miércoles, 5 de mayo de 2010

"Deliciosamente vulnerable" cap 46

Cuando Ivanna no estaba, Loly salía todos los días a caminar un poco. Y es que si bien ella era muy dulce y cariñosa, y no le hacía faltar nada, Loly no se resignaba a tener que olvidarse de los hombres... Porque incluso con esa panza inmensa que apenas la dejaba mover, extrañaba lo que nunca había tenido: sexo con un tipo que la excitara de verdad.

Y es que durante las noches, mientras Ivanna se saciaba con ella, la sangre se le iba poniendo más y más caliente. Y a la mañana la cabeza le quedaba llena de necesidades...¿Nunca iba a poder estar con un hombre que la hiciera vibrar?... ¿Algo que no se enchufara, pero igual la hiciera feliz? ¿Algo velludo, joven, fuerte, tenso, que la poseyera?

Caminando por la avenida Cabildo miraba a los hombres con lujuria, a pesar de su embarazo. Y en eso estaba aquella mañana helada, cuando, al dar vuelta la cabeza, se topó frente a frente con Cony, la que alguna vez fuera su amiga, y que luego fue su hijastra. La hermana del hijo que llevaba en el vientre.

La observó con horror. Y en los labios de la otra vió asomar una sonrisa maléfica y vengativa. Sintió que algo se rompía en su interior, y un líquido espeso y abundante comenzó a manchar sus piernas.


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Eran las dos de la tarde y Mariana acababa de volver al estudio desde el departamento de Pedro. Habían acordado no volver a verse, y él le había dado una llave para que entrara en su ausencia, y así pudiera acabar con los trabajos que tenía pendientes.

Y si bien ambos cumplían con lo pactado, Pedro siempre se las ingeniaba para recordarle su presencia. A veces terminaba el trabajo por ella; otras le dejaba un chocolate sobre el teclado; o un CD con la leyenda “escuchalo” ; o un muñequito para Fer. Y aunque invariablemente Mariana protestaba, en el fondo lo estaba esperando, y ese pequeño gesto servía para alegrarla.

Aquel día había dejado una rosa sobre la computadora. La misma que sostenía entre las manos cuando se le cruzó uno de sus compañeros por el pasillo.

—Te están esperando en la oficina de Pinti.

Mariana resopló. ¿Qué quería el viejo ahora? Era imposible que se hiciera cargo de algo más. Pero cuando abrió la puerta de su jefe, se quedó paralizada: allí estaba el mismísimo Dr. Lanzani, recibiéndola con una gran sonrisa.

—Discúlpeme... —suplicó ella con embarazo—. Debe haber un error... Pensé que...

—Ningún error... —se apuró a decir él con autoridad—.¡Sentate!

Ella obedeció, mientras el viejo la observaba de pies a cabeza con descaro, como lo había hecho en cada uno de sus encuentros. Mariana estaba sumamente incómoda y se sentía dando examen una vez más.

—Sí... Ahora me acuerdo de vos... —dijo al fin—. Lo que pasa es que estás muy cambiada, por eso no te reconocí antes.

—Discúlpeme, doctor, pero... ¿En qué puedo ayudarlo?¿Es por algún trabajo?

—¿Trabajo?... No, no... —replicó casi con sorna—.Nunca mezclo el trabajo con las mujeres bonitas. Y es que no hay nada más peligroso para un hombre que la belleza de una mujer... Nos ponemos como idiotas... Mirá a mi hijo, si no.

Mariana comenzó a enojarse:

—Entonces creo que no tenemos nada de que hablar.

Pero él la paró en seco.

—¡Sí que tenemos!... ¡Mi hijo!... Vamos a hablar de mi hijo. Y es que, ¿sabés?, me preocupa mi hijo. Porque es un buen muchacho, pero no salió a mí... Pedrito no tiene picardía. Por eso lo pudiste manejar como se te dio la gana, y lo hiciste renunciar a mi estudio. Buena jugada, tengo que admitirlo. Se nota que sos muy inteligente... ¿Es cierto que te puse diez? Porque yo no pongo diez en un examen.

Lanzani volvió a mirarla con descaro, y luego continuó.

—Ya de por si una mujer bonita es peligrosa, pero si además de eso tiene cabeza... ¡Y mi hijo es tan... tan inocente!... Fijate: ahora aparecés por su casa con ese bastardo, ese..., vos disculparás, pero creo que es el término correcto: ese hijo de puta que llevás entre los brazos, y que pretendés hacer pasar por ¡mi nieto!... ¡Por favor! ¡Y Pedro es tan pelotudo que, a pesar de que el chico es un negrito y no se le parece ni en el blanco del ojo, se lo cree!

Mariana sintió tanto odio y desprecio por aquel hombre que se cerró por completo, y comenzó a mirarlo sin que de su cara pudiera inferirse ninguna emoción.

—Mirá piba... Estuve averiguando... Sé que sacaste la medalla de plata... Todos los profesores me hablaron maravillas de vos... Si hasta yo mismo te puse un diez, y eso que habitualmente no los pongo... Sos una mujer ambiciosa y estoy seguro que estudiaste tanto porque querés hacer una buena carrera. Pero este es un mercado muy chico... Y en este mercado yo soy el rey. Puedo arruinarte. Puedo hundirte en la peor de las miserias... Y si a pesar de eso todavía querés enfrentarme, no cuentes con mi fortuna. Tengo todos los medios para que Pedro jamás vea un peso en caso de que me desobedezca.

Lanzani la miró con una sonrisa triunfal. Pero esta vez, también ella le devolvió una mirada arrogante, y luego, sin emoción, le contestó:

—Estimado Dr. Lanzani. Me otorga usted un mérito que no tengo. No fue por mi culpa que su hijo dejó su estudio. Fue su propio egoismo y estupidez lo que lo terminó echando.

Lanzani quiso contestar, pero ella lo interrumpió con autoridad.

—En cuanto a que Pedro es muy inocente... En verdad, tengo que acordar con usted. Es más, creo que ha llegado la hora de que usted le explique lo de los pájaros y las abejas. Tendrá que aclararle que para poder ser padre, primero hay que hacer el amor, cosa que su hijo y yo jamás hemos hecho.

Lanzani la observó, incrédulo.

—En efecto, por fortuna mi bebé no comparte ningún tipo de información genética con usted, así que es totalmente imposible que haya heredado lo de “hijo deputa”... Y en cuanto a que me va a arruinar la carrera... Es una lástima, pero Pedro ya se le adelantó. Y a menos que conozca a todos los ferreteros, quiosqueros y almaceneros del barrio, mi situación no puede empeorar.

Mariana se puso de pie, sin esperar respuesta.

—No se meta conmigo, Lanzani... No se meta con mi hijo... Y no vuelva por acá nunca más.

Con aquella extraña dignidad que la caracterizaba, la muchacha se fue dando un portazo, y el Dr. Lanzani se limitó a observar su partida, sin saber como reaccionar. No estaba acostumbrado a perder.


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Cony observó a Loly, espantada.

—¡Pará boluda! ¿Qué te pasa? ¿Te estás meando del susto?

—No boluda..., no sé que pasa... —dijo la otra aterrorizada.

Mientras tanto, la gente comenzaba a agruparse a su alrededor y alguien, a los gritos, pedía que llamaran una ambulancia. Una mujer joven se acercó con más autoridad que los demás:

—Soy doctora... Quedate tranquila, no pasa nada... ¿El primero, no? Rompiste bolsa... Tenés mucho tiempo todavía, así que andá tranquila al sanatorio y llamá a tu obstetra... Es algo normal ¡No pasa nada! No necesitás ambulancia. Mirá, ya casi paró... Será mejor que te tomes un taxi... Y vos, acompañala —le dijo a Constanza.

—¡¿Yo tengo que acompañarla?!

—¡No la vas a dejar ir sola!

—¡Ay! —gritó Loly, al borde del terror.

La doctora puso una mano en su vientre.

—Es una contracción... ¿Ya tuviste alguna más, así de larga y dolorosa?

Loly asintió.

Y mientras la doctora trataba de tranquilizarla, hizo un aparte con Cony:

—Parece que no va a haber mucho tiempo. Llevala directo al sanatorio.

Cony obedeció, porque el miedo no la dejaba pensar. En el taxi las contracciones se iban haciendo mas dolorosas y frecuentes. Constanza, en vez de tratar de traerle alivio, con cada quejido de la otra, empezaba una nueva letanía.

—Esto te lo merecés, guacha, por encamarte con mi viejo... Ojalá se te parta todo, por forra... Con ésto vas a pensar un poco en lo perra que fuiste conmigo... Esa te vino por terminar de fundir a papá...

Y así, y otra vez....Hasta que el mismo taxista tuvo que llamarla al orden. Y entonces Constanza la emprendió con él.

Cuando llegaron a la clínica era evidente que el bebé no iba a esperar a la sala de partos, así que allí nomás, en preingreso, nació el único hijo varón de Eleuterio Ríos.

Y ahí estaba Constanza, asistiendo a la mujer que mas odiaba, en el nacimiento de su propio hermano.


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Ya estaba regresando a casa, y Mariana todavía estaba enfurecida. ¡Pobre Pedro! Conociendo a su padre era fácil imaginar por qué al pobre muchacho le costaba tanto entregarse a los afectos. ¡Tipo malo y retorcido aquel viejo!

Tal era su enojo, que la muchacha caminaba con paso rápido y sin notar nada de lo que había a su alrededor. Quizás por eso, no se dio cuenta de que alguien la seguía.

Sólo al entrar en la plaza cercana a la estación, toda vallada, le pareció ver una sombra. Instintivamente asió con fuerza su cartera y se preparó para dar un golpe fuerte y certero. Pero al sentir que alguien la tomaba por detrás, sólo atinó a dar unos manotones al aire.

—¡Pará, pará! Vengo en son de paz.

—¡Pedro! Casi me matás del susto.

—Es que te estaba esperando y vos pasaste como rayo...¿Te pasa algo?

Mariana lo miró... No. Decididamente no. Aquel terrible encuentro con el padre de él nunca iba a salir de su boca.

Había cosas que era mejor ignorar.

—¿Qué hacés acá, Pedro?

Y sólo para ocultar su emoción comenzó a retarlo:

—Habíamos quedado en...

—Cinco minutos... Necesito hablar cinco minutos con vos... Podés cronometrarlos, si querés.

Mariana se perdió en sus ojos. Estaba feliz de volverlo a ver... Y es que ese hombre la podía.

—Está bien... —acordó con un fastidio simulado.

—Pero con dos condiciones... —agregó Pedro.

—¡¿Todavía hay condiciones...?!

—Sí... Pero son fáciles: la primera es que haga lo que yo haga, o diga lo que diga, no me vas a interrumpir... Y la segunda es que después de que hayan pasado los cinco minutos, no volvamos a hablar hasta el próximo martes a la noche.

—Es decir: me estás quitando el derecho a réplica.

—Te estoy dando una semana para pensar... ¿Y? ¿Estás de acuerdo?

Ella accedió, y Pedro la condujo sin hablarle hasta el interior de la plaza. A pesar de que no era tan tarde, ya había oscurecido, y por el frío intenso el lugar estaba desierto.

Pedro buscó el refugio de un árbol.

—Cinco minutos a partir de ahora —anunció, mientras ponía su cronómetro.

Y entonces la abrazó, sin hablar. Y ella, desconcertada, lo dejó hacer. De inmediato se vio envuelta por su fuerza y su calor. Por su virilidad... Y cuando ya estaba entregada a ese sentimiento, escuchó su voz hablándole al oído.

—Esto es todo lo que puedo darte, y es mi última oferta. Sabés que todavía estoy muy lastimado... Pero de alguna forma extraña siento que no puedo seguir sin vos... Por eso te propongo que vengas a vivir conmigo. Sólo eso: vivir juntos. Sin compromiso, sin ataduras. Y mientras el tiempo pasa, Fer ya va a ser grande. Y todo va a ser más fácil. E incluso, quién te dice... Ya viste lo complicado que es criar sola a un bebé... Yo puedo ayudarte. Puedo acompañarte, puedo mantenerlos... Puedo amarte. No me rechaces.

Y entonces la besó con dulzura hasta que el reloj sonó indicando que el plazo se había acabado.

que le contestara???
Alguien me puede pasar el link del cap de ayer??? gracias!!!!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

http://tododecris.blogspot.com/2010/05/casi-angeles-4-capitulo-14.html -> Este es el link del capitulo de ayer ;)

te juro que pense que cony le haria algo a loly, alfinal la ayudo (malamente por los insultos, pero no la mato como queria desde un principio)

Aiii este pedrito mas tierno con todo lo que la dijo alfinal + el abrazo! (L)
espero que ella acepte y le admita que no le engaño como el piensa...

espero otro de tus capis imperdibles!=)
1BESO!!

teff ^^

Anónimo dijo...

Ayyyy me muerooo, le propuso amarla e irse a vivir juntossssssss, que amorrr

http://erreway2008.blogspot.com/ ahi podes ver el capi, en muy buena calidad. Un besote!

Cinn

Marian Tosh!~ dijo...

aii!

enloquecii!

sisis

yaa perdii la corduraaa!

jajajaa

kieroo mas!

besitossssssssssss