La difunta vizcondesa Caroline Tregar, hija de conde, había aportado título y fortuna a su matrimonio. Durante los meses pasados en Aberdare rara vez visitó el pueblo, pero Mariana la había visto cabalgando. Era alta, elegante y gloriosamente rubia, tan hermosa que verla era detenerse a contemplarla. No era extraño saber que Juan Pedro todavía se doliera de su pérdida, y su aflicción debía de ser aún mayor al estar combinada con el sentimiento de culpa por el papel que le cupiera en su prematura muerte.
Nuevamente Mariana se preguntó qué habría ocurrido realmente esa fatídica noche cuando murieron el viejo conde y lady Tregar. Le resultaba difícil creer que Juan Pedro hubiera estado tan loco de deseo que se hubiera acostado con la esposa de su abuelo desafiando toda decencia. La segunda condesa, Emily, era sólo unos pocos años mayor que el nieto de su marido, pero aunque era atractiva, nadie la habría mirado dos veces estando presente Caroline en la misma sala.
A no ser que... a no ser que Juan Pedro hubiera odiado tanto a su abuelo que hubiera deseado herirlo de la manera más cruel.
La idea de que Juan Pedro pudiera haber seducido a la condesa por ese motivo tan horrible le revolvió el estómago. Por su mente pasaron una serie de imágenes: Juan Pedro y la esposa de su abuelo sorprendidos en flagrante delito; el viejo conde desplomado en el suelo con un fatal ataque de corazón; la aparición de Caroline atraída por la conmoción y después saliendo histérica de la casa sólo para morir en su huida del monstruo con que se había casado.
Si eso había sucedido, entonces Juan Pedro era moralmente responsable de las muertes de su esposa y de su abuelo, aunque no los hubiera matado con sus manos. Sin embargo, no lograba creer que se hubiera comportado de forma tan despreciable. Aunque podría ser alocado, ella no había visto ninguna maldad en él.
Pero, continuó pensando, sí era posible creer que hubiera actuado por impulso más que por crueldad calculada. Si sin intención había precipitado el desastre, tendría mucho motivo para sentirse culpable.
Asqueada, hizo a un lado el plato.
-Sí, estoy de acuerdo -le dijo Juan Pedro sin imaginarse sus horripilantes pensamientos-. Ésta no es una comida para saborear lentamente.
Mariana se sintió desorientada; era imposible reconciliar sus imágenes de pesadilla con el hombre encantador y travieso que estaba sentado frente a ella. Vio claramente que si quería soportar tres meses en su compañía, debía quitarse de la cabeza las especulaciones sobre su pasado. Si no, se volvería loca. Juan Pedro ya la estaba mirando ceñudo, preocupado, preguntándose qué le pasaba.
-¿Me retiro ahora para dejarte con tu oporto? -le preguntó con la voz más serena que logró sacar.
A él se le alegró la expresión.
-Me saltaré el oporto. Te encuentro mucho más interesante a tí, tal como debe ser una amante.
-No me siento muy interesante en este momento. -Se levantó-. ¿Puedo irme a mi habitación o forma parte del trato que te acompañe toda la velada?
-No creo que sea justo obligarte a soportarme todo el tiempo -dijo él también levantándose-, pero sí me gustaría si te quedas de buena gana. Todavía es temprano.
Ella detectó una ligera nota de tristeza en la voz. Tal vez se sentía solo. Eso no debería extrañarle, ya que él no tenía amigos ni familiares en Aberdare, pero no se le había ocurrido pensar que él pudiera sufrir de aflicciones corrientes como la soledad.
La simpatía pudo más que su necesidad de soledad.
-¿Cómo se entretiene la gente bien por la noche? -Al ver aparecer en sus ojos un conocido destello, se apresuró a decir-. No, no haré lo que estás pensando.
-No sólo inteligente sino que me lees la mente -rió él-. Puesto que rechazas mi primera proposición, juguemos al billar.
-¿No conoces ninguna actividad respetable? -preguntó ella-. Leer en la biblioteca sería una agradable manera de pasar la velada.
-En otra ocasión. No te preocupes, no hay nada inmoral en el billar. El único motivo de que la gente decente condene ese juego es el riesgo de caer en malas compañías. -Su boca se curvó en una sonrisa-. Puesto que ya estás conmigo, no veo cómo puede empeorar tu situación jugar al billar.
Ella se sorprendió riendo mientras él cogía un candelabro y la guiaba fuera del comedor. La ironía de su situación era que el verdadero peligro no era la mala compañía sino la risa. Le resultaría difícil renunciar a ella cuando llegara el momento de marcharse de Aberdare.
La sala de billar estaba en un extremo de la casa. Mientras Mariana encendía las velas de la lámpara que colgaba del medio del techo, Juan Pedro encendió fuego con carbón en el hogar para aliviar el frío dé esa húmeda noche de primavera y después quitó la cubierta de terciopelo que protegía la mesa. Voló polvo en todas direcciones y Mariana estornudó.
-Lo siento. -Dobló la cubierta y la dejó en un rincón-. Otro defecto de limpieza.
-Estoy empezando a pensar que mi papel de ama de llaves no me va a dejar tiempo para ser una amante.
-Puedo prescindir de la limpieza -se apresuró a contestar él.
Ella esbozó la involuntaria sonrisa, reprimida al instante, que tanto fascinaba a Juan Pedro.
Lograr sacarle esa sonrisa era como tratar de invitar a comer en su mano a un tímido potrillo; la paciencia era la clave.
Sacó un juego de bolas de marfil del armario para el equipo y las colocó sobre el tapete de la mesa.
-¿Prefieres usar una maza o un taco?
-¿Cuál es la diferencia?
Él le pasó la maza, que era un palo con un extremo ancho y plano.
-Ésta es la manera antigua de jugar al billar. Se golpea la bola, como en el juego de tejo. Cuando se juega con la maza el jugador no tiene que inclinarse.
Puso la maza contra la bola y la golpeó; la bola fue a caer en la tronera de la esquina.
-¿Y el taco?
Él se quitó la chaqueta para tener más libertad de movimiento, se agachó, colocó el taco frente a una bola y golpeó. La bola golpeó una roja y la hizo caer dentro de una tronera, y después golpeó una segunda bola que también fue a parar a la tronera.
-El taco ofrece más flexibilidad y control. Pero imagino que tú preferirás la maza; es más moral.
Mariana arqueó las cejas.
-¿Cómo puede ser más moral un trozo de madera que otro?
-La maza le ahorra a la dama tener que inclinarse y exponer los tobillos a las miradas de los depravados-explicó él.
A ella le temblaron los labios y los apretó firmemente.
-¿Por qué no te sueltas y te das permiso para sonreír?-le dijo él, divenido-. Debe de ser un tremendo esfuerzo para ti mantener la cara seria cuando estás conmigo.
La seria y piadosa maestrita de escuela emitió una risita. Él no lo habría creído si no lo hubiera oído.
-Tienes razón -dijo ella con tono pesaroso-. No tienes ni una sola fibra seria, y me resulta muy difícil mantener mi dignidad. Pero perseveraré. -Levantó la maza con una mano y el taco con la otra-. No importa cuál use, porque sospecho que he caído en las redes de un experto en billar.
Él hizo rodar una bola roja por el tapete verde hacia una tronera. A mitad de camino la bola se desvió a la derecha.
-Esta mesa está tan combada que la habilidad aquí no cuenta mucho. No veo la hora de que la superficie sea de pizarra.
-¿Cuáles son las reglas?
-Hay muchos juegos diferentes, y los jugadores pueden inventar otros a placer. Vamos a comenzar con uno sencillo. -Señaló la mesa-: He colocado seis bolas rojas, seis azules y una blanca. Ésta es la que se golpea con el taco, para que golpee a las otras y las haga caer en las troneras, pero no tiene que caer ella. Cada uno elige un color. Si eliges las rojas, ganas un punto por cada una que derribes, y pierdes un punto si golpeas una azul. Continúas jugando hasta que yerres un tiro.
Mariana dejó la maza y rodeó la mesa. Allí se inclinó y probó a golpear una bola con el taco, pero la dura punta de madera no dio en el centro de la bola y ésta rodó lentamente hacia un lado.
-Es más difícil de lo que parece -comentó ceñuda.
-Todo es más difícil de lo que parece. Ésa es la primera ley de la vida. -Se colocó al lado de ella-. Déjame que te haga una demostración. Prometo no mirarte los tobillos.
-Mentiroso -dijo ella con una leve sonrisa. -Desconfiada. -Cogió su taco y procedió a explicarle paso a paso la manera de golpear-. Apoyas tu peso en el pie derecho y te inclinas por las caderas. Los dedos de la mano izquierda sostienen el taco. Mira a lo largo del palo y trata de golpear la bola justo en el centro.
-Hizo la demostración.
Cuando ella se inclinó para intentarlo, él se echó hacia atrás, cruzó los brazos sobre el pecho y descaradamente le miró los tobillos. Ella fingió no darse cuenta.
Sí que valía la pena mirarle los tobillos a Mariana, como todo el resto de ella. No tenía el tipo de figura espectacular que atrae la atención masculina desde el otro extremo de una sala llena de gente, y su ropa estaba diseñada más para ocultarla que para realzarla. Pero tenía buen tipo y, cuando se relajaba, se movía con una interesante gracia natural. Juan Pedro no veía las horas de comprobar cómo se vería con ropas más favorecedoras. Aún más, le gustaría verla sin nada de ropa.
Una vez Mariana aprendió los elementos básicos del juego, comenzaron uno. Juan Pedro se impuso una dificultad adicional: sus tiros no puntuarían si la bola no golpeaba dos bandas antes de caer en la tronera. Ese obstáculo, más las irregularidades de la superficie de la mesa, evitarían la desigualdad entre ellos.
A Juan Pedro le encantó ver que su seria maestra de escuela jugaba como una niña entusiasmada, fastidiándose cuando erraba un tiro y rebosando de satisfacción cuando acertaba. Se preguntó con qué frecuencia se permitiría hacer algo estrictamente por placer. Muy rara vez, supuso; probablemente se había pasado haciendo trabajos arduos y buenas obras desde que era bebé.
Pero era evidente que estaba disfrutando del juego. Ya había metido dos bolas rojas seguidas y en ese momento estaba inclinada sobre la mesa preparando un tercer tiro. Se le habían soltado varias guedejas de cabello que se le enroscaban seductoramente alrededor de la cara. Su postura realzaba también la deliciosa curva de su trasero. Sintió una fuerte tentación de acariciárselo. A su pesar reprimió el impulso para no estropear la armonía. Cuando Mariana llevaba escondidas las espinas era una acompañante excelente, inteligente, de ingenio agudo, con una comprensión de la naturaleza humana que compensaba su falta de experiencia mundana.
Ella golpeó pero no le dio a la bola en el centro y ésta rodó hacia un lado.
-¡Maldición! ¡Otro tiro malo!
El sonrió. Si bien se podía decir que el billar no era inmoral, no se podía negar que hablar de bolas, palos, tiros y troneras era agradablemente insinuante para las mentes lascivas, como la suya. Afortunadamente, en su inocencia. Mariana no se daba cuenta de la obscenidad latente en ese lenguaje.
-Ésa es una palabra fuerte -le dijo con fingida desaprobación-. A lo mejor la exposición al billar sí debilita la fibra moral.
Ella se llevó la mano a la boca para ocultar una sonrisa.
-Me temo que la culpa la tiene la mala compañía, no el juego.
El le dirigió una admirativa mirada y después se inclinó sobre la mesa para preparar su tiro. Se movía con indolente elegancia y la camisa blanca resaltaba la anchura de sus hombros y la estrechez de su cintura. Mala compañía, sí; moreno y diabólicamente apuesto, era el sueño de toda chica romántica y la pesadilla de todo padre protector. Mariana se obligó a desviar la vista de su compañero de juego.
Finalmente, él consiguió meter las últimas cuatro bolas con que finalizaba ese juego.
-Es una suerte que no haya apostado dinero -comentó ella-. Porque ahora me tendrías pidiendo limosna.
-Para ser una principiante -dijo él, generoso en su victoria-, lo has hecho muy bien. Mariana. Con cada juego has reducido las diferencias. Con la práctica te podrías convertir en una experta en billar.
Ella se sintió absurdamente complacida por el elogio, aun cuando fuera de tipo deshonroso.
-¿Jugamos otro? -propuso. El reloj de la repisa del hogar comenzó a dar la hora-. ¡Las once ya!
El día ya estaba casi acabado y había llegado el momento de la verdad. Inmediatamente se le evaporó el ánimo relajado. Con la vana esperanza de que él hubiera olvidado que tenía derecho a un beso, dijo:
-Es hora de retirarme. Mañana tengo muchísimo que hacer, ir a Penreith a buscar una cocinera, arreglar lo de tu visita a la mina, ver cómo le va a mi amiga Marged en la escuela, en fin, muchas cosas.
Dejó su taco en la taquera y se volvió hacia la puerta. Antes de que alcanzara a dar un paso, el taco de Juan Pedro le cerró el paso.
-¿No te olvidas de algo?
-No lo he olvidado -dijo ella asustada-. Pero esperaba que lo hubieras olvidado tú.
Él la miró con la expresión de un encantador predador.
-Cómo voy a olvidarlo, cuando he estado esperando mi beso todo el día.
Bajó el taco y se acercó. Ella retrocedió y luego se sintió idiota al ver que el movimiento era para poner el taco en la taquera. Una vez colocado el taco, él se volvió a mirarla.
-¿Tan terrible es la perspectiva de ser besada por mí? Nunca he recibido ninguna queja, todo lo contrario.
Ella tenía la espalda apoyada en la pared y ya no podía seguir retrocediendo.
-Bueno, adelante, hazlo -dijo ella con voz tensa. A él se le iluminaron los ojos con una repentina idea. Le colocó la mano bajo la barbilla y se la levantó, y ella se encontró mirándolo a los ojos.
-Mariana, ¿te han besado alguna vez con... con intención amorosa?
-No -contestó ella, incapaz de negar la dolorosa verdad-, ningún hombre ha deseado hacerlo nunca.
En eso, como en el billar, él se portó generoso y no ridiculizó su inexperiencia ni su miedo.
-Te aseguro que muchos hombres han soñado con besarte, pero tú los has intimidado tanto que ninguno se ha atrevido a intentarlo. -Le acarició los labios con el pulgar-. Relájate. Mi deseo es persuadirte, no aterrarte.
Sus rítmicos movimientos eran profundamente sensuales, aún más perturbadores que cuando le soltara el pelo el día anterior. Se le relajaron los labios y los entreabrió un poco; involuntariamente, como por instinto, le tocó el pulgar con la lengua, y sintió un sabor salubre y masculino. Entonces se ruborizó, avergonzada al darse cuenta de su descaro.
-Si éste es un primer beso -dijo él, sin hacer caso de su sutil repliegue-, comenzaré con sencillez. Después de todo, tenemos tres meses por delante.
Le colocó las manos en los hombros e inclinó la cabeza. Ella tensó la cara. Pero en lugar de besarla en la boca, él apoyó sus labios en la suave piel de la garganta.
Mariana ahogó una exclamación ante la seductora presión de su boca. Se había creído preparada, pero descubrió que no tenía ninguna defensa contra esa inesperada caricia. Ardientes sensaciones le corrieron hacia abajo, debilitándola y haciéndole palpitar lugares secretos y vergonzosos.
Hee aquiii el besooo! El primero
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7 comentarios:
Y YO SE COMO SIGUE MUAJAJAJAJAJA!!!!!!!
jaja
che marian el q me mandates como 12 en realidad es el 11 y el q me mandastes cmo 13 es el 12 y asi suceivamente, o sea me mandastes hasta el 14 no hasta el 15
me entendistes?? explico raro jaja
la cuestion es q se cmo sigue!!!!!!
Besitos!!!
nooo!! que malaa!! sabes como sigue?? un adelantitoo!!xDDD
bueno, como se que tendre que esperar hasta mañana, me morire de la intriga como siempre!=)
la verdad no me esperaba el beso en el cuello, pero parece que fue intenso!! jejej
bueno espero el capi de mañana jaja (re ansiosa yo) ;)
UN BESO! ^^
teff
si, perdon mika, me di cuenta q le erre en un numero, pero si lo cambiaba seria mas dificil q te des cuenta,
besitoss chicass! :)
ame el capitulo!
recien comente pero creo que no quedo u.u
yo tambien quiero un beso de el♥
espero el proximo
karen
karen karen!
kien no kiere un beso de el??
Marian Tosh! yo te respondo:
TODAS queremos un beso suyo! jajajaj
y los caps? =(
jejeje tranquila simplemente me paso para que sepas que aunque no subas sigo esperando los capis con ansia =D
Un besoo mikita! ^^
teff
con esta novela me ha pasado lo mismo! no he podido aguantar la intriga y ya me la he leido ;) pero me gusta muchisimo mas con lali y pitt y nunca viene mal releerla!! asi que estare comentando por aqui bastante amenudo!! gracias a ti tambien, porque aunque es muy distinta tambien me encanta! las 2 me han enganchado desde el primer momento! espero que puedas subir muchas mas adaptaciones, porque son increibles!!
Un beso!
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