvoriento cobertor de terciopelo y lo extendió sobre la mesa.

Mariana cogió el candelabro de encima de un armario y salió de la sala presurosamente. No se detuvo hasta llegar a su dormitorio. Una vez allí, cerró la puerta con llave y se dejó caer en un sillón con las manos apretadas sobre las sienes.

Había transcurrido un día, y un beso. ¿Cómo demonios iba a sobrevivir los otros noventa?

No sólo había disfrutado del abrazo de un hombre que no era su marido y cuyas intenciones eran estrictamente deshonrosas sino que no lograba suprimir el deseo del abrazo del día siguiente. Por el bien de su alma debería marcharse inmediatamente de Aberdare. El pueblo podría cuidar de sí mismo. Nadie le había pedido que se sacrificara por Penreith; había sido su peculiar concepto del deber.

La idea de marcharse le enfrió los pensamientos caldeados. El conde estaba dispuesto a hacer cosas que beneficiarían a cientos de personas, y sería una locura abandonarlo todo simplemente por un ataque de nervios de solterona. Era exagerada su reacción a lo que había sido una perturbadora nueva experiencia; al día siguiente sería menos vulnerable a sus tretas.
Una vez puesto el camisón de franela y recogido el pelo en una larga trenza, se metió en la cama y se ordenó dormir. Necesitaría de todas sus fuerzas para resistir al conde Demonio.



Juan Pedro estaba delante del hogar contemplando las últimas brasas moribundas con mirada ociosa. Sentía la casa menos triste con la presencia de Mariana, pero ella tenía un efecto perturbador en él. Tal vez se debía a que él no estaba acostumbrado a la inocencia. Esa mezcla de inexperiencia y ojo práctico de Mariana le resultaba particularmente entrañable. Y por un momento, antes que se apoderara de ella el sentido común, se había rendido a su caricia, tan flexible como un sauce calentado por el sol.

Deseaba ser él quien le enseñara que el deseo no es pecado. Y, maldita sea, deseaba hacerlo esa misma noche.

Maldiciendo el trato que le impedía hacer más intentos por seducirla hasta el día siguiente, tamborileó nerviosamente sobre la repisa. El recuerdo de los ojos muy abiertos de Mariana y de su sedosa piel le iban a hacer muy difícil conciliar el sueño.

De pronto echó atrás la cabeza y soltó una carcajada. Podía sentirse frustrado, pero también más vivo de lo que se había sentido desde hacía mucho tiempo. Y todo el mérito debía atribuirlo a su mozuela metodista.



Mariana abrió silenciosamente la puerta de la escuela y entró por la parte de atrás de la sencilla sala encalada. La mayoría de los alumnos trabajaba individualmente mientras Marged daba una lección de aritmética a los niños más pequeños.

Las cabezas se volvieron al sentirla entrar, y se oyeron susurros y risas. Marged también alzó la vista. Sonriendo, se rindió airosamente a lo inevitable.

-Es la hora de almorzar. Saludad a la señorita Esposito y después fuera todos.

Felices, los niños rodearon a Mariana como espuma del mar, como si hubieran sido meses de ausencia y no sólo un día y medio. Después de corresponder a los saludos y hacer los comentarios de rigor («Así que has aprendido a restar, lanto, ¡qué bien!»), se acercó a abrazar a Marged.

-¿Cómo te ha ido?

Riendo, su amiga se sentó en el borde del destartalado escritorio.

-Ayer creí que no iba a sobrevivir. Si hubieras estado aquí te habría suplicado de rodillas que retomaras las clases. Pero hoy todo está yendo más sobre ruedas. En otros quince días creo que ya lo habré superado.

-Empezó a juguetear con un mechón de pelo rubio mientras buscaba las palabras para explicarse-: Es un trabajo difícil, pero es tan gratificante cuando explico algo y veo que se ilumina de entendimiento la cara del niño. No sé explicar esa sensación. Tú ya sabes cómo es -añadió riendo.

Con una pequeña punzada, Mariana cayó en la cuenta de que, si bien era ferviente partidaria de la educación, hacía años que no experimentaba un placer así... Con frecuencia se sentía interiormente aburrida con los ejercicios y la constante repetición. Tal vez por eso le agradaba el desafío de tratar con Juan Pedro; era un placer desafiar en ingenio a un adulto astuto e imprevisible cuya inteligencia igualaba la suya. Con una vaga sensación de culpabilidad por lo que estaba pensando, dijo:

-Lord Aberdare quiere bajar a la mina a ver en qué condiciones está, y prefiere que no sea George Madoc el que lo guíe. ¿Estaría dispuesto Owen a acompañarlo?
Marged se mordió el labio.

-Si se entera Madoc, Owen podría tener problemas.

-Lo sé -reconoció Mariana-, pero si ocurriera lo peor y lo despidiera, estoy segura de que su señoría le encontraría otro trabajo. No se lo digas a nadie todavía, aparte de Owen, pero Aberdare está dispuesto a reabrir y ampliar la cantera de pizarra.

-¡O sea que lo has conseguido! Mariana, eso es fabuloso.

-Es un poco pronto para cantar victoria, pero hasta el momento la cosa va bien. También está dispuesto a hablar con lord Michael Kenyon sobre la mina, pero creo que quiere ver personalmente los problemas antes que fiarse de la palabra de una mujer.

-Irá bien que entre él mismo en la mina; nadie que no haya estado ahí puede entenderlo realmente. -Pensó un momento-. Madoc siempre hace un descanso de dos horas, a mediodía, para ir a comer a su casa, así que mañana puede ser un día tan bueno como cualquier otro para llevar a la mina a su señoría. Hablaré con Owen cuando llegue a casa esta noche. Si hay algún problema te enviaré recado a Aberdare. Si no te llega ningún mensaje en contra, llévalo allí poco después de mediodía. -Posó sus brillantes ojos en Mariana-. ¿Y cómo te ha ido a ti con el conde Demonio?

-Bastante bien. No le agradó mucho que yo decidiera aceptar su desafío, pero ha asumido mi presencia con buen talante.

-¿Qué tipo de trabajo vas a hacer ahí?

-Parece que sólo voy a ser una especie de ama de llaves. Me ha dado permiso para contratar personal y limpiar y redecorar la casa para hacerla más habitable.

-¿Qué piensa Willie de todo esto?

-Hablé con él esta mañana antes de venir a Penreith, y está encantado. Le ha sido difícil cuidar de esa enorme casa con sólo dos criadas. He pasado la mañana en el pueblo buscando gente para trabajo temporal, con la posibilidad de empleo permanente si el conde decide conservar abierta la casa.

-Seguro que no te ha costado nada encontrar personas bien dispuestas.

-No sólo cada persona aceptó sino que todos fueron a Aberdare tan pronto acabamos de hablar. Rhys Willie ya debe tener al menos doce personas fregando y quitando el polvo, y la señora Howeil debe de estar ocupadísima en la cocina. Puede que la casa necesite redecoración, pero muy pronto estará limpia.

-¿Ha hecho algo lord Aberdare que confirme su fama de libertino?
Mariana dio un respingo imperceptible.

-A mí me parece más solitario que libertino. Tal vez todavía sufre la muerte de su esposa. Parece que le agrada tenerme de acompañante.

-Eso parece más interesante que llevar la casa.

-Ah, casi se me olvidaba. Conocí los famosos «animales raros». Son pingüinos, animalitos de lo más fascinante. Lord Aberdare dice que los niños podrían ir a verlos.

-¡Fantástico! Tal vez dentro de unas semanas, cuando haya mejorado el tiempo, podríamos hacer un picnic escolar. Conseguiremos un par de carretas.

De ahí pasaron al tema de la escuela. Después de contestar todas las preguntas de Marged, Mariana se despidió y regresó a Aberdare.

Entrar en el vestíbulo fue como caer en un torbellino. El vestíbulo y el salón contiguo estaban llenos de gente trabajando, y como todos eran galeses, cantaban a la vez que trabajaban con pericia y entusiasmo. Los cánticos daban un aire festivo a la actividad, y Mariana tuvo una breve visión de cómo podría ser una Aberdare alegre.

Cuando estaba mirando alrededor, medio aturdida, Rhys Willie dejó de sacar brillo al metal de una lámpara y se acercó a saludarla. Ella jamás había visto tan animada su larga cara.

-La casa está recobrando la vida -dijo él orgulloso-. Decidí seguir su consejo y concentrar el trabajo en el vestíbulo y el salón, ya que eso causará mayor impresión en el conde.

-Ya me causa impresión a mí. -Mariana movió la cabeza, incrédula, cuando entró en el salón-. Ha sido un acierto quitar los muebles y adornos más feos. -Habían quitado tantos que quedaban huecos que sería necesario llenar-. Su señoría dijo que hay muebles guardados en las buhardillas. ¿Hay algo apropiado para el salón?

-Hay algunos muebles hermosos. La llevaré a verlos.

El mayordomo colgó el trapo con que estaba limpiando el pomo de una puerta, llevó el sombrero y el chal de Mariana a su sitio y después la condujo escalera arriba.

-Durante estos años, cuando la casa estaba tan horriblemente muerta, a veces solía pensar qué haría yo con la casa si fuera mía. Las vistas y proporciones de las habitaciones son bellas, y con un poco de esfuerzo Aberdare podría ser magnífica. Pero no podía hacer nada sin las órdenes de su señoría.

Se detuvieron a encender lámparas y comenzaron a subir el último y estrecho tramo hacia las buhardillas.

-Puesto que el conde ha dado su permiso para hacer cambios, dígame sus ideas. Tal vez podamos hacerlas realidad.

Willie la guió entre formas oscuras hasta una buhardilla pequeña.

-Yo devolvería estos muebles al salón, donde estaban antes. Los muebles son viejos, de mediados del siglo pasado, pero están muy bien hechos y los diseños tienen una elegancia natural. -Quitó el cobertor de un sofá pequeño-: Desterrado por los caprichos de la moda. Lady Tregar fue la que instaló los sofás con patas de cocodrilo. -Arrugó la nariz-. Clara prueba de que la buena crianza y el buen gusto no van necesariamente juntos.

Mariana sonrió. Tenía lo mejor de ambos mundos. Willie no sólo estaba dispuesto a aceptar sus órdenes sino que al mismo tiempo la trataba con la franqueza de un paisano suyo de Penreith. Sabiendo que no debía chismorrear, pero incapaz de resistir la tentación de saber más, le preguntó:

-¿Cómo era lady Tregar?

-En realidad no lo sé, señorita Esposito -dijo él con rostro impasible-. En ese tiempo yo era el segundo mayordomo y muy rara vez veía a su señoría. Era muy hermosa, por supuesto. -Tras un breve silencio añadió-: ¿Quiere ver su retrato?

-Claro que sí. No sabía que hubiera uno.

-El anciano conde lo encargó para la boda de su nieto.

Willie la condujo hasta otra buhardilla más pequeña. A lo largo de una pared había unas barras de madera con ranuras entre las cuales colgaban rectángulos de tela a modo de cortinas.

-Hice construir esto al carpintero para conservar adecuadamente los cuadros.

Quitó una tela y levantó la lámpara para alumbrarlo. Era un soberbio retrato de una joven ataviada con una túnica de ninfa griega. Estaba de pie en medio de una pradera cubierta de flores. El viento le levantaba los cabellos rubios y le ceñía la túnica a su exuberante figura.
Mariana examinó atentamente el rostro perfecto, los fríos ojos verdes y la tenue sonrisa que insinuaba misterios ocultos. Ésa era la mujer que se había casado con Juan Pedro y compartido su cama, y que le acosaba con sueños de aflicción y culpabilidad.

-Una vez vi a lady Tregar desde lejos -comentó-. Era mucho más hermosa de lo que yo había imaginado.

-Jamás he visto a nadie que se le compare -dijo Willie.

-¿Y por qué está guardado aquí este retrato y no expuesto abajo?

-Creo que la condesa viuda lo hizo traer aquí antes de cerrar la casa y trasladarse a Londres.


Muchas mujeres rondan el pasado no? Buenoo ya veremoss q pasooo, como, cuando y xq …. El próximo capituloo larguitooo larguitoooo

1 comentario:

Anónimo dijo...

esta historia esta cada vez mas emocionante!!

y que beso ehh! ya se estaba dejando llevar jajaj

esperoo el capiii larguito de mañanaa!!! =D =D

UN BESO! ^^
teff