Cuando Pedro se recostó a su lado, todo el rubor y la vergüenza acudieron en tropel hasta la muchacha.
Instintivamente se tapó, tratando de acomodarse, pero sintió, con horror, que algo fluía entre sus piernas.
—¿Qué es esto? —preguntó asustada.
—No sé... Creo que es algo que les pasa a las mujeres cuando son vírgenes.
—No seas tonto, ya sé... ¡Pero manché las sábanas! ¡Que vergüenza!... ¿Y ahora cómo...?
—Shh... —trató de calmarla él, divertido.
Volvió a mirar a su esposa. Estaba radiante, con las mejillas sonrosadas y el cabello alborotado, pero asustada y confundida.
—Yo me encargo. No te preocupes. Vos andá al baño de tu cuarto y duchate.
La vio retirarse con placer. Todavía estaba excitado. Muy excitado....
Se duchó para calmarse, y luego de cerrar la puerta de comunicación entre las habitaciones, lavó la mancha con agua mineral, e hizo que la mucama cambiara las sábanas.
Cuando todo terminó, fue de nuevo en busca de su esposa. Escuchó el ruido de la ducha, y entró silenciosamente al baño.
Ella estaba de espaldas, con toda el agua cayendo sobre aquellas curvas perfectas que apenas se entreveían a través de la cortina. Mariana estaba intentando entender la locura que se había adueñado de su cuerpo. Todo el desenfreno y el placer que aún la dejaban palpitante. Apenas se estaba dejando llevar por el agua que caía sobre su piel, cuando comenzó a girar con lentitud. Abrió los ojos, y lo vio a él, su marido, sentado, contemplándola. Y todo el pudor y la vergüenza se apoderaron de ella otra vez. No estaba lista todavía para eso...¿O sí?
—¡Pedro! ¡Qué hacés ahí! —exclamó, a la par que se tapaba con la cortina—. Alcanzame la toalla, por favor.
Pedro sonrió mientras lo hacía. Intentó acariciarla, pero ella lo alejó. Y eso hizo que la deseara más. Lo echó del baño, sin darse cuenta que él se llevaba su ropa. Así que se sentó pacientemente a esperarla, como lo había hecho siempre. Y cuando Mariana apareció en el cuarto, cubierta sólo por una toalla mínima para tapar su exuberante desnudez, él supo que la amaba.
—Quedate ahí, por favor —dijo él, mientras se extasiaba en contemplarla a la distancia. Luego se acercó y la besó con pasión.
—Quiero verte —suplicó Pedro, mientras se alejaba para volver a sentarse en la cama.
—No... —respondió ella con timidez, excitándose a pesar de su rubor.
—¿No? — preguntó él con suavidad, acercándose una vez más para tomar la punta de la toalla entre sus manos.
Y entonces volvió a sentarse, y ella fue dejando caer con lentitud la tela rugosa que la cubría
Era perfecta. Absolutamente perfecta. La mujer más hermosa que Pedro había visto en toda su vida...Su mujer. Vió sus pechos generosos, turgentes, naturales, con los pezones surgiendo de ellos como un milagro. Vió su vientre chato, las curvas de su cintura. La belleza de su pubis, densamente poblado por un bello castaño intacto, como lo debían tener las mujeres en el paraíso. Vió sus piernas bien torneadas. Sus pies chicos y delicados.
Y luego volvió a mirarla. Y vio que el rubor surcaba sus mejillas. Pero también notó en su rostro el brillo que acababa de conocer. Y supo que estaba de nuevo excitada y lista. Y entonces se acercó a ella y comenzó a recorrerla con sus manos fuertes, con su cuerpo, con sus labios. Y tocándola como si fuera un delicado instrumento musical, pudo arrancar de su boca gemidos de placer. Y la vio llegar al éxtasis sin haberla poseído con el cuerpo, pero si con el alma.
Entonces sintió su propio cuerpo reclamar. Y volvió a tensarla. Volvió a prepararla, y cuando la supo lista la penetró y se abandonó en ella. Y logró una extraña sincronía en dos amantes: ambos llegaron juntos al éxtasis, perdido cada uno en el placer del otro.
Cuando Mariana se retiró, aún conmovida, para cambiarse, él permaneció acostado, observándola. Todavía estaba excitado. Pero de una forma distinta y maravillosa.
Recordó toda aquella perorata de Ayelén sobre el sexo tántrico. Sobre un placer que duraba más allá del orgasmo, y que a él le había parecido imposible. Y que ahora, sin lecciones complicadas ni búsquedas afanosas, sentía recorrer todo su cuerpo.
Cuando Mariana volvió del baño, intentaron vanamente acallar la piel. Pero era tal el abandono de ambos, esa sensación deliciosa de descubrimiento mutuo, que no pudieron lograrlo, y siguieron haciendo el amor por el resto de la noche y el día siguiente. A veces, incluso, no necesitaban tocarse para lograrlo. Bastaba sólo una palabra, o la imperiosa necesidad de complacer al otro.
Pedro, aquel hombre que había crecido siendo egoísta, y que no había intentado nunca satisfacer a una mujer, aprendió de su esposa que sólo concentrándose en el placer de ella lograba el verdadero éxtasis.
Mariana, que había sabido guardarse a pesar de las urgencias de su cuerpo, aprendió de su marido una forma distinta de celebrar el amor de Dios. Y supo que, a pesar de la cárcel que pendía sobre su cabeza, había alcanzado finalmente la libertad.
mmmm a ver... falta poquitos capitulos pero no me pregunten cuantos porq no se, son poquitiños!!! jaja
PERDON PERDON PERDON PERDON POR NO SUBIR AYER es q no se q le pasa a esta compu de morondanga besitos
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4 comentarios:
aii que lindo capi!! son tan tiernoos!! (L)(L)
casados, y disfrutando de su amor y disfrutando de ellos claro! ajjaja
fue muuuuy lindo el capi!
espero mas!! =)
UN BESO! ^^
teff
pd: mikita no pasa nada vos subi cuando puedas, que nosotras estaremos esperandote! =)
aiii mee losss comooo
qq amorr!
:)
no teee preocupess mikitaa, esta todo bien, siempree te esperamosssssss
besossssssss
Como no te vamos a perdonar si venis con caps como este ! ajaj Me encanto, son unos tiernos.
Un besito Mikita, hasta el proximo :)
te perdonamos!!!!
Q capitulon!!!
ya me los imagino jajajajja
No es un poco mucho toda la noche?? xD!
despues de 24(? años sin nada lali supo disfrutarlo a full jajaja
besooos
cam
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