Juan Pedro ya estaba en el salón familiar con un decantador en la mano llenando una copa. Con su chaqueta y pantalones negros de hermoso corte, parecía preparado para cenar con el príncipe regente. Ella se detuvo en la puerta, asaltada por la idea de la ridiculez de la situación. ¿Qué hacía ella, la nada atractiva Mariana Esposito, en Abordare?
Al oír sus pasos él levantó la vista y se quedó inmóvil, con expresión de estar impresionado.
-Estás hermosa esta noche. Mariana.
Lo dijo con tal efusión en la voz que ella se estremeció. No sólo era rico y guapo, sino que además tenía el don de hacer sentirse hermosa y querida a una mujer. Tal vez ése era un talento esencial para un libertino, porque una mujer daría cualquier cosa por mantener esa expresión en los ojos de un hombre.
-Gracias -dijo, tratando de aparentar que los cumplidos eran de lo más corriente en su vida-. ¿Sería indecoroso de mi parte decir que estás como para romperle el corazón a cualquier chica impresionable?
-¿Eres impresionable? -repuso él con aire esperanzado.
-En absoluto -contestó tratando de parecer severa pero sin poder dejar de sonreír.
-Una lástima. -Cogió otro decantador-. ¿Te apetece una copa de jerez?
Por un instante estuvo a punto de aceptar, pero negó con la cabeza.
-No, gracias.
-Claro, los metodistas evitan cualquier cosa que se pueda considerar bebida fuerte. -Dejó el decantador y se quedó pensando-. Bebéis cerveza, ¿verdad?
-Por supuesto, todo el mundo lo hace.
-Entonces prueba un poco de este vino alemán -dijo él levantando una botella-. Es más suave que la mayoría de las cervezas. -Al ver que ella continuaba dudosa, añadió-: Te prometo que no te va a emborrachar tanto como para que bailes encima de la mesa -lanzó un exagerado suspiro-, lamentablemente.
-Muy bien -aceptó ella riendo-, beberé un poco. Pero no tienes por qué temer por tu mesa. Yo no bailo.
-Dios mío, había olvidado eso. -Abrió la botella y le sirvió una copa de vino-. ¿Qué hacen los metodistas para divertirse?
-Orar y cantar -contestó ella sin vacilar.
-Tendré que ampliar tu repertorio. -Le pasó una copa-. ¿Brindamos por una conclusión mutuamente satisfactoria de nuestra asociación?
-Muy bien. -Alzó la copa-. Que dentro de tres meses la mina esté más segura y el pueblo de Penreith más sano, más rico y más feliz. Además, espero que tú veas la luz espiritual y te conviertas en un hombre más sobrio y piadoso, y que yo vuelva a casa con la reputación y la profesión intactas.
Él chocó el borde de su copa con la de ella, con los ojos negros brillantes.
-Mi definición de «mutuamente satisfactoria» difiere de la tuya en varios detalles.
-¿Cuáles?
-Mejor no decirlos -sonrió él-. Me vaciarías el resto de la copa en la cabeza.
Algo asombrada, Mariana se dio cuenta de que estaba bromeando con un hombre. Y que no sólo le seguía las chanzas con sugerentes insinuaciones sino que además lo disfrutaba.
La sensación de ser sofisticada y controlada se desvaneció cuando cometió el error de mirarlo a la cara. El la estaba mirando con una intensidad magnética, tan palpable como un contacto físico. Al mirar sus ojos tan claros y traslucidos se sintió atrapada, incapaz de desviar la vista. Se le agitó la sangre con calor no acostumbrado, precipitándose a los lugares que él iba mirando. Primero le hormiguearon los labios, después le palpitó el pulso de la garganta como si él la estuviera acariciando.
Cuando su mirada bajó a los pechos, se le endurecieron los pezones con abrasadora sensibilidad. Dios misericordioso, si era capaz de afectarla así cuando estaba a un metro de distancia, ¿qué ocurriría cuando finalmente la tocara?
Ya estaba al borde de la desesperación y abatimiento cuando la salvó la campana para la cena. Juan Pedro volvió la cabeza liberándola del hechizo de su mirada.
-¿Vamos a ver qué es capaz de hacer el cocinero? No he hecho ninguna verdadera comida desde mi regreso a Aberdare, de modo que no sé cómo cocina. La verdad es que ni siquiera sé si es hombre o mujer.
-Estuve hablando con Willie esta tarde y me dijo que una de las dos criadas, Gladys, está sirviendo temporalmente de cocinera -dijo ella, con la esperanza de que su voz sonara serena-. Lo que necesitas no es una amante de mentirijilla sino un ama de llaves que te organice la casa y el servicio.
-¿No puedes ser ambas cosas?
Nuevamente le colocó la mano en la cintura, suavemente posesivo. Ella se encogió, porque el vestido y la ropa interior eran más delgados que la ropa que llevaba antes y el efecto era casi tan íntimo como si le estuviera tocando la piel desnuda. Él lo notó, por supuesto.
-Y yo que creía que ya te estabas sintiendo más tranquila conmigo -le dijo en voz baja-. No tienes por qué tener miedo. Mariana.
-Si tuviera un mínimo de sensatez -contestó ella mirándolo ceñuda-, estaría aterrada. Me doblas en tamaño y probablemente pesas cuatro veces más que yo, y estoy a tu merced. El hecho de que yo esté voluntariamente bajo tu techo significa que podrías hacer cualquier cosa, y la mayoría de la gente diría que me lo tengo merecido por desvergonzada.
-Permíteme que te lo repita -dijo él con rostro sombrío-. A pesar de mi posición y mi mayor fuerza física, tú tienes el poder definitivo entre nosotros, porque tienes el derecho a decir no. Por ejemplo... -levantó la mano y le rozó la mejilla con el dorso.
El lento movimiento le quemó la piel, seductor y alarmante. De pronto Mariana se sintió vulnerable, como si esa caricia la despojara de su sentido común y pusiera al descubierto anhelos no reconocidos.
-¿Continúo? -susurró él.
-¡No! -exclamó ella, aunque con todo su corazón deseaba decir sí.
Al instante él dejó caer la mano.
-¿Ves lo fácil que es detenerme?
¿Acaso él creía que le había resultado fácil? Por lo visto, no lo sabía todo. Con los nervios destrozados le dijo:
-¿Por qué no te cobras el beso del día y acabamos con esto? Disfrutaré más de la comida si no me siento como un ratón acosado por un gato.
-Ahora me toca a mí decir no -dijo él sonriendo indolentemente-. La expectación forma parte del placer de hacer el amor. Como sólo puedo estar seguro de un beso, deseo retardarlo lo más posible. -La condujo al interior del comedor-. Así pues, no temas, te prometo no saltar por encima de la mesa antes que te hayas fortalecido con la comida.
Él tenía que saber que su verdadero temor no era que él no se detuviera, sino que ella fuera incapaz de decir no. Ese pensamiento reforzó su resolución. Sí, él era poderoso e infinitamente más experimentado que ella, pero eso no quería decir que ella tuviera que perder la batalla. De ella dependía ser más fuerte.
Con ese objetivo en mente, lo animó a hablar de sus viajes, evitando temas más personales. La sorprendió saber que había viajado muchísimo por el continente. Después que él le habló de su visita a París, le preguntó:
-¿Cómo te las arreglaste para visitar tantas partes de Europa cuando Napoleón ha cerrado el continente a los británicos?
-Pues viajando con mi gente de mala fama. Ni siquiera el ejército de Napoleón puede impedirles a los gitanos ir donde les plazca.
Renunciando a servirse la sopa de puerros demasiado salada sirvió vino para los dos. Aliviada, ella hizo a un lado el plato de sopa; estaba increíblemente mala.
-Si te gustara el espionaje, viajar como gitano te daría un disfraz perfecto.
Juan Pedro se puso a toser. Al ver que ella lo miraba sorprendida, explicó:
-Tragué por el otro conducto.
Ella ladeó la cabeza.
-¿Fue una coincidencia o una reacción al sentirte pillado, porque realmente has estado recogiendo información secreta?
-Eres demasiado inteligente para sentirse cómodo. -Bebió vino con expresión pensativa-. Supongo que no hay ningún mal en decirte que un viejo amigo mío trabaja en el servicio de inteligencia y a veces le he pasado información que me ha parecido de interés para él. Alguna vez he hecho de mensajero también, si eso encajaba en mis planes. Pero jamás he sido un espía en serio. Habría sido demasiado parecido a un trabajo.
A ella le extrañó esa resistencia a admitir que había trabajado para su país. Tal vez no era el libertino que simulaba ser; pero claro, también podía ser que sencillamente disfrutara la aventura del espionaje.
En ese momento entraron Willie y Dilys. La chica retiró los platos de la sopa dirigiendo nerviosas miradas al conde. Willie colocó delante de su amo una fuente de cordero con aspecto de estar quemado y luego varias fuentes más. Después de despedir al mayordomo, Juan Pedro comenzó a trinchar el cordero.
-Si la sopa sirve de indicador, Gladys no entiende de cocina. Esta pierna de cordero tampoco tiene aspecto prometedor.
Cuando Mariana probó la carne estuvo de acuerdo. Juan Pedro hizo una mueca cuando probó la suya.
-Sí que hay que hacer algo respecto a la comida. Al ver su especulativa mirada, ella dejó el tenedor en la mesa y le hizo un gesto de advertencia.
-Sí, soy buena cocinera, pero no tendré tiempo para trabajar en la cocina. Y no trates de convencerme diciendo que una amante tiene que cocinar para su amante.
-No estaba pensando en desperdiciar tu valioso tiempo en la cocina. -Sonrió travieso-. Pero una amante sí puede hacer cosas interesantes con la comida. ¿Quieres que te las explique?
-¡No!
-En otra ocasión, tal vez. -Hundió el tenedor en una patata hervida y ésta se desintegró quedando reducida a una masa blanca informe-. ¿Sabes de alguna cocinera decente que ande buscando ocupación?
-En el valle no. Podrías encontrar a alguien en Swansea, pero probablemente sería mejor en Londres. Tiene que haber agencias especializadas en encontrar chefs franceses para casas aristocráticas.
-Los chefs franceses suelen ser temperamentales, y la mayoría enloquecería de aburrimiento en Gales. ¿No hay buenas cocineras de comida regional galesa por aquí?
Mariana arrugó el ceño pensativa.
-Pero ese tipo de comida podría ser demasiado sencilla para un señor.
-Me gusta la cocina regional si está bien hecha. -Después de un atento examen se sirvió un trozo de algo de siniestro aspecto en el plato-. Hasta los pingüinos despreciarían este pescado. ¿Seguro que no conoces a ninguna persona competente que pueda comenzar pronto?
-Hay una mujer que trabajó en Abordare de ayudante de cocina antes de casarse. No ha hecho estudios de cocina, pero siempre que he comido en su casa la comida ha sido deliciosa. Y le vendría bien el trabajo, su marido murió en la mina el año pasado.
Juan Pedro puso una cucharada de una misteriosa sustancia marrón y algo líquida en el plato.
-¿Qué es esto? No, no me lo digas. Prefiero no saberlo. Si logras convencer a la viuda de que venga mañana, estaré eternamente agradecido.
-Veré qué puedo hacer. -Arrugó la nariz ante las coles de Bruselas frías, grises y pulposas-. Yo también tengo intereses en los resultados.
Transcurrieron otros minutos más de masticar sin entusiasmo.
-Ahora que has tenido tiempo para reflexionar -dijo finalmente Juan Pedro-, ¿has ideado alguna estrategia para la redecoración?
-La exploración de la planta baja confirmó mi primera impresión. La limpieza y la simplificación van a hacer maravillas. -Probó la tarta de manzana, que resultó no tener sabor pero se podía comer-. No haré nada demasiado radical; cuando te vuelvas a casar, estoy segura de que tu esposa va a tener sus propios planes.
Juan Pedro dejó la copa de vino en la mesa con tanta fuerza que casi la rompió.
-No tienes que preocuparte de eso. Jamás me volveré a casar.
Mariana detectó una amargura en su voz que no había oído nunca, y vio que la cara de Juan Pedro estaba sombría como un nubarrón de tormenta. Daba la impresión de un hombre que había amado a su esposa y lamentaba profundamente su muerte.
Todavia no cobro su beso, las hago esperar mucho? Pues lo sientoo, la verdad me divierto! Jajaja besitosssssssss y mñn beso y algo mas kisass…. nunca se sabe…
Si prometo un cap un poco mas largoo q esteee
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1 comentario:
jajaj con lo impaciente que soy!
pues habra que esperar al capitulo de mañana para saber como y cuando se cobrara el besoo Juan Pedro!!
como te gusta hacernos sufrirr eh! =)
pobres no cenaron bien! ajaja
bueno esperare a mañana pa saber que pasara!! =)
1BESO!! ^^
teff
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