lunes, 3 de mayo de 2010

"Deliciosamente vulnerable" cap 44

—¡A ver, papis! ¿Qué le anda pasando al chico —exclamó el doctor al entrar— Sacalo del agua.

—No tengo con qué secarlo —se disculpó Mariana, mirando a su alrededor.

—Acá no hay toallas. Esto es un hospital público. No hay nada. Ni gasa, ni termómetros... ¡Muchísimo menos toallas!... —replicó el doctor con la amargura propia de quien lucha todos los días contra lo mismo.

—Secalo con esto —terció Pedro, mientras se quitaba la camisa para dársela.

Mariana se ruborizó al ver su torso desnudo, y él se dio cuenta.

Cuando Fernando estuvo seco, el médico lo revisó.

—¿Le das pecho?

—No. Leche maternizada —respondió Mariana, volviendo a ruborizarse.

Pedro la observó con algo de sorpresa. Había supuesto que era del tipo de las que amamantaban a su hijo.

—¡Estas madres modernas! —la retó el médico— ¡Si supieran cuántas de estas pavadas se evitan con sólo sacar la teta...!

Mariana se puso más roja todavía, si eso era posible.

—Este chico tiene una otitis. Lamentablemente hay quedarle un antibiótico y en veinticuatro horas tiene que habérsele pasado todo. Si no, volvé... Acá te escribo las instrucciones y la receta... Ah, y también un antitérmico para que se calme. Aunque por tu cara, me parece que más necesitarías tomarlo vos...

Cuando salieron del hospital, Pedro la hizo subir al auto, para que Fer no tuviera frío, y corrió hasta la farmacia más cercana con la receta.

Al regresar con el medicamento, Mariana intentó eslabonar una disculpa, pero no pudo.

—La plata del remedio..., yo, después...

—Después me lo pagás... No hay apuro —dijo él, conciente de su embarazo.

Durante el viaje de vuelta no hablaron, tantas eran las cosas que tenían para decir.

Recién cuando Mariana acostó a Fernando en su cuna, Pedro comenzó a explicarse. Ya eran las cuatro de la madrugada y estaban solos en aquella pensión vacía.

—Mariana, hoy vine porque... Me enteré que te despidieron...

—Claro, si vos lo pediste.

—¡No! ¡Te juro que no!... Escuchame, yo sé que esa noche actué como un boludo, pero... Vos sabés que me hiciste mierda. Sigo hecho mierda por tu culpa... Y quería lastimarte, nada más. Pero nunca pensé que ese hijo de puta iba a aprovecharse para... Te juro que cuando me dijo Agustina...

—¿Cómo que te dijo Agustina? ¿Cuándo hablaste con Agustina, vos?

Pedro se dio cuenta de que había metido la pata.

—¿Y ahora cómo se supone que sigue esto? —preguntó, pretendiendo no haberla escuchado.

—¿Cómo sigue, qué cosa?

—Tu trabajo... No vas a seguir laburando un montón de horas por nada.

—Veo que Agustina charló muchas cosas con vos —replicó sin molestarse en ocultar su rabia, para después continuar—. Mirá Pedro, lo que me pasa es un problema mío y...

—¡Y mío también! ¡Yo te metí en esto!... Es cierto que después de lo que me hiciste... Pero eso no justifica que pierdas el laburo... ¡No, ahora el problema es nuestro!

Y aquel “nuestro” les sonó a los dos en el corazón. Pero fue Mariana la que reaccionó primero.

—Ya no hay nada nuestro —dijo quedamente.

Y supo que había llegado el momento de que Pedro se fuera.

—¿Qué son estos libros? —insistió él.

—Estoy haciendo algunas contabilidades... Ya ves, no necesito ayuda...

—¿Así? ¿Los estás pasando a mano? ¿Cuál es el sentido? Podés llevar el archivo para que te hagan el copiado.

—Lo sé, Pedro... Ya lo sé. Pero así es más barato...Además, no estoy trabajando con computadora, porque no tengo.

—¿Hacés la contabilidad manualmente? —preguntó, incrédulo— Pero si vos tenías...

—Tenía, Pedro, tenía... Tenía muchas cosas. Ahora tengo un hijo, y con eso me alcanza... Mirá, vos decís que yo te hice mucho mal. Con lo de mi laburo estamos a mano... Y tené la seguridad que por lo de esta noche mi hijo y yo vamos a estar eternamente agradecidos con vos. Si me debías algo, ya me lo pagaste. Si te debo algo...

Lo miró con sus profundos ojos negros....Y él se hundió en aquella mirada.

Justo en ese momento sintieron el ruido de la puerta. Doña Estela acababa de llegar. La fiesta había terminado.


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Ya era lunes y ese idiota de Rubén Passalaqua todavía no la había llamado. ¿Hasta los tipos pobres iban a dejarla de lado?

Y en verdad el tipo no era tan pobre, pensó Cony, cuyos parámetros habían comenzado rápidamente a reubicarse. Tenía auto... Nacional, pero auto al fin. Tenía un departamento propio... En el Once, (¿dónde quedaría eso?)... Incluso había ido a Europa..., una vez. Y tenía un sueldo equivalente a la mitad del valor en pesos de lo que su padre le daba para gastar en chucherías. Claro que ahora ya no le daba nada.

Cony no podía separarse del teléfono. Nunca había esperado tanto la llamada de alguien.


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Pedro estaba a punto de tocar el timbre en la pensión, cuando le pareció ver salir a una mujer que le resultaba conocida.

—¡Pedro! —exclamó ella con alegría—. ¿Qué hacés acá? ¿Haciéndote cargo de viejas culpas?

Pedro la miró sin entenderla, pero ella no esperó su respuesta.

—¿Todavía seguís soltero?

¡Ah! Ya sabía quién era... La hija de Ríos. La que quería casarse a toda costa. ¡Pobre! Ana Clara no había exagerado: estaba hecha mierda.

—Solterísimo —se apuró en contestar—. Pero no te gastes conmigo. No voy a casarme nunca.

Cony lo miró y sonrió. El tipo tenía esa estúpida mirada de los enamorados. ¡Estaba perdido!

Se fue sin saludarlo y él aprovechó para entrar en la pensión.

A la primera que vio fue a Doña Estela, a la que había conocido dos días antes, el sábado, pero que ahora lo saludaba como si fueran parientes.

—¡Hijo!... Ven, ven por aquí... Este es el cuarto de Marianita... Ella está por llegar.

De inmediato le abrió la puerta de una habitación miserable, en donde se destacaba una cuna.

—Mira... —continuó diciendo la dueña, mientras levantaba al bebé para mostrárselo. —¿No es un primor?¿No es hermoso este Fernandito... Pedro?... Sí, sí...

Y comenzó a hacerle gracias al bebé, mientras seguía diciéndole “Fernandito Pedro”.

Pedro se quedó sorprendido.

—¿Cómo le dijo?

—¡Fernandito Pedro! ¿Acaso justo tú no sabías el nombre?... Le puso Fernando por su padre, que Dios lo tenga en Su Santa Gloria...

Pedro se sintió conmovido. Después de todo, parecía que él también había significado algo para Mariana.

—Sabes, hijo... Marianita es muy seria. ¡Una santa! Y no es bueno que una muchacha críe sola a un niño... Porque los hombres también deben hacerse cargo de la parte que les toca..., que para eso son hombres, ¡joder!... Disculpa el exabrupto. Pero es que a esa muchacha yo la quiero como a una hija... Y no puedo verla sufrir.

—Yo tampoco —dijo él, convencido.

En ese momento llegó Mariana, que se quedó paralizada al verlo allí.

—¡Pedro! ¿Qué hacés acá?

—Vine a ver como seguía Fernando... Fernando Pedro.

Mariana se ruborizó.

—Bueno, yo me llevo a la criatura, así pueden hablar de sus cosas —anunció Doña Estela, justo antes de retirarse y cerrar la puerta tras de si.

Mariana se apuró a abrirla otra vez.

—¿Qué le pasa? Nunca deja entrar hombres a los cuartos, y...

—Creo que está convencida de que soy el padre de Fernando.

—Disculpala... Esta noche hablo con ella... Pero ya que estás acá: acabo de cobrar...—se apuró a decir, mientras con frenesí buscaba plata en su cartera.

La presencia de Pedro la ponía muy nerviosa. Demasiado nerviosa.

—No vine para que me pagues —se enojó él, mientras le arrancaba la cartera de las manos—. Vine a buscarte.

Mariana empalideció. Ese hombre la podía. Y él no lo ignoraba.

—Te vine a buscar para llevarte a mi casa. Es una locura que trabajes sin computadora.

—No, ni sueñes que voy a volver a tu casa.

—Es una forma de compensarte... Todo bien. No te estoy ofreciendo otra cosa: sólo laburo —y en tono íntimo aclaró—. Vos sabés perfectamente que entre vos y yo no puede pasar nada... Ya no... Ahora sos madre, y te respeto por eso... Pero en cualquier otro sentido, yo me abro. Lo que te ofrezco, en cambio, es que vengas a laburar a casa. Tengo los mejores programas de contabilidad. ¿Cómo vas a hacer con las declaraciones juradas? Si no tenés una computadora ¡olvidate!

—No puedo, Pedro... Vos sabés que no puedo... —susurró ella, sin atreverse a mirarlo.

—Lo traés a Fernando...

A“Fernando Pedro”, pensó, pero no dijo nada. En cambio insistió:

—Cuando pasen los vencimientos de impuestos no venís nunca más... No quiero deberte nada Mariana, y con esto de verdad estaríamos a mano... Y, además, por lo que vi el sábado, si no hacés algo desesperado, no vas a llegar... ¿Y?¿Venís?...


IRÁ???????

5 comentarios:

Anónimo dijo...

claro que ira! porque si ya estoy desesperada porque marianita le diga a pedrito que su hijito es adoptadito, imaginate si no va!! ajaja
me estas matandoo con cada capitulo
y quiero mass capitulos imperdibles! =)

Un besoo! =D
teff

Pd:rezare para que vaya xD

Marian Tosh!~ dijo...

q locoo!

en las doss noves estamoss esperandoo saber si lali ira!

kjajajaja

confiemoss en q sii!

besitossssssssssssss

Mikita dijo...

jaja es cierto!!!! iran???? mmmmmm

Anónimo dijo...

estoy totalmente viciada con tu nove, aunque a veces me apeteceria que pusieras mas capitulo jaja gracias

Marian Tosh!~ dijo...

mikitaa mikitaa!

no es justoo q vosss sepas las doss respuestass!

jajajaja

bsosss